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‘Operación Gandalf’: la primera Superliga de 1998 fracasó por las mismas razones que la de Florentino
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Lorenzo Sanz la veía "irreversible"

‘Operación Gandalf’: la primera Superliga de 1998 fracasó por las mismas razones que la de Florentino

Propiciada y atacada por argumentos idénticos a los actuales, la primera Superliga de 1998 produjo un terremoto en la UEFA y obligó a cambiar el reparto de dineros y hasta el formato competitivo, siempre en defensa de los clubes 'grandes'

Foto: Lennart Johansson y 'Sepp' Blatter, en noviembre de 1998.
Lennart Johansson y 'Sepp' Blatter, en noviembre de 1998.

Las relaciones entre los clubes europeos, las ligas, las federaciones nacionales y la poderosa UEFA siempre han sido difíciles, entre otras cosas por las cantidades descomunales de dinero que mueve el fútbol. Basta con recordar, por ejemplo, la dura experiencia personal del sueco Lennart Johansson, recordado presidente de la UEFA, que en 1998 compitió por la presidencia de la FIFA y perdió contra Joseph S. Blatter a pesar de tener 50 promesas de voto por escrito de federaciones europeas...

De ese año precisamente, el de la ‘Séptima’ del Real Madrid, data el primer gran desafío secesionista de los clubes más ricos, llamado entonces ‘Operación Gandalf’: “Un nombre sacado de los Hobbit que probablemente estaba relacionado con las leyendas artúricas y el mito de la creación”, como explica a EL CONFIDENCIAL el abogado Juan de Dios Crespo, que asesoró a varios clubes durante esas negociaciones (llamativamente parecidas a las actuales).

Foto: Seguidores del Chelsea se manifiestan contra la Superliga.

“El proyecto fracasó por lo mismo que ahora”, explica Crespo en conversación telefónica: “La UEFA puso más dinero y rompió el consenso, exactamente igual que ahora”. Sólo hubo una diferencia: la ruptura no fue nacional, como ha sucedido esta semana con los seis clubes ingleses. “Unos se fueron con acuerdo, y a otros les pusieron un pleito para que pagaran la penalización por abandonar el barco”.

La Superliga ha muerto antes de nacer y sus impulsores han recibido una bofetada internacional, pero resulta evidente que el proyecto no se le ocurrió ni a Florentino Pérez ni a Joan Laporta ni a Andrea Agnelli. Hace sólo un año y medio, el anuncio de una UEFA Conference League financiada con dinero de los clubes ‘grandes’ provocó un enorme revuelo en el ente que gobierna el fútbol europeo, hasta el punto de que la Liga y Javier Tebas improvisaron un congreso internacional urgente en Madrid para aplacar (con éxito) la revolución de la élite.

placeholder Mijatovic anota el gol en la final de la Champions League de 1998. (REUTERS)
Mijatovic anota el gol en la final de la Champions League de 1998. (REUTERS)

El verdadero germen de la revolución, sin embargo, surgió hace un cuarto de siglo, cuando el primer intento de los clubes ricos por crear su propia competición (al margen de la UEFA) provocó cambios profundos en el fútbol europeo. La primera propuesta de reforma de la Copa de Europa había aparecido de hecho en 1993, obra del mencionado Johansson. En 1995 se retomó la idea, pero sin mayores consecuencias: los dirigentes no se ponían de acuerdo sobre el formato ni sobre la continuidad de la Recopa, que sería finalmente eliminada poco después. Los clubes ‘grandes’, no obstante, seguían trabajando discretamente a espaldas de la UEFA. En aquel momento, la influencia del Real Madrid no era tan grande como ahora; su último triunfo en la Copa de Europa había sido en 1966. Eran Bayern Múnich y Manchester United los principales protagonistas de la revuelta.

A comienzos de 1996 la UEFA propuso aumentar de 24 a 32 los equipos participantes en la Liga de Campeones, para asegurar la presencia de los ‘grandes’. El modelo de la nueva Champions fue aprobado ese mismo verano era aún más garantista: 56 equipos en fase previa y 24 en la fase final. Un colchón suficientemente amplio para equipos ricos en malas temporadas.

Guerra abierta

No era suficiente, en apariencia. Nueve meses después, en abril de 1997, los clubes poderosos presentaron un proyecto de Superliga con 16 equipos que comenzaría con el nuevo siglo. El nuevo torneo era un peligro serio y articulado para la UEFA: la Ley Bosman había incrementado el poder de los clubes, que podían tener a los mejores extranjeros, y la ‘galactización’ del balompié se incubaba ya en la mente de varios directivos.

Los ejecutivos de Nyon reaccionaron de forma muy parecida a la de 2021: amenazaron con la expulsión a los equipos promotores de la rebelión contra su monopolio. El proyecto estaba patrocinado por Media Partners, una grupo de inversores especializado en la gestión de eventos internacionales que ofrecía réditos fabulosos a los clubes, y estaba avalado (igual que ahora) por el banco de inversión estadounidense J.P. Morgan con casi medio billón de pesetas (más de 2.800 millones de euros).

El 19 de julio de 1998 se reunieron discretamente en Londres dirigentes de 15 clubes ‘grandes’ para diseñar el formato definitivo de la nueva competición. Lorenzo Sanz, presidente del Madrid que acababa de lograr la ‘Séptima’, repetía que se trataba de una "competición irreversible". Los periódicos se llenaron durante la semana siguiente de críticas por parte de los clubes que se quedaban fuera del banquete, redobladas desde Suiza por indignados dirigentes de la UEFA (de nuevo, un panorama similar al actual), federaciones, la FIFA –por supuesto– e incluso los sindicatos de futbolistas.

placeholder Aleksander Ceferin y Andrea Agnelli, en un sorteo celebrado en 2019. (EFE)
Aleksander Ceferin y Andrea Agnelli, en un sorteo celebrado en 2019. (EFE)

“El fútbol europeo está en peligro”, escribió Johansson: “A la UEFA no le sorprenden estos planes nuevos, y está preparada para reaccionar a este nuevo desafío. No será el dinero, sin embargo, el que dicte el curso de los acontecimientos. El beneficio económico puede ser sólo uno de los criterios” [...] “El fútbol europeo se ha desarrollado de forma organizada, y en un espíritu de solidaridad, durante más de 100 años, y este intento de recortar la parte más lucrativa y explotarlo financieramente no tendrá éxito. UEFA no permitirá que el fútbol europeo pierda su credibilidad”.

Los argumentos recuerdan poderosamente a los de 2021: una competición puramente comercial y desligada del mérito deportivo que pone en peligro el tejido social del fútbol y la “solidaridad” (además, claro, del poder de UEFA). El olvido inicial de los países de Europa oriental por parte de Media Partner fue aprovechado para criticar la esencia un proyecto basado “en ambiciones desmedidas y egoístas”, como escribió en un artículo el entonces presidente de la Federación Española de Fútbol, Ángel María Villar, que “ataca la estructura piramidal del fútbol, formada por los clubes, federaciones nacionales, confederaciones y FIFA, que con tanto acierto ha propiciado un crecimiento constante del fútbol a lo largo de su historia”.

La crisis llegaba apenas meses después de las polémicas elecciones en la FIFA, pero Blatter se puso de inmediato junto a la UEFA. En ese momento, Gerhard Aigner (secretario general de la UEFA) visitó con urgencia Madrid para negociar con los clubes. “Aigner era Dios en ese momento”, cuenta un exdirigente de esa época: “Recuerdo perfectamente que Villar le obligó a visitarle en la Federación, y no reunirse fuera, porque no quería parecer intimidado y la situación era realmente grave. Podían cargarse el fútbol para siempre”.

Más dinero

Dos meses después, en septiembre, la UEFA puso dinero sobre la mesa para cancelar la revolución. Además, modificó radicalmente sus competiciones con una Liga de Campeones de 32 equipos en su fase final y la fusión de la Recopa de Europa (que había caído en un cierto desprestigio) y la Copa de la UEFA (hoy Europa League). El sistema mixto (liguilla inicial y eliminatorias después) reducía notablemente el riesgo de eliminación temprana y aseguraba un número mínimo de encuentros televisados. En los debates se analizó la mala salud económica de los clubes, algunos de los cuales acumulaban importantes déficits, ya apareció por primera vez la noción del polémico ‘fair play financiero’.

Federaciones y Ligas nacionales temían que el nuevo contacto directo entre UEFA y los clubes díscolos (para mantenerles dentro del corral) redujeran su papel e influencia en la organización del circo. Pero a pesar de sus esfuerzos por cooperar directamente con los clubes, en el año 2000 se creó el G14, un grupo de presión de los 14 ‘grandes’, que no querían salirse de la entidad pero sí defender mejor sus intereses. (Reemplazado en 2008 por la Asociación de Clubes Europeos, ECA). Figuraban Ajax, Barcelona, Bayern Munich, Borussia Dortmund, Inter, Juventus, Liverpool, Manchester United, Milan, Olympique de Marsella, Oporto, París Saint Germain, PSV Eindhoven y Real Madrid (7 de los 12 impulsores de esta última intentona).

placeholder Joan Laporta y Ramón Calderón, presidentes del Barcelona y Real Madrid, en 2008, cuando se creó la ECA. (EFE)
Joan Laporta y Ramón Calderón, presidentes del Barcelona y Real Madrid, en 2008, cuando se creó la ECA. (EFE)

Las aguas nunca se calmaron del todo, pero durante muchos años no volvió a hablarse de la dichosa Superliga como un escenario probable. Hasta 2016, el año en que Michel Platini abandonó la presidencia de la UEFA y clubes señeros de la ECA olieron la debilidad del criticado ente europeo en medio de la investigación de la Fiscalía de Estados Unidos por la corrupción generalizada en FIFA y UEFA. Los ‘grandes’ comenzaron entonces a conspirar de nuevo para crear un torneo paralelo que deparase mayores ingresos televisivos. Las ligas y los clubes no invitados se movieron con extraordinaria rapidez (incluido un congreso organizado en Madrid en tiempo récord por LaLiga), y de nuevo se suturó la herida como se pudo.

La herida, no obstante, presenta una cicatrización muy complicada: los clubes creen que la UEFA se lucra excesivamente con los torneos que organiza, cuando los protagonistas son ellos. Florentino Pérez ha reconocido esta semana la derrota, pero asegura que el proyecto continúa, de una u otra manera. Ni siquiera sus máximos enemigos niegan este escenario en privado, y comienza ahora un periodo de negociaciones que podría abocar a un escenario menos fracasado de lo que se ha repetido esta semana de emociones fuertes en el fútbol continental. Veintitres años después, el problema de fondo del fútbol sigue siendo el mismo, aunque el mundo nuevo sea irreconocible.

Las relaciones entre los clubes europeos, las ligas, las federaciones nacionales y la poderosa UEFA siempre han sido difíciles, entre otras cosas por las cantidades descomunales de dinero que mueve el fútbol. Basta con recordar, por ejemplo, la dura experiencia personal del sueco Lennart Johansson, recordado presidente de la UEFA, que en 1998 compitió por la presidencia de la FIFA y perdió contra Joseph S. Blatter a pesar de tener 50 promesas de voto por escrito de federaciones europeas...

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