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Argüelles: del barrio de los libros, al barrio de las uñas y los masajes
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POR AMAZON, airbnb Y EL ENVEJECIMIENTO

Argüelles: del barrio de los libros, al barrio de las uñas y los masajes

Argüelles y Gaztambide eran los barrios de referencia para los lectores. Muchas pequeñas librerías vienen cerrando en los últimos años y las que sobreviven vislumbran un futuro incierto

Foto: Lola Larumbe al puerta de su librería y local de estética y masajes en Argüelles
Lola Larumbe al puerta de su librería y local de estética y masajes en Argüelles

Amazon aún no puede empaquetar en cartón servicios de manicura, corte de pelo y masajes (con o sin final feliz, usted decide). Tampoco ha sido capaz todavía de servir a domicilio cañas de cerveza bien tiradas con raciones de oreja crujiente a la plancha. Los pequeños negocios del barrio madrileño de Argüelles que prosperan son precisamente los que ofrecen ese tipo de prestaciones a su clientela, unos servicios no empaquetables.

Negocios de estética ‘low-cost’ brotaron como setas durante la crisis económica, regentados en su mayoría por inmigrantes chinos. Llegaron para quedarse en detrimento de otros establecimientos que modelaron durante décadas el paisaje urbano de los barrios de Argüelles y Gaztambide.

El comercio que más ha sufrido la crisis y los cambios de hábito de consumo es el de las librerías. Desde finales de la década de los sesenta y los primeros años de siglo, Argüelles fue el barrio de los libros por excelencia. Los compraban estudiantes de la Universidad Complutense y una clase media cultivada que tenía en la lectura una de sus aficiones. Desde 2011, más de diez librerías de referencia ha desaparecido de sus calles, entre las más conocidas: Altaïr, Moncloa, El Tragaluz, Don Libro, Librería Argentina o León.

Sobreviven a los nuevos tiempos algunas pequeñas librerías. Son excelentes la Rafael Alberti, Visor o Gaztambide, donde el lector encuentra una agradable conversación y sabios consejos de sus libreros, al contrario que ocurre en las grandes superficies comerciales. Pero cuando se pregunta a esos libreros por el futuro a diez años vista, la mayoría baja la mirada y se dibuja una mueca de tristeza en su rostro. Las respuestas oscilan entre el realismo y el pesimismo.

Concibo la librería como un negocio de productos delicatesen, disfruto mucho atendiendo con exquisitez a los lectores y autores

Cristóbal González, propietario de la librería Gaztambide, lleva 54 años en el oficio. Comenzó como repartidor en la Casa del Libro de Gran Vía y fue ascendiendo hasta ser el encargado de poner en marcha la sucursal de la calle Maestro Victoria, a 200 metros de la Puerta del Sol. Dos hijas suyas lo acompañan en la gestión. Se muestra inquieto por ellas. Las palabras pesimistas dominan su discurso sobre el futuro. “Digo a mi hijas que no se van a jubilar aquí y que se busquen otra cosa porque ya los gastos se comen el beneficio. Nuestra facturación desde finales de los noventa, una época dorada, ha caído en más de un 50 por ciento”, se lamenta este librero que desde hace un tiempo dedica uno de sus escaparates a exponer juguetes y juegos de mesa. Con el afán de facturar, también ha instalado unas mesas en la acera para vender obras de segunda mano. Esas aceras las han recorrido escritores famosos que vivieron o viven en el barrio: Pablo Neruda, Juan García Hortelano, Alvaro Pombo, Joan Juaristi o Luisgé Martín.

La ley de gratuidad de libros de texto y material curricular de la Comunidad de Madrid puede suponer la puntilla para Gaztambide. En los últimos años, una gran parte de su facturación llegaba por ahí. “Los requisitos son tan exigentes y la burocracia es tan farragosa que solo los grandes distribuidores van a pode optar a las licitaciones”, se queja con amargura Belén González, una de las hijas de Cristóbal que ve cómo todos los vientos soplan en su contra.

Jesús García, más conocido como Chus Visor, hace énfasis en que las librerías de mejor calidad no han echado el cierre. Una de ellas es Rafael Alberti, regentada por Lola Larumbe desde 1979. Esta librera se muestra optimista -"lo soy por naturaleza"-, si bien destaca que nunca ha tenido certidumbre sobre un futuro halagüeño del negocio. “Los años 2012 y 2013 fueron muy difíciles, pero ahora nos mantenemos. Concibo esto como un negocio de productos delicatesen, disfruto mucho atendiendo con exquisitez a los lectores y autores”, cuenta Larumbe con una mirada rebelde y luminosa.

placeholder Lola Larumbe en la librería Rafael Alberti. (M.G.R.)
Lola Larumbe en la librería Rafael Alberti. (M.G.R.)

El optimismo de la propietaria de Rafael Alberti es una excepción entre los varios libreros consultados por El Confidencial. Los datos son amores más allá de las experiencias personales: en 2011 había 5.441 librerías en nuestro país; a finales de 2017 solo 3.967, según se lee en el último informe de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL).

Como síntoma palmario de ese proceso involutivo, la semana pasada anunció su cierre la librería más antigua de Madrid, Nicolás Moya, fundada en 1862 en la céntrica calle Carretas.

Si el entorno es parte de nuestro futuro, los vecinos de Argüelles han visto cómo sus calles se han transformado radicalmente en apenas un decenio y, por tanto, el mismo futuro de sus vivencias en el barrio. Las razones para el cierre masivo de las librerías que esgrimen los profesionales con los que hemos hablado son variadas y complejas. Entre ellas, destacan: la competencia de Amazon, la irrupción de pisos alquilados vía Airbnb que ha expulsado a muchos estudiantes del barrio, la construcción del intercambiador de transportes de Moncloa que ha soterrado a los viajeros y les ha hurtado el paseo por las calles, el envejecimiento vegetativo de los vecinos, la pérdida de hábitos de lectura o los recortes presupuestarios para la adquisición de libros en las instituciones públicas.

Pavor al cartón de Amazon

Hace más de diez años, una portada de ‘The New Yorker’ aventuraba el problema que llegaría un poco más tarde a España. En la ilustración se ve a un hombre, justo en el momento de abrir la puerta de su librería, que mira a una vecina mientras esta recibe un paquete de manos de un repartidor de Amazon. Ella tuerce el gesto. La interpretación de ese visaje es personal.

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“A mí misma me ha pasado lo que ilustra esa portada. No entiendo las razones por las que mis vecinos de arriba compran libros en Amazon”, cuenta Lola Larumbe. Amazon está triunfando en trasladar a Europa la cultura estadounidense de comprar sin salir de casa todo tipo de productos, desde un libro a una pizza, pasando por unos calcetines o una camisa. Nos aleja de las calles. “Amazon hace daño a las librerías, pero también al espíritu porque da por obsoletos modos de vida como la socialización con el fin de confinarte en casa y emplear tu tiempo en abrir paquetes de cartón”, sostiene Larumbe.

No podemos competir, Amazon es el gran enemigo

El propietario de la librería Gaztambide abunda en el daño que causa ese gigante de la distribución. “Nosotros estábamos especializados en vender libros en otros idiomas y, claro, ahora yo compro un ejemplar por 18 euros netos para luego aumentar su precio y obtener un poco de beneficio, pero, al mismo tiempo, Amazon lo oferta a 16 euros. No podemos competir, Amazon es el gran enemigo”, afirma Cristóbal González.

placeholder Exterior de la librería Gaztambide. (M. G.R.)
Exterior de la librería Gaztambide. (M. G.R.)

El informe citado de CEGAL muestra el liderazgo de Amazon en la venta de libros por internet en España. La multinacional estadounidense es la plataforma digital de compra habitual para el 69,7% de la población que adquiere libros no escolares en la red.

Los universitarios, expulsados del barrio

Hasta hace muy poco apenas se veía a guiris arrastrando sus ‘trolleys’ por los barrios de Argüelles y Gaztambide, lugares alejados de los principales focos turísticos. Tampoco se los topaba uno en los mercados de la zona admirando alimentos exóticos para ellos como el jamón o las pescaderías ricas en género. Esto ha cambiado, ahora los vecinos de esos barrios se encuentran a menudo a turistas. ¿El motivo? Muchos propietarios que tradicionalmente antes alquilaban sus pisos por habitaciones a estudiantes universitarios los han reformado y los ofertan en la plataforma Airbnb. Es un negocio mucho más lucrativo que el alquiler tradicional.

En una consulta rápida, si uno quiere alojarse un fin de semana de febrero en uno de esos dos barrios tiene casi 600 pisos para elegir. La escasez de oferta de alquiler de inmuebles como vivienda y el encarecimiento del arrendamiento ha desterrado a los estudiantes de la zona universitaria por excelencia de Madrid.

Chus Visor insiste en que hace unos años entraban bastantes estudiantes a su librería, aunque solo fuera para curiosear y hojear las obras, “pero eso ya es un hecho excepcional”. A parte del impacto de Aribnb, este hincha del Atleti y feroz antimadridista menciona el daño que ha hecho a la vida cultural del barrio la construcción del intercambiador de Moncloa: “Antes, todos los autobuses que iban y venían de la universidad tenían parada final en las calles de Moncloa y Argüelles, sin embargo, ahora están bajo tierra y ahí enlazan con otros autobuses y el metro, también bajo tierra”. Como consecuencia, los estudiantes ya no pasean por el barrio y no se detienen a contemplar los libros expuestos en los escaparates. Lola Larumbe comparte esa reflexión de Visor.

Los clientes envejecen y se mueren

Manejar el móvil con las manos y al mismo tiempo fumar o leer un libro es cosa digna de un crupier de casino. Hace falta habilidad y paciencia. Esa es una de las razones por la que la juventud de hoy fuma y lee menos. Hay otras, obvio.

Hace unas décadas había muchas parejas jóvenes empujando carritos de bebé; ahora, sillas de ruedas para viejos empujadas por inmigrantes

“No perdemos dinero aún, pero aquí no entra casi nadie a comprar libros por debajo de los 40 años”. Así se expresa Chus Visor, quien apunta a la pirámide demográfica como otra de las causas del descenso de la facturación y el cierre de librerías en el barrio. “Hace dos o tres décadas veías muchas parejas jóvenes empujando carritos de bebé por aquí, pero ahora esos carritos se han transformado en sillas de ruedas para viejos empujadas por ecuatorianas y bolivianas”, explica el librero.

placeholder Chus Visor (izda.) junto a su amigo Luis García Montero, actual director del Instituto Cervantes. (EFE)
Chus Visor (izda.) junto a su amigo Luis García Montero, actual director del Instituto Cervantes. (EFE)

“Los jóvenes no leen y muchos de mis clientes se me van muriendo o se jubilan y, por tanto, tienen menor capacidad económica para comprar, por lo que yo creo que este tipo de negocio se muere en cinco años”, explica Chus con templanza. El que es considerado como el editor de poesía en español más importante desde que iniciara su andadura en 1968 plantea lo siguiente: “Ahora muchas personas, como mi hijo, leen hasta bien entrada la adolescencia, pero hacia los 17 o 18 años dejan de leer porque adoptan el móvil como animal de compañía. Yo les digo a los sociólogos que tienen que estudiar ese fenómeno”. Otros libreros avalan la idea de Visor.

“Mira, mi hijo arquitecto vive en Sanchinarro [norte de la capital], barrio que está lleno de parejas jóvenes y niños, pero no hay librerías en sus calles. ¿Por qué? Porque no las necesitan, no leen”, sostiene Chus Visor.

Las instituciones no tienen un duro

Unas de las fuentes de ingresos tradicionales de las librerías era el suministro de ejemplares a bibliotecas de instituciones públicas y de las obras sociales de grandes empresas como los bancos. Ese manantial se secó durante las crisis económica iniciada en 2008.

Lola Larumbe llama la atención sobre el hecho de que antes de que se hundiera Caja Madrid, esta entidad bancaria tenía hasta 17 centros culturales en la capital. “Para nosotros, el periodo 2004 - 2010 fue muy bueno porque surtíamos muchos libros a la obra social de Caja Madrid”, explica Larumbe. La librera afirma que ahora las instituciones públicas tienen muy poco dinero. De tal modo que en la gestión de la librería Rafael Alberti deben buscar el equilibrio entre la atención a las instituciones y el mimo a los lectores particulares.

Helena Bajo, que acaba de abrir una librería: "por el amor al libro me he decidido a iniciar esta aventura. Soy optimista"

“Vendíamos bastante a las bibliotecas, pero ahora no tienen un duro. No es que no quieran comprar, es que no pueden”, se lamenta Chus Visor. Dice que le gusta pasearse por las bibliotecas municipales para ver qué se cuece en el ambiente: “No tienen fondos de libros de calidad y la gente solo va a estudiar o leer la prensa”. Suspira.

La realidad de los datos es tozuda. Desaparecen las librerías en Argüelles en favor de los tratamientos para uñas y el servicio de masajes que muchas veces finaliza en un bálsamo sexual. Pero todavía quedan valientes. Helena Bajo acaba de inaugurar la Librería Circular Livre, donde ofrece ejemplares de segunda mano. Está en el mismo local donde hace un tiempo estuvo la prestigiosa Tragaluz, sita en la calle Hilarión Eslava. “Yo compraba en Tragaluz y me daba pena que se le estuviera acabando el carácter cultural y universitario al barrio, así que por el amor al libro me he decidido a iniciar esta aventura. Soy optimista”, sentencia esta mujer con arrojo.

Epílogo del reportaje: si quiere montar un pequeño comercio que tenga éxito, dele una pensada a un negocio que no compita con el cartón y la cinta adhesiva de Amazon.

Amazon aún no puede empaquetar en cartón servicios de manicura, corte de pelo y masajes (con o sin final feliz, usted decide). Tampoco ha sido capaz todavía de servir a domicilio cañas de cerveza bien tiradas con raciones de oreja crujiente a la plancha. Los pequeños negocios del barrio madrileño de Argüelles que prosperan son precisamente los que ofrecen ese tipo de prestaciones a su clientela, unos servicios no empaquetables.

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