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En primera persona: "¡Qué historias cuenta la gente!", escribió mi padre desde la UCI
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El viacrucis de los ingresados por Covid-19

En primera persona: "¡Qué historias cuenta la gente!", escribió mi padre desde la UCI

Mi padre ha estado cerca de un mes ingresado en el Hospital Puerta de Hierro. Una historia que cuenta el cómo vivimos estos 28 días junto a él y la fuerza que le insuflamos en esta despedida

Foto: Personal sanitario en una UCI en el Hospital Puerta de Hierro. (EFE)
Personal sanitario en una UCI en el Hospital Puerta de Hierro. (EFE)

Mi padre ha estado 28 días en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid. Ingresó el 18 de marzo con una neumonía bilateral provocada por el coronavirus, como muchos otros enfermos, pero mi padre tenía la dificultad añadida de haber superado hace 12 años un cáncer de boca cuando nadie daba un duro por él y parecía que todo estaba en su contra. Era un paciente de riesgo.

El 19 de marzo, mis hermanos y yo recibimos una llamada del hospital. No eran buenas noticias. A mi padre le bajaba la saturación de oxígeno en sangre, no conseguían intubarle debido a sus patologías previas y los médicos no eran muy optimistas: lo más probable era que no llegara al día siguiente. Nos preparamos entonces para lo peor.

Foto: Operarios trabajan en la desinfección con ozono de una residencia de mayores de Madrid. (EFE)

El 20 de marzo, recibimos una nueva llamada del hospital. Los intensivistas se habían reunido y se habían puesto en contacto con el equipo de oncólogos y maxilofaciales del Hospital La Paz (donde fue tratado 12 años atrás del cáncer). Iban a arriesgarse a hacerle una traqueotomía. De forma coordinada, con el historial clínico de mi padre a la vista y con las indicaciones precisas de los médicos de La Paz. Gracias a la cooperación de ambos equipos, lograron evitar la zona radiada y que la traqueotomía fuera un éxito. Pudieron conectar a mi padre a un respirador mecánico y así consiguieron que le llegara aire a los pulmones. La saturación de oxígeno subió y aquello les permitió mantener a mi padre estable aunque la situación siguiera siendo crítica.

Pasaron los días. Y cada 24 horas, recibíamos el parte del hospital: le ha bajado la fiebre, ha pasado bien la noche, está sedado, los órganos no le están fallando, sigue luchando… Las noticias empezaban a ser alentadoras.

Estuvo días sedado, con el respirador mecánico y varios fármacos. Debían comprobar que aquello no le hubiera generado daños neuromusculares

En una ocasión, el parte no pudo ser más positivo. Mi padre salía de la UCI y le pasaban a lo que denominan unidad de alta dependencia. Era como un paso intermedio, el paso previo para que le pudieran enviar a planta. En realidad, esta otra unidad no dejaba de ser otra especie de UCI en la que mi padre estuvo atendido en todo momento por médicos y enfermeras que no le quitaban ojo de encima: estaba en la lista de pacientes recuperables.

Un día, recibimos otra llamada del hospital: iban a despertarle. Llevaba varios días sedado, con relajante muscular, el respirador mecánico y varios tipos de fármacos para mantenerle estable y controlar la saturación de oxígeno en sangre. Pero tenían que comprobar que todo aquello no le hubiera generado daños neuromusculares. Al día siguiente, con otro nuevo parte, nos dijeron que evolucionaba bien, que entendía órdenes sencillas, que cumplía con lo que le pedían médicos y enfermeras y que demostraba muy buena actitud.

Empezaron a bajarle la potencia del respirador. Los pulmones de mi padre parecían responder poco a poco. Llegó un punto en que sus pulmones trabajaban más que la máquina. Mis hermanos y yo no nos lo podíamos creer. Estaba demostrando un coraje, una fuerza de voluntad y una evolución asombrosos.

Nuestro padre había conseguido una vez más hacer frente a la adversidad y parecía haber vencido al coronavirus

Hacia finales de marzo, las noticias eran muy buenas: además de estar consciente, podía levantarse de la cama, le sentaban en un sillón, le ponían mascarilla de oxígeno en lugar de conectarle al respirador mecánico. Los médicos habían empezado a aplicar en él lo que se denomina el proceso de ‘destete’. “Parece que está fuera de peligro. Si todo sigue así, la semana que viene le pasaremos a planta”.

“Parece que está fuera de peligro”, aquellas palabras resonaban en mi cabeza y en la de mis hermanos como si lo peor ya hubiera pasado. Casi estábamos convencidos de ello. Nuestro padre había conseguido una vez más hacer frente a la adversidad y parecía haber vencido al Covid-19.

Le habíamos hecho llegar el teléfono móvil y conseguimos intercambiar con él algunos wasaps. Las mayores dificultades a principios de abril parecían ser las secreciones que se acumulaban en la cánula de la traqueotomía. Aquello le impedía dormir con tranquilidad, le fastidiaba las noches. “¿Ladislao, cómo vas?”, le pregunté el sábado 4 de abril a las ocho de la tarde. La respuesta llegó al día siguiente, domingo, a las 11:43 de la mañana: “Ahí me ando. Ahora la lucha es contra el moco”. Así que bromeé con él: “El moco es más blandito. ¿Has pasado buena noche?”. Y su respuesta, como casi siempre, bailó entre la ironía y la seriedad: “Blandito pero atasca, guarro”. Y le escribí a continuación: “Ya, debe ser bastante incómodo. Mucho ánimo y muchos besos”.

placeholder Mi padre, Enrique José Lavilla Uriol.
Mi padre, Enrique José Lavilla Uriol.

De aquella conversación, machacado por los corticoides y los antibióticos, su respuesta llegó el lunes 6 de abril: “Gracias, hijo”; dejó por escrito en wasap a las 11:20 de la mañana. A partir de entonces, mis hermanos y yo le empezamos a escribir en el grupo familiar, para que no tuviera que ir escribiéndonos uno por uno. El martes 7 de abril, mi hermano Nacho le preguntaba cómo había ido la noche. “Muy bien. Estoy ganando la batalla al moco y con un orfidal he descansado bastante”. Eran palabras que despertaron en nosotros una cierta esperanza. Mi hermana María le aplaudía con emoticonos, mi hermano Pablo le daba ánimos: “Qué bien, un día menos…”, y añadía al final del mensaje el emoticono del brazo sacando músculo.

El día 8 de abril, cuando vimos que estaba en línea, le volvimos a escribir. “Me han dicho que tienes en el bolsillo a todo el personal que te atiende”, fue el wasap de María. A lo que mi padre contestó con cierta socarronería: “¡Qué historias cuenta la gente!”. “Jajaja, todas buenas”, respondía mi hermana. “A mí también me han hecho llegar ese informe”, confirmaba mi hermano Guille. Lo cierto es que el personal que atendió a mi padre en Puerta de Hierro nos ha transmitido en todo momento lo buen paciente que ha sido. Y todos ellos se dejaron la piel por él.

Aquel 8 de abril, miércoles, nos dijeron que tenía una infección provocada por una bacteria que posiblemente había cogido en la UCI. Intentamos entonces darle nuevos ánimos: “Esta nueva bacteria no sabe dónde se mete, un poco más y para planta, 'champion”. Al día siguiente, jueves, nos dijeron que iban a sedarle de nuevo para que estuviera más tranquilo y hacer más fácil la lucha contra la amenaza de esta nueva bacteria. Iba a estar sedado entre 24 y 48 horas para ver cómo evolucionaba.

El domingo, mi padre continuaba sedado y no había mejorado. Habían transcurrido cinco días. Se había producido un estancamiento, que, de alguna manera, no dejaba de ser un empeoramiento porque no había mejoría alguna. La buena noticia era que el resto de órganos le funcionaban con normalidad y que en las placas de los pulmones no se apreciaba agravamiento. Fue un domingo tenso, sin noticias del hospital, conseguimos la información de forma extraoficial y nos enteramos de que el lunes por la mañana los médicos que le estaban tratando se iban a reunir para decidir la hoja de ruta que iban a seguir con él.

placeholder Mi padre, junto a mi hermano Nacho.
Mi padre, junto a mi hermano Nacho.

El lunes 13 de abril por la mañana nos llamaron: iban a hacerle un escáner para ver cómo estaban exactamente los pulmones. Las noticias no pudieron ser peores: enfisema pulmonar bilateral, una lesión irreversible. Los años de tabaquismo, la radioterapia cuando superó el cáncer, la infección por Covid-19 que había conseguido vencer y el respirador metiendo oxígeno a toda pastilla en sus pulmones habían agravado el problema. El enfisema que habían visto los médicos era severo, pero aun así decidieron apostar por nuestro padre. Le iban a mantener sedado durante dos o tres días más con un cóctel de corticoides, diuréticos y nuevos antibióticos con el objetivo de conseguir una reacción favorable.

No pudo ser. El enfisema era demasiado grave. Mi padre se acostó el martes por la noche con una saturación de oxígeno del 92% y amaneció el miércoles 15 de abril con un 81% de saturación. No respondía a los medicamentos, no mejoraba. Así que el mismo miércoles por la mañana nos llamaron para que acudiéramos a despedirnos de él. Fue un momento muy duro, pero al menos pudimos verle en el último instante antes de que expirara.

Al entrar en la sala que habilitaron para que pudiéramos verle, el médico nos anunció a mi hermano Nacho y a mí que en ese momento iban a apagar el oxígeno. El respirador seguiría conectado, pero el oxígeno lo iban a poner a cero. “¿Cuánto tiempo puede aguantar, doctor?”, preguntó Nacho. “Depende del paciente. Hay algunos que aguantan 15 minutos, otros 20…”. Mi padre estuvo con nosotros 40 minutos. Fueron 2.400 segundos en los que al menos pudimos despedirnos y decirle cuánto le queremos y le recordaremos.

Mi padre ha estado 28 días en el Hospital Puerta de Hierro de Madrid. Ingresó el 18 de marzo con una neumonía bilateral provocada por el coronavirus, como muchos otros enfermos, pero mi padre tenía la dificultad añadida de haber superado hace 12 años un cáncer de boca cuando nadie daba un duro por él y parecía que todo estaba en su contra. Era un paciente de riesgo.

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