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Pablo Motos intenta preguntar cosas a Pedro Sánchez
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Pablo Motos intenta preguntar cosas a Pedro Sánchez

El presidente no estaba ante Motos, estaba ante sus tres millones de espectadores, y el presentador no era más que un estorbo que Sánchez apartaba con su verborrea irrefrenable

Foto: Pedro Sánchez (d) y Pablo Motos durante la entrevista en 'El hormiguero'. (EFE/Atresmedia/Carlos López)
Pedro Sánchez (d) y Pablo Motos durante la entrevista en 'El hormiguero'. (EFE/Atresmedia/Carlos López)
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Sánchez no miente, cambia de opinión. Yo también: hace tres o cuatro semanas dije que no me parece tan astuto como se le presume, y lo retiro. En El hormiguero yo también vi este martes por la noche, hermanos, a ese Sánchez mítico del que habláis, resiliente y peligroso cual varazo de bambú. Vi a Chuck Sánchez Norris escalando la tapia de la realidad como un gato. En una hora, sin anuncios, hizo ante Motos lo que aquella otra vez, cuando lo destronó el PSOE y conquistó el partido en Seat Atila.

La entrevista se caracterizó por impedir las preguntas. Sé que parece paradójico: es lo que yo vi. El presidente no estaba ante Motos, estaba ante sus tres millones de espectadores, y el presentador no era más que un estorbo que Sánchez apartaba con su verborrea irrefrenable. Hablaba, hablaba y hablaba, y entre la marabunta se oía de vez en cuando un pero desesperado del presentador. No sé si mentía, no sé si cambiaba de opinión. Pero es posible que Motos lo subestimase. Diría que también lo subestimó Alsina. Y desde luego lo había subestimado yo.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (EFE/Juanjo Martín) Opinión

Con pulsera LGTB y camisa azul, pasó en apisonadora sobre El hormiguero. Antes que nada, dijo que era el programa número 1879 y que ese era el año de la fundación del PSOE, a lo que Motos no pudo más que balbucir que no se había dado cuenta. Primera muesca. Luego se hicieron un lío con el tuteo y el usted y, demostrando quién llevaba los pantalones, Sánchez decidió tutear, pero, en cuanto lo hizo Motos, Sánchez cambió al usted. Segunda muesca.

En la parte digamos frívola y ligera, que duró 16 segundos, informó Sánchez de que pesa 94 kilos. Motos descubrió enseguida que no era una respuesta intrascendente. Iba a ser el peso que tendría encima durante la hora siguiente. 94 quilates, más bien.

Tal vez el presentador enfrentó la entrevista creyendo que salía con ventaja. Abría la puerta de su programa a un presidente de Gobierno que había deslizado insidias contra él cuando se refirió a “programas de entretenimiento nocturno de máxima audiencia” como responsables de los siete males, sin que nadie pensara en el de Wyoming o Supervivientes. Recordemos: contra Motos ya se vertió desde el mismo Gobierno otro ataque peor, en forma de anuncio pagado con dinero público, donde se parodiaba un momento del programa y se le acusaba de machista.

Foto: Imagen del spot. (Ministerio de Igualdad)

Sin embargo, la oportunidad de cantarle las cuarenta a un presidente por el señalamiento solo ligeramente velado se despanzurró enseguida. Había algo intangible todo el tiempo sobre Motos, y era la superioridad moral, con 10.000 cabezas en Twitter. Criticar a Sánchez podía convertirse, desde demasiados flancos, en un Motos más machista, insolidario, negacionista o a saber cuántas cosas más.

Para mí, esta suerte de sutilísimo chantaje moral fue la clave, la nota dominante. Desde ahí podía entenderse que Motos se ablandara tanto, casi que se disculpase.

De El hormiguero y Motos se dicen muchas barbaridades. Se les acusa de blanqueamiento del fascismo por más que Vox se queje de que no les invitan desde 2019 y aunque los tertulianos detesten a ese partido, y lo digan. Se les acusa de mal gusto, de zafiedad, de estupidez. A Motos se le acusa incluso de pelirrojo. Y este era el contexto de entrada para la visita de Sánchez, el terreno minado sobre el que Motos iba a caminar. Acusaciones a punto de despertar.

Así que, incluso cuando preguntó a Sánchez si se refería a su programa con eso de los bulos, las mentiras y el antisanchismo, no parecía que Motos atacase, sino que se defendía. Era como si tuviera miedo. O me lo pareció a mí.

Foto: Pedro Sanchéz, durante un encuentro con el ministro de  Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas. (EFE)

En los parlamentos imparables, para los que Sánchez no toleraba interrupciones, el presentador podía lograr meter de vez en cuando una apostilla que tenía el efecto de una cucharada de sopa calentita en el océano Glacial Ártico. Por ejemplo, cuando alardeó Sánchez del gasto contra la violencia de género, Motos calzó la pregunta de cuáles habían sido los resultados de ese gasto, pero el presidente siguió con que ahora las mujeres se sienten más seguras por dentro, y miraba al otro casi desafiante, como diciéndole: "A ver, Motitos, si crees que te conviene seguir por ahí".

Así que el presentador intentaba lanzar preguntas para otro lado, que si la convocatoria de elecciones en verano, que si las mentiras o cambios de opinión, pero Sánchez salía con Feijóo y, al cabo de tres minutos, no se sabía ni de lo que estaba hablando. Oíamos a ráfagas palabras sobre el estupendo trabajo indiscutible del Gobierno, la paz en Cataluña, la responsabilidad internacional, la pandemia, el empleo, las cifras económicas: el argumentario electoral aplastaba la conversación.

Foto: El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. (Reuters/Juan Medina) Opinión

Al más mínimo contacto con cualquier introducción a una pregunta presumiblemente crítica, todo Sánchez reaccionaba cual chimenea de azufre en Islandia y de una bocanada lo dejaba seco. Y Motos, minuto a minuto, se fue extraviando en las escaleras de caracol vertiginosas que conforman el logos del presidente, y se perdió definitivamente en ese laberinto donde Sánchez siempre tiene razón, donde Sánchez nunca miente, donde Sánchez te ofrece la oportunidad de salvarte votándolo a él. ¡Llegó a confesar Motos que no vota como quien muestra el crucifijo a un vampiro!

Al cabo de una hora, el presentador estaba sudando como un ciclista y Sánchez ni gota, seco como el papel. Salieron Trancas y Barrancas a cerrar la entrevista y, en vez de marionetas, parecían perros San Bernardo acudiendo a salvar la vida del explorador extraviado con el barrilito de ron. No era para menos: el viaje a las profundidades de Sánchez es más peligroso que unas vacaciones en el K2.

Sánchez no miente, cambia de opinión. Yo también: hace tres o cuatro semanas dije que no me parece tan astuto como se le presume, y lo retiro. En El hormiguero yo también vi este martes por la noche, hermanos, a ese Sánchez mítico del que habláis, resiliente y peligroso cual varazo de bambú. Vi a Chuck Sánchez Norris escalando la tapia de la realidad como un gato. En una hora, sin anuncios, hizo ante Motos lo que aquella otra vez, cuando lo destronó el PSOE y conquistó el partido en Seat Atila.

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