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La opción de Sánchez para desactivar a Puigdemont y que Illa arrase
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La opción de Sánchez para desactivar a Puigdemont y que Illa arrase

Las declaraciones del líder de Junts, en las que afirma que no dará marcha atrás, son un elemento perturbador para los socialistas. Sin embargo, pueden sacar partido de la actitud del expresident

Foto: Illa y Pedro Sánchez, en el Congreso del PSC. (EFE/Quique García)
Illa y Pedro Sánchez, en el Congreso del PSC. (EFE/Quique García)
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Hacer política implica conocer el humor de la sociedad a la que se quiere representar. Así debería ser en todo instante (y no ocurre muy a menudo), pero en especial en la época electoral, en la que el sentir general fija en las urnas los resultados. Cataluña va a ser una gran demostración de cuál es la correspondencia entre lo que los políticos promueven y lo que la gente quiere.

Cataluña ha sido el centro de la política española en los últimos años, como en el principio de siglo lo fue el País Vasco. Y como en la época del segundo Aznar y del primer Rajoy, la cuestión territorial y la política exterior vuelven a ser determinantes. En aquel entonces, el epicentro era el País Vasco, con el terrorismo, la ilegalización de los partidos independentistas y el plan Ibarretxe; cuando aquel problema fue apagándose, Cataluña tomó el relevo.

La declaración de inconstitucionalidad del Estatut supuso un punto de quiebra que disparó el giro de Convergència hacia el separatismo, recompuso el equilibrio de fuerzas alrededor del nacionalismo independentista y forjó el procés. Los comicios del 12-M definirán la dirección de salida de ese enredo, si es que se sale de él.

La figura central vuelve a ser el expresident, a pesar de que lidera al tercer partido catalán. Sus declaraciones del pasado jueves fueron contundentes: no dudó en regresar al "lo volveremos a hacer" y aseguró que iba a negociar un referéndum de autodeterminación esta misma legislatura. En fin, un "Puigdemont más crecido que nunca y con una fe renovada, feliz de haber vencido al Estado".

Las cosas, "como las llama Illa"

Esa actitud supone un punto evidente de humillación para el PSOE. Las recriminaciones a Sánchez por pactar la amnistía fueron numerosas. Sin embargo, el pasado viernes, el presidente del Gobierno afirmó que Illa ganará las elecciones "por una amplia mayoría, que creo que será mayor de la que afirman las encuestas". Aseguró, además, que "estamos en un tiempo nuevo, y los catalanes quieren pasar página. Quieren tener un presidente que mire hacia el futuro y se dedique a las cosas, como las llama Illa".

Los contendientes saben que las prioridades de la población catalana están ancladas en cuestiones cotidianas, como la economía

Sin duda, esa es la oferta electoral que el PSOE pondrá encima de la mesa, porque tanto los socialistas catalanes como Esquerra, y también Junts, saben que las prioridades de su población están ancladas en cuestiones muy cotidianas: su situación económica, el buen funcionamiento del transporte, la sanidad y la educación, y el aumento del coste de la vida. Pero hay algo más que puede servir a los propósitos del PSC.

La fuerza de la voluntad

Puigdemont y Junts, y parte de los independentistas de otras formaciones, han entendido la política desde una perspectiva adolescente. Es llamativo que buena parte de las transformaciones que generó la década de los diez en el ámbito ideológico consistieran en anclarse en la fuerza de la voluntad, perdiendo así de vista los resortes que condicionan la vida política real. El exceso de idealismo sacudió Europa, a los nuevos partidos españoles y a los nacionalistas catalanes.

La declaración de independencia fue un juego táctico que se llevó demasiado lejos o una medida tomada por puro idealismo

El intento de subvertir el orden constitucional y la posterior declaración de independencia fue una apuesta en el vacío. Estar en condiciones de tomar esa decisión supone contar con legitimidad entre la población, apoyo indiscutido del entorno internacional, o al menos de grandes potencias que respalden ese giro, y disponer de recursos de alguna clase: armas, energía, capital, algo. Cataluña no tenía nada de eso, ni siquiera el consenso popular, ya que los ciudadanos estaban claramente divididos.

En esas condiciones, declarar la independencia era o bien un juego táctico que se había llevado demasiado lejos o bien puro idealismo. Y hubo mucho de esto: creer que con el simple deseo y que con una voluntad firme se llega lejos implica haber leído mucho a Paulo Coelho, pero no hacer política. Quizá en el futuro algunas de esas circunstancias cambien, pero no se adivina que a corto plazo algunos de esos aspectos esenciales hagan acto de aparición.

El apoyo que consiguieron los independentistas se asentaba en su lucha contra un Estado represor, lo que otorgaba legitimidad adicional

Pero si la imposibilidad de la independencia estaba más o menos clara, queda la pregunta de por qué los independentistas, y especialmente los más determinados a conseguirla, como Junts, han podido sobrevivir al fracaso de la declaración fallida. La respuesta es sencilla. El apoyo que consiguieron se asentaba en su lucha contra un Estado represor, lo que otorgaba una legitimidad mayor a su postura: no nos dejan votar y cuando lo hacemos, la policía nos golpea, nos meten en la cárcel, tenemos que exiliarnos, no hay libertad en España. En este aspecto radicaba también su fuerza.

Lo que ahora aparece, sin embargo, es justo lo contrario: ¿qué ocurre cuando el Estado deja de oprimir y golpear, concede la amnistía y se regresa a un marco político normalizado? Que Junts pierde una de sus mejores bazas cohesionadoras. La única forma de que ese sentimiento se reavive es que Puigdemont regrese a España, sea detenido y se le vea agachar la cabeza entrando en un coche de la policía cuyo destino es la cárcel. Veremos si es tan atrevido. Y todo esto con Sílvia Orriols presentándose a las elecciones.

Un extremismo de doble filo

En este contexto, la desinflamación aparece como un hecho lógico del momento histórico. En ocasiones, las exigencias de la época y el sentir de los ciudadanos no coinciden, pero en Cataluña esa convergencia se está dando, también entre sus clases más influyentes. Por eso la tesitura favorece al PSC.

El marco en el que se ha movido el PSOE en los últimos tiempos, el que intenta hacer valer, es el de mostrarse como el partido de la integración y la moderación frente al extremismo. Ese discurso lo ha empleado con el PP y Vox, ahora lo repite con los populares y Ayuso, y Puigdemont encaja perfectamente en esa posición: la de un extremista, al que, a pesar de haberle integrado con la amnistía, persiste en su intención antisistema.

Esta posición quizá le venga mal a Sánchez, por lo que supone haberse aliado en España con un socio irredento, pero en Cataluña le permite interpelar a la sociedad de una manera clara. Como decía el presidente, tendrán que pronunciarse acerca de si se prefiere la moderación o el radicalismo, la democracia integradora o el desafío permanente al sistema. Con un relevante elemento añadido: Illa preguntará a la ciudadanía si no es mejor centrarse en lo práctico, en solucionar los problemas que afectan cada día a la gente que continuar en la brecha independentista. Puigdemont puede afirmar que gestionará bien los recursos, pero una vez que termina diciendo que volverá a hacerlo, derriba todo lo anterior.

La debilidad de Puigdemont supone un problema: si Junts queda fuera del gobierno catalán, puede hacer descarrilar la legislatura

Por eso las elecciones serán tan importantes, porque mostrarán si ese ‘volver a hacerlo’ tiene aceptación entre buena parte de la sociedad catalana. Si Junts queda tercero, como aventuran algunas encuestas, y los dos partidos principales apuestan por una nueva época integradora, Puigdemont quedará en una posición muy débil. En ese momento, las chanzas sobre el PSOE y el PSC por haber pactado la amnistía se transformarán en una cosa muy distinta.

Al mismo tiempo, esa teórica debilidad de Puigdemont supondría un problema para la legislatura: si Junts queda fuera del gobierno catalán, puede tener la tentación de hacer descarrilar el gobierno español. Pero esa es otra historia a la que le queda más recorrido del que parece.

Hacer política implica conocer el humor de la sociedad a la que se quiere representar. Así debería ser en todo instante (y no ocurre muy a menudo), pero en especial en la época electoral, en la que el sentir general fija en las urnas los resultados. Cataluña va a ser una gran demostración de cuál es la correspondencia entre lo que los políticos promueven y lo que la gente quiere.

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