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Rafa Benítez quiso entrenar a un Real Madrid que ya no existe con el ‘abuelo’ Florentino
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Las claves del fracaso del entrenador

Rafa Benítez quiso entrenar a un Real Madrid que ya no existe con el ‘abuelo’ Florentino

Tardó poco en descubrir que el actual Madrid nada tiene que ver con el que dejó atrás en 1995. Todo por culpa del 'abuelo' Florentino, el apodo con el que es conocido el presidente en el vestuario

Foto: Rafa Benítez, el día que fue presentado por Florentino Pérez como nuevo entrenador del Real Madrid. (EFE)
Rafa Benítez, el día que fue presentado por Florentino Pérez como nuevo entrenador del Real Madrid. (EFE)

Rafa Benítez cumplió el pasado verano el sueño por el que había peleado durante más de dos décadas en el siempre volátil mundo de los banquillos: sentarse en el de su Real Madrid. Lo que entonces no sabía, aunque tardaría bien poquito en descubrir para su desgracia y dolor, es que el equipo cuyas riendas tomó hace siete meses tenía poco o nada que ver con el que había dejado atrás en 1995 para tratar de labrarse una carrera que le permitiese algún día cerrar el círculo volviendo a la que él siempre ha considerado su casa.

Por una vez, y sin que sirviera de precedente en su amplia trayectoria profesional, el corazón le ganaba la partida a la cabeza y el preparador madrileño, hombre racional y reflexivo donde los haya, aceptó, cegado por la fuerza del escudo y el famoso “hala Madrid y nada más”, cada una de las exigencias que le impuso el club de sus amores, incluyendo en el 'pack' el desafío deportivo que le planteó Florentino Pérez: acabar con la atmósfera autocomplaciente que reinaba en el vestuario merengue por mor de la gestión de Ancelotti, y devolver a la plantilla la tensión y el espíritu competitivo que, entendía el ‘gran jefe blanco’, eran necesarios para plantar cara con garantías de éxito al Barça de la MSN en La Liga y a los Bayern, Manchesters, PSG, Chelsea o Juve en Europa.

Convencido de poder cumplir con la misión encomendada por el presidente, Rafa preparó con la ilusión de un benjamín y su habitual meticulosidad su desembarco en Valdebebas, sin saber que las cartas estaban marcadas antes incluso de que comenzase la gran partida de su vida, esa para la que creía estar sobradamente preparado. Las llamas del enfrentamiento entre la plantilla y Florentino seguían encendidas y no tardaron ni dos semanas en chamuscar al reemplazante del añorado Carletto.

La tenebrosa mano negra

Una llamada del ‘ser superior’ a Benítez en plena pretemporada, pidiéndole que aflojara un poco en la aplicación de su metodología de trabajo, demasiado estajanovista para sus millonarios empleados, fue la primera señal meridiana que recibió el ya extécnico blanco de que las formas y el fondo de hacerse las cosas en el seno del Real Madrid habían experimentado un giro de 180 grados durante su ausencia. En su primera y larga etapa blanca, era impensable que Ramón Mendoza o Lorenzo Sanz llamaran a capítulo a Di Stéfano, Molowny, Beenhakker, Del Bosque o Valdano sobre cómo debían gestionar su labor a pie de campo. Sería la primera de las muchas medias verdades que escucharía de boca de Florentino.

Benítez regresó de la gira australiana siendo consciente de que la sombra de Ancelotti era demasiado alargada en el vestuario y que difícilmente contaría con el apoyo del club, esto es, del presidente, para tratar de revertir esa situación y ganarse la confianza de los pesos pesados del equipo. Prisionero de tan perversa partida, la enésima víctima del imperio florentinista en que se ha convertido el Real Madrid decidió seguir adelante aceptando todas y cada una de las directrices que le marcaba o le sugería el ‘emperador’ (prescindir de su asesor de prensa personal, salida de Casillas, llegada de De Gea, salida de Keylor, no llegada de De Gea, vuelta de Keylor, el 4-3-3…), en su afán por ganar el tiempo necesario para llegar a un punto de entendimiento con sus discípulos, ganar consistencia en el banquillo y alcanzar la meta que se había fijado a su llegada: conquistar títulos con un fútbol a la altura de la grandeza de la entidad. Ahí, sin embargo, le faltó la mano derecha de Ancelotti para amaestrar los egos de Cristiano, Ramos, James, Jesé, Benzema, Kroos, Marcelo, Modric o Isco, que nunca han dejado de verle como el sumiso empleado del ‘abuelo’ (apodo con el que los jugadores llaman a Florentino), que no empató con nadie en su época de futbolista.

Aunque los números del Madrid hasta la fecha no sean muy diferentes a los que exhiben el Barça y el Atlético, la exigente afición blanca tampoco dudó en señalar al estratega madrileño como el gran culpable de los resultados adversos frente a los rivales de mayor enjundia, de la recurrente aspereza del juego merengue e incluso de la apatía mostrada en los últimos partidos por algunos jugadores. El 0-4 azulgrana en el Bernabéu fue, sin lugar a dudas, el inicio de la cuenta atrás que acabó la tarde del lunes con la destitución de Benítez, y también evidenció la tenebrosa ascendencia del tododirigente sobre las decisiones deportivas del míster: ganar sí, Rafa, pero no a costa de dejar en el banquillo a sus cromos favoritos, los que llenan la tienda del estadio y disparan las ventas de 'merchandising'.

La puñalada del presidente

Embutido en su papel de hombre de club basado en su obsoleta concepción del madridista de siempre, aquella del “noble y bélico adalid, caballero del honor”, Benítez bailó siempre el agua a Florentino, rehuyendo en todo momento el enfrentamiento o la polémica. Incluso llegó a inmolarse en la sala de prensa de Valdebebas defendiendo su delirante y enésima teoría de la confabulación mediática, aun sabiendo que horas antes le había ‘apuñalado’ por la espalda sondeando a los jugadores sobre un hipotético aterrizaje de Zidane en el banquillo de Concha Espina. Fue en ese instante, en los prolegómenos del duelo ante la Real Sociedad, cuando el técnico que dio la quinta ‘Orejona’ al Liverpool supo a ciencia cierta que sus días al frente de su querido y al mismo tiempo irreconocible Madrid pendían de un pinchazo, que para su desgracia llegó más pronto que tarde. “Lo que pasa en este club es increíble”, llegó a confesar, bien jodido, con el alma a tientas y la fe definitivamente perdida, a sus íntimos antes de subirse al avión camino de Valencia.

Ese fue seguramente el motivo que le llevó en Mestalla a saltarse a la torera el escudo, que actualmente tiene forma humana y luce disfraz de todopoderoso señor de los blancos, cargándose a James, ignorando nuevamente a Isco y apostando por un Kovacic que fue el más enchufado del once madridista hasta su expulsión. Más vale tarde que nunca, aunque insuficiente consuelo para mitigar su enorme tristeza tras el esperado desenlace.

Rafa Benítez cumplió el pasado verano el sueño por el que había peleado durante más de dos décadas en el siempre volátil mundo de los banquillos: sentarse en el de su Real Madrid. Lo que entonces no sabía, aunque tardaría bien poquito en descubrir para su desgracia y dolor, es que el equipo cuyas riendas tomó hace siete meses tenía poco o nada que ver con el que había dejado atrás en 1995 para tratar de labrarse una carrera que le permitiese algún día cerrar el círculo volviendo a la que él siempre ha considerado su casa.

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