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Sánchez y Gómez, sonrisas sincronizadas
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SERIE: CONTIGO PAN Y PODER

Sánchez y Gómez, sonrisas sincronizadas

A él no le perdonan haber ganado una moción de censura. A ella, que lleve el pelo largo. Son odiados, envidiados y viven bajo la sombra de la sorpresa. Están en entredicho

Foto: Pedro Sánchez y su esposa Begoña Gómez. (Montaje: Enrique Villarino)
Pedro Sánchez y su esposa Begoña Gómez. (Montaje: Enrique Villarino)

Pedro Sánchez y Begoña Gómez. A él no se le perdona haber ganado una moción de censura. A ella, que lleve el pelo largo. Son odiados, envidiados, viven bajo la sombra de la sospecha. Su capacidad siempre está puesta en entredicho, sus movimientos vigilados con lupa. Él quiere romper España, quitarle el trono a Felipe VI. Así de bestia es su hambre de superpoderes. Ella quiere trabajar, quedarse con el vestidor de Letizia y el besamanos; se niega a ser solo la que toma el té con las esposas de otros presidentes en los viajes oficiales. Habrase visto.

Sánchez, sea en funciones o sin ellas, proyecta siempre cierta impostura. A veces llega a ser estomagante. Ni uno de sus movimientos parecen proceder de las órdenes de su cerebro, sino del de otro. Como si un ventrílocuo de la estrategia política le dictara las órdenes. Pedro, sonríe. Pedro, ahora tuerce el gesto. Pedro, ahora besa a una señora que se te acerca. Pedro, llama a Sálvame y di que no te gustan los toros. Pedro, toca ponerse serio, recuerda lo de los 140 años de historia del partido.

Sánchez proyecta cierta impostura. A veces llega a ser estomagante, pues ni uno de sus movimientos parece proceder de las órdenes de su cerebro

Si acaso, pareció sincero aquella vez, por 2015, cuando se acercó a El Hormiguero para someterse a un durísimo y exigente test de las hormigas Trancas y Barrancas. Entre las respuestas, deslizó halagos a Alberto Garzón, del que dijo que tiene principios más firmes que los de Pablo Iglesias. De aquellos lodos vinieron estas no investiduras. Cómo no lo vimos venir.

Una intuye que Begoña Gómez era una mujer relativamente feliz hasta que le tocó mudarse a la Moncloa. Tenía su trabajo, su marido, sus dos hijas y su chalet en Pozuelo de Alarcón, que es uno de esos sitios anodinos donde parece que nada malo vaya a pasarte.

Gómez llevaba dos décadas en el mundo de la consultoría, de ahí que en alguna que otra entrevista pronuncie palabros como "expertise". No debe ser fácil que ahora una de las primeras entradas en YouTube al poner su nombre sea "es un hombre". La exquisitez de Internet. Tampoco debe ser fácil que ahora la mayoría de los textos que aluden a su persona incluyan conceptos como "duelo de estilo con", "compañera de vida", "apoyo incondicional", "pilar fundamental" y "mejor consejera". Qué duro y cursi es ser primera dama.

placeholder Begoña Gómez, en el debate de investidura en el Congreso de los Diputados. (EFE)
Begoña Gómez, en el debate de investidura en el Congreso de los Diputados. (EFE)

Como toda mujer de presidente del Gobierno, debe apoyar de manera incondicional la moda española. Ni un Cibeles sin presencia de las presidentas consortes. Otra cosa es ir a la manifestación del 8-M. Porque ya sabemos, amigas, que el feminismo es un movimiento mucho menor que cualquier 'front row'. Se habló y se escribió mucho sobre su fichaje por parte del IE Business School.

Se habló y escribió poco sobre esas declaraciones que le hizo a Susanna Griso sobre el carácter de Pedro en la intimidad. El Pedro más bizcochón. Ese que le mandaba cada semana un ramo de flores a la oficina. Ese que escribe cartas de amor que ella guarda en un "baulito de madera". Ese que "cuando te ve agobiada te propone salir a cenar o te prepara un momento especial". Me dicen a mí en un momento de agobio y trueno de los míos: "Ven, que te voy a preparar un momento especial", y dura el matrimonio hasta ese mismo momento.

Si José María Aznar y Ana Botella son fans de Julio Iglesias, Pedro Sánchez y Begoña Gómez son más de Bruce Springsteen. Romanticones y roqueros, puro frenesí. Se vistieron de festival para subirse al Falcon y que les diera tiempo a llegar a ver a The Killers. Les pillaron. Quedó feo y frivolón. Tiempo después, no aprendida la lección, se fueron a una boda familiar. No sabemos si esta vez el presidente se puso las gafas de malote con moto para ver las vistas por la ventana.

Durante la semana de la investidura fallida, Begoña, como toda compañera de vida que se precie, estuvo acompañando a su marido. Debió pedir los días

Durante la semana de la investidura fallida estuvo, como toda compañera de vida que se precie, acompañando a su marido. Debió pedir los días en el trabajo. Ambos, con las mandíbulas y las sonrisas sincronizadas. Hace unos días, llevó a sus hijas a un concierto de Muse en el Wanda Metropolitano.

Niñas a las que apellidarse Sánchez Gómez, —tan comunes, tan de España— les ayudará a pasar algo desapercibidas cuando papá y mamá abandonen el poder. Hijas del presidente del Gobierno en funciones que a finales de julio, con la mitad de las vacaciones escolares gastadas, aún siguen en Madrid. Con lo bien que se estaba en Pozuelo.

Pedro Sánchez y Begoña Gómez. A él no se le perdona haber ganado una moción de censura. A ella, que lleve el pelo largo. Son odiados, envidiados, viven bajo la sombra de la sospecha. Su capacidad siempre está puesta en entredicho, sus movimientos vigilados con lupa. Él quiere romper España, quitarle el trono a Felipe VI. Así de bestia es su hambre de superpoderes. Ella quiere trabajar, quedarse con el vestidor de Letizia y el besamanos; se niega a ser solo la que toma el té con las esposas de otros presidentes en los viajes oficiales. Habrase visto.

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