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El futbolista cántabro que terminó en un campo de concentración nazi
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UN DRAMA HUMANO

El futbolista cántabro que terminó en un campo de concentración nazi

'Chirri' Puente Izaguirre sonreía hasta en el lugar menos indicado, donde se llevó bien con el resto de prisioneros. Fue pionero del deporte en Laredo y practicó diferentes modalidades

Foto: (Omar Marques/Getty Images)
(Omar Marques/Getty Images)

Le dicen Charles por aquello del Charlestón. El baile, sí, pero también el equipo. Que lo hubo. Dijo Franco que no, que aquello no sonaba recio y viril y españolísimo, pero lo hubo.

Le dicen Charles porque fue el Charlestón, pero es que antes había sido el Olimpia, que no está mal la caterva de nombres para un sitio tan reconocible como Laredo, que todos más o menos saben cómo es Laredo, con su Puebla Vieja, con sus rascacielos nuevos (a ver, igual rascacielos es mucho decir, pero ustedes me entienden), con sus 1.000 bares para echar copitas, con sus calles petadas de gente allá por agosto.

Fue Olimpia, digo, antes de los años 20, pero luego quebró, porque entonces era el fútbol cosa de hoy sí pero mañana veremos, y uno nunca sabe si comprarse la camiseta de su equipo preferido, por si en tres mesucos desaparece (es broma... antes nadie hacía la horterada de comprarse camisetas de fútbol, porque nadie hacía la horterada de salir a la calle con camisetas de fútbol, que es un atentao a la estética).

Foto: Andrés Jaso posa como futbolista. (Imagen cedida por la familia)

Así que temporadas sin fútbol (temporadas sin fútbol oficial) allá por donde los pejinos, y en 1927 renacimiento. Pero renacimiento a lo gordo. ¿Quieres excentricidades? Pues toma tres tazas. Se va el Olimpia, llega... redoble, tachán, tachán... la Sociedad Deportiva Charlestón Foot-Ball Club. Sociedad Deportiva Charlestón Foot-Ball Club, repito. Que si no es el nombre más acojonantemente chulo del fútbol mundial yo ya no sé...

Sociedad Deportiva Charlestón Foot-Ball Club

Los Caylas, les dicen a ellos. Ellos. Toda la familia. Las caylas, o caelias, son, en Cantabria, nombres para referirnos a esos tiburones de dos o tres metros que a veces se ven en redes y pescaderías. Pelín más grandes que el cazón, la caelia.

Eran siete, los caylas pejinos, nos cuenta José Manuel Puente Fernández en su ineludible El exilio resistente (Editorial Librucos, año 2022). Eran siete. Agustín Francisco Puente Lavín, padre, marinero en un barco de nombre Sotileza. Juana, que vendía pescado en el puerto de la villa. Claudia y Paquita, las dos mozucas, que curraban como conserveras, sobando y quitando espinas a las anchoas aun sin curtir. Y luego estaba Paquito y Vicente. Y él, claro. Marcos Marcelino Puente Izaguirre.

Chirri, como le llamaban por la calle.

placeholder Imagen de archivo de Auschwitz. (Omar Marques/Getty Images)
Imagen de archivo de Auschwitz. (Omar Marques/Getty Images)

Dicen que si lo de Charlestón fue cosa de un tal José Luis Ulacia. Que daba sensación de juventud, de alegría, de ganas por pasarlo bien. Al menos eso sostiene el propio Laredo en su historia oficial... Dicen que si buscaron colores, que si rojo y blanco les pareció algo bien chulo. Cuentan que Florencio López compró telas, y que fue su esposa, que se dedicaba a costurear, quien diseñó los primeros uniformes. Que si escudriñaron por un sitio para jugar, que si había terreno bien cuco donde la Alameda del Matadero. Que allí estaban unos cuantos eucaliptus plantaos, pero esos son fáciles de arrancar, porque el eucaliptus no es árbol ni cosa merecedora de tal nombre. Que Alejandro Hontalvilla echó horucas al tema, que se curró él solo el cerramiento, que todo estaba preparado en siete tardes de sudor y traguitos de bota. Buenos materiales, nada de descanso, cobros bien regularcillos, para qué engañarles a ustedes. Ya tenían estadio.

Bueno, no nos flipemos... ya tenían dónde jugar.

El éxito del equipo

Chirri era el mayor de los hermanos, y el más carismático. Siempre la sonrisa, pionero del deporte en Laredo. Atletismo, gimnasia, traineras, fútbol. También baile, al parecer, lo que le iba genial para jugar en un sitio llamado Charlestón. Ah, y de ideas políticas férreas. Muy férreas

Marcos era anarquista. De los de teoría y práctica. Por eso pasó una temporaduca en la trena, allí enfrente, El Dueso, arenales de Santoña. Fue en 1934, cuando lo de octubre. Hasta fines de diciembre no volvió a la calle.

Para entonces ya era bien conocido, porque fue uno de los partícipes en el gran éxito de la Sociedad Deportiva Charlestón Foot-Ball Club. Anota, incluso, el primer gol en esa final que luego vamos a ver. Es tan bueno, pero tan, tan bueno, que incluso quiso hacer las Américas. A ver, indianos aquí siempre hubo, pero es que Chirri busca ganarse famas y riquezas con su jueguito de pies. Año 1930 y hasta le hicieron partido homenaje (entre su Charlestón y la Unión Santoñesa... sí, esa misma Santoña de los arenales y el presidio... la vida tiene estos asuntos). Luego partió para Mar de Plata. Solo que allí no pudo adaptarse, o no supo, o no era suficientemente bueno, o tuvo morriña, o vaya usted a saber.

Sucede que volvió. A jugar al fútbol. A no dejarse pisar por nadie. Es el año 1932, y hay República en España. Así que todos encantados con eso del Charlestón, y los nombres extranjerizantes, y demás cosas.

Es el año 1932 y tiene el Laredo charlestoniano un equipín majísimo. El Chisu en la portería (estaba su guardameta titular haciendo la mili allá por El Ferrol, que aun no era de quien después iba a ser), Faustino Palacio o Emilio Lanuse. Y él, claro. En la delantera. Marcos Marcelino Puente. Le dicen Chirri, igual les suena...

Aquel 1932 jugaba el Charlestón bailando a sus rivales. Tanto que llegaron a la final del Campeonato Regional. La Serie C del Campeonato Regional, si quieren adscripción de su tiempo. Finalísima en Torrelavega. Duelos previos contra Santoña y Barreda. Y el partido último, el que debía decidir quién campeonaba, frente al rival temible. El Madrid Foot-ball Club. Ay, qué miedo, el Madrid Foot-ball Club. Claro que tiene truco, esto del Madrid Foot-ball Club, quedan ustedes advertidos.

El éxodo de Laredo

La familia Puente se implica en la guerra. Los tres chicos van a combate. Republicanos, por supuesto. Chirri está en el frente asturiano. Capitán en la Primera Compañía del Batallón Libertad, nos dice el libro de José Manuel. En agosto del 37 todos comprenden que deben marchar de Laredo. Que, de lo contrario, se los cepillan. Primero a Santander. Después navío, Francia. Rogelia embarca en un pescador de bonito, el Oquendo. Llegará a Bayona, sus padres desembarcan en La Pallice, el puerto de La Rochelle. Poco a poco, el resto de miembros de la familia consiguen llegar a tierras galas. Bueno, Vicente no, a Vicente lo maljuzgan el veinte de enero de 1938 y es condenado a treinta años de presidio. Su viaje será hasta el Puerto de Santa María.

Chirri también arriba a Francia, aunque no sabemos muy bien cómo. A la Gironda, concretamente. Arcachon, Calle Velódromo 52. Allí estableció el ayuntamiento un centro de refugiados donde fueron a parar muchos republicanos que pasaban a ser hijos del exilio. Chirri empezó a ganarse la vida como pescador. Su hermano Francisco andaba por Burdeos, trabajando en una fábrica de nitratos.

Parte la familia pudo reunirse otra vez, en Santa Coloma del Queralt, Tarragona. Pero avances franquistas los volvieron a expulsar de su país. Acabaron en el Castillo de Gaillon, en Normandía. Allí las mujeres cosían capotes y abrigos para soldados rasos. En Francia también comenzaba a olerse la guerra.

El Madrid Foot-ball Club

A ver, cómo explicarlo. Pues algo así como filial del Racing. Del Racing de Santander, no del Racing de Madrid. Ya ven. Este Madrid se llamaba Madrid porque su sede estaba en la calle Madrid. Que vale, que bien, pero yo ahí veo intencionalidad, que si llegan a tener localillo en la calle Arcillero o en Casas de Regato iba a suceder la cosa de forma bien distinta, a mí no me engañan. Claro que también estaba por ahí un Tolosa de Santander, así que...

Y eso, que el Madrid nace en 1928, y lleva camiseta blanca y escapulario de color azul, que es como un triangulito invertido. Aprendes heráldica, en estos rollos. Equipo regularcete, olvidado. Éxitos con intermitencia en la época que estamos tratando. Hoy en día nadie sabe qué fue de ellos. Salvo que les ganó el Charlestón. Mira, no es mala tarjeta de visita.

Otra vez que se reúne la familia. Es en Burdeos, piso de la calle Laparra 18. Faltan pocos meses para que los alemanes invadan Francia. A los Puente Izaguirre les persiguen las bombas...

Pero ellos se implican, claro. Empiezan a colaborar con la Resistencia. Trabajos, informes, esto y aquello. Los alemanes sufren, los alemanes persiguen. Hay una Brigada de nombre Poinsot a la que dicen Brigada de los Españoles, porque fija trabajos y labores entre exiliados que se resisten a perder. Póngame una bomba aquí. Corte unos cables allá. Envíe esta carta a esa dirección. Y que nadie lo vea, que nadie le pille. Chirri, anarquista, se encomienda a la causa. Todos los Puente, en realidad, sienten que luchar es más importante, aun, que su propia vida...

La investigación de la Gestapo

La Gestapo rastrea. El seis de noviembre de 1942, los alemanes detienen a tres varones de la familia Puente Izaguirre. A Francisco lo acusan de sabotaje en la Central Eléctrica de Pessac. Lo interrogan en Fort-du-Hâdonde, lo llevan a Compiègne (campo de tránsito), lo deportan hasta Sachsenhausen, en Oranienburg, cerca de Berlín. Campo de concentración, centro de exterminio. Su hermano Chirri sufre destino idéntico, y entra en aquel lugar con el número 58.661. Lo de Agustín Francisco, el padre, es aun más trágico, por su avanzada edad. Sabemos que estuvo ingresado en la enfermería del campo a principios de 1944, sabemos que permaneció en Sachsenhausen hasta el 22 de abril de ese año. Sabemos que nunca más supimos nada de él. Sabemos que nunca más supimos nada de ellos.

Campeones, campeones, oe, oe, oe. El Charlestón se impone, 25 de julio de 1932, 4-1 al Madrid, que siempre es algo que mola, aunque este Madrid fuese menos Madrid que otros Madrid de los que hay en crónicas. Pero eso, 4-1, levantemos el trofeo (de latón barato), den ustedes noticia a los pejinos, que hay sus 60 kilómetros entre Torrelavega y La Salvé. Allí todos eufóricos, vecindario frente el ayuntamiento esperando a sus héroes y banda municipal al copo para animar cotarros.

placeholder Campo de concentración en Alemania. (Hulton Archive/Getty Images)
Campo de concentración en Alemania. (Hulton Archive/Getty Images)

Sucede que... eso, que hay mucha distancia. Y que los chavales van parando aquí y allá, con intención de recibir elogios, parabienes y, en fin, sus buenas frascas de vino blanco, que aquí en Cantabria el vino blanco entra fenomenal (aunque no sea demasiado ortodoxo, a decir de quienes van de entendidos y beben con meñique alzao). Vamos, que tardaron en volver a Laredo más que Ulises a Ítaca (el Ítaca era un pub mítico de Laredo, curiosamente, lo llevaba mi amigo Ángel y ponía unos caciquescolas superfrescos), y al llegar ya se había ido la banda, que una cosa es estar aquí en plan voluntario y otra desatender familia. Tampoco importa, porque los aficionados sí seguían, y cogieron jugadores al hombro, y lanzaron vivas, y hurras, y tal.

Y Chirri, claro, ríe.

Los nombres se castellanizan

Chirri hace, en Sachsenhausen, lo mismo que en todos aquellos lugares donde ha estado a lo largo de su vida... Destacar, ganarse simpatías, derrochar carisma, encontrar una manera de sonreír aun en lugares donde para sonreír no hay manera. Cuentan que si ganó confianza con otros prisioneros, también con guardias alemanes. Cuentan que si con eso logró raciones extras de comida para el viejo Agustín, al que renqueaba la salud. Resulta fácil imaginarlo jugando al fútbol en aquel sitio, esos partidos que se organizaban a veces de forma espontánea, otras casi formato liga, y que ayudaban a olvidarse del futuro que no llega. Resulta fácil, sí.

Después de la Guerra Civil los equipos deben castellanizar sus nombres. No hay Racing de Santander, ni Athletic de Bilbao (tampoco Athletic de Madrid, que optó por ir a grande y se fusionó con el conjunto de la Aviación Nacional, que mandaba bastante entonces... así logró sus dos primeras ligas), no hay Sporting de Gijón, el Barcelona es Club de Fútbol Barcelona y no Fútbol Club Barcelona. También sucede en Laredo, aunque sea mucho más pequeñito y más humilde. Nace la Sociedad Deportiva Laredo.

Termina, ahí, la historia de la Sociedad Deportiva Charlestón Foot-Ball Club. Ninguno de ellos regresaron. Ninguno. Los tres penaban unidos, sí, en la barraca número diez de Sachsenhausen. Francisco, Marcos Marcelino, el viejo Agustín. Ninguno. No sabemos nada. Igual fallecieron dentro del campo. O los asesinaron las SS. Quizá aguantaron hasta las primeras semanas de 1945, cuando se produjo la Liberación. A lo mejor llegaron a ilusionarse con ese poquito de esperanza, esa miaja de fe. Igual, agotados y consumidos, no aguantaron las evacuaciones. O quedaron allí, sobre el barro, puro agotamiento. Tras trabajar, tras dejarse la vida. A lo mejor a todos, a los tres, a tantos, los agruparon en una de aquellas marchas de la muerte que sucedían, sí, justo antes de que se rompiesen las cadenas en los campos nazis. Para que nada salga. Para que todo quede.

Lo cierto es que ninguno. Ninguno, ninguno de ellos regresaron. Ni Francisco, ni Agustín. Tampoco Chirri, el héroe de aquel Campeonato Regional, Serie C. Falleció en día indeterminado, en lugar desconocido. Falleció por no querer rendirse. Falleció por anhelar seguir siendo.

Le dicen Charles por aquello del Charlestón. El baile, sí, pero también el equipo. Que lo hubo. Dijo Franco que no, que aquello no sonaba recio y viril y españolísimo, pero lo hubo.

Hitler
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