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Los antichavistas vuelven a Sol: "Maduro ha llenado el país de islamistas y traficantes"
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UNA MANIFESTACIÓN EN TORNO A 100 PERSONAS

Los antichavistas vuelven a Sol: "Maduro ha llenado el país de islamistas y traficantes"

Las protestas se han burocratizado en un proceso, el de la caída de Maduro, que no parece tener final

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Hay manifestaciones que, a fuerza de repetirse, se transforman en eventos sociales. Un buen ejemplo son las concentraciones de venezolanos antichavistas en la Puerta del Sol, en las que la mitad de la concurrencia son parroquianos.

Con todo, hay protestas que llenan la Puerta del Sol y otras, como la de este martes, que apenas congregan a 100 personas. Isabella Morales, 59 años, es una de las veteranas: “He podido venir aquí 25 veces, hijo”, dice a este periódico, “pero esta vez es importante. Ya está fuera de prisión Leopoldo López y Guaidó ha llamado a todos los venezolanos a echarnos a la calle, es el momento”.

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Morales tiene a sus padres y a la familia de sus hermanos todavía en Caracas. Entre lo que ahorran desde Venezuela y lo que ella gana como gestora inmobiliaria en Madrid, se traen a un sobrino cada uno o dos años. En total, son seis en casa: “Y ellos y mis niños no vienen a Sol, ¿te lo puedes creer?”. Isabella, con una gorra en la que se lee 'Capriles Radonski presidente', hace su particular análisis de la situación: “Los militares tienen que irse contra Maduro. Si eso no pasa, por mucho que salgamos a las calles, no va a pasar nada. Maduro se caga en eso”, dice.

Maduro, digo yo que no será idiota. Él sabe perfectamente que si el pueblo no come, se le rebela

Decenas de venezolanos como Isabella aparecen en la Puerta del Sol cada vez que Maduro abre los periódicos españoles. Son los incondicionales, los pretorianos del antichavismo en Madrid. Son también los que convocan a través de las redes sociales y los que más familiares llevan. Isabella ha llegado sola, pero no para de enviar mensajes a los suyos: “¿Dónde estáis? Está aquí Ecarri”, escribe, utilizando como reclamo para la movilización al ‘embajador’ de Guaidó en España.

A Morales la saludan varios compatriotas, todos ataviados con distintivos amarillos, azules y rojos, y acompañados por la comitiva familiar. Hay familias de cinco o seis miembros y también numerosos grupos de veinteañeros. Charly, veintipocos, ha venido con cuatro amigos, pero ninguno sabe exactamente qué está pasando. “Estamos aquí porque va a entrar Estados Unidos en Caracas y queremos vivirlo con los nuestros. Lo que está pasando allí no se puede permitir, casi no podemos comer”, explica.

En realidad, ni Charly ni sus amigos, dos de ellos venezolanos, han vivido la realidad de Venezuela. Son hijos de empresarios que se mudaron a Madrid hace más de una década y lo que saben se lo han contado sus tíos y primos. “Maduro tiene prohibidos los alimentos”, dice, pero es corregido inmediatamente por su amiga: “No… ¿Cómo va a prohibir? Lo que sucede es que no sabe gestionar, no sabe cómo dar de comer a todo el pueblo…”. En este momento, nos interrumpe un joven español: se define como estudiante de Políticas, pero obvia el dato de que lleva un buen rato, junto a varios amigos, gritando “¡Viva Maduro!” desde lejos. “Maduro, digo yo que no será idiota. Él sabe perfectamente que si el pueblo no come, se le rebela. Si por él fuera, regalaría la comida, lo que os está afectando es el bloqueo”, dice el estudiante.

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Pero esto no es una manifestación, sino un evento social con castas. Antes de que los jóvenes venezolanos puedan responder, irrumpe en la conversación una de las del grupo organizador, cercana a los 50 años, y se encara con el estudiante: “¿Sabes por qué no tienen comida? Porque el presidente, en lugar de dedicarse a los negocios y a mejorar la economía, prefiere hacer tratos con los islamistas y el narcotráfico”, le espeta en plena cara, justo antes de soltar la traca final: “¿Te gustan las cifras? Apunta: 330.000. Ese es el número de personas a las que ha asesinado el chavismo en estos años. Esa no te la sabías, podemita, que os huelo desde lejos. Vienes aquí a joder con lo que no sabes. ¡Lárgate!”, chilla la señora mientras el estudiante y sus amigos se marchan.

Aparte de las intromisiones ‘podemitas’, bastante habituales, otro patrón de la manifestación es la desconfianza de los medios. A poco que alguien aporta un dato en las conversaciones, otro surge para desprestigiar al mensajero. “¿Eso es del 'Herald'? ¿Del 'ABC'?”, se dicen entre ellos constantemente. Así, la información nunca se da por sentada entre los manifestantes. Incluso los representantes políticos dicen ante las cámaras que no se sabe mucho y la situación es incierta. A falta de información, surgen los rumores: unos creen que varios generales se han echado atrás en el último momento, otros que Guaidó se ha adelantado por temor a que lo metieran preso y hay quien piensa que es todo una maniobra de Estados Unidos para generar una crisis y entrar militarmente en el país.

Casi nadie se fía de los medios de comunicación entre los venezolanos expatriados

La mayoría predice que la sublevación de este martes tampoco será definitiva, pero acto seguido grita "¡sí se puede!" y "ahora o nunca" para las cámaras. Cuando cesan las consignas, se arremolinan en torno a teléfonos móviles con cámaras en directo de las calles de Caracas: "Eso no es nada, ahí no hacen nada", dice un manifestante, que sostiene que el conflicto armado debe ser mucho mayor para obligar a la intervención internacional. "Si no es nada, cómo es que no vas tú", le responde otro provocando las carcajadas del grupo.

A las siete y media, 90 minutos después de la convocatoria, los manifestantes se marchan a casa. Este miércoles hay otra manifestación y el lunes, una nueva. El fin de Maduro les tiene que pillar bailando. "Dios sabe qué va a pasar. Espérate que no volvamos esta noche [por la noche del martes] a celebrar", se despide Isabella.

Hay manifestaciones que, a fuerza de repetirse, se transforman en eventos sociales. Un buen ejemplo son las concentraciones de venezolanos antichavistas en la Puerta del Sol, en las que la mitad de la concurrencia son parroquianos.

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