En el panorama de las grandes superproducciones de ciencia ficción y terror de la década de los 90, una película en especial se desmarcó del resto, aunque no de la manera esperada. Se trata de Event Horizon, una cinta que, a pesar de su fracaso inicial tanto de crítica como de taquilla, ha demostrado con los años tener la suficiente fuerza y originalidad como para merecer una segunda oportunidad en nuestra memoria colectiva.
En el lejano 1997, la pantalla grande se vio invadida por un relato que llevaba la firma del director Paul W.S. Anderson, conocido por su trabajo en la franquicia Resident Evil. La película, protagonizada por actores de la talla de Laurence Fishburne y Sam Neill, nos presenta una premisa que combina el suspense espacial con horror psicológico, la nave espacial Event Horizon, diseñada para viajar a velocidades superlumínicas, desaparece sin dejar rastro y reaparece siete años después, llevando a bordo horrores insondables.
La misión de rescate que se lanza para desentrañar el misterio de lo ocurrido en Event Horizon se transforma en una lucha por la supervivencia y la cordura. La nave, con su motor capaz de crear agujeros negros y sus oscuros pasillos que parecen sacados de pesadillas góticas, no solo es el escenario de la historia, sino un personaje más que ejerce una mística atracción sobre la tripulación y los espectadores.
La cinta, en su momento, no logró conectar con el gran público, acaso por su naturaleza visceral o por un ritmo que se inclina hacia lo perturbador, distanciándose de las grandes historias espaciales de aventura y esperanza como las que dominaban la época. El resultado fue una recaudación de unos modestos 41 millones de dólares ante un presupuesto que ascendía a los 60 millones.
A pesar de esto, con el paso de los años, Event Horizon se ha convertido en una película de culto. Los aficionados al género la reivindican por su audacia, por su metalenguaje cinematográfico que juega con las expectativas de los espectadores y por lograr, en definitiva, una experiencia auténticamente inquietante. Las interpretaciones intensas y cargadas de matices de Fishburne y Neill también contribuyen a sublimar la narrativa, a pesar de las críticas que apuntaban a un guion inconsistente y a un tono desmesuradamente oscuro.
En el panorama de las grandes superproducciones de ciencia ficción y terror de la década de los 90, una película en especial se desmarcó del resto, aunque no de la manera esperada. Se trata de Event Horizon, una cinta que, a pesar de su fracaso inicial tanto de crítica como de taquilla, ha demostrado con los años tener la suficiente fuerza y originalidad como para merecer una segunda oportunidad en nuestra memoria colectiva.
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