Sergi Roberto confirma cinco años después que Guardiola no se equivocaba
Las ausencias en el Barça le han dado mucho espacio, tanto de lateral como en su lugar natural, y su rendimiento es creciente. Su enorme paciencia y confianza han tenido tiempo después de un lustro
El Bernabéu era un hervidero de gritos ahogados, de quejas, algunas contenidas, otras expelidas como vómito ardiente. La sala de prensa no se esperaba los 'por qué' que le venían encima. El Barça había ganado 0-2 con dos goles de Messi y prácticamente había sellado su clasificación virtual para la final de Wembley. Mourinho se quedó con las ganas de sacar al campo a Ricardo Kaká, su elaborado plan para desenmascarar los casi inexistentes defectos del mejor Barça de la historia. Mientras se relamía por el éxito cercano, Pep Guardiola decidió agotar el último cambio que le quedaba. Lo haría como un premio a lo hecho ya por un chaval, y por lo que éste lograría en un futuro, ahora presente. Ese día, Sergi Roberto pisó por primera vez el campo del Real Madrid.
No fue su debut con el Barça, porque eso se produjo unos meses antes, en la vuelta de dieciseisavos de final de Copa del Rey ante el Ceuta, pero sí fue su presentación en sociedad, aunque sólo jugara un par de minutos. La gente que veía el partido se preguntaba... ¿y éste quién es? Pocos sabían siquiera de la existencia de un tal Sergi Roberto, que tenía un peinado más propio del barrio Salamanca en Madrid que de Reus y que lo que se sabía de él era que jugaba como interior y que, como buen canterano del Barça, le tenía cariño al balón.
Los que recuerden cuándo se jugó aquel partido ante el Ceuta, sabrán que fue en 2010, pocos meses después de que Iniesta hiciera feliz a mucha gente en este país. Sí, hace cinco años desde que Sergi Roberto debutó con el primer equipo del Fútbol Club Barcelona. Un lustro. Media década. En una época de creciente desconfianza culé hacia sus bases, un niño de la casa se ganaba el derecho a estar junto a los mejores esporádicamente. Y cinco años han tenido que transcurrir para que ese niño se convierta en un hombre que se gane el derecho de ya no ser un joven canterano, sino una opción real para cualquier momento y circunstancia.
Para que esta actual situación de continuidad y confianza se produjese finalmente, el chaval ha tenido que emular al Santo Job y esperar como el que más a que por fin llegase un entrenador que le diera la máxima confianza. Guardiola fue el que le dio la alternativa y por tanto, Sergi jamás olvidará al de Sampedor, como Raúl nunca agradecerá del todo a Valdano. Pero no fue Guardiola el que le dio un sitio en el Barça, de los de verdad, no de esos que un día estás en el banquillo y al otro con el filial luchando en Segunda.
Y lo normal en esos casos es que el joven futbolista se canse. Muchos se consideran largamente preparados para jugar en la élite y si no pueden hacerlo con el club de sus amores, lo hacen fuera. A Sergi no le han faltado ofertas. Quién no querría a un chaval de enorme calidad técnica y táctica para su equipo. Sin embargo y contra todo pronóstico, él decidió esperar. Confió en sí mismo y en la ideología perdida por el Barça. Un lustro después está teniendo su recompensa en forma de continuidad.
No lo fue tampoco Vilanova, ni Martino, sino Luis Enrique. Sergi Roberto es de la generación que ascendió con el Barça B a Segunda División, completando la evolución iniciada por Guardiola. Lucho lo conoce de maravilla, sabe de sus virtudes y sus defectos. Sabe que tiene una entrega e inteligencia táctica más que suficiente para ser un muy buen lateral, y también sabe que no es lo suficientemente hábil (aún) para ejercer de Xavi. Pero es el técnico asturiano el que cinco años después de que Guardiola de diera la vez, le ha convertido en una pieza más que útil.
Su partido contra el Rayo fue soberbio, pero con un asterisco: con espacios es mortal, sin ellos ya no tanto. Dominó el espacio, estableció los tiempos de 'piano' o 'allegro'. En un partido en el que un monstruo llamado Neymar se quitó la careta de Dr. Jekyll, el genio en la sombra fue el niño paciente.
El Bernabéu era un hervidero de gritos ahogados, de quejas, algunas contenidas, otras expelidas como vómito ardiente. La sala de prensa no se esperaba los 'por qué' que le venían encima. El Barça había ganado 0-2 con dos goles de Messi y prácticamente había sellado su clasificación virtual para la final de Wembley. Mourinho se quedó con las ganas de sacar al campo a Ricardo Kaká, su elaborado plan para desenmascarar los casi inexistentes defectos del mejor Barça de la historia. Mientras se relamía por el éxito cercano, Pep Guardiola decidió agotar el último cambio que le quedaba. Lo haría como un premio a lo hecho ya por un chaval, y por lo que éste lograría en un futuro, ahora presente. Ese día, Sergi Roberto pisó por primera vez el campo del Real Madrid.
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