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El peor cumpleaños de mi vida
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Alberto Olmos

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El peor cumpleaños de mi vida

La calle Mayor de Madrid se convirtió en la pista de despegue de la monarquía de Leonor, que hoy cumple 18 años

Foto: La princesa firma el libro de honor del Congreso. (EFE/Ballesteros)
La princesa firma el libro de honor del Congreso. (EFE/Ballesteros)
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A veces, los futbolistas y los reyes se pasean de improviso por las calles de Madrid a ver qué se encuentran. Luego en la tele dicen que los madrileños aguardan el paso de los reyes, los futbolistas, las campeonas del mundo o las princesas. Lógicamente, si cierras una calle, pones cientos de policías y algunas flores, plantas cámaras de televisión cada cincuenta metros y produces un vacío vial sumamente llamativo, la gente se acerca a ver qué pasa por ahí. Pasa la Historia, por ahí.

Como el fútbol en directo, la realeza en directo es un poco sosa; y, sobre todo, fugaz. La calle Mayor de Madrid era la pista de despegue de la monarquía futura, que iba a pasar por ahí en Rolls Royce saludando a gente que no sabe quién le saluda. Las aceras se comprimían de peatones que, muchas veces, sólo querían pasar al otro lado. Mientras, en el Congreso, se confirmaba la ausencia de todos esos políticos que también quieren pasar al otro lado.

En los días previos, se había llenado el centro de Madrid de fotos de la princesa Leonor. Estaba su busto rubio y soberbio colgado de las farolas, con cartelería propia de elecciones generales. Esto era curioso de ver, porque daban muchas ganas de votarla. Parecía una performance, una broma borbónica, un juego de espejos democrático, ese ver a una princesa que será reina por imperativo histórico luciendo en las farolas de la Gran Vía como si tuviera un programa, un eslogan, un equipo y una encuesta de GAD3 muy esperanzadora.

La gente, mientras miraba el alquitranado impoluto de la calle Mayor, iba enterándose del momento histórico en el que participaba. Leonor cumplía 18 años, y sus padres le habían organizado un cumpleaños minucioso, que empezaba en el Congreso, jurando la Constitución y dando un discurso, y acababa en el Pardo, con una fiesta suponemos que algo más relajada. Imagina que cumples 18 años y tus padres te montan todo este Cristo: el peor cumpleaños de tu vida.

Foto: La princesa Leonor durante la jura de la Constitución en el Congreso de los Diputados. (Reuters/Pool/Ballesteros)

Había policía como quien saca todos los soldaditos de plomo de la caja. Estaba la Guardia Civil, con bayoneta calada, muy firmes en medio del frío y la paciencia. Estaba la Policía Nacional, más semoviente, pues iban de un lado a otro diciendo a los madrileños que no podían pasar, precisamente, de un lado a otro. Y estaban los marineritos, unos soldados o algo con gorrito y canesú y correaje blanco, con ese punto de ridículo que les da no tener debajo un barco y, de fondo, un mar.

Luego la gente era aleatoria, normalísima. Había, sobre todo, señoras, muchachas y turistas. Movían banderitas de España, en plástico barato. Las muchachas tenían la edad de la princesa que iba a despegar por la calle Mayor, y quizá venían a ver cómo es eso de ser princesa, ir en Rolls Royce y no pagar en los restaurantes. Había, en estas chicas jóvenes, un cierto halo a Instagram, como de venir a inspirarse en princesas para luego hacerse selfies.

El público más politizado era una cuadrilla de albañiles. Estaban trabajando en un local de la calle, con sus pantalones cargo, sus camisetas sucias de ladrillo y pintura, y sus gorrillas. Eran seis o siete peones ecuatorianos, y estaban ahí en primera fila, más ilusionados que nadie, con un pie en la obra y otro en una coronación.

placeholder Leonor jura la Constitución. (Reuters/Ballesteros)
Leonor jura la Constitución. (Reuters/Ballesteros)

Mucha gente creía que lo que estaba viendo era la coronación de Leonor. “Es que me ha pillado la coronación”, decía una señora por el móvil, para explicar por qué llegaba tarde a cualquier cosa.

Hacia la Puerta del Sol, aparecían algunas corbatas, y trajes, y señoras que no habían venido de Getafe para ver a la realeza, sino de sitios más cómodos. Los pasteles de La Mallorquina lucían muy borbónicos en el escaparate, un nota de color y azúcar claramente destacada en medio de la mañana gris y lacia de este cumpleaños.

Foto: Leonor de Borbón en los Premios Princesa de Asturias (Getty)
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En Sol, dos pantallas gigantes le decían a la gente lo que estaba viendo. No tenía nada que ver lo que decía la tele con lo que veía uno ahí en directo. La tele decía: gran emoción; uno veía: gran aburrimiento. La tele decía: la gente canta el cumpleaños feliz; uno veía: nadie canta el cumpleaños feliz. Luego, como curiosidad gestual, había muchos brazos en alto. Según iba llegando la comitiva real, todo eran brazos en alto, pues todo el mundo quería grabar con el móvil el paso de los caballos y los Rolls Royces.

En la tele (Telemadrid), se decía mucho que los reyes venían en dos Rolls Royce. Es algo que siempre impresiona al pueblo, lo del Rolls Royce.

A veces, los futbolistas y los reyes se pasean de improviso por las calles de Madrid a ver qué se encuentran. Luego en la tele dicen que los madrileños aguardan el paso de los reyes, los futbolistas, las campeonas del mundo o las princesas. Lógicamente, si cierras una calle, pones cientos de policías y algunas flores, plantas cámaras de televisión cada cincuenta metros y produces un vacío vial sumamente llamativo, la gente se acerca a ver qué pasa por ahí. Pasa la Historia, por ahí.

Princesa Leonor
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