Los trabajadores transfronterizos atrapados en Ceuta, en el limbo: "Somos invisibles"
Un trabajador transfronterizo es aquel que trabaja a un lado de la frontera, pero vive en el otro y vuelve a su casa al menos una vez a la semana. Un inmigrante legal de ida y vuelta
Hasta el 13 de marzo de 2020, fecha en la que Marruecos cerró el paso fronterizo del Tarajal ante el avance de la pandemia de covid-19, Hassan, técnico de Rolex de joyerías Chocrón, era un trabajador transfronterizo perfectamente normal en Ceuta. Cotizando en la Seguridad Social desde hace 30 años, Hassan tenía su vida repartida a ambos lados de la frontera. En Tetuán, su familia. En Ceuta, su contrato de trabajo. Pero hace ya más de un año y medio que la pandemia lo puso todo patas arriba. Desde entonces no puede ver a su familia si no quiere perder el empleo y su condición de transfronterizo carece de sentido con la frontera cerrada. “Mi pregunta es ¿somos trabajadores legales o ilegales?”, interroga desesperado, “¿No tenemos derechos? ¿Qué pasa con nosotros?”
Hassan, como todos los trabajadores con título de transfronterizos en regla, cotiza a la Seguridad Social y por tanto tiene acceso a la sanidad pública española y en el futuro tendrá derecho a una pensión de jubilación. Pero no tienen derecho a la indemnización por despido, ni a subsidio o ayuda alguna. No figuran en ningún censo, ni tampoco tienen libertad de movimientos: su condición les avala para cruzar la frontera entre Marruecos y Ceuta sin visado, pero nada más. Se trata de una figura laboral poco conocida en el resto de España pero que en Ceuta daba trabajo a miles de marroquíes de las localidades cercanas a la frontera, mayoritariamente empleadas de hogar, pero no solo. Quienes permanecieron en la ciudad autónoma pese el cierre de la frontera se han quedado en el limbo. Ahora, de facto, ya no son transfronterizos, son inmigrantes en un vacío legal aunque cotizando en algunos casos desde hace décadas.
Este lunes, como vienen haciendo desde hace tres semanas, alrededor de medio centenar de trabajadores y trabajadoras transfronterizas se han concentrado ante la Delegación de Gobierno para reclamar una solución que les permita regularizar su situación en Ceuta. Y solo en Ceuta. Ellos no quieren cruzar a la Península, tienen trabajo en la ciudad autónoma y solo piden tener derecho a poder regresar eventualmente a su país para ver a sus familias y poder regresar a su trabajo en Ceuta, como hacían antes. Como hace el resto de los trabajadores extranjeros en regla.
Año y medio en el limbo
“Llevamos un año y medio sin poder ir a nuestras casas, sin poder abrazar a nuestros hijos y hermanos, sin poder ayudar a nuestros mayores, y sin poder ser parte de algo tan relevante y necesario como nuestra familia”, explica Rachida Jraifi, que ejerce de portavoz. “Un año y medio en el que nadie se hace cargo de nosotros, de nuestra situación, nadie se interesa por nosotros y nadie nos ayuda. De hecho, de no haber sido por la solidaridad de las personas con las que trabajamos, muchos de nosotros estaríamos viviendo en la calle. Sin estas personas que nos han acogido y nos han abierto las puertas de sus casas seríamos seres invisibles”.
Rachida matiza que cuando reclaman ayuda no lo hacen en un sentido económico: “No es eso lo que estamos buscando, tenemos trabajos estables desde hace muchos años, no pedimos ayuda económica sino una ayuda lógica, una ayuda que pediría cualquiera en nuestra situación, que las autoridades de Ceuta nos ayuden de alguna manera a resolver los trámites burocráticos que nos impiden tener algún tipo de derecho en la ciudad o simplemente formar parte del padrón, como trabajadores que estamos dados de alta en la Seguridad Social. No podemos entrar en Marruecos, no podemos salir de la ciudad, no tenemos derechos que nos amparen y muchos de nosotros ya no tenemos ni pasaporte. Solo pedimos que nos ayudéis a dejar de ser invisibles”, ruega Rachida.
Trámites presenciales en Marruecos
Su problema reside en el punto de intersección entre la burocracia y la realidad que impone la pandemia. El pasado 21 de diciembre acabó el plazo para solicitar la renovación de los permisos de los trabajadores transfronterizos que caducaron durante el estado de alarma. Aquellos que no pudieron hacerlo se enfrentan a un imposible para volver a tramitar de inicio sus permisos para trabajar en territorio español, ya que se exigen documentos penales o de residencia en la provincia de Tetuán cuyo trámite es presencial. Solo lo pueden hacer en Marruecos y eso supondría no poder volver a entrar.
Y que conste en acta, subrayan todos los preguntados, que no tienen intención alguna de cruzar a la Península. Su vida está aquí. “Yo no quiero ir a ningún lado, yo trabajo aquí y vivo aquí muy bien, no quiero perder 26 años de trabajo”, descarta Himzo. No es su nombre, en realidad el reportero fue incapaz de entenderlo. “La señora para la que trabajo tampoco sabe decirlo y me llama Himzo”, explica divertida. Himzo es de Beliones, una localidad vecina a la valla fronteriza, a solo unos metros de Ceuta en linea recta pero a varios kilómetros por carretera. Ella lleva toda una vida en la ciudad autónoma, casi tres décadas en las que que ha vivido todas las caras de lo que supone ser una trabajadora transfronteriza.
Durante sus primeros diez años en Ceuta trabajó para la familia del que fuera presidente del PP de Ceuta, el ya desaparecido Pedro Gordillo, tras cuya fallecimiento ya no era necesaria y fue despedida. Sin derecho a paro ni despido, explica echándose las manos a la cabeza. Tuvo que buscar otro hogar en el que trabajar. Desde entonces lo hace con la misma “señora" y la consideran una más de la familia, al fin al cabo ella ha criado a sus hijos. “Y ahora tengo el pasaporte caducado pero tengo que ir a Marruecos a renovarlo, pero no puedo”, se lamenta. “Salir claro que puedes, pero si salgo no me dejan volver a entrar, ese es el problema”
“Estamos atrapados”, resume Rachida, “no queremos ni podemos perder nuestro trabajo pero tampoco podemos vivir así. Somos conscientes de la connotación negativa que tiene la palabra transfronterizo, sabemos que nos cierra muchas puertas. Pedimos que las autoridades se pongan en nuestro lugar y revisen el acuerdo que supuestamente vela por nosotros. Nuestra situación es insostenible. Muchos son madres y padres que tienen hijos pequeños con los que no pueden estar, es terrible”.
Es el caso de Hamed, Aisha y Mohksin, por poner solo tres ejemplos de las decenas de dramas personales que se entrecruzan en este problema. Hamed es cocinero del Mentidero, un conocido bar de tapas de Ceuta. Muchos son los ceutíes que han dado cuenta de sus montaditos, pero casi ninguno sabe que los hace un hombre que se muere de pena cada día: durante la pandemia nació su primera hija, a la que no ha podido tener en sus brazos todavía. El dolor de Aisha es otro, ya sin remedio: durante la pandemia murió su padre y no pudo asistir al entierro ni ha podido abrazar a su madre. Y a Mohksin se le saltan las lágrimas explicando que su hijo pequeño solo llora cuando habla con él por teléfono. Ya no se acuerda de su padre, al que apenas ha visto desde que nació.
Trabajadores legales sin derechos
“Siempre vivo con el temor de si le pasara a algo a mi familia qué voy a hacer”, se pregunta Hassan, el técnico de relojes de alta gama, que indignado subraya la paradoja de que son trabajadores extranjeros en regla pero sin derechos. “Si la gente que ha entrado en una avalancha ya han solucionado su problema, ya han llevado a muchos a la Península y nosotros, que cotizamos, no tenemos ni derechos, no podemos hacer la declaración de la renta, te llevo de tu dinero pero no puedes hacer cuentas conmigo y no nos dejan salir de la zona fronteriza. ¿Somos seres humanos o no? ¿Estamos arrestados o no? ¿Trabajamos legalmente o ilegalmente?. Aquí hay de todo tipo de trabajadores, la gente más digna, la más formal, la que ayuda al desarrollo de la ciudad, siempre, no tenemos ningún problema con la autoridad, somos trabajadores normales y formales, pero no sabemos si tenemos derecho a trabajar aquí o no”.
Pero ellos son los que se han quedado. Muchos otros, la mayoría, se quedaron en Marruecos o se fueron de vuelta en las operaciones de retorno de transfronterizos que se llevaron a cabo durante el estado de alarma. El cierre de la frontera hace ya 17 meses dejó además al otro lado de la frontera a miles de personas sin empleo. Aunque son muchos los casos de ceutíes que siguen pagando a sus “muchachas”. “Hay algunos casos, pero no muchos”, atempera Habiba, caballa de toda la vida pero vecina y amiga de una de las trabajadoras transfronterizas que ha acudido este lunes, de nuevo, a protestar por su situación.
Hay todo tipo de empleos entre los transfronterizos y llegaron a ser más de 4.000 solo en la ciudad autónoma
Hay todo tipo de empleos entre los transfronterizos —camareros, obreros de la construcción o incluso técnicos de relojes de lujo— y llegaron a ser más de 4.000 solo en la ciudad autónoma. No hay una cifra oficial ni siquiera aproximada que calcule cuántos son los que quedan en Ceuta. La inmensa mayoría son mujeres empleadas de hogar. Su cifra había tocado techo en Ceuta justo antes del estallido de la pandemia, en febrero de 2020, cuando llegó a 2.157. Un año después son menos de la mitad. Según cifras oficiales, el número de bajas en el Sistema Especial para Empleados de Hogar del Régimen General de la Seguridad Social en códigos de cuenta de cotización de Ceuta, de trabajadores de nacionalidad marroquí y que en la actualidad figuran en las bases de datos con domicilio en Marruecos ha sido de 1.253, tras el cierre de la frontera.
Todo ello solo en referencia a los trabajadores transfronterizos registrados, sin contar con todos aquellos trabajadores transfronterizos sin contrato. Miles de hombres y mujeres que cada día entraban a trabajar en Ceuta y volvían a su casa al término de su jornada laboral. Ellos se quedaron al otro lado, sin su forma de vida, sin empleo y sin posibilidad de acceder a uno. Un cataclismo que coincidió en el tiempo con la decisión de Marruecos de poner fin al comercio transfronterizo, que, aunque en condiciones de miseria, daba de comer a otros tantos miles de familias. Una situación de asfixia económica que asoló a la provincia de Tetuán, que se quedó sin su principal fuente de empleo: la frontera.
Desde entonces, a un lado del perímetro fronterizo que separa a Ceuta de Marruecos los trabajadores transfronterizos se quedaron sin trabajo, al otro se quedaron en el limbo. Pero no son invisibles, se les puede ver todos los días en la oficina de Correos, enviando dinero a esas familias a las que no podrán abrazar hasta que se reabra la frontera.
Hasta el 13 de marzo de 2020, fecha en la que Marruecos cerró el paso fronterizo del Tarajal ante el avance de la pandemia de covid-19, Hassan, técnico de Rolex de joyerías Chocrón, era un trabajador transfronterizo perfectamente normal en Ceuta. Cotizando en la Seguridad Social desde hace 30 años, Hassan tenía su vida repartida a ambos lados de la frontera. En Tetuán, su familia. En Ceuta, su contrato de trabajo. Pero hace ya más de un año y medio que la pandemia lo puso todo patas arriba. Desde entonces no puede ver a su familia si no quiere perder el empleo y su condición de transfronterizo carece de sentido con la frontera cerrada. “Mi pregunta es ¿somos trabajadores legales o ilegales?”, interroga desesperado, “¿No tenemos derechos? ¿Qué pasa con nosotros?”