Miriam Rodríguez: "El machismo ha desincentivado en silencio a muchas mujeres"
"Llega un momento en el que pierdes el miedo y lo relativizas", dice la directora general en España de la multinacional farmacéutica Aspen Pharma, que comercializa anestésicos como Emla
Miriam Rodríguez siempre tuvo claro que era una mujer de ciencias. Asturiana de nacimiento, cuando terminó el colegio pensó que, por seguir con las cosas de la tierra, nada mejor que ser Ingeniera de Minas. Pero una amiga de su madre, profesora de esa escuela, le quitó la idea de la cabeza. "No se te ocurra hacerlo. Nunca te dejarán bajar a una explotación, ni entrar a una mina ni liderarla, y te frustrarás", le dijo. Era 1990, cuando los temas de diversidad e igualdad habitaban entre poco y nada en ambientes educativos y empresariales.
Apareció entonces la opción de estudiar Farmacia. "Eso tenía su atractivo porque implicaba estudiar fuera de casa", bromea. Y se fue a Salamanca a hacer la carrera. "Eso me ayudó a ganar autonomía desde joven porque tienes que fabricar tu propio personaje. Me hizo valiente", añade.
"Digamos que me he dejado llevar por la vida, aunque también haya tomado mis propias decisiones. Pero si nunca hubiera salido de Oviedo sería y pensaría de otra forma. Me he ido haciendo a mí misma en medio de un montón de cambios. Llega un momento en el que pierdes el miedo y lo relativizas", dice la directora general en España de la multinacional farmacéutica Aspen Pharma, que comercializa anestésicos como Emla. Como perdió el miedo cuando mandó a casa a toda su plantilla días antes de que nos encerraran al resto por el confinamiento. Como se enfrentó a él cuando peleó porque llegaran a España muchos más anestésicos como los que fabrica su empresa para hacer frente a la primera ola. Como cuando llevó hace unos días a su hijo mayor a vacunarse contra el covid sabiendo que parece tripanofobia, es decir, pánico a las agujas.
Rodríguez es una fábrica de adrenalina, aunque la dosifica. Desprende seguridad y vibra, que dicen los mexicanos, sonríe y parece tenerlo todo bajo control. Posa para las fotos y reconoce entre risas que aunque nunca ha tenido una farmacia, le preguntan "todo el rato" como si ejerciera.
PREGUNTA. Si no me equivoco, usted al principio pensaba más en hospitales que en empresas, ¿verdad?
RESPUESTA. Sí, hice toda la carrera bastante convencida de que iba a acabar trabajando en una farmacia hospitalaria. Me preparé para esas oposiciones (FIR, en lugar de MIR) y de repente empecé a dudar de si era eso lo que quería. No me veía. Pensaba: ¿y si mi te toca en el hospital de no sé dónde y eso es lo que me espera para el resto de mi vida? Hasta que pareció una persona de Sanofi por la universidad porque estaban buscando gente y me propuso incorporarme a la red de ventas de la empresa. Me pareció interesante, yo no tenía nada que perder, así que me dije: "Probemos". Y me llamaron de todo, sobre todo loca, esquirol…
"Me topé con frases tipo: 'Ah, perdona, es que en mis tiempos las mujeres eran secretarias, no tenían cargos de management'"
P. ¿Quién se lo llamó?
R. Mis propios compañeros de carrera. "¡Te pasas cinco años estudiando Farmacia para irte a trabajar a la industria!". Era como irse al lado oscuro. También en mi casa supuso un poco de shock, porque he de decirte que ellos me veían como boticaria, ¡una cosa taaaan bonita para una chica! (sonríe).
P. Es importante que la familia entienda a lo que nos dedicamos, para presumir con conocimiento…
R. Fíjate, poder decir "mi nieta es farmacéutica". El caso es que me encantó estar en Sanofi durante diez años. Aquel era un entorno muy profesional, competitivo, lleno de cambios… me educó en la resiliencia y aprendí mucho. Me gustaba trabajar en un entorno neutro, no sé si me explico, en el que nunca se planteaban diferencias entre hombres y mujeres. Al menos no las noté durante los primeros años, hasta que empecé a promocionar.
P. ¿Qué cambió?
R. Me topé con frases tipo: "Ah, perdona, es que en mis tiempos las mujeres eran secretarias, no tenían cargos de management". Cuando escuché aquello la primera vez no sabía si me estaban hablando en serio o era una broma. Pero, tras la perplejidad, se me abrió una caja de Pandora, porque hasta ese momento nunca se me había pasado por la cabeza que ser mujer fuera un problema. Me costó integrar aquello.
P. Me decía al principio que siempre tuvo clara su vocación por la ciencia. Hoy se habla y se escribe mucho sobre la falta de vocaciones STEM en las niñas y las adolescentes. ¿Era usted también una rara avis en clase?
R. Yo estaba en las Teresianas y éramos solo chicas, pero las de ciencias puras éramos muy pocas. Alguna se hizo ingeniera, yo soy la única farmacéutica, pero el resto optó más por Empresariales, Económicas… En aquel momento y a esa edad, igual que ahora, es complicado saber lo que una quiere. A veces las cosas te gustan si alguien te ha inspirado un poco, y hubo una monja en el cole que me despertó mucha vocación por la ciencia. Este sigue siendo un problema, la falta de referentes, de modelos. Que los hay, pero es que no se ven. Los periodistas tenéis un papel importantísimo, porque hay muchas historias de éxito.
Y también hay otras desigualdades. Hay muchas mujeres trabajando en el mundo de los datos, pero ellas están en posiciones analíticas y ellos son los que toman las decisiones. Así, el sesgo prevalece aunque alcancemos la paridad, porque son ellos los que mandan.
P. Le confieso que me he quedado en la frase de lo de la secretaria. ¿Tiene usted otras perlas en esa caja de Pandora?
R. Sí, deja que me explique con cautela. Después de Sanofi estuve en una compañía, Ferrer Pharma, que no se parece nada a lo que es hoy, esto quiero que quede claro para que no haya malentendidos. Pero cuando yo entré estaba liderada solo por hombres. De hecho, fui la primera mujer en un puesto directivo en el ámbito comercial. Había personas que llevaban 30, 40 años allí, totalmente empoderadas en cómo se tenían que hacer las cosas y cuál era el rol de las mujeres. Cuál era su cometido en edad fértil, por ejemplo.
"Recuerdo a una persona que, en una reunión, dijo que yo era una mujer con mucha energía, 'como una jaca a la que había que domar'"
P. Una etapa peligrosísima, como todo el mundo sabe.
R. Imagina, es que encima yo me incorporé gracias a un jefe loco que dejó de estar en breve en la compañía, porque me contrató el día que terminé la baja maternal de mi segunda hija. Mucha gente de la empresa no daba crédito y decía: "¿Ha contratado a una mujer recién parida, con dos bebés, para dirigir una unidad? Esto no va a funcionar". Funcionó, y de hecho creo que también he sido una buena madre. He luchado mucho y me he sacrificado mucho por encontrar mi balanza, que no tiene por qué ser la tuya.
Pero vamos a los momentos chocantes. Recuerdo a una persona que en aquel momento estaba por encima de mí, en una reunión, decir que yo era una mujer con mucha energía, "como una jaca a la que había que domar".
P. A quién no le habría encantado escuchar aquello. Es muy elegante.
R. Sí, fue muy correcto, sobre todo en una reunión repleta de gente a la que, en su mayoría, le pareció un símil muy gracioso. A veces discuto con amigos por cosas así, cuando me dicen que "esto de la desigualdad es una cosa que decís vosotras, porque yo en mi empresa no lo veo". Quizá no lo ven porque no lo han sufrido nunca. Pero claro que existe, y el machismo ha desincentivado en silencio a muchas mujeres que habrían sido buenas ejecutivas, porque a nadie le apetece que le pregunten si va a ser capaz de hacer algo o dedicarle el tiempo suficiente por el hecho de tener hijos, o que le digan eso de que las mujeres somos muy emocionales. Hay actitudes veladas, una tras otra, que hacen que no te compense. Y creo que quienes hacen esos comentarios no perciben nada malo en ello porque las cosas han sido siempre así.
A veces todo esto se entiende como un feminismo que va en contra de los hombres, y no es verdad. A mí me gusta defender la igualdad y los derechos de todos, y me cuesta entender que haya una mujer que no sea feminista. Es como si dijéramos que no defendemos los derechos humanos. Eso no quiere decir que nosotras no tengamos esos sesgos inconscientes, claro. A veces me escucho a mí misma y me lo tengo que repensar todo, porque tenemos prejuicios instalados que son muy fuertes.
P. Los planes de igualdad y diversidad en las empresas quedan impecables en el papel. ¿La realidad se parece a lo que está en un informe?
R. Ahora trabajo en una multinacional sudafricana que cotiza en Bolsa y para la que la diversidad es un factor esencial, una ratio que se mide, pero en la mayoría de las reuniones del comité de dirección en Europa soy la única mujer. Y hablamos de Europa, donde hacemos alarde de lo avanzada que está la igualdad en los países nórdicos.
Si te digo la verdad, en España las cosas están muy parecidas a las de otros países, digan lo que digan las estadísticas. Al final la rara soy yo por el hecho de tener a muchas mujeres en mi equipo. Cuando me lo dicen, les digo siempre que no es producto del azar, sino de la voluntad porque las cosas sean así.
P. ¿Qué opinión le merece el Ministerio de Igualdad?
R. Yo creo que las políticas y las normativas son muy necesarias cuando hay algo que no fluye. Pero una vez que se establecen, tienes que marcar unos objetivos y unas prioridades. Cambiar culturas y hábitos es una cosa que va muy lento, muy paso a paso; tienes que hacerlo a través del convencimiento, de la educación, y hacer que la gente reconozca que hay un problema. Todo esto es muy difícil de conseguir si se hace desde la disrupción y la virulencia. No me refiero a temas como el maltrato, porque la violencia de género no es discutible, no hay política cuando hablamos de derechos humanos. Pero en otras cosas… impulsar la igualdad es muy importante, de abajo a arriba, pero no sé si necesitábamos entrar en debates léxicos y lingüísticos, por ejemplo, y tengo mis dudas del efecto contrario que puedan generar.
P. Las farmacéuticas han vivido un punto de inflexión con la llegada del covid. ¿Qué tuvo usted que remover desde el 14 de marzo de 2020?
R. La pandemia me ha removido los cimientos, profesional y personalmente. Desde el punto de vista profesional porque somos fabricantes de anestésicos, y hacemos productos esenciales para mantener a los pacientes con vida en las UCI, entubados y sedados con respirador. Fue tan extrema la demanda de productos durante las primeras diez semanas de confinamiento, la racional y la emocional (la que necesitaban los pacientes y la que se intentaba recopilar para tener almacenada), que competíamos con el resto de países de Europa, con datos muy parecidos a los nuestros.
Diez días antes de que nos encerrasen empezamos a ver picos muy inusuales de venta de determinados productos, así que dimos una alerta a la Agencia Española del Medicamento, pero entonces el virus era una cosa que estaba en Italia y parecía que aquí no iba a llegar. El lunes de esa semana hablé con un epidemiólogo y me dijo: "Si yo fuese tú mañana cerraría las oficinas y mandaría a todo el mundo a casa". Y lo hice. Fue difícil, porque cuando tomas una decisión así mandas un mensaje muy potente, y no lo había hecho ninguna de nuestras filiales.
P. ¿No la llamaron loca esta vez?
R. Claro, algunos directores generales me dijeron que estaba generando una alarma que me iba a pasar factura, que iba a ser siempre la loca que cerró España. Y que conste que no me siento una visionaria.
A la semana siguiente teníamos todos los hospitales de España contagiados con pacientes, los teléfonos ardiendo, el equipo alertando de rotura de stock… Yo nunca había llamado a más países en menos tiempo. Trajimos producto de China, de Colombia, de Brasil, de Baréin, de Dubái… Presionamos una barbaridad para que se crease un 'ranking' de países por número de pacientes para poder traer más producto.
Fíjate que las multinacionales trabajamos con tanta previsión, y nadie había dado la alarma a las fábricas para que triplicaran la producción
Recuerdo los días y las noches en contacto con la Agencia Española del Medicamento, llamadas y conversaciones a horas impensables para intentar encontrar soluciones. Creo que es la primera vez en mi vida que de verdad sentí que estábamos colaborando entre el sector privado y el público. Todos poniendo encima de la mesa lo que necesitábamos y como podíamos ayudar.
Cuando la gente dice que se reaccionó tarde… a ver, se hizo lo que se pudo con lo que teníamos en aquel momento. Fíjate que las multinacionales trabajamos siempre con tanta previsión, y nadie había dado la alarma a las fábricas para que triplicaran la producción. Nadie estaba preparado.
P. Preparando su entrevista he aprendido el significado de una palabra que jamás había escuchado. Explíqueles a los lectores de El Confidencial qué es la tripanofobia, por favor.
R. Es una palabra que tiene mucha importancia en mi vida, porque hay un alto porcentaje de población con miedo a las agujas. Imagina lo que esto puede suponer en la campaña de vacunación del covid, gente que prefiere decir que no tiene claro si ponerse la vacuna antes de decir que tiene pánico a las agujas. Esto lo sé muy bien porque tengo un hijo tripanofóbico.
Nació sin paladar y desde pequeño ha vivido una cadena de intervenciones médicas muy serias, así que no quiere saber nada de inyecciones. Lo pasa francamente mal, y es algo muy difícil de explicar si no lo ves. Como todas las fobias son irracionales, el que la padece pierde el control, tiene tanto estrés que se desmaya.
Así que hablé con mi equipo y les dije: el día que mi hijo se tenga que vacunar va a ser una batalla sin cuartel. Pusimos en marcha una campaña para concienciar y contar que la tripanofobia existe, que no pasa nada, que la tiene el 25% de la población mundial, y que hay que decirlo, pedir ayuda. Porque hay formas de gestionar ese miedo, de controlarlo, hasta de eliminarlo. Tenemos un anestésico tópico que sabíamos que podía ser una herramienta fundamental, y arrancamos 'Stop miedo a las agujas'. A mi hijo le vacunaron la semana pasada y nada más entrar se lo dijimos al personal sanitario. Le pasaron a una sala, le colocaron en una camilla, le dieron un abanico y un vaso de agua, le vacunaron tumbado, le dieron tiempo para que acabara el estrés… el profesional sanitario es el que mejor sabe tratar esto, pero se lo tienes que contar.
Miriam Rodríguez siempre tuvo claro que era una mujer de ciencias. Asturiana de nacimiento, cuando terminó el colegio pensó que, por seguir con las cosas de la tierra, nada mejor que ser Ingeniera de Minas. Pero una amiga de su madre, profesora de esa escuela, le quitó la idea de la cabeza. "No se te ocurra hacerlo. Nunca te dejarán bajar a una explotación, ni entrar a una mina ni liderarla, y te frustrarás", le dijo. Era 1990, cuando los temas de diversidad e igualdad habitaban entre poco y nada en ambientes educativos y empresariales.