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El odio sano que ya le gustaría a Rossi: "Mejor ser tercero y él cuarto que ganar sin Rainey"
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KEvin schwantz se rindió ante el americano

El odio sano que ya le gustaría a Rossi: "Mejor ser tercero y él cuarto que ganar sin Rainey"

El duelo que se vivirá en Cheste este domingo ya se ha vivido muchas veces en la historia del motociclismo, pero puede que ninguna de esas tuviera la trascendencia del Schwantz-Rainey

Foto: Kevin Schwantz sólo pudo llevar el '1' por la desgracia de Rainey (Imago).
Kevin Schwantz sólo pudo llevar el '1' por la desgracia de Rainey (Imago).

Se cuenta que en torno al año 331 antes de Cristo llegó a su legendario fin la rivalidad personal más grande que se ha conocido. Los escritos que han quedado como reliquias preciadas después de 25 siglos rezan que Alejandro Magno no sentía ningún odio visceral hacia su némesis, sino que sentía la necesidad imperiosa en su interior de conquistar Persia y Darío simplemente se encontraba a mitad de camino hasta su glorioso fin. “No era esto lo que yo pretendía”, dijo el rey de Macedonia cuando encontró el cadáver acuchillado de Darío, traicionado por la gente en la que depositó su confianza toda su vida. Resulta una cita poco creíble analizando la historia de la conquista de Persia. Alejandro persiguió a Darío allá donde se escondiese y cuando por fin dio con él, no pudo ni siquiera decirle que había sido el rival más grande al que se podía enfrentar un rey. Con Darío muerto, Persia se quedó sin shah y Alejandro expandió sus ansias de gloria imperial.

Extrapolar aquel odio ancestral a nuestros días es un reto enorme, por no decir imposible. Como decimos, es la rivalidad más grande y cualquier pareja de enemigos enfrentados quedará empequeñecida ante la grandeza histórica de Alejandro y Darío. En el deporte ha habido duelos de una trascendencia exacerbada, varios cara a cara que han marcado una época en la disciplina de la que hablemos. El ejemplo más paradigmático de hoy es Messi-Cristiano, pero al ser solo dos elementos (principales, pero al final solo con varios ladrillos se construye un edificio) de un juego de equipo, su valor es menor. Es en el deporte individual donde se crean competencias legendarias, donde dos nombres pueden hablar de una década. En el motociclismo, esta enemistad deportiva alcanzó límites incomparables cuando Wayne Rainey y Kevin Schwantz coincidían rondando en una pista.

“Podía ganar una carrera, pero si Wayne no había estado en la pista –por rotura o lo que fuera– no me sabía igual de bien que un tercer puesto con él cuarto”. ¿Habría alguna manera real de definir en palabras la rivalidad entre dos pilotos que como lo hace ahí Schwantz? No lo creo, ciertamente. Esas declaraciones, recogidas en una entrevista en ‘Motorbike Magazine’ muestran un odio deportivo que rozaba la locura, la obsesión, el absurdo. Pero esa lucha por el poder de la máxima categoría del motociclismo mundial fue la felicidad de miles de aficionados, que disfrutaban ansiosos de cada carrera con dos pilotos que, como dijo Rainey a ‘Cycle World’, trataban de “hacer cosas sobre la moto que los otros contra los que competía no podían”. Superarse a uno mismo para superar a los demás. Esa era la clave.

Pongamos en antecedentes: todo comenzó en 1987. Ese fue el primer año que el mundo de la motocicleta los juntó en las Superbikes. En España, el Mundial de Superbikes ha estado siempre considerado como un torneo menor y en cierta manera lo es. La supremacía de MotoGP o lo que eran 500cc superaba con creces la trascendencia de las Superbikes. Pero especialmente en Estados Unidos, no es un campeonato más, sino uno de los verdaderamente grandes. Y dos americanos empezaron a luchar por ser los mejores en esa disciplina y no abandonarían la lucha hasta 1993, y sólo porque la desgracia se cruzó de lleno en el camino de Wayne Rainey.

Ese primer año, Rainey se proclamó campeón del mundo de Superbikes, pero estuvo muy lejos de ser un paseo: se dio cuenta de que había encontrado al rival por excelencia. Schwantz ganó cinco de las seis últimas carreras, enseñando a Rainey a sufrir. En realidad, el enfrentamiento entre los dos era más importante para el piloto tejano que para el californiano. Uno era el grande, otro, el perseguidor. El reto del pequeño que quiere ganar al grande. De ahí que Schwantz se ‘conformara’ en su interior con vencer a su enemigo y que no disfrutase igual las victorias que no eran contra él.

Todo se multiplicó cuando dieron el salto a 500cc. Vale la pena recordar que convivieron con otros ídolos de las dos ruedas como Doohan, Gardner, Lawson y Mamola. Pero ellos eran el motociclismo. Tras unos años de adaptación, Rainey comenzó su reinado en 1990. Ganó siete carreras de las quince de aquel año, y Schwantz, ganando otras cinco, sólo dejó tres más para que se la repartieran entre los demás pilotos. Un detalle: siempre que ganó Schwantz, Rainey acabó segundo. Pero en la clasificación general se alteró el orden de los factores.

Dos años de victorias de Rainey y dos años en los que Schwantz se tenía que contentar con lograr quedar de vez en cuando por delante de su archienemigo. Y 1993 iba camino de ser igual. Se llegó al Gran Premio de Italia y el tejano no había ganado ninguna de las anteriores cuatro carreras, mientras que el de Yamaha no se había bajado del podio. El cuarto Mundial consecutivo estaba en su mano. Pero de tanto ir por delante de su rival, como hiciera Darío, a Rainey le traicionó lo que más confianza le daba: su moto y su capacidad de conducción. “Sentí un ‘pop’ y lo siguiente que supe es que estaba quieto. Sentía un enorme agujero en el pecho y me dije a mí mismo: ‘no importan las heridas que tengas, si te puedes levantar, todo irá bien’”. Pero no se pudo levantar. “Justo antes de que llegaran a asistirme, el dolor desapareció de repente. Creía que me estaba muriendo y eso me asustó”.

Wayne Rainey no volvió a caminar. Se rompió la columna y quedó parapléjico para el resto de su vida. Y sin embargo, ese injusto infortunio que acabó con su carrera supuso que por fin, su máximo rival, subiese a lo más alto del podio al final de la temporada. Fue la única forma que tuvo Schwantz de doblegar a Rainey con su Suzuki. Quién sabe si Alejandro Magno habría conquistado Persia de no haber sido Darío traicionado… Años después, ambos pilotos se muestran un enorme respeto. Hace 22 años no habría sido raro ver entre ellos un episodio similar al que protagonizó Valentino Rossi con Marc Márquez en Sepang. Probablemente, dentro de muchos años, tanto Rossi como Márquez y Lorenzo se sienten delante de un micrófono o una grabadora y confiesen que no han tenido rival más duro que el otro. “Rainey es el piloto entre pilotos”, dijo Schwantz. Este domingo, en cambio, volverá a no haber amigos, ni buen rollo. Las apuestas de PAF dan favorito a Lorenzo sobre Rossi en Cheste, pero sólo el asfalto decidirá quién es Rainey y quién es Schwantz; quién es Darío y quién Alejandro.

Se cuenta que en torno al año 331 antes de Cristo llegó a su legendario fin la rivalidad personal más grande que se ha conocido. Los escritos que han quedado como reliquias preciadas después de 25 siglos rezan que Alejandro Magno no sentía ningún odio visceral hacia su némesis, sino que sentía la necesidad imperiosa en su interior de conquistar Persia y Darío simplemente se encontraba a mitad de camino hasta su glorioso fin. “No era esto lo que yo pretendía”, dijo el rey de Macedonia cuando encontró el cadáver acuchillado de Darío, traicionado por la gente en la que depositó su confianza toda su vida. Resulta una cita poco creíble analizando la historia de la conquista de Persia. Alejandro persiguió a Darío allá donde se escondiese y cuando por fin dio con él, no pudo ni siquiera decirle que había sido el rival más grande al que se podía enfrentar un rey. Con Darío muerto, Persia se quedó sin shah y Alejandro expandió sus ansias de gloria imperial.

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