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La guerra interna de Red Bull como ejemplo del choque cultural entre alemanes e ingleses
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LA HISTORIA SE REPITE

La guerra interna de Red Bull como ejemplo del choque cultural entre alemanes e ingleses

Lo que parecía una balsa de aceite en el equipo actual campeón del mundo esta semana ha evidenciado no serlo tanto. Y gran parte del daño realizado tiene difícil arreglo

Foto: Red Bull no atraviesa un buen momento. (DPPI/AFP7)
Red Bull no atraviesa un buen momento. (DPPI/AFP7)

Es difícil saber con exactitud qué ha pasado estos días internamente en Red Bull. Las acusaciones de comportamiento inapropiado con un empleado por parte de Christian Horner no han encontrado apoyo desde la central de Red Bull en Austria. Esa puesta de perfil sugiere que podríamos estar ante un nuevo caso de choque cultural entre germanos y anglosajones. Los austríacos no son alemanes, igual que un galés no es un inglés. No obstante, esta situación nos resulta equiparable y familiar.

Los choques entre la mentalidad germánica y la británica no son nuevos en la Fórmula 1. Hemos visto ejemplos de equipos ganadores que, tras divorcios angloalemanes, han salido perdiendo. Es obvio que algo sucede entre las dos facciones, porque es inexplicable que Red Bull, como empresa, no defienda la presunción de inocencia de un empleado suyo. Así se aniquilan los imperios, por autodestrucción más que por ataques enemigos.

Cuando anglosajones y germánicos son capaces de trabajar juntos son casi imbatibles. Sin embargo, a los primeros nunca les gustó que les manden extranjeros y los segundos llevan muy mal que su criterio sea despreciado. Y que se les haga ver que apenas tienen voz y mucho menos voto. En resumen, se junta a menudo el hambre con las ganas de comer en el plato de la arrogancia. El caso más flagrante fue el divorcio entre Williams y BMW en 2005.

Mientras ingleses y alemanes estuvieron juntos, ganaban carreras, peleaban por el campeonato del mundo y casi siempre estaban entre los mejores. Era cuestión de tiempo que ganaran el título. Pero la cohabitación de Mario Theissen por parte de BMW y Frank Williams, como dueño de su equipo homónimo, se hizo cada vez más difícil. BMW, harta de ser ninguneada su opinión, hizo una oferta de compra para absorber Williams y de esa forma poder tener poder decisorio. Y aquel fue el principio del fin.

placeholder Mario Theissen se las prometía muy felices cuando dejó Williams. (EFE/Alessandro Della Bella)
Mario Theissen se las prometía muy felices cuando dejó Williams. (EFE/Alessandro Della Bella)

Desastre para ambos

Williams rechazó la oferta. El resultado de aquello fue el inicio de una irremisible decadencia. Los herederos de Sir Frank, con el equipo en la quiebra, tuvieron que malvender su tesoro al fondo de inversión Doriltton capital. A BMW las cosas tampoco le fueron mucho mejor. Compraron Sauber, inyectaron cantidades ingentes de dinero y sólo fueron capaces de ganar una carrera en las dos temporadas posteriores a la rotura de relaciones. En definitiva, un fracaso sin paliativos como consecuencia del choque de mentes tan brillantes, como inflexibles y soberbias.

Llegado el momento, también Mercedes quiso comprar McLaren. Pero Ron Dennis no sólo fue inflexible, también demasiado suficiente en su relación con los alemanes. A pesar de que eran accionistas importantes en la empresa, sólo los toleraba calladitos. Demasiado para el orgullo alemán. Llegó 2010 y McLaren accedió a proporcionar motores a Brawn GP para ayudar a una organización que, después de la marcha de Honda, se había quedado en serias dificultades. Allí se puso la semilla que desencadenaría otro divorcio angloalemán

Ron Dennis maldijo el día que se vio obligado por la FIA (Federación Internacional de Automovilismo) a ceder las riendas del equipo a Martin Whitmarsh, porque fue este el artífice de que Mercedes se proclamara campeón del mundo en 2009. Pero con el equipo equivocado (Brawn GP). No se puede tratar a Whitmarsh de incompetente o ingenuo. La Fórmula 1 sufrió una profunda crisis con posterioridad al crash económico de 2007 y era lógico que, ayudara aunque fuera en contra de sus intereses.

Ron Dennis es uno de los personajes más importantes de la historia de la Fórmula 1. Pero, al igual que Julio César, se creyó su aura de inmortalidad y el resultado fue terrible. Dejó marchar a Mercedes y, a causa de su arrogancia, no se aseguró un suministro de motores cliente hasta que Honda tuviera su motor a punto. El resultado es conocido: un imperio que parecía indestructible en la ruina absoluta. Y él mismo expulsado de la sociedad por el resto de accionistas en apenas seis años.

placeholder Dieter Zetsche reaccionó de forma pragmática y brillante al divorcio con McLaren. (Reuters/Michael Dalder)
Dieter Zetsche reaccionó de forma pragmática y brillante al divorcio con McLaren. (Reuters/Michael Dalder)

Aprender de los errores

A Mercedes se le abrió el cielo con aquella inesperada victoria en el mundial lograda por Brawn GP. Bastaba con pintar los coches de plata y, al contar con el genio técnico de Ross Brawn, ya tenían un equipo ganador. Luego la situación no fue tan fácil como se había previsto, pero el objetivo estaba logrado. Ahora mandarían ellos y no serían simples comparsas al lado de un Ron Dennis plenipotenciario. De forma inteligente, dejaron la sede de producción de motores y de chasis en el Reino Unido, conscientes de la importancia del caldo de cultivo técnico existente en el valle de Milton Keynes.

A la vista está que esta fórmula de convivencia entre británicos y tudescos que ha funcionado. O al menos lo ha hecho hasta el momento. Es cierto que Mercedes lleva tres años sin ganar el Mundial, también que siguen siendo la principal alternativa a Red Bull. Mientras vivía Dietrich Mateschitz, el fundador de la marca de bebidas energéticas, ni Christian Horner, ni Max Verstappen ni Helmut Marko se atrevían a levantar mucho la voz. Sin embargo, desde el fallecimiento del magnate las cosas han cambiado.

En la sede de Salzburgo, siempre se ha visto con recelo el poder de Christian Horner. Por si a alguien le quedaba dudas sobre quién mandaba allí se hacía saber enseguida que el destino del mago técnico Adrian Newey y el suyo estaban unidos. Pero a Oliver Mintzlaff, el nuevo jefe del imperio Red Bull, no le debía de hacer gracia esa soberbia ni la resistencia a rendir cuentas por parte de Horner. Que se pusiera de perfil en el asunto de la controversia xenófoba que afectó a Helmut Marko con Checo Pérez, quizá fue la gota que colmó el vaso.

Max Verstappen y Christian Horner también deben de tener sus cuitas. No ha sorprendido el silencio del tricampeón holandés ante las graves acusaciones hacia su jefe de equipo. En el tridente Horner-Marko-Verstappen tendrán cuentas pendientes y, por supuesto, actitudes de las que avergonzarse. Pero los tres son los artífices de uno de los ciclos de éxitos más prodigiosos de la historia de la competición.

Si la convivencia se rompe, la magia tarde o temprano se va a acabar. Los choques culturales del pasado en la Fórmula 1 deberían haber servido a los implicados para aprender de los errores. Sea culpable al final Horner o no de las acusaciones, el daño por parte de Red Bull al no defender su presunción de inocencia ya está hecho. No digamos si se demostrara que todo fue un burdo ajuste de cuentas fratricida. Herida por partida doble, deportiva y reputacional.

Es difícil saber con exactitud qué ha pasado estos días internamente en Red Bull. Las acusaciones de comportamiento inapropiado con un empleado por parte de Christian Horner no han encontrado apoyo desde la central de Red Bull en Austria. Esa puesta de perfil sugiere que podríamos estar ante un nuevo caso de choque cultural entre germanos y anglosajones. Los austríacos no son alemanes, igual que un galés no es un inglés. No obstante, esta situación nos resulta equiparable y familiar.

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