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Marchita húngara por el Giro: Van der Poel, Yates y Cavendish se ponen las botas
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Resumen de los tres primeros días

Marchita húngara por el Giro: Van der Poel, Yates y Cavendish se ponen las botas

Los británicos y el belga son los favoritos para ganar esta edición. Y los que mejor han empezado. En los españoles, destaca Pello Bilbao, que cuenta con la ayuda de Landa

Foto: van der Poel, tras la tercera etapa del Giro. (EFE/Tamas Vasvari)
van der Poel, tras la tercera etapa del Giro. (EFE/Tamas Vasvari)

Empecemos por la reflexión. Lo de hacer salidas de Grandes Vueltas desde fuera del país anfitrión es, siendo generosos, algo 'gili'. Al menos en lo deportivo, lo otro ya tal, que yo soy un humilde autónomo y qué voy a saber de dineros. Pero eso... puedo entenderlo por cercanía geográfica clara, o por vínculos en la historia (en la historia deportiva, preferentemente). Pero, oigan, Hungría... Se llevan fantástico, Italia y Hungría. Claro que sí. Vayan a algunos museos que hay en Alpes y zona dolomítica para comprobar lo cariñosos que eran transalpinos y (austro) húngaros hace 105 añucos. En Palade pueden verlo. O en Gampen Joch, que es lo mismo, solo que con otro idioma. Algo me quiere sonar, incluso, de la época esa Risorgimentística. Sumen lo del día de descanso después de tres etapas (o dos y una crono que huele a prólogo, sabe como prólogo, tiene pinta de prólogo pero, ¿eh?, que no es un prólogo) y seguro que ya van viendo mi opinión del asunto...

Totalmente personal, huelga decirlo.

Cosas bonitas, eso sí. Chulísimas. De paisaje, de referencias, incluso de rendimientos deportivos (en sorbucos breves).

Vale, primer día. Desde la capital hasta el Castillo de Visegrád. Llanura panonia, no esperen aquí caña, colegas. A ver, se terminaba en alto, o algo así. Tres kilómetros de subida, asunto (moderadamente) serio en los metros finales. Vamos, recorrido perfecto para van der Poel, una de las vedettes que tiene el Giro, y que quería añadir victoria y maglia al museo familiar, que ni el abuelo ni el padre pudieron catar capuccinos como Dios manda. Favorito claro.

placeholder Van der Poel, durante la tercera etapa del Giro. (EFE/Tibor Illyes)
Van der Poel, durante la tercera etapa del Giro. (EFE/Tibor Illyes)

La subida al castillo

Y bueno, poquito que decir. Castillos, mansiones, recuerdos de un pasado imperial y un pasado socialista. Fotos cuquis, tres o cuatro detalles simbólicos de esos que asaltan la retina de quien ve y luego periodistas e 'influensers' repiten de forma totalmente mecánica, porque las metáforas son limitadas y tampoco hay una para todos. A ver, cuando digo que repiten 'influensers' me refiero a que plagian, no vayan a pensar que...

Dos imágenes de esas. Primera... uy, qué épico, qué perfecto para explicar cosas, para contar que si los unos, que si los otros, que si Atila (no Valter), que si Férenc Nádasdy. Jinetes ataviados con ropajes de época que galopan junto al pelotón. Vale, ya tenemos souvenir, perfecto... Pasa que hubo otra. Otra estampa, digo. Uno de esos 'collages con personas' que solo se ven desde el aire. Precioso. Solo que... un par de tíos andaban a sus asuntos (que si mando un whatsapp a la novia, que si Ferencváros-Honvéd equis), y no se enteraron, y el helicóptero mostró una carrera desesperada, agónica, para llegar a su puesto y no joder el trabajo de semanas. Me conmovió... me conmovió mucho, porque tuve reflejo en tal torpeza. Eso recuerdo, sí, del primer día del Giro.

Ah, espera, que nos quedaba contar quién ganó, y todo eso. Comienza la subidita hasta el castillo (antes hubo escapada pelín consentida... bastante consentida... consentida de cojones), y asoma van der Poel por cabeza. En este tipo de final cuando asoma Mathieu van der Poel por cabeza es como si sonasen los primeros acordes de State of Massachusetts... sabes que en nada el asunto de pone cañero... Y eso, profecía que se cumple. Todo a jugar entre Mathieu y el eritreo Biniam Girmay, que tiene una pinta fabulosa, amigos, fabulosa. Los tíos mueven las bicis como bestias (pero menos que Abdoujaparov), sudan ácido láctico, intentan no sentarse sobre el sillín cuando cada neurona de su cerebro les dice, joder, mejor siéntate, que te estás haciendo daño, mozo, que te estás haciendo daño. Gana van der Poel, Girmay segundo. Caleb Ewan estaba cerca, pero en un momento se le engancha desarrollo, su pedaleo cuesta, tiene un roce con el ciclista que lo precede, cae al suelo. Tercero será, finalmente, Pello Bilbao. Pello Bilbao tiene varias virtudes y algunos defectos como ciclista. Entre los segundos... bueno, creo que no es un superclase (así, a ojo, no vayan a pensar que digo estas cosas en serio) y anda justito de carisma. Pero lo suple, lo suple muy bien. Posee fondo, escala correctamente, su puntita de velocidad. Y, sobre todo, es compañero de Mikel Landa. Y eso, en una Gran Vuelta, casi te garantiza el pódium. A mí me extrañaría mucho, pero por si acaso lo dejo de pasada...

placeholder Pello Bilbao, tras una etapa de la Vuelta al País Vasco. (EFE/David Aguilar)
Pello Bilbao, tras una etapa de la Vuelta al País Vasco. (EFE/David Aguilar)

En Budapest hubo una crono. Una contrarreloj individual. Nueve kilómetros, distancia para que Bontempi te piense, oye, igual... Una chufla, vaya. La cosa es que esos nueve kilómetros son un tercio del total en todo el Giro. Sí, sí, como lo oyen. Y que, además, el otro esfuerzo no llega hasta el último día, que vaya usted a saber dónde estaremos todos el último día, si no habremos dejado plumas hasta el último día. En fin. Las cronos te pueden gustar más o menos (a mí me gustan mucho), pero con independencia de tus opiniones personales cumplen cometido particular, dibujando diferencias entre gordos y flacuchos. Vamos, que en el esquema clásico de una Grande (ese que busca ir del punto a al punto b, y que no entiende de salidas húngaras) resultan necesarias. Pero están en peligro de extinción, como los urogallos y mis noches locas. Espero que todo sea remediable (al menos lo de los urogallos).

¿Favoritos? Pues poca cosa, porque sin Ganna... Quizá el líder, que para un esfuerzo así de explosivo le puede valer. O Dumoulin, que se ha pillado día de asuntos propios. Magnus Cort, ese mostacho sabrosón. El resto a verlas venir y perder poco tiempo. Sobre todo él. Mikel Landa. Estaba yo acojonado con Mikel Landa, porque el recorrido era peligrosísimo. A ver, el recorrido era modélico, pero para él... peligrosísimo. Podía caerse el Danubio entre Buda y Pest, podían atacarlo los señores gordos y con espaldas pilosas que frecuentan el Rudas (háganme caso... es tradicional, pero demasiado tradicional), podía pegarle dos hostias el amable camarero que tiene un restaurante por las calles que serpentean hasta el Bastión de los Pescadores. Tipo para no olvidar, con bigotones, brazos cual muslos de Olaf Ludwig y cara de menos amigos que Erzsébet Báthory en una fiesta vegana. Vamos, que Mikel perfectamente pudiera sufrir sus iras, porque lo bueno de Mikel es que siempre encuentra formas para sorprender, y esa es su grandeza y su desgracia.

Solo que no. Que este es el año, que ya se lo dije yo, amigos. Me rindo, va a hacer la horterada de ganar. Ay.

Día bien salvado. O correctamente salvado, que es más de lo que decíamos en jornadas similares allá por... bueno, allá por casi siempre, seguro que recuerdan. Tiempos de Carapaz, mejor que Miguel Ángel López (me hubiese encantado ver una batalla entre Miguel Ángel López y el camarero chiflado, con sus insultos en mil idiomas, sus miradas asesinas y sus fatalities).

placeholder Simon Yates, después de la segunda etapa del Giro. (Reuters/Bernadett Szabo)
Simon Yates, después de la segunda etapa del Giro. (Reuters/Bernadett Szabo)

Una aburrida tercera etapa

Se escapan, por arriba, los esperables y el inesperado. Van der Poel, muy cerquita y aun en rosa. Domoulin, que bien, pero es que yo sigo sin verlo. Y Simon Philip Yates, que ganó. Simon Yates, que ganó, colegas, a ver cómo lo explicas tú. Vale que hizo buenas cronos en el pasado (una parecida por Jerusalén, incluso, tras la cual dejó declaraciones de quinqui en recreativos), pero tanto como para mejor tiempo... A mí me encanta Yates, porque parece que nunca se esfuerza demasiado, y admiro a esas personas que nunca se esfuerzan demasiado. No te digo que yo que no sufra, pero cara lleva de irse comiendo un frigopié mientras mira a ver si pilla mesa en cualquier terraza. ¿Favorito? Ni de coña. Demasiada irregularidad reciente (aunque, ojo, también una Vuelta ya no tan reciente, tiempos en que Enric Mas era una promesa con actitud atacante), ese feeling de que cualquier día acaba a varios minutos, repartiendo besos y haciendo gestitos a la cámara. Con todo, buena noticia... Yates es un megalómano exhibicionista y egocéntrico (mira, otra cosa que me gusta, los megalómanos exhibicionistas y egocéntricos) así que aprovechará cualquier oportunidad para lucir tipazo y chulearse ante los rivales.

(Por cierto... Vincenzo Nibali. Que tampoco debería andar ya para estos trotes, pero... Vincenzo Nibali. Y Sosa, menudo desastre Sosa).

Y tercera etapa, fin del periplo, nos volvemos después a la Bota (bueno, a Sicilia, que está ahí enfrente), final en Balatonfüred. Ummm... cómo decirlo... pintaba a sprint, y fue... en fin, fue un sprint. Y un coñazo, también. Un coñazo gordísimo. Sesteo, sesteo, sesteo. Los paisajes, bien. Los pueblos, genial. Hay gente, hay ganado, hay bosques y preciosidades arquitectónicas y todo muy verde y qué delicia entrenar allí. Pero un coñazo. Puerto puntuable en el que solo se descuelgan Ivan Quaranta, Dario Pieri y su amigo Sebastián, el que desayuna torreznos y migas. Coñazo, ¿ya lo hemos dicho?. Ah, victoria de Cavendish. Van der Poel arrancó loquísimamente no sé sabe muy bien para qué, pero victoria de Cavendish, porque Cavendish regresó de entre los muertos en 2021, como Jon Snow, y, ya puestos, pues gana sus cosillas.

placeholder Cavendish celebra su victoria en la tercera etapa del Giro. (Reuters/Bernadett Szabo)
Cavendish celebra su victoria en la tercera etapa del Giro. (Reuters/Bernadett Szabo)

El martes llegamos al Etna, como Empédocles. Esperemos no acabar como Empédocles, también les digo. Esperemos, incluso que alguien le explique a los ciclistas quién es Empédocles, por si acaso. Primera batalla, lo que suele ser sinónimo de decepciones, juramentos y "por qué no saldría yo a rodar un ratito". Veremos.

Siempre es bonito confiar antes de que te desilusionen.

Empecemos por la reflexión. Lo de hacer salidas de Grandes Vueltas desde fuera del país anfitrión es, siendo generosos, algo 'gili'. Al menos en lo deportivo, lo otro ya tal, que yo soy un humilde autónomo y qué voy a saber de dineros. Pero eso... puedo entenderlo por cercanía geográfica clara, o por vínculos en la historia (en la historia deportiva, preferentemente). Pero, oigan, Hungría... Se llevan fantástico, Italia y Hungría. Claro que sí. Vayan a algunos museos que hay en Alpes y zona dolomítica para comprobar lo cariñosos que eran transalpinos y (austro) húngaros hace 105 añucos. En Palade pueden verlo. O en Gampen Joch, que es lo mismo, solo que con otro idioma. Algo me quiere sonar, incluso, de la época esa Risorgimentística. Sumen lo del día de descanso después de tres etapas (o dos y una crono que huele a prólogo, sabe como prólogo, tiene pinta de prólogo pero, ¿eh?, que no es un prólogo) y seguro que ya van viendo mi opinión del asunto...

Enric Mas
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