Las asistentas que se tiraron al mar para volver al trabajo: "Dónde la metes con el virus"
Más de 48 horas después, miles de marroquíes siguen vagando por las calles de Ceuta. Son en su inmensa mayoría veinteañeros, sin trabajo ni esperanza alguna de encontrarlo
Más de 48 horas después, miles de marroquíes siguen vagando por las calles de Ceuta. Son, en su inmensa mayoría, veinteañeros, sin trabajo ni esperanza alguna de encontrarlo, que dejaron todo atrás a la carrera con los bolsillos vacíos para cruzar a Ceuta a nado ante las facilidades que les daba su propio Gobierno. Atrás han dejado un pueblo sin casi gente joven. Pero, aunque son los que copan las calles y deambulan en grupos de la ciudad autónoma, no fueron los únicos en entrar. Con ellos lo hicieron familias enteras, hombres adultos y mujeres, muchos de ellos trabajadores transfronterizos que no han podido volver a su empleo desde el 13 de marzo de 2020, fecha en la que Marruecos decidió cerrar sus fronteras con España ante el avance de la pandemia del covid-19.
Es difícil seguir su rastro. Ellos no duermen en la calle. Su itinerario fue distinto, muchos de ellos tenían amigos o familiares esperándolos en el Tarajal o tenían dónde ir y un empleo que esperaban recuperar. Este es el caso de las empleadas de hogar transfronterizas, más de 2.000 afiliadas a la Seguridad Social en Ceuta y otras tantas trabajando sin contrato, según cifras anteriores a la pandemia. Cada mañana venían de las localidades cercanas a la frontera o incluso desde Tetuán y cada tarde regresaban a su país. Trabajadoras baratas y eficientes que, sin contrato, por 25 euros te limpiaban la casa de arriba abajo y se volvían para Tetuán en uno de los cientos de taxis compartidos que salían desde el lado marroquí de la frontera del Tarajal, Bab Sebta para los marroquíes
Rachida (nombre ficticio) es una de ellas, pero no quiere hablar. Lo hace a duras penas a través de la mujer para quien trabaja y que el lunes se encontró con la sorpresa del regreso de su “muchacha”. “La pobre me dice que no quiere, que no se sabe explicar, que ha pasado mucho miedo”. Rachida ha tenido suerte, tiene donde quedarse y recuperará el trabajo que perdió hace ya 14 meses. Pero no ha sido el caso de todas. Varias de las empleadas de hogar transfronterizas que cruzaron en la avalancha del lunes se han encontrado con la negativa de sus empleadores y se cuentan entre quienes han sido devueltos a Marruecos.
“No puedes contratarla porque es ilegal y, en casa, dónde la metes ahora con el covid…”, explica uno de esos ceutíes que han tenido que rechazar a las que fueron sus empleadas, cuando había una frontera y la pandemia no lo había trastocado todo. Su condición laboral como transfronterizas es, además, singular y las hace especialmente vulnerables ante cualquier crisis, más aún ante esta: dadas de alta en la Seguridad Social, pero sin derecho a subsidio de desempleo o pensión de jubilación. Además, su condición de transfronterizas tampoco les ha dado derecho a acceder a las prestaciones de los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) de las que sí se han podido beneficiar los trabajadores extranjeros por el estado de alarma.
Moazzid tiene 37 años, es vecino de Rincón y también trabajador transfronterizo y, como tal, tuvo que elegir el día que Marruecos cerró la frontera ante la pandemia de covid-19: el trabajo o la familia. Él escogió su trabajo de camarero en una cafetería de la Gran Vía de Ceuta y hace muchos meses que no ve a su familia. Con él está Nissar, 17 años, amigo y vecino de Rincón. Se acaban de encontrar al fin por mediación de un amigo. Nissar, gorra de béisbol blanca, bañador y chanclas de playa, carga con una bolsa en la que lleva lo que parece una manta, a la que se abraza como si lo mantuviera a flote. Chapurrea español lo suficiente para explicar que hasta el viernes pasado estudiaba segundo año de bachillerato y trabajaba. Afirmación esta última ante la que su amigo Moazzid arquea una ceja negando con la cabeza ostensiblemente. “No futuro, no trabajo en Marruecos, mejor España, en Rincón y Castillejos ya no queda nada”. “No tiene padre, ni madre, nada allí, está solo”, explica Moazzid. Nissar asiente agarrado a su fardo, no quiere fotos, solo quiere irse con su amigo.
Abdul, 18 años, también estudiaba bachillerato en Rincón, también chapurrea algo español. O eso dice. Es el único de sus amigos por debajo de los 20. Ahmed, 23 años, es mecánico, “yo bueno trabajando”, asegura; Bilal y Rachid dicen ser peluqueros. De todos solo Adil, el mecánico, trabajaba en Marina Smir —una serie de urbanizaciones a pie de playa en la que muchos ceutíes tienen su segunda residencia—, pero no le merecía tanto la pena como para no soñar con un futuro mejor en España. El resto no ha trabajado nunca en su vida.
Hamza es un poco mayor, 26 años. Tampoco ha trabajado nunca, “se buscaba la vida”. Él se sale de la media. Llega de Chaouen, una localidad eminentemente turística cuyas callejuelas azules no han visto un viajero desde hace más de un año. Tetuán es otro de los puntos desde los que han llegado miles de personas dispuestas a cruzar la frontera si les daban la oportunidad. El resto, una inmensa mayoría, llegan principalmente de las localidades de Fnideq y Mdiq (Castillejos y Rincón, para los ceutíes) y otros pueblos cercanos a Tetuán, sumidos en una profunda crisis estructural desde que Rabat decidiera cortar por lo sano con el porteo en diciembre de 2019, vetando poco después todo tipo de tráfico de mercancías, incluido el pescado que abastecía al Mercado Central de Ceuta desde el puerto pesquero de Rincón.
Y tres meses después del final bruto del porteo, llegó la pandemia. Y la frontera se cerró a cal y canto sumiendo en la miseria a cientos de miles de familias. Quienes se buscaban la vida en la ciudad autónoma, quienes probaban suerte con el porteo de mercancías por la frontera del Tarajal y quienes tenían su contrato en regla y entraban cada mañana para trabajar de camareros y principalmente empleadas de hogar, todos se quedaron sin sustento. Y empezó, poco a poco, la gran evasión.
Desde el cierre de la frontera impuesto por la pandemia, el goteo de entradas a nado, casi siempre jóvenes, muchos de ellos menores, ha sido constante. Siempre en pequeños grupos. Hasta el 25 de abril, cuando de sopetón, en lo que parece un ensayo de lo vivido esta semana, un centenar de jóvenes se lanzaron al agua para bordear el espigón de la frontera con Ceuta ante la pasividad de las autoridades marroquíes. 80 lo lograron, siete de ellos menores, uno de solo 12 años. Un episodio que hasta entonces se enmarcaba en la angustiosa situación que vive Castillejos, que ve como poco a poco huyen sus jóvenes, mientras la economía de la ciudad agoniza, a la espera de que Rabat cumpla lo anunciado a bombo y platillo y ponga en marcha la zona franca que ha de sustituir al porteo y hacer olvidar la dependencia económica de Ceuta.
Pero ni la zona franca es todavía una realidad cercana, ni hay empleo, ni hay porteo y, por si fuera poco, no hay ni frontera. Y el hartazgo de los vecinos de Castillejos hace tiempo que alcanzó su límite. Durante los meses de febrero y marzo se sucedieron las protestas y los disturbios en Castillejos —tres de especial envergadura— reclamando a Rabat la apertura de la frontera. Miles de personas salieron entonces a la calle, una escena poco común en Marruecos, para manifestar su malestar. Los medios locales de Marruecos señalaron a España como presunta instigadora de las protestas. El Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD) manifestó en un comunicado que el origen de las protestas estaba en “fuerzas exteriores”, señalando a "los enemigos de la integridad territorial", que solo buscan “ofender la imagen de Marruecos en el exterior”.
No se sabe si las quejas llegaron a Rabat. Lo que sí sabemos es que, apenas dos meses después, Marruecos abrió la puerta de la valla fronteriza que la separa de España para permitir que muchos de aquellos que salieron a la calle para gritar que se estaban muriendo de hambre pudieran escapar. Y de paso crear a Ceuta un problema sin precedentes. La mañana de este miércoles, la policía marroquí ha sellado el paso fronterizo del Tarajal y ha interrumpido, en parte, el éxodo migratorio.
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Más de 48 horas después, miles de marroquíes siguen vagando por las calles de Ceuta. Son, en su inmensa mayoría, veinteañeros, sin trabajo ni esperanza alguna de encontrarlo, que dejaron todo atrás a la carrera con los bolsillos vacíos para cruzar a Ceuta a nado ante las facilidades que les daba su propio Gobierno. Atrás han dejado un pueblo sin casi gente joven. Pero, aunque son los que copan las calles y deambulan en grupos de la ciudad autónoma, no fueron los únicos en entrar. Con ellos lo hicieron familias enteras, hombres adultos y mujeres, muchos de ellos trabajadores transfronterizos que no han podido volver a su empleo desde el 13 de marzo de 2020, fecha en la que Marruecos decidió cerrar sus fronteras con España ante el avance de la pandemia del covid-19.
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