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Todo lo que el joven fray Gabilondo no vio cuando era profesor
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EL DEFENSOR DEL PUEBLO, EN LOS 70

Todo lo que el joven fray Gabilondo no vio cuando era profesor

El Gobierno ha designado a Ángel Gabilondo para investigar los casos de abuso sexual de la Iglesia, pero él mismo fue religioso en uno de los centros señalados

Foto: El Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, a los 18 años. (Cedida)
El Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo, a los 18 años. (Cedida)

Cuando el hermano Gabilondo llegó al colegio Sagrado Corazón de Madrid, en septiembre de 1973, se convirtió de inmediato en la comidilla del patio. Los niños seguían con la mirada al nuevo profesor, cuyo aspecto casi parecía una ofensa contra el resto de los curas. Allí donde había sotanas viejas, impregandas de olor a tabaco y sudor, y cortes de pelo marciales, el joven Ángel Gabilondo (1949) se presentó con una sotana impoluta, dicen que incluso ajustada, y una melena castaña que, a ojos de los niños, le daba un aire a Gunter Netzer, el flamante fichaje del Real Madrid. De hecho ese fue el primer mote de Gabilondo, Netzer, hasta que un nuevo apodo, urdido con la malicia de los bachilleres, terminó por imponerse: Cromañón. Unos dicen que era por la mandíbula; otros, por "las leches que daba".

Su mera presencia hizo que se tambaleasen los viejos dogmas del colegio, todavía arraigado al más rancio franquismo de sacristía: "Hasta ese momento, tanto los curas como los alumnos llevábamos cortes de pelo casi militares, siempre muy corto, y no era raro que te sacasen de clase para mandarte a la peluquería en cuanto lo vieran un poco largo", dice el exalumno Julián Ezquerra (1957). "Así que la melena del hermano Gabilondo fue una ruptura de las normas, parecía ser el único en todo el colegio que podía llevar ese pelo... y nunca se lo cortó. A partir de ahí fuimos todos poco a poco dejándonos crecer el pelo hasta que la norma cayó en desuso".

Gabilondo pronto se reveló como un ídolo yeyé. Muchos de sus alumnos aún recuerdan esa primera clase de Filosofía interrumpida por el altavoz de clase: 'Los alumnos de 6º, vayan a la capilla'. El joven fraile se apresuró a bloquear la puerta: "Estaba muy sorprendido y nos preguntó si nos obligaban a ir a misa. Le dijimos que sí, porque era verdad, y dijo que eso no podía ser. A partir de ese momento, los niños que no querían ir a misa se podían quedar en clase o en el patio", explica Ezquerra.

Foto: Ángel Gabilondo. (EFE/J.J. Guillén)

El impacto de fray Gabilondo se amplificó fuera de las aulas, donde terminó por ganarse al alumnado a base de fintas y regates. En los recreos solía remangarse la sotana y jugar al fútbol o al balonmano con los alumnos de los últimos cursos, aunque, cuando entraba en calor, terminaba por lanzarla a una banda para emplearse a fondo. "Francamente, era muy buen futbolista. Un centrocampista alto y fuerte, rápido y con buen toque de balón, de esos que si te chocas contra ellos acabas en la pared. Era el mejor futbolista del colegio y créeme que hacía la diferencia cuando jugábamos alumnos contra curas", rememora el exalumno.

Dicen las malas lenguas que a la hora de la salida, las chicas del internado Santa Catalina de Siena, situado en la acera de enfrente, se agolpaban en las verjas para ver ondear la melena de Gabilondo en el partidillo de la tarde. Y que el hermano se dejaba querer. Todo un fenómeno social en los Sagrado Corazón.

Quinto de nueve hermanos, hijo de un carnicero de San Sebastián, de niño Ángel Gabilondo quería ser futbolista. En ello estaba, destacando en los torneos de fútbol de La Concha, cuando una súbita vocación religiosa le alcanzó durante la adolescencia. Ingresó en el noviciado en Altsasu con 17 años y se ordenó fraile corazonista en homenaje a la orden de su colegio, el Sagrado Corazón de Mundaiz. Como el resto de novicios, Gabilondo llegó al colegio de Madrid para unas prácticas que no solían extenderse más de 3 o 4 años.

La melena del hermano Gabilondo iba en contra de las normas, fue una ruptura total

"Había mucho trasiego de curas jóvenes, que estaban un tiempo y se marchaban a otro colegio. Como Gabilondo, pasaban por allí e intentaban no fijarse mucho en lo que pasaba. Porque allí sucedían cosas horribles, todos lo sabíamos", dice Félix Sánchez (1968), un exalumno que ingresó en el Sagrado Corazón el mismo año que Gabilondo. "Pero mínimo tuvo que ver a niños castigados de rodillas y de cara a la pared durante horas y la violencia física que ejercían los curas sobre nosotros. Eso lo veías al primer día", sigue Sánchez.

Con sangre entra

Una de las consecuencias negativas del 'baby boom' español es que colapsó los colegios. A comienzos de los 70, las aulas del Sagrado Corazón acogían una media de 50 alumnos por clase, pero en el patio podían llegar a reunirse hasta 1.800 personas. "En mi clase éramos 58 alumnos. Aquello era ingobernable para un solo cura, de modo que la disciplina se mantenía a base de maltrato físico a los alumnos", dice Sánchez. "Yo he visto a frailes de 50 años pegarles varios puñetazos a niños de 6, delante de toda la clase, hasta que pudo esconderse detrás de los abrigos. También he visto dar bofetones a niños solo por ir cantando por los pasillos. Imagina el pánico que teníamos. Era algo que estaba socialmente aceptado, y más en un barrio como Chamartín, donde la mayoría eran militares que apostaban por la mano dura para la educación de sus hijos".

"Lo que más recuerdo es un ambiente de violencia que lo impregnaba todo", dice José Antonio Peñas (1966), que entró al colegio en 1971. "Siempre lo he visto normal, pero pasados los años, hablando con amigos que también habían ido a colegios de curas, me doy cuenta de que no lo era. Allí nos pegaban por todo y nosotros nos pegábamos por todo, era un clima de salvajismo generalizado que nos hacía vivir con el miedo adentro".

Para centenares de exalumnos del Sagrado Corazón, una piruleta es su Vietnam. Cada trimestre, el jefe de estudios iba clase por clase leyendo las notas, siempre con una bolsa de piruletas de fresa bajo el brazo. Eran solo para los que aprobaban; para los demás tocaba castigo físico. "Y aquello no era un guantazo, sino bastantes hostias y el resto de la tarde de rodillas contra la pared. Era una situación agónica para todos: cuando se escuchaba al cura llegar por el pasillo, muchos niños se cagaban y vomitaban en el suelo de la tensión", afirma Peñas.

placeholder Un religioso junto a estudiantes del Sagrado Corazón. (Facebook)
Un religioso junto a estudiantes del Sagrado Corazón. (Facebook)

Como otros exalumnos, Peñas relaciona parte de esta violencia con el mayorazgo, una tradición extendida en País Vasco y Navarra que otorga los derechos de herencia al primogénito, mientras que a los hermanos pequeños se los envía a la Iglesia o al ejército. "En el Sagrado Corazón había mucho segundo y tercer hermano vascos, señores que no tenían vocación ni para la religión ni para la educación y que llevaban demasiados años encerrados en el colegio. Se les notaba la amargura, la rabia, y lo pagaban con los niños, porque a nadie le importaba".

Al salir de clase, muchos niños daban rienda suelta a la tensión acumulada en batallas campales que se celebraban en un descampado cercano. "En cualquier momento te podían dar un puñetazo. Ya fuera un cura o un compañero, sin mediar palabra. Había un gamberrismo terrible, en aquel colegio estaba institucionalizada la violencia", lamenta Félix Sánchez.

El cuarto de la radio

La violencia física era palpable en el Sagrado Corazón, pero no era la única que se ejercía durante los años de Gabilondo. Había otra violencia, la sexual, de la que nadie quería —ni quiere— hablar. "Todos sabíamos lo que pasaba cuando un cura sacaba a un niño de clase, pero aquello era el sálvese quien pueda: mientras no me toque a mí, yo ni mu", dice Sánchez. "Tenía un profesor de francés que te permitía subir nota con una lección particular. Parece un chollo, pero no iba casi nadie, porque implicaba pasarte un rato a solas con él mientras te sobaba. El que quisiera pasar por ahí, o el que tuviese que aprobar por narices, pues iba. Recuerdo que un compañero sacó este tema delante del tutor y los demás le callamos rápidamente, porque sabíamos que no nos iba a traer más que problemas. Había una terrible omertá en torno a esto".

El televisivo Kiko Matamoros (1956) también pasó por el colegio y da fe de los abusos: "Era algo bastante habitual ver acoso sexual en el colegio, en el mismo patio podía verse a algunos curas manoseando a los niños", afirma. "Pero luego había situaciones más jodidas, como cuando te llamaba el director al despacho y te cogía de las manos, te tocaba los muslos y te metían la mano por debajo del pantalón". Matamoros sostiene que esto era conocido y tolerado tanto por la dirección como por el profesorado, y que solo cuando aparecía por allí un padre montando revuelo, se enviaba al cura acusado a otro colegio.

Todos sabíamos lo que pasaba cuando un cura sacaba a un niño de clase

"Mover a los curas 'peligrosos' entre centros era lo normal. Recuerdo que un día nos trajeron de profesor de un cura mayor de Vitoria, claramente con problemas de pedofilia, que nos decía en clase que era muy importante no llevar cinturón porque era malo para el riego sanguíneo. Luego te das cuenta de que te lo decía para poder meterte la mano en los pantalones con facilidad", dice Félix Sánchez. "En general te manoseaban constantemente en público, era algo socialmente admitido. A nadie se le ocurría que pudiera meterte mano un cura, pero creo que desde pequeños todos los niños de ese colegio desarrollábamos un instinto que nos decía que no era buena idea entrar con ellos en sitios cerrados".

El editor Pedro Aparicio (1962) estuvo en uno de esos lugares. "Yo recuerdo mi infancia en blanco y negro, y siempre he considerado aquel colegio como un campo de concentración, pero no sabía que también habían abusado de mí. Me di cuenta hace unos meses cuando, hablando con mi pareja de los casos de abuso sexual en Colombia, de repente me eché a llorar. Son unos recuerdos que había bloqueado y que salieron a borbotones", dice. "De repente recordé las tardes en las que un cura me sacaba de clase y me llevaba a un laboratorio de los de bachiller, que no iban después de comer. Allí había una radio de válvulas con la que se podía hablar con otros radioaficionados. Recuerdo que me sentaba sobre sus piernas, que me manoseaba y el asco que me daba notar que tenía una erección mientras se frotaba contra mí".

"El cuarto de la radio lo conocía hasta el apuntador, te llevaban para que vieras el invento y salías llorando", dice Matamoros. "El acoso sexual era algo generalizado en los curas del Sagrado Corazón. Y basta decirte que uno de los pocos que no era cura era el de gimnasia, y era Jesús Carballo, que estuvo luego acusado de violación por sus atletas". Durante sus últimos años en el colegio, Matamoros y su grupo de amigos se tomaron la revancha. "Nos poníamos en los billares de fuera y, a través de las ventanas para que no nos vieran, gritábamos 'maricón' y amenazábamos a los curas que pasaban", dice. "De hecho hubo una vez que las cosas se pusieron tan calientes en el autobús 29, el que va por Príncipe de Vergara, que un cura tuvo que bajarse corriendo porque lo mataban unos alumnos de Bachiller".

placeholder El colegio Sagrados Corazones a finales de los 60.
El colegio Sagrados Corazones a finales de los 60.

La violencia no se distribuía por igual. Los que aprobaban y se mantenían lejos de los rincones, tienen un buen recuerdo del colegio y apenas recuerdan una bofetada. Los malos tratos recaían por completo sobre los díscolos como Aparicio, que contestaba a los profesores, no sacaba buenas notas y enredaba en clase. Esto le convertía en la diana del profesorado, incluso de Gabilondo, que le tenía frito a collejas. "Dicen que no pegaba, pero a mí me metía una colleja cada vez que me veía. Y no era cualquier golpe, que estos curas vascos jugaban en el patio a pelota con una piedra, te puedes imaginar cómo eran de duras esas manos para un niño pequeño", dice. No obstante, el editor está más preocupado por la actual situación Gabilondo: "Lo que no puedo entender es que saliese de ahí sin acordarse de nada y acabase de ministro. ¿Que no se enteró de lo que pasaba a su alrededor? Él no solo veía lo que los demás, sino que vivía en el propio colegio. ¿Alguien puede creer que en varios años no viese nada? Me gustaría hacerle unas cuantas preguntas de aquella época en directo, en la televisión, a ver cómo sale de ahí".

Fray Gabilondo colgó los hábitos en 1979; es una época de su vida de la que no le gusta hablar. Este periódico se ha puesto en contacto con él a raíz de su designación para investigar los abusos sexuales de la Iglesia en España, pero el Defensor del Pueblo solo remite una nota sin derecho a réplica: "Yo no tuve conocimiento de ningún caso de abusos sexuales en los colegios en los que estuve impartiendo clase. De haberlos conocido los hubiera denunciado. Estoy y he estado siempre a favor de que se investiguen los abusos a menores y de que se diriman responsabilidades".

La investigación

'El País' denunció hace unas semanas un caso de abuso sexual en 1971 en el Sagrado Corazón de Madrid que llegó hasta el Papa y está siendo investigado por la congregación. Se trata de un evento anterior a los aquí citados, que surgen de entrevistas con una decena de alumnos de la época. Sin embargo, pese a que todo indica a que se trata de algo más que un caso aislado, por el momento no se valora ampliar el rango: "Hasta que desde 'El País' —y posteriormente la Conferencia Episcopal— nos remitieron esta información hace unos meses, no habíamos tenido conocimiento de ningún caso similar en nuestros colegios", afirma Javier Marquínez, coordinador del Equipo de Misión y Titularidad, y encargado de la investigación sobre los abusos dentro de los Corazonistas.

"Desde que tuvimos conocimiento, nos hemos reunido con las víctimas. En estos momentos nos encontramos en un proceso de escucha, de acompañamiento, de establecer medidas que reparen y restauren el dolor causado", comenta Marquínez. Según explica a El Confidencial, de momento la investigación se ha centrado en el testimonio de las víctimas y no tienen previsto ampliar la indagación para comprobar si los abusos se repitieron en otros alumnos. "No queremos implicar a nadie más, son procesos muy penosos y dolorosos", señala el responsable del la investigación.

placeholder El Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo. (EFE)
El Defensor del Pueblo, Ángel Gabilondo. (EFE)

En la mayoría de los casos, los delitos habrían prescrito civilmente, a pesar de la modificación que introdujo el año pasado la Ley de la Infancia, dadas las fechas en que se produjeron. Sin embargo, desde los corazonistas recuerdan que el "derecho canónico permite una dispensa de la prescripción en casos graves", por lo que han planteado a las víctimas que "sería conveniente que también presentaran una denuncia".

Tras el proceso de "investigación previa", en el que se encuentran en este momento, las conclusiones se "elevarán al consejo provincial de los Corazonistas y a la congregación para la Doctrina de la Fe, en el Vaticano", explica Marquínez. "Sabemos que ha habido errores y queremos solucionarlo de la mejor manera posible, por eso estamos con las víctimas, les hemos pedido disculpas y nos consta que las han aceptado de buen grado".

Cuando el hermano Gabilondo llegó al colegio Sagrado Corazón de Madrid, en septiembre de 1973, se convirtió de inmediato en la comidilla del patio. Los niños seguían con la mirada al nuevo profesor, cuyo aspecto casi parecía una ofensa contra el resto de los curas. Allí donde había sotanas viejas, impregandas de olor a tabaco y sudor, y cortes de pelo marciales, el joven Ángel Gabilondo (1949) se presentó con una sotana impoluta, dicen que incluso ajustada, y una melena castaña que, a ojos de los niños, le daba un aire a Gunter Netzer, el flamante fichaje del Real Madrid. De hecho ese fue el primer mote de Gabilondo, Netzer, hasta que un nuevo apodo, urdido con la malicia de los bachilleres, terminó por imponerse: Cromañón. Unos dicen que era por la mandíbula; otros, por "las leches que daba".

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