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Los consejos que un veterano banquero dio a un incipiente emprendedor
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EXTRACTO DEL ÚLTIMO LIBRO DE MARIO CONDE

Los consejos que un veterano banquero dio a un incipiente emprendedor

Reproducimos a continuación el prólogo del libro 'Querido Mario, querido Luis. Cartas entre Mario Conde y un joven emprendedor' (editorial Plaza & Janés), escrito por Luis Valls-Taberner y que

Foto: Los consejos que un veterano banquero dio a un incipiente emprendedor
Los consejos que un veterano banquero dio a un incipiente emprendedor

Reproducimos a continuación el prólogo del libro 'Querido Mario, querido Luis. Cartas entre Mario Conde y un joven emprendedor' (editorial Plaza & Janés), escrito por Luis Valls-Taberner y que salió a la venta este viernes. Un libro que recoge la correspondencia entre el joven empresario con el ex banquero Mario Conde.

No recuerdo bien en qué año sucedió, ni creo que el dato resulte relevante. Lo cierto es que aquel muchacho que apareció por mi casa de Triana 63, en Madrid, vestido de verano, con bermudas al uso y color de piel acorde con la época, a quien el conductor de un coche negro, creo que un Mercedes, acababa de dejar en la puerta de mi domicilio, no tendría más allá de catorce o quince años, a pesar de su envergadura física, potente, recia, diría que esforzada en permanecer erguido, como si en ello le fuera un modo de evidenciar confianza en sí mismo.

El encuentro había sido programado de modo directo con su madre, Cristina, con quien coincidí en alguna ocasión con motivo de eventos sociales propios de aquellos años dorados de la banca en los que éramos siete grandes bancos. Hoy quedan tres y, curiosamente, el Popular, del que Cristina era copresidenta por razón de su matrimonio con JavierValls, que junto con su hermano Luis comandaban el más pequeño de aquellos «siete», sigue caminando en solitario, como ejecutando al pie de la letra la sinfonía diseñada por aquel enigmático banquero que fue Luis Valls-Taberner.

El joven Luis traspasaba la puerta de mi casa sin mostrar aparentemente síntomas de nerviosismo, lo que sería de esperar vista la fuerza y potencia mediática que me rodeaba, y si me apuran casi hasta de agradecer, porque un poco de inquietud en quien te visita transmite sensación de poderío en el visitado. Se agradece esa sensación de agitación interior de quien llega a verte. ¿Ego? Sí, claro, pero la vacuna que te convierte en absolutamente inmune al ego se encuentra todavía en fase de estudio, no sé si por la humanidad o por la divinidad, pero lo cierto es que no hay establecimiento que la despache, a ningún precio.

De Luis, me refiero de ahora en adelante y salvo aclaración expresa a Luis Valls-Taberner, sobrino de Luis e hijo de Javier, conocía más bien poco. Unas palabras cariñosas de su madre en un encuentro breve en el AVE Sevilla-Madrid, que necesariamente tienes que deflactar por aquello del amor maternal que dicen ser ciego, era casi todo mi almacén de conocimientos. Sabía de buena tinta, entre otros por hijos de amigos míos conocidos de Luis, que me profesaba una admiración incondicional, hasta tal punto que ni siquiera las invectivas, descalificaciones, insultos y ofensas que me dedicaron muchos con un celo digno de admiración por lo perseverante, insistente e incesante, consiguieron minar su ánimo.

Me lo imaginaba dominado por una intuición poderosa, porque a su edad, por mucho que provenga, como proviene, de una familia de banqueros, y no una cualquiera sino la de Valls-Taberner, por mucho que un pariente muy directo suyo se hubiera sentado en su día en el consejo de administración de Banesto, del que yo fui presidente, por mucho que en su casa el aire respirable contuviera trazas invisibles de activos totales medios, intereses, comisiones, créditos y demás parafernalia propia de esas casas de préstamo hoy tan denostadas, por mucho que todo eso fuera cierto, a su edad no podía saber nada de mi peripecia real más que por eso que llaman intuición. Obvio que no podía disponer de datos precisos con los que construir un  edificio en el que albergar impoluto el afecto o la admiración. Luis navegaba de oído. Y parece que desde un tiempo a esta parte los hechos le demuestran cumplidamente que de ese tipo de aparato auditivo espiritual no andaba mal del todo...

Al parecer Luis tenía ilusión por conocerme. Pero admito que desde el primer instante me di cuenta de que su ánimo no se confeccionaba, en lo que a este sentimiento se refiere, con el común deseo de sentarse frente a un famoso, de compartir con él algún instante de tu vida, fundamentalmente dirigido a contarlo a otros, porque lo que puedes aprender de una persona en conversaciones que duran escasos minutos,no es fácil que sea muy consistente. Siempre he dicho que las palabras de los hombres no me interesan. Tampoco demasiado sus hechos, porque cualquiera es capaz de un acto heroico en un momento dado. Sólo me importan las conductas preñadas de perseverancia, de constancia, de continuidad en un modo de ser que coincida con el modo de pensar. Y eso, claro, no se percibe en una conversación casi de cortesía y para satisfacer una petición de madre. Salvo excepciones, claro, que las hay.

Y allí, uno en Australia, el otro en Alcalá-Meco, distante en el espacio físico, comenzamos a crear una cercanía humana. Si alguien no se ofende ni rasga las vestiduras —tan de moda para algunos— diré que esa cercanía humana se edificaba sobre un componente de índole espiritual

Pero, como digo, me di cuenta de que en aquel muchacho, detrás de su poderosa envergadura física—ya casi había terminado de crecer y sobrepasaba claramente el metro ochenta—, se escondía algo tan profundo y serio como una inquietud. Y no concentrada en un punto concreto. No un mero deseo de conocer, por atractivo que pudiera parecer, secretos relacionados con el mundo de las finanzas. Ni de la política. Ni, hasta si me apuran, de posibles secretos escondidos en tarros de hierro referidos a los quehaceres político-bancarios de su tío Luis, de quien se cuentan leyendas que siempre atraen a curiosos de esos costados de la historia.

No. Percibí que Luis estaba dominado por una inquietud sobre sí mismo, sobre su papel en la vida, sobre su destino, sobre algo tan difuso en aquellos días como preguntarse ¿qué hacemos aquí, en la tierra, en esta encarnadura vital? Seguramente los interrogantes no se encontraban formulados entonces con semejante dureza, con tanta precisión, con perfiles tan concretos, pero algo de eso latía en aquella mirada que rezumaba curiosidad. Admiración también, desde luego, y hasta me atrevo a decir que comenzaba a transitar hacia un afecto derivado del primer contacto físico.

Y no sé bien por qué pero tuve la sensación de que en adelante tendría que ocuparme de que mi experiencia sirviera para que Luis dispusiera de un acervo que le ayudara en ese terrible sendero de encontrarte a ti mismo. Ni más ni menos que eso. Poco a poco se iría dando cuenta de que el sendero del espíritu consiste, radica, vive y habita en el encuentro con uno mismo, ese «uno mismo» que fija su residencia en lugares recónditos de nuestro interior. Ese «uno mismo» al que muchos apelan pero pocos son capaces de encontrar, en ocasiones por vértigo, en otras por miedo, y en muchas, demasiadas, porque se ven asolados por el peor de los enemigos del camino espiritual: la inconstancia que denuncia con lucidez el Maestro Eckhart, uno de los tres místicos cristianos más cautivadores de nuestra historia.

A partir de aquel primer encuentro nuestras vidas giraron físicamente de modo copernicano. Luis decidió ganar experiencia financiera fuera de nuestras fronteras. Creo recordar que anduvo algo por Hong Kong, o que quiso ir a aquel lugar que tan bien conozco de mi etapa en la industria farmacéutica, pero lo que sé con toda seguridad es que recaló por Australia. Saber que Luis andaba por esas antípodas me produjo cierta impresión, porque Australia era uno de mis sueños inacabados, de mis ilusiones inconclusas, porque siempre quise visitarla y nunca lo conseguí. Y eso que, como decía, muchas veces en mi vida recalé por Hong Kong, y no es que esa plaza de Asia sea vecina del continente australiano, pero desde luego está más cerca que la calle Triana. Pues no. Nunca me decidí. Y cuando mi hija Alejandra y su marido Fernando Guasch se fueron en viaje de novios por allí, sentí algo de eso que llaman envidia insana, quizá no totalmente insana, por eso del amor de padre, pero en cualquier caso era envidia en estado casi puro. Y Luis andaba por allí...

Se me olvidaba decir que mientras tanto yo vivía en un lugar escasamente reconfortante, cuando menos sobre el papel, porque mi morada, por tercera vez en mi vida, era Alcalá-Meco, la cárcel de alta seguridad del Estado español. Era, como digo, la tercera vez en mi vida, en una secuencia de aproximación sucesiva: primera, en 1994; segunda, en 1998; tercera, en 2002. Cada cuatro años, y en total tres veces. De este modo el agregado numérico de ambos (cuatro más tres) es el siete, y como confío mucho en ese número, espero que ya se haya cumplido lo de la tercera y la vencida, aunque andan las cosas por España algo revueltas y nunca se sabe lo que puede suceder en un país en el que la planta de la verdadera seguridad jurídica parece que ya no germina propiamente desde hace algún tiempo.

Y allí, uno en Australia, el otro en Alcalá-Meco, distante en el espacio físico, comenzamos a crear una cercanía humana. Si alguien no se ofende ni rasga las vestiduras —tan de moda para algunos— diré que esa cercanía humana se edificaba sobre un componente de índole espiritual. Luis quería saber su camino. Pero, curiosamente, como persona, porque yo al menos tenía la sensación de que en lo profesional su vida pensaba orientarla por el sendero de la banca. Y no es de extrañar viniendo, como viene, de una familia bancaria, y habiendo sido su padre y tío copresidentes de uno de los bancos más importantes. En nuestro país, y sobre todo en el mundo de la banca, parece que la continuidad familiar es más que una posibilidad; casi constituye un activo, como una especie de oposición funcionarial generada vía DNA, de estructura y filiación genética.

Basta con repasar la historia de la banca española para percibir lo que digo. Y, claro, Luis era sobrino de Luis Valls, e hijo de Javier, así que a nadie puede extrañar que albergara esa posibilidad. Pero ya desde ahora dejo constancia de que, con todo y ello, Luis dudaba seriamente de si debía hacer algo por sí mismo o seguir esa tradición bancaria. Y esa duda ya impulsa a admitir que la inquietud interior se confeccionó con material de buena calidad, porque a todo el mundo le parecería un dulce eso de seguir la tradición familiar y no tener que ocuparse de localizar algo que cada día es más complicado: un puesto de trabajo profesionalmente aceptable conforme a tus conocimientos y experiencia. Como digo, Luis dudaba, sentía que ese caminar por el sendero que otros marcan contribuye más a adocenar que a despertar verdadera creatividad. Tenía la sensación de encontrarse sujeto a un corsé, a un rail por el que debería circular una vocación bancaria sin otra alternativa real. Y eso lo agobiaba. Cierto es que cuando esa hipótesis es una realidad tangible, el agobio tiene un componente más intelectual que otra cosa. Pero pronto la incógnita se despejó.

En las cartas cruzadas durante ese período, las cartas que constituyen el corazón de este libro, se encuentran vivencias, pensamientos, recomendaciones, reflexiones, ideas, juicios, admoniciones, en fin, todo lo que constituye el componente sustancial de la conversación entre un preso de Alcalá-Meco, ex banquero, y un chico joven que comienza una andadura que posiblemente le lleve a la banca por imperativo de tradición familiar, pero en cuyo interior laten y vibran inquietudes de distinta y diversa filiación. En ellas se percibe cuanto digo. O eso creo, pero no es cosa de ponerme a desvelar el contenido del libro, que para eso está confeccionado, para ser leído por quien tenga interés en comprobar por sí mismo ese material de comunicación humana y espiritual.

La muerte nos sorprendió a los dos. A Luis y a mí. Para él, la de su tío Luis. Para mí, la de Lourdes. Casualmente Luis nos visitó en Mallorca justo el día antes a aquel en el que dispusimos del terrible diagnóstico de lo que sucedía en el cerebro de Lourdes. En nuestras cartas, el diálogo sobre la muerte incomprensible ocupa un espacio que, preñado de intimidad, destila reflexiones sinceras sobre el drama del vivir/morir.

La muerte de su tío desencadenó una peripecia vital de sufrimiento en Luis. Los modos y maneras en los que quedó rota una tradición familiar en el Banco Popular le dejaron huella profunda. En ese instante lo de menos era ver que una de las dos posibilidades del circuito existencial desaparecía, una vez comprobado el talante de la dirección bancaria sobre su familia más directa. Esa ruptura le importó y mucho. Fui testigo a requerimiento de Luis, su madre y su padre. Una vez más, la banca es la banca y no dejará de serlo mientras siga siendo banca. Al menos esa banca que han creado alejada de su verdadera misión, pero éste es otro asunto que nos llevaría a otros púlpitos.

Le entregué un ejemplar de uno de mis libros más difíciles y, al tiempo, más querido: 'Cosas del Camino', un conjunto de máximas, principios, postulados, reflexiones, como cada uno quiera llamarlo, que fueron confeccionadas en mi estancia en prisión

Y Luis se enfrentó a la vida. Le entregué un ejemplar de uno de mis libros más difíciles y, al tiempo, más querido: Cosas del Camino, un conjunto de máximas, principios, postulados, reflexiones, como cada uno quiera llamarlo, que fueron confeccionadas en mi estancia en prisión. Confieso que son difíciles, muy difíciles. Yo mismo en ocasiones me sorprendo y sólo después de un rato alcanzo el sentido profundo. Luis, según él mismo confiesa, llegó a saberse el libro de memoria. Ante la imposibilidad de entenderlo todo en la primera lectura, optó por retenerlo en su integridad. Es, por cierto, un método de aprendizaje mucho más efectivo de lo que algunos piensan. Ese libro, creo, ha sido de ayuda para Luis en su caminar.

Y no fue fácil. Demasiadas inquietudes interiores, dudas, miedos, preocupaciones,el deseo de no defraudar, ni a su familia ni a mí, ni a nadie, el deseo de encontrarse a sí mismo, el sentirse a gusto con ese «sí mismo» del que habla Aurobindo. En fin, un cúmulo de circunstancias que ha convertido estos años en un terreno experimental de alta calidad humana y, como digo e insisto, espiritual. Seguro que mucho de ello se percibe en las cartas que recoge este libro.

No me causa miedo ni preocupación la intimidad de ciertos relatos. Son cartas reales, que existieron, que nacieron a la vida en un momento dado, que traducen y reflejan a los personajes que en ellas vivían. El tiempo permanece inamovible, porque es eterno. Nosotros circulamos sobre su superficie, porque no lo somos. Somos nuestros valores, pero también nuestras emociones, y con todo y ello nuestros escritos, y nuestras cartas de modo especial, son hijos del momento, como lo somos nosotros, porque sólo el presente es real.

Luis ha sentido una enorme preocupación por este libro que ahora tiene el lector en sus manos. No he visto tanto cariño desplegado sobre una obra en toda mi vida. Diría casi que resultaba un punto obsesivo. Es tanta la historia, las emociones, las vivencias que se contienen en esos documentos, que las trataba de manera lo más delicada posible, línea a línea, renglón a renglón, página a página, capítulo a capítulo. Lo ha trabajado con un denuedo brutal y un cariño emocionante.

Hoy Luis vive en su mundo asentado. Pero nunca dejará de ser un hombre preñado de inquietudes. Gracias a Dios. Porque quienes sentimos las inquietudes por nuestros adentros, quienes nos ocupamos de esa magnífica trilogía existencial de quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos, sabemos que el camino es caminar y conocer es experimentar. La verdad es una experiencia. Por eso la palabra no es la cosa.

Y concluyo: si algo evidencia la trayectoria de Luis, en general y conmigo en particular, es la prueba de uno de mis asertos favoritos. Siempre he dicho que demasiadas relaciones humanas, en esta fase de nuestra civilización occidental, se tejen con los hilos del interés. Y lo que con interés se ata, con interés opuesto se desata. Nada es estable en el reino de la conveniencia. Lo conveniente no es sólo el cáncer del derecho, de la justicia, de la seguridad jurídica, sino de la civilización en su conjunto.

Sin embargo, cuando se habla el lenguaje del corazón, cuando con los hilos del corazón se teje, la dignidad toma forma de cuerpo real y sólo el corazón es capaz de afectarla. Conviene saberlo, pero más conviene practicarlo. Conductas, eso es lo importante, conductas y no palabras.

Reproducimos a continuación el prólogo del libro 'Querido Mario, querido Luis. Cartas entre Mario Conde y un joven emprendedor' (editorial Plaza & Janés), escrito por Luis Valls-Taberner y que salió a la venta este viernes. Un libro que recoge la correspondencia entre el joven empresario con el ex banquero Mario Conde.

Mario Conde