Es noticia
El Pozo despide 'online' a Franco Zago, "el pastor de la panceta" o "el cura de los pobres"
  1. España
SACERDOTE DE ENTREVÍAS Y EL POZO

El Pozo despide 'online' a Franco Zago, "el pastor de la panceta" o "el cura de los pobres"

El sacerdote, sociólogo, teólogo y josefino falleció por coronavirus el pasado 30 de marzo; intermedió entre payos y gitanos y creó una importante comunidad de jóvenes en Vallecas

Foto: Franco Zago.
Franco Zago.

El obispo José Cobo Cano, cuando aún era responsable de la segunda vicaría de Madrid, se acercó un día a la parroquia de los Josefinos de Murialdo, en el barrio madrileño de San Blas, a ver a sus amigos. En aquel encuentro, hace ahora casi dos años, estaban presentes los sacerdotes Juan José Gasanz Aparicio y Franco Zago da Re, josefinos también, pero destinados en Vallecas. "Esta es la pastoral de la panceta", la definió el ahora obispo auxiliar de Madrid, por el fuerte olor que desprendían los bocatas que uno de los padres de los jóvenes que frecuentaban la parroquia preparaba en la misma instalación.

Gasanz Aparicio entiende que aquella fue una buena forma de definir lo que los Josefinos hacían tanto en aquel barrio como en Vallecas, donde estaban destinados él y Franco. En concreto, ambos estaban en la parroquia san Raimundo de Peñafort de El Pozo, una de las zonas más complejas de Madrid. "Los curas se pegan por venir aquí", afirma con ironía Gasanz Aparicio, que aterrizó en 2016 ahí junto a Zago da Re. "Aquí no estamos para buscar resultados, aquí hay que estar y punto", define con profunda sencillez el cura, que lleva toda la vida en contacto con su desaparecido compañero. "Coincidí con él en Sigüenza, en Orduña y ahora aquí, por eso he sentido tanto su pérdida", afirma con tristeza, pero con una sonrisa, porque sabe que su amigo está donde van los sacerdotes buenos después de morir, aunque lo hayan hecho por coronavirus, como el padre Franco.

Zago da Re se ganó el corazón de los vecinos de El Pozo y Entrevías en los cuatro años escasos que pasó con ellos. Así lo entiende su compañero, que sabe que en esta zona de Madrid "no se puede esperar a que vengan los feligreses". Gasanz Aparicio, que pasa largas temporadas en la selva amazónica, es consciente de que en Vallecas el cura debe formar parte de la sociedad. "Al principio era como cuando Juan Bautista predicaba en el desierto, no venía nadie a las misas, pero Franco tenía mucha fuerza y capacidad", piropea el sacerdote. "Era un santo social", insiste. Entre los dos pusieron en marcha actividades para formar monitores, campamentos urbanos que han llegado a tener casi un centenar de niños, acciones de apoyo escolar, deporte, clases de guitarra y otras iniciativas que pretendían acercar a los vecinos a la parroquia.

Pero su labor no se ha limitado a levantar acciones puramente religiosas. Franco y Juan José han llegado a intermediar entre los conflictos que en la zona han surgido entre payos y gitanos, una labor nada fácil. "Es muy difícil la convivencia entre ambos", se limita a señalar Gasanz Aparicio, que tras la muerte de su compañero, y dadas las difíciles circunstancias en las que ha sido enterrado, montó un canal de YouTube para que la familia del fallecido pudiera ver su entierro. "Muchos vecinos también lo siguieron, porque era muy querido", afirma el cura, que recuerda con fortaleza los últimos días de su amigo.

"Se contagió porque no tenía ningún reparo en estar en contacto con la gente", asegura. Además de su trabajo como vicario parroquial, llevaba la administración de la iglesia, Cáritas y la hermandad, ejercía como superior de la comunidad y colaboraba en la pastoral del colegio Maristas de Chamberí. Llevaba ya varios días débil, pero seguía cogiendo el metro para acudir a este último centro. "Necesito estar entre jóvenes", le justificaba al director del colegio para acudir a diario. El 10 de marzo ofició misa ante media docena de personas, todas separadas como es preceptivo en estos tiempos. "Estaba ya muy flojito, pero quiso hacerlo, tenía mucha vitalidad a pesar de la enfermedad", afirma Gasanz Aparicio.

placeholder Franco Zago en Cuba. (EC)
Franco Zago en Cuba. (EC)

El 11 de marzo fue ingresado y murió 19 días después. El Covid se sumó a otras dolencias que acumulaba desde hacía años. Desde el 5 de diciembre, asegura su compañero, estaba en lista de espera para ser operado en el hospital Gregorio Marañón de pericarditis. "Ya había ido al anestesista y todo", apunta. "También tenía herpes zoster por las costillas que le provocaba muchos dolores; el coronavirus le ha pillado con estas cosas", cuenta, que revela con pena que el campo de fútbol sala de la parroquia de san Raimundo de Peñafort iba a ser inaugurado ahora el 18 de abril. El campo es una especie de símbolo que los Josefinos tienen en cada templo del que se encargan. Tiene el objetivo de atraer a la juventud para, como reza su lema, "jugar, aprender y orar". "Y por ese orden", recuerda Gasanz Aparicio. "Primero jugar", subraya. Todo forma parte de lo que denominan "oratorio josefino".

"El campo de deporte era uno de los sueños de Franco", recuerda. "Y por eso a partir de ahora lo llamaremos Centro Juvenil Franco Zago", bautiza el sacerdote, que recuerda que pidieron permiso al vicario para construirlo, que este aceptó y que fue entonces cuando comenzaron a ponerlo en marcha de la nada y sin dinero. "Hicimos como Robin Hood, pedimos dinero a las parroquias con más recursos para dárselo a las pobres, así ha salido adelante", rememora Gasanz Aparicio, que no quiere que se recuerde a su compañero solo como un activista social.

"Se levantaba muy temprano, antes que las gallinas, para rezar; nunca descuidó la oración", agrega. "Eso sí, terminaba el día tan cansado, que a las 10 estaba en la cama", apuntilla. "Ha vivido 75 años, pero como si fueran 150, de lo que le daban de sí sus jornadas", considera su compañero y párroco, convencido de que ahora mismo está en el Cielo "Ahí se le van a ocurrir un montón de ideas y proyectos, seguro, porque aquí era un pionero", afirma Gasanz Aparicio, que deja claro que su labor con los jóvenes no paraba hasta conseguir que accedieran a un trabajo digno.

Zago da Re (Treviso, Italia, 1945) perdió a su madre a los 19 años. Dos años después, ya como josefino, se vino a España para realizar trabajo pastoral. Estuvo tres años en la Escuela San José de Sigüenza (Guadalajara) y volvió a Italiza. En Viterbo estudió cinco años de propedéutica y teología. Con 25 años se consagró religioso de la Congregación de San José - Josefinos de Murialdo. En 1974, es ordenado sacerdote. Ya como cura regresa a Sigüenza, donde ejerce como profesor al tiempo que estudia sociología en la Universidad de Comillas (Madrid). En 1976, se traslada a Orduña (Vizcaya), donde permanece hasta 1994. Allí es profesor de filosofía y de dibujo técnico. Esto último lo aprendió de forma autodidacta. "Si no sabía una cosa, la aprendía", recuerda Gasanz Aparicio.

placeholder Campo de futbito junto a la parroquia de san Raimundo de El Pozo. (EC)
Campo de futbito junto a la parroquia de san Raimundo de El Pozo. (EC)

"Allí creó un grupo de 'scout' que aún se mantiene", su compañero, quien añade que fue también por su época vasca por la que muchos todavía le llamaban Patxi. En 1988 fue nombrado superior de la delegación en España de los Josefinos hasta 1994, cuando pasó a Roma para ejercer como secretario general del consejo general de la orden hasta el año 2000, cuando fue enviado a México para encargarse de la viceprovincia de Estados Unidos y México. De allí pasó a Santiago de Chile, a Buenos Aires y finalmente, en 2016, regresó a España para encargarse de la parroquia de San Raimundo.

"Tenía un carácter fuerte, una personalidad arrolladora, era ordenado y metódico", agrega Gasanz Aparicio, quien al tiempo destaca que era "inteligente pero sencillo" y con "gran capacidad de trabajo y de organización". Este año se cumple el Año Murialdino, justo cuando se cumplen 120 años de la muerte del fundador de los Josefinos, Leonardo Murialdo, que falleció el 30 de marzo de 1900 en Turín, y 50 de su canonización, el 3 mayo de 1970. El padre Zago era el encargado de la organización de este año que ahora, como la pista de fútbol sala, el cura verá desde otro lugar.

El obispo José Cobo Cano, cuando aún era responsable de la segunda vicaría de Madrid, se acercó un día a la parroquia de los Josefinos de Murialdo, en el barrio madrileño de San Blas, a ver a sus amigos. En aquel encuentro, hace ahora casi dos años, estaban presentes los sacerdotes Juan José Gasanz Aparicio y Franco Zago da Re, josefinos también, pero destinados en Vallecas. "Esta es la pastoral de la panceta", la definió el ahora obispo auxiliar de Madrid, por el fuerte olor que desprendían los bocatas que uno de los padres de los jóvenes que frecuentaban la parroquia preparaba en la misma instalación.

Hospital Gregorio Marañón Cáritas
El redactor recomienda