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El Confidencial, 16 céntimos y el primer café del día
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El Confidencial, 16 céntimos y el primer café del día

Si algo me sigue gustando de El Confidencial, veinte años después, es que los lectores siempre encuentran más preguntas que respuestas. Coincidiendo con su 20 aniversario, El Confidencial lanza su servicio de suscripción

Foto: Ilustración: Diseño EC.
Ilustración: Diseño EC.

Descubrí El Confidencial allá por 2005, al poco de empezar a trabajar en la consultora Solchaga&Recio y Asociados, que fue mi primera experiencia laboral. Al despacho llegaban casi todos los periódicos en papel, y los leíamos siempre en riguroso orden de antigüedad. Como yo había llegado el último, tenía que esperar a que terminasen de leer mis compañeros, así que mientras me tomaba el primer café de la mañana adquirí la costumbre de rastrear los medios digitales.

Los digitales, entonces, no se hojeaban, sino que se husmeaban. Se leían deprisa, casi a hurtadillas, más por curiosidad que por interés, a la caza de algún rumor que no apareciese en los medios 'serios'. El propio nombre de El Confidencial guarda una cierta reminiscencia de aquella etapa. Ocurría, sin embargo, que cada vez con más frecuencia, los rumores que aparecían primero en los digitales se convertían poco después en noticias. El Confidencial ofreció desde el principio noticias muy centradas en el sector financiero y en la actualidad empresarial. Con el paso del tiempo, como digo, dejó de ser para mí una lectura de nicho para convertirse en una fuente regular de información. No es que ofreciese noticias diferentes, sino simplemente es que las contaba antes.

Alguna, debo decirlo, me amargó aquel primer café de la mañana. Recuerdo, por ejemplo, el día que El Confidencial abrió con el siguiente titular: “Carlos Solchaga intermedia entre Gas Natural y E.ON en busca de un acuerdo sobre la española Endesa”. Aquella noticia, según nos enteramos después, circulaba ya por todo Madrid, pero por algún motivo solo El Confidencial la llevó a su portada. Aquel día descubrí también qué sucede cuando forjas tus nervios al calor de los altos hornos de Sestao o de Sagunto; si a los demás nos cortó el café, Carlos Solchaga se limitó a soltar una carcajada al ver la noticia, quejándose de la foto que habían utilizado para ilustrarla. Por cierto, déjenme decir, ahora que se vuelve hablar de los campeones industriales, que a poco que se hubiese seguido el criterio del 'intermediador', aquella historia podía haber terminado de forma muy distinta a como terminó: con el desguace de la principal compañía eléctrica española.

Varios años después, por una combinación de casualidades, pasé de ser lector de El Confidencial a convertirme en colaborador habitual. Que es algo así como pasar de estar sentado en una butaca a interpretar el papel de Humphrey Bogart en El Sueño Eterno. Salvando las distancias, claro.

El Confidencial se convirtió en una fuente de información. No es que ofreciese noticias diferentes, simplemente las contaba antes.

Me dedico profesionalmente al mundo de la energía, aunque desde siempre he tenido una sana curiosidad –o malsana, según se mire- por la política (con el paso de los años he llegado a pensar que energía y política son a grandes rasgos la misma cosa, aunque ese es otro tema). Como me gusta escribir (encuentro que es la mejor forma de ordenar las ideas) escribía regularmente anodinos artículos sobre el sector energético; de vez en cuando, me permitía alguna incursión en la actualidad política, que se hicieron más frecuentes cuando nuestro país eclosionó alrededor del año 2015 (irrupción de Podemos y Ciudadanos, repetición electoral, primarias socialistas, etc.).

Un buen amigo, Rafa Méndez, que es tan pesado como solo lo son los mejores periodistas, me convenció para escribir más sobre política y menos sobre energía, y para enviar algún artículo a El Confidencial. Sospecho que fue igual de persuasivo al otro lado del espejo, porque al cabo de unas cuantas colaboraciones, me llamó Nacho Cardero y me propuso sistematizarlas. Me pidió un nombre para el blog y le propuse 'Desde fuera'. Era una ironía, por supuesto, porque aunque efectivamente vivía –y vivo- fuera de España, me proponía escribir casi exclusivamente sobre 'lo de dentro'. Lo que Luis Araquistaín llamaba el “espíritu emigratorio”, “alejarse de España como esfuerzo de aproximación”.

Desde entonces he escrito –acabo de consultarlo- un total de 235 artículos. En total, más de 250,000 palabras. Así que sospecho que a lo largo de este tiempo he querido decir algo, aunque si digo la verdad no sé exactamente el qué. Escribir sobre la actualidad es, para mí, una manera de vivir España, de estar pendiente de lo que ocurre, de participar en las conversaciones como si me encontrase allí. Los que vivimos fuera, aunque sea por voluntad propia, a veces tenemos cierta nostalgia, y otras un poso de mala conciencia por habernos ido del lugar que nos dio familia, infancia y adolescencia (es decir, todo), justo cuando nos tocaba empezar a devolver algunas cosas.

Si algo me sigue gustando de El Confidencial, veinte años después, es que los lectores siempre encuentran más preguntas que respuestas.

He escrito de casi todos los temas –esta es una especie de maldición para quien comenta la actualidad-. A veces, creo, con tino, otras en cambio con demasiada premura. Algunas también cabreado, y de esas me arrepiento. Un día José Antonio Zarzalejos me dijo algo que desde entonces trato de seguir: que los artículos deben hablar sobre alguien, además de sobre algo. Los humanos, incluso cuando hablamos de los temas más abstractos, somos demasiado humanos. Pero que al hablar de ese alguien, siguió Zarzalejos, un articulista debe evitar las manías. Desde entonces, procuro no esconder mis filias –quién no las tiene- pero sí enterrar mis fobias. Mejor aún: dejar de tenerlas. Demasiado ruido hay alrededor como para, encima, volverse maniático.

Una de mis aficiones más irracionales –por casi todos los motivos- es la política americana. Y uno de mis momentos favoritos –en algún artículo lo he contado- fue la convención republicana de 1976. Reagan, Nixon y Johnson me parecen los tres presidentes americanos más fascinantes –no los mejores- de la segunda mitad del siglo XX. Volvamos a 1976. Después de ganar la nominación, el Presidente Ford, mal aconsejado, invita a Reagan al estrado. Reagan tenía entonces sesenta cinco años y muchos –seguramente también Ford- pensaban que se merecía una oportunidad para despedirse. Reagan improvisó uno de sus mejores discursos: "Hace días", relató, "me propusieron escribir una carta y guardarla en una cápsula del tiempo, que se abrirá dentro de cien años. Al escribirla me di cuenta que los desafíos de entonces serán los mismos de ahora. Que aquellos que lean esta carta sabrán si estuvimos a la altura. El futuro depende de lo que hagamos aquí y ahora". Por la forma en que le aplaudieron, muchos en la convención debieron pensar que habían elegido al candidato equivocado.

A veces me pregunto qué escribiría si me diesen papel y bolígrafo, y me propusiesen guardar la carta en una cápsula del tiempo. Me gusta pensar que hay dos tipos de personas: aquellos que, enfrentados a la cápsula del tiempo, escribirían solo preguntas, y otros en cambio que llenarían la carta de respuestas. Si algo me sigue gustando de El Confidencial, veinte años después, es que los lectores siempre encuentran más preguntas que respuestas. Porque en el fondo, el periodismo, también el de opinión, consiste en hacerse preguntas –en que todos nos hagamos preguntas- más que en ofrecer respuestas. Ahora empieza una nueva etapa. Y yo lo tengo claro: por 16 céntimos al día voy a seguir disfrutando del primer café de la mañana como más me gusta. Leyendo El Confidencial.

Descubrí El Confidencial allá por 2005, al poco de empezar a trabajar en la consultora Solchaga&Recio y Asociados, que fue mi primera experiencia laboral. Al despacho llegaban casi todos los periódicos en papel, y los leíamos siempre en riguroso orden de antigüedad. Como yo había llegado el último, tenía que esperar a que terminasen de leer mis compañeros, así que mientras me tomaba el primer café de la mañana adquirí la costumbre de rastrear los medios digitales.

El valor de la información