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Una nueva vida para Fran: "Nos dijeron que no iba a andar, hablar, comer, oír…"
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FAMILIAS DE ACOGIDA

Una nueva vida para Fran: "Nos dijeron que no iba a andar, hablar, comer, oír…"

Rechazado por su madre en el hospital al saber que padecía parálisis cerebral, sus padres de acogida llevan dos años trabajando en su desarrollo. Un cambio de modelo en la atención de estos menores por el que está apostando Andalucía

Foto: El pequeño Fran jugando con una de las mascotas del hogar de Rafi y Paco. (EC)
El pequeño Fran jugando con una de las mascotas del hogar de Rafi y Paco. (EC)

Era un 19 de marzo, día de San José, y como en otras ocasiones, Rafi había comprado una pequeña caja de bombones para compartirla con el padre de la casa, Paco. Habían pasado tan solo cinco días desde que el Gobierno decretase el mayor confinamiento de la historia reciente del país y la incertidumbre se había apoderado de todos. Pero querían normalizar una celebración que en esos instantes volvía a cobrar sentido. Padres de acogida desde hacía unos cuantos años, hacía poco más de una semana que Fran -nombre ficticio- había entrado en sus vidas. Un recién nacido al que su madre biológica rechazó cuando, poco después del parto, los médicos le comunicaron que sufría parálisis cerebral. No iba a poder caminar, ni hablar, ni comer, ni oír. Estaba condenado a pasar lo que durara su existencia postrado en una cama. El pequeño era alimentado a través de una sonda estomacal y sus expectativas eran más que pesimistas. Pero entonces pasó algo. Un fogonazo de ilusión. “Cogí el bombón con forma de corazón, se lo acerqué a la nariz para que lo oliese y movió la boca. Y ahí es cuando me dije: ‘Este niño va a comer’”.

Recuerda a la escena de la adaptación cinematográfica de la novela de Patrick Süskind ‘El Perfume’, cuando el protagonista, Jean-Baptiste Grenouille, poco después de llegar al mundo, agarra y huele el dedo de un chico que iba a tocarlo porque lo creía muerto. Gestos que se convierten en pruebas de vida, en indicios de un destino que no está escrito. Han pasado dos años y Fran es un “torbellino”. Un niño que con la ayuda de Rafi y Paco supera las limitaciones impuestas por su diagnóstico y que ha llenado de amor un hogar que lo considera “un regalo”.

Foto: Marta y Jesús, familia de acogida

Su entrada en la sede de Hogar Abierto, una fundación malagueña que lleva 25 años trabajando en favor del acogimiento, es impactante. Montado en su pequeña bici y ataviado con un casco azul que a veces se le desliza hacia un lado, el personal se deshace en mimos nada más verlo. Y no es para menos. Porque quien conociera su historia, perfectamente podría pensar que está ante un pequeño milagro. Paqui Montiel, trabajadora social, recuerda que el caso de Fran era especialmente complejo por sus circunstancias. “Nos llamó el Servicio de Protección del Menor de la Junta de Andalucía porque la madre no lo quería”. Se trataba de una joven marroquí que había dado a luz en el hospital Materno Infantil de Málaga y que, por circunstancias familiares, y saber los cuidados que iba a precisar el bebé, decidió entregarlo. “Nosotros no juzgamos”, comenta Paqui. Inmediatamente se activaron los recursos asistenciales para encontrar el mejor sitio para un recién nacido que iba a necesitar mucha atención.

“Tuvimos claro desde un principio que Rafi y Paco eran las personas idóneas para acogerlo”, señala Montiel, para explicar que Hogar Abierto cuenta con una bolsa de padres de acogida y realizan su propuesta según las circunstancias de cada caso. En este, ambos contaban con formación para proporcionarles los cuidados adecuados y habían pasado por una experiencia similar con una niña que también presentaba patologías complejas.

“No hay que pensar en la partida”

Rafi rememora con detalle la primera vez que vio a su “hijo”, porque para ella es su hijo, aunque no lo haya parido y tenga presente la posibilidad de que puede llegar un día en el que tenga que separarse de él. “¿Me dolería que eso ocurriese? Por supuesto, pero Fran es un regalo y sólo pensamos en lo que podemos aportarle y en lo que enriquece nuestras vidas”. “No hay que enfocar un acogimiento pensando en la partida, sino en lo que estos niños te dan mientras están a tu lado”, explica.

placeholder El pequeño Fran en la cuna del hospital. (EC)
El pequeño Fran en la cuna del hospital. (EC)

El día que fueron a conocerlo al hospital “estaba en la cuna, con respiración asistida y era alimentado con una sonda”. La imagen era dura, pero no dieron un paso atrás. Ni cuando el equipo médico les explicó con crudeza su estado y expectativas. “Nos dijeron que no iba poder andar, ni hablar, ni comer, ni tampoco oír”, pero “los pronósticos son una cosa, y la realidad es otra”. Terapeutas y expertos en equinoterapia, “siempre hemos creído en el trabajo y la estimulación de las capacidades, en buscar otro camino cuando se cierran las opciones”. Y eso es lo que iban a hacer con ese pequeño al que la vida parecía no querer darle probabilidades.

El 4 de marzo, con aproximadamente cinco meses, Fran partía hacia su nuevo hogar. Las cosas no fueron fáciles al principio, ni lo son ahora, aunque era algo que habían previsto. La irrupción de la pandemia a los pocos días complicó la situación y toda la planificación saltó por los aires. Tocó adaptarse y buscar soluciones.

Las visitas al médico se transformaron en un seguimiento telefónico y los encuentros con los trabajadores sociales se restringieron al ámbito telemático. Tuvieron que ser “autodidactas” en los cuidados de un niño que necesitaba muchas atenciones. Las noches, que eran muy largas, con continuas idas y venidas, transcurrían con un cierto poso de angustia. “Cuando dormía varias horas del tirón, pensaba que le había ocurrido algo, así que me levantaba para acercarme y comprobar que estaba bien”, recuerda Rafi, quien pasó junto a los suyos por el duro trance del fallecimiento de la primera niña de acogida. Tenía muchos problemas de salud, y eran conscientes de que un desenlace fatal era más que probable, pero quisieron que recorriese ese camino “acompañada”, que no estuviese sola en una cuna del hospital, “que sintiese que tuvo a su lado a una familia que la amó”.

A Fran le han quitado la sonda estomacal y come potitos. "Galleta", fue su primera palabra

“Me encantan los casos perdidos”, bromea la progenitora cuando reconoce que, pese a las precauciones de los médicos, vio un gran potencial de mejora en ese pequeño que les robaba el sueño. Comenzaron a aplicar técnicas educativas que facilitaran una futura integración social. A pesar de que les advirtieron que tendría dificultades para oír, decidieron incluir la musicoterapia cuando se percataron de que reaccionaba cuando sonaba la campana de entrada de la casa y hace meses que el pequeño no usa audífonos. Igual ocurrió con la sonda estomacal y el estímulo que provocó el sabor de ese bombón que Rafi acercó a sus labios. Fran, que tiene problemas maxilofaciales que le dificultan el masticado, ha comenzado a comer potitos y le pirra el yogurt. Sobre todo, el de chocolate. Aunque lo reservan para las ocasiones especiales y como recompensa en ese constante proceso de formación. “Queremos que entienda que un buen comportamiento conlleva cosas positivas” y “creo que también hay que poner límites” para evitar actitudes caprichosas y egoístas.

La comida, curiosamente, fue el estímulo que provocó que rompiera su silencio y comenzara a hablar. Su primera palabra no fue “mamá”, ni tampoco “papá”, ni el nombre de alguna de las mascotas de las casa, lo suyo fue cuestión de gusa. Porque lo primero que escucharon sus padres de acogida fue “galleta”. “En aquellos días estábamos intentando que comenzara a comer un poquito y entonces le daba un pequeñito trozo de galleta mojada en leche”, aclara Rafi, que destaca el esfuerzo del pequeño, que incluso trata de coger la cuchara y comer solo.

La vida con Fran es una “rehabilitación” continua. Cualquier actividad, por monótona e insulsa que parezca, puede ser un camino para que evolucione en sus habilidades. Desde por la mañana, cuando van a alimentar a las gallinas, los perros y el caballo que hay en casa, hasta una tarea tan simple como tender la ropa. “Le pido que me vaya pasando las pinzas de un color concreto y eso ayuda a que los aprenda” y a ejercitar movimientos. Igual ocurre con las canciones, que facilitan el desarrollo del habla. Pero el caso de este niño es singular hasta en eso. Porque no se arranca con las acordes de los Cantajuego, ni el soniquete de la Patrulla Canina, a él le va el folclore y “no hay nada que le guste más que la salve rociera”, comenta entre risas su madre de acogida, que cuenta que la familia fue de vista al Rocío y fueron a ver a la virgen. “Había un grupo que se la cantó y parece que se le quedó grabada”.

Un cambio de modelo

Estar con Fran es “como aprender un idioma” y cada avance que consigue es una pequeña victoria. Paqui Montiel ha sido testigo directa de la mejoría experimentada por el pequeño y no oculta que cada visita era una sorpresa. “Ha avanzado muchísimo con la ayuda de su familia de acogida”, de ahí que Rafi y Paco tengan muchas opciones de ser elegidos para un acogimiento permanente.

Ni en los casos cronificados se produce una desvinculación de los padres biológicos

La trabajadora social explica que en Andalucía únicamente puede iniciarse un proceso de acogida con menores de 13 años y que su situación puede pasar por tres fases. La primera es el acogimiento urgente y tiene una duración máxima de seis meses; después se encuentra el temporal, con un límite de dos años; y le sigue el permanente, que como su propio nombre indica, no conlleva un plazo. La Administración andaluza está apostando por revertir el modelo tradicional y la Consejería de Igualdad, Políticas Sociales y Conciliación fomenta la opción de las familias de acogida frente a los centros. La delegada territorial en Málaga, María Dolores Fernández, explica que en esta provincia hay 365, pero precisa que “hacen falta muchas más”. “El objetivo debe ser que ningún niño viva sin el calor de un hogar” y recuerda que actualmente son 2.300 los menores que residen en centros de protección de Andalucía. “Son pequeños a partir de 7 años, algunos con necesidades especiales, o algún tipo de discapacidad, que han tenido que ser separados de su familia”, y “todos tienen algo en común: son súper valientes”, destaca.

“Durante los primeros tres años se diseña el patrón de vida de un ser humano, por eso es tan importante lo que hace gente como Rafi y Paco, por eso es tan importante que estos niños estén viviendo en familia”, explica Montiel, quien destaca el factor ‘curativo’ de ese “compromiso”, del “amor incondicional, ternura y paciencia” que les transmiten. Una cascada de sentimientos que desbordan a pesar de que siempre existe una probabilidad de que los padres biológicos puedan recuperar a sus hijos. “Porque esto no es una adopción”. Ni en los casos cronificados, en los que el acogimiento es permanente, se produce una desvinculación total. Es lo que ocurre con Fran, cuya, madre, la mujer que lo alumbró, tiene derecho a una serie de visitas. “Al principio no acudía -y eso se tiene en cuenta-, pero ha empezado a hacerlo”.

placeholder Rafi ajusta el casco de la bici del pequeño Fran. (EC)
Rafi ajusta el casco de la bici del pequeño Fran. (EC)

Rafi la vio una vez. Fue durante un encuentro en el que quiso permanecer porque en el anterior Fran había sufrido una crisis respiratoria. La joven no supo quién era ella, y probablemente pensó que era una trabajadora más de la fundación. O al menos eso creía, porque ahora sabe que Paqui le contó a la chica que ella era la mujer que estaba cuidando a su hijo.

La posible despedida

Esta situación, que podría generar miedo, inseguridad y hasta rabia, es asumida por Rafi de una manera casi pasmosa. “Debo aceptar que la figura de su madre -biológica- esté presente en su vida y trato de que Fran lo normalice”, por eso le habla de ella, le explica que tiene dos mamás e intenta que su figura no se difumine durante el crecimiento. Porque tiene muy claro que no va a condenar a nadie y recuerda que también podría haberse visto en una circunstancia similar sin saber cómo actuar.

“A nadie se le retira un menor por carecer de medios o trabajo, porque, afortunadamente, hay muchas ayudas”, advierte la trabajadora social de Hogar Abierto, que explica que estos encuentros supervisados forman parte del proceso de ‘rehabilitación’ de esos padres. Si “estabilizan” su situación, y los servicios sociales los consideran aptos, podrían volver a reencontrarse con sus hijos en un futuro.

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Rafi es consciente de que es una opción latente y se sincera cuando reconoce que le afectaría tener que separarse de Fran, pero entiende que “no soy su dueña, como tampoco lo soy de mi hija biológica”, y considera que, “donde debe crecer un niño, es con su familia”. Paqui Molina relata que, llegado el momento, “trabajamos con las familias el proceso de la despedida”, “prepararla para la marcha tras ese vínculo de afecto y apego” y hacerles entender que la separación “no es un abandono”. Un trance complicado, doloroso, pero que es incapaz de superar toda la felicidad y alegría que proporcionan esos pequeños y sus padres de acogida.

Fran ha comenzado a ir a la guardería. “Nos han dicho que es bueno que lo haga, para que socialice con otros niños”, comenta Rafi, que cada tarde le espera para colorear, hacer puzzles y cantar canciones. Y para partirse de risa cuando su hijo se pone al lado de Paco para imitar sus gestos. O para armarse de paciencia cuando sufre una rabieta.

Era un 19 de marzo, día de San José, y como en otras ocasiones, Rafi había comprado una pequeña caja de bombones para compartirla con el padre de la casa, Paco. Habían pasado tan solo cinco días desde que el Gobierno decretase el mayor confinamiento de la historia reciente del país y la incertidumbre se había apoderado de todos. Pero querían normalizar una celebración que en esos instantes volvía a cobrar sentido. Padres de acogida desde hacía unos cuantos años, hacía poco más de una semana que Fran -nombre ficticio- había entrado en sus vidas. Un recién nacido al que su madre biológica rechazó cuando, poco después del parto, los médicos le comunicaron que sufría parálisis cerebral. No iba a poder caminar, ni hablar, ni comer, ni oír. Estaba condenado a pasar lo que durara su existencia postrado en una cama. El pequeño era alimentado a través de una sonda estomacal y sus expectativas eran más que pesimistas. Pero entonces pasó algo. Un fogonazo de ilusión. “Cogí el bombón con forma de corazón, se lo acerqué a la nariz para que lo oliese y movió la boca. Y ahí es cuando me dije: ‘Este niño va a comer’”.

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