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Matías Cortés se lleva los secretos a la tumba
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HOMBRE CLAVE EN EL MADRID DE LOS NEGOCIOS

Matías Cortés se lleva los secretos a la tumba

Matías Cortés era algo más que un abogado. Su despacho ha sido durante cuatro décadas el gran confesionario del Madrid de los negocios. Los secretos se los ha llevado a la tumba

Foto: Matías Cortés. (Universidad de Málaga, mayo de 2018)
Matías Cortés. (Universidad de Málaga, mayo de 2018)

Los viejos espías soviéticos del KGB decían que su memoria pertenecía al Estado. Era una forma amable de admitir, más allá del compromiso ideológico, que su vida corría peligro si arrojaban luz sobre los secretos más oscuros de una profesión de alto riesgo.

Matías Cortés (Granada, 1938), que se sepa, nunca corrió riesgo físico, pero como los viejos espías soviéticos nunca desveló los secretos que atesoraba. Y eran muchos. Muchísimos.

De hecho, y aunque se lo propusieron al menos tres veces, nunca escribió una sola línea de sus relaciones con el poder, el verdadero poder, no el que aparece impúdicamente en los medios, a lo largo de medio siglo fundamental de la historia de España. Probablemente, porque ese era su salvoconducto. Y si hubiera aceptado ser ministro o subsecretario, como le propusieron Fraga o Calvo-Sotelo, es seguro que hubiera dejado de ser el Kim Philby del derecho financiero y tributario. Ya se sabe, aquel espía ruso que nunca cometió un error, lo que le permitió no ser descubierto nunca en un renuncio durante más de un cuarto de siglo.

Aunque se lo propusieron, nunca escribió una sola línea de sus relaciones con el poder, el verdadero, no el que aparece impúdicamente en los medios

Y es que Cortés, como se ha escrito, nunca dijo nada que no quisiera decir. Es más, como Philby, tenía algo de agente doble. Mitad profesional del derecho —y hay coincidencia en que era verdaderamente brillante en su trabajo— y mitad lobista. Mitad monje, por lo que tenía de aspiración intelectual, y mitad soldado, por lo que tenía de hombre de acción, aunque no estuviera en primera línea de fuego, salvo para la música, su verdadera pasión (estaba casado con la cantante María Lavalle).

Como dice alguien que compartió muchas horas con él en el consejo de administración de Prisa, lo más sorprendente no era solo que “veía cosas que ninguno veíamos”, sino que no hacía ascos a meterse en los charcos más inhóspitos: Rumasa, Cartera Central, Sogecable o la batalla por el control de Sacyr. Incluso en el avispero de Abengoa en los momentos más delicados de la compañía sevillana.

Lo más sorprendente no era solo que “veía cosas que ninguno veíamos”, sino que no hacía ascos a meterse en los charcos más inhóspitos

Ya se sabe que guardar secretos es siempre la mejor manera de que vuelvan a confiar en uno. Y en Matías Cortés se podía confiar, para lo bueno y para lo malo. Para los trabajos limpios y para los que no lo eran tanto. Es lo que tiene ser abogado de prestigio. Hay que saber guardar confidencias. No en vano, por su confesionario del viejo despacho de la calle Velázquez, posteriormente en Hermanos Bécquer, pasaron jefes de Gobierno, los barandas del Ibex, magistrados con problemas, el Grupo Prisa al completo, incluidos sus periodistas más cualificados, y hasta Isabel Preysler, con quien se divertía Matías Cortés por los asuntos judiciales que agobiaban a la ‘celebrity’.

Dos florentinos

En una ocasión, mientras atendía al periodista, Cortés se recreaba con lo que en ese momento le estaba contando la Preysler por teléfono, al tiempo que movía de forma notoria la mano libre que le quedaba de forma circular queriendo decir: ¡vaya rollo me está contando! La misma Preysler, ya por entonces pareja de Miguel Boyer, que, paradojas de la vida, era enemiga número uno de Ruiz-Mateos, de quien Cortés, precisamente, había sido abogado principal —con la mediación de Luis Valls— tras la intervención de Rumasa, y que le costó algún disgusto judicial.

El empresario jerezano acusó a Cortés y al lobista Antonio Navalón de apropiarse de 1.000 millones de pesetas, aunque posteriormente los tribunales archivaron la querella. En todo caso, queda para la historia el dúo Cortés/Valls, verdaderos estrategas florentinos, en el sentido histórico del término, del Madrid de los años ochenta.

Queda para la historia el dúo Cortés/Valls, verdaderos estrategas florentinos, en el sentido histórico del término, del Madrid de los ochenta

Un Madrid donde las élites todavía tenían mucho que decir. Y Matías Cortés era uno de ellos. En aquel colegio mayor César Carlos de los primeros años sesenta, donde él se alojó tras llegar a Madrid, residían Jesús Aguirre, Raúl Morodo, el catedrático Elías Díaz, el exministro Julián García Campos, el exdirigente socialista Vida Soria, el penalista Rodríguez Mourullo o Xosé Manuel Beiras, el político independentista gallego, que en 1983 envió una carta abierta a su antiguo compañero, publicada en 'El País', en la que le recordaba que durante su juventud había sido martillo del Opus, pero que por entonces defendía a Ruiz-Mateos, insigne miembro de la Obra. “Relee tus clásicos, Matías”, escribía Beiras, “y rememora tus vivencias de hace veintitantos años, tus remembranzas del César”.

Juzgado de guardia

Tanto secreto era, obviamente, un tesoro en manos del enemigo, e incluso de los amigos, y eso explica que medio Madrid temblara de miedo cuando un pasante suyo robó, presuntamente, delicados documentos de su despacho, lo que llevó a Matías Cortés a poner una denuncia en el juzgado de guardia.

Medio Madrid tembló de miedo cuando un pasante suyo robó, presuntamente, delicados documentos de su despacho

En la agenda estaban Emilio Botín o Isidoro Álvarez y muchos otros, que confiaban en su astucia, pero también en su inteligencia emocional, lo que le permitía disfrutar de una cierta superioridad moral respecto de sus interlocutores. Sobre todo, en un tiempo en el que ir de la mano de Botín o Jesús Polanco era algo más que un salvoconducto.

Era el poder cristalino. En estado puro. Sin ostentación ni florituras, con ramificaciones en determinadas dependencias de la Audiencia Nacional. Y con 'El País', el diario independiente de la mañana, así se presentaba, como buque insignia, aunque con unas relaciones intermitentes con su mascarón de proa, Juan Luis Cebrián, que fue, irónicamente, quien lo echó en 2013 del consejo de administración de Prisa (36 años después de su llegada) aduciendo ‘razones personales’ del primer catedrático que hizo un manual de Derecho Financiero.

Cortés, que es quien salvó a Polanco en el juicio Sogecable, en el que se llevó por delante al exjuez Gómez de Liaño, era un testigo incómodo

No era verdad. Fallecido Polanco, el periodista quería todo el poder en una empresa endeudada hasta las cejas, y Matías Cortés, que es quien salvó a Polanco en el juicio Sogecable, en el que se llevó por delante al exjuez Gómez de Liaño, era un testigo demasiado incómodo. Aquel juicio lo ganó Matías Cortés, pero años después España fue condenada por el tribunal de Estrasburgo porque el exjuez no tuvo un juicio independiente e imparcial.

No es de extrañar, por lo tanto, que se le haya calificado de poliédrico o, incluso, de conspirador, y, en todo caso, de que sus consejos profesionales —las minutas más caras del mercado— iban mucho más allá que un dictamen legal. “Era brillante como nadie para interpretar fenómenos complejos”, sostiene un antiguo colaborador de los tiempos de Prisa. Y de su pluma salió, aunque siempre en la sombra, uno de los manifiestos más demoledores contra la supremacía de Hacienda sobre el contribuyente, y que se presentó en sociedad en Granada, en su Granada, que quería convertir en un santuario sobre la figura de Federico García Lorca.

Los viejos espías soviéticos del KGB decían que su memoria pertenecía al Estado. Era una forma amable de admitir, más allá del compromiso ideológico, que su vida corría peligro si arrojaban luz sobre los secretos más oscuros de una profesión de alto riesgo.

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