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Salgado, una mujer con amigos poderosos que siempre ha sabido subirse a la ola ganadora
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CERCANA AL GRUPO PRISA

Salgado, una mujer con amigos poderosos que siempre ha sabido subirse a la ola ganadora

A finales de los años 80, en unas pistas situadas muy cerca del Palacio de la Magdalena, Elena Salgado jugaba al tenis con José Borrell, por

Foto: Salgado, una mujer con amigos poderosos que siempre ha sabido subirse a la ola ganadora
Salgado, una mujer con amigos poderosos que siempre ha sabido subirse a la ola ganadora

A finales de los años 80, en unas pistas situadas muy cerca del Palacio de la Magdalena, Elena Salgado jugaba al tenis con José Borrell, por entonces secretario de Estado de Hacienda. Salgado lucía inmaculada falda-pantalón color blanco, suéter del mismo color, y una elegancia sobre la pista que llamaba la atención a quienes hacían tiempo para entrar en alguna de las clases de la Universidad Menéndez y Pelayo. Frente al juego agresivo de Borrell –por entonces el ‘coco’ de la política española como jefe del Fisco-, Salgado –que era subordinada suya en calidad de directora general del Costes del Personal- se deslizaba sobre la pista con suavidad. Como flotando. Daba golpes certeros, pero sin desaliñarse un ápice. Realmente daba la sensación de que ella era la jefa y Borrell el joven directivo que se afanaba por no dar una bola por perdida y quedar bien ante el boss.

 

El partido en sí no hubiera tenido la menor transcendencia –parece evidente que cada uno tiene derecho a practicar el deporte que desee- si no fuera porque refleja con asombrosa claridad sus dos pasiones. Una tiene que ver con los contactos. Con la agenda pública. La otra con una necesidad casi patológica por aparecer inmensamente pulcra ante sus interlocutores. No es para menos teniendo en cuenta que se paga un preparador personal que cada mañana la pone en forma antes de acudir al despacho. Y por eso tampoco es de extrañar que dentro del Consejo de Ministros hubiera incluso quien la llamara ‘la pija de Serrano’. Motivos había. Estudió en el colegio privado Decroly, en la calle de Guzmán el Bueno, y hasta llegó a hacerse un reportaje fotográfico en el dominical de El País montando a caballo y dando a entender que su vida es toda armonía. Un especie de filosofía zen utilizada con fines políticos,

El culto de su propia imagen es, por lo tanto, buena parte de su éxito, lo que puede explicar su enorme ego, según dicen algunos de sus más estrechos colaboradores. Es de las que proclaman: “Yo estaba allí”, “ya lo sabía yo…”, y esas cosas que se dicen cuando alguien quiere demostrar su importancia.

La ola ganadora

 

Y el tiempo le ha dado la razón. Si uno observa su biografía, nació en Ourense en 1949, nadie dudará de que estamos ante alguien a quien las cosas no sólo le han ido bien. Sino muy bien. Probablemente porque siempre se ha sumado a la ola ganadora. En los ochenta y primeros noventa, de la mano de José Borrell, quien la llevó a la Secretaría General de Comunicaciones sin tener la más mínima idea del sector. Cuando Felipe González perdió las elecciones parecía que su estrella se había acabado, pero entonces surgió Alfredo Pérez Rubalcaba, algo más que su mentor político, frente a Zapatero.

Gracias al ministro del Interior, la próxima vicepresidencia económica fue nombrada ministra de Sanidad en el primer gabinete de Zapatero. De nuevo, sin tener la más mínima experiencia en asuntos sanitarios.

Salgado salió viva del envite. Fundamentalmente porque se trata de un departamento absolutamente descafeinado sin apenas competencias, lo que permite a sus titulares dedicar mucho tiempo a cuidar su imagen. Sacó adelante la Ley del Tabaco y debió descubrir que con sólo abrazar causas nobles, era suficiente para triunfar en la política. Y eso puede explicar que comenzara una ofensiva contra el consumo de vino. En esta ocasión, sin embargo, pinchó en hueso. El sector se revolvió y el Gobierno tuvo que recular.

Quienes estuvieron con ella en aquellos momentos, recuerdan que cuando Zapatero anunció desde Mallorca la retirada del proyecto de ley, se echó a llorar –y no es una licencia literaria-. Se vino abajo y llegó a anunciar a sus íntimos que dejaba todo para marcharse a Londres. No lo hizo. Zapatero la convenció tras una conversación privada para que siguiera. Pero no sólo eso. Tras la primera crisis gubernamental, la nombró ministra de Administraciones Públicas. Por fin una materia que conocía. Eso sí, tampoco sin ningún brillo, básicamente debido a que el gran asunto que se trae entre manos, la financiación autonómica, depende de Economía, por lo que su paso por el ministerio -que tiene absolutamente parado- ha sido irrelevante. Como su propio currículum en la empresa privada, después de abandonar la Administración tras el fin de la era González.

‘Poderosas’ amistades

Inicialmente, fue nombrada consejera delegada de Vallehermoso Telecom, de la que se marchó tras ser adquirida por la Sacyr de Luis del Rivero. No parece mucho para alguien que dirigió durante cinco años la política de telecomunicaciones de este país. En septiembre de 2003, pasó a presidir la compañía 11811 Nueva Información Telefónica, filial española de la multinacional alemana Telegate AG. Como se ve, no parece un gran currículum para alguien que acredita en su biografía oficial ser ingeniera industrial –especialidad en Energía- y Licenciada en Económicas.  No se la conocen publicaciones.

Por el contrario, sus contactos son de órdago. Además del citado Rubalcaba, entre sus más cercanos amigos-políticos está José Enrique Serrano, el jefe de gabinete de Zapatero, que también lo fue con Felipe González. Sus relaciones con Pedro Solbes son también excelentes. Lo mismo se puede decir del Grupo Prisa, que la tienen como referente dentro de un Ejecutivo, el de Zapatero, cada vez más próximo a Mediapro.

A finales de los años 80, en unas pistas situadas muy cerca del Palacio de la Magdalena, Elena Salgado jugaba al tenis con José Borrell, por entonces secretario de Estado de Hacienda. Salgado lucía inmaculada falda-pantalón color blanco, suéter del mismo color, y una elegancia sobre la pista que llamaba la atención a quienes hacían tiempo para entrar en alguna de las clases de la Universidad Menéndez y Pelayo. Frente al juego agresivo de Borrell –por entonces el ‘coco’ de la política española como jefe del Fisco-, Salgado –que era subordinada suya en calidad de directora general del Costes del Personal- se deslizaba sobre la pista con suavidad. Como flotando. Daba golpes certeros, pero sin desaliñarse un ápice. Realmente daba la sensación de que ella era la jefa y Borrell el joven directivo que se afanaba por no dar una bola por perdida y quedar bien ante el boss.

Elena Salgado Pedro Solbes