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Mi travesía del desierto en El Confidencial
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Mi travesía del desierto en El Confidencial

Una lectora me envió un correo en el que comentaba una noticia publicada y decía: "Gracias por informar". Gracias a ustedes por leernos. Coincidiendo con su 20 aniversario, El Confidencial lanza su servicio de suscripción

Foto: Ilustración: EC Diseño.
Ilustración: EC Diseño.

Unos días después de llegar a El Confidencial, acabé con una bolsa fucsia de lunares blancos aferrada contra el pecho mientras esperaba que apareciera Rafa Méndez en un coche a recogerme. Llegó. Me subí casi en marcha y salimos quemando rueda de allí como si acabáramos de robar un banco. La bolsa no estaba llena de billetes, era un sumario. Pero para nosotros tenía en aquel momento el mismo valor que un maletín con lingotes de oro.

Otro de esos días, en plena explosión de la operación Lezo, Alberto Pérez Giménez me pidió que averiguara un dato que me pareció casi imposible conocer. No llevaba ni tres minutos en la redacción. Era la nueva de la sección de Tribunales. Mi cara de agobio debía ser un poema. Él me miró socarrón y me dijo: “No te preocupes, son las ocho de la tarde, el día acaba de empezar”. La noticia salió antes de que nos diera el alba.

Las noches en la redacción de El Confidencial tienen sus tradiciones. Una de ellas es la presencia permanente de José María Olmo. Lo más normal es ver solo su cabeza, al fondo, pegada al ordenador. Y escuchar el sonido de las teclas. Una sola tecla es lo que se oía otro día más. Pablo Gabilondo esperaba que una fuente le enviara algún documento. El papel no acababa de llegar. Cada 30 segundos aproximadamente, actualizaba el correo electrónico rozando la crónica con ese dedo machacón pero temiendo que se le escapara.

A base de prueba y error, acabé entendiendo que el estándar del periódico estaba a un nivel que no se rebajaría para incluir un asunto menor

Cuando llegué, hice mi propia travesía del desierto. En el mercado en que se convierten las tardes, cuando las horas ya se deslizan hacia la portada del día siguiente —el redactor vende sus informaciones y los jefes compran o no—, no conseguía atinar. Ofrecía temas y no los querían. A base de prueba y error acabé entendiendo que el estándar del periódico estaba a un nivel que no se rebajaría para incluir un asunto menor.

En solo unos días, El Confidencial activa su modelo de suscripción. Habrán visto en muchas informaciones candados con la leyenda EC Exclusivo. Esas noticias, análisis o columnas pasarán a ser de pago a partir del día 21. Podría explicarles de muchas formas por qué se da este paso: desde que les necesitamos para sostener el periodismo en el que cree este diario hasta que con esos nueve euros al mes podremos huir de la dictadura del clic y evitar la devaluación de la información. He preferido decirles que, cada uno de los días, trabajamos para tratar de hacerles llegar lo mejor. Buscamos y rebuscamos, y después nos sentamos delante de lo que uno de mis maestros de la profesión llama "el puto folio" e intentamos contárselo como ustedes se merecen.

Ayer mismo, una lectora anónima me envió un correo electrónico que me emocionó. Comentaba una noticia publicada sobre una sentencia y acababa diciendo: “Gracias por informar”. Gracias a ustedes por leernos. Esperamos que sigan ahí, al otro lado.

Unos días después de llegar a El Confidencial, acabé con una bolsa fucsia de lunares blancos aferrada contra el pecho mientras esperaba que apareciera Rafa Méndez en un coche a recogerme. Llegó. Me subí casi en marcha y salimos quemando rueda de allí como si acabáramos de robar un banco. La bolsa no estaba llena de billetes, era un sumario. Pero para nosotros tenía en aquel momento el mismo valor que un maletín con lingotes de oro.

El valor de la información