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'Black Beach': un español contra las dictaduras africanas
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'Black Beach': un español contra las dictaduras africanas

Esteban Crespo traslada la acción de su segundo largometraje como director al continente africano para criticar el papel de los organismos internacionales en las tramas de corrupción

Foto: Candela Peña y Raúl Arévalo en 'Black Beach'. (eOne)
Candela Peña y Raúl Arévalo en 'Black Beach'. (eOne)

Existe un género de películas españolas de indudable vocación internacional –que lleguen a ello ya es otra cosa– en las que la cámara se mueve incesante y a ritmo de una música electrónica machacona por fiestas en palacios rococós o en oficinas maximalistas minimalistas y donde el español se mezcla lo justo con el inglés como para no ahuyentar al espectador nacional. A este tipo pertenece 'Black Beach', el segundo largometraje del director madrileño Esteban Crespo, que después de haber competido en los Oscar con el cortometraje 'Aquel no era yo', se estrenó en el largo en 2017 con 'Amar', una historia sobre el amor tóxico adolescente mucho más humilde y menos ambiciosa que su sucesora.

Crespo ha viajado hasta las costas de Ghana –aunque el guión, al parecer, porque no se dice, se desarrolla en Guinea Ecuatorial, o como describe uno de los personajes, en "el sitio más machista y más homófobo del mundo"– para contar una trama de corrupción política y empresarial a gran escala y denunciar la falta de cumplimiento de los derechos humanos en ciertos países, ante la pasividad de los grandes organismos que, en teoría, deberían velar por su cumplimiento. Carlos (Raúl Arévalo) trabaja en Bruselas para una multinacional y lleva tiempo esperando un traslado a las oficinas de Nueva York. Su pareja, Susan (Melina Matthews), está embarazada de su primer hijo y también a la espera de aceptar un trabajo en la ciudad estadounidense.

placeholder Raúl Arévalo es Carlos en 'Black Beach', la última película de Esteban crespo. (eOne)
Raúl Arévalo es Carlos en 'Black Beach', la última película de Esteban crespo. (eOne)

Pero el ascenso de Carlos, que además es hijo de –lo que parece– una diplomática de la ONU, está sujeto a una última misión encomendada por la compañía: la guerrilla guineana ha secuestrado uno de los ingenieros que construye una base petrolífera en el país africano y Carlos, que trabajó hace tiempo en la zona como cooperante, puede ayudar en las negociaciones. Un secuestro relacionado con la causa azande, oprimida por el Gobierno dictatorial. Además, con sus contactos, debe apoyar el levantamiento del embargo comercial para que la multinacional que le paga el sueldo pueda operar en suelo guineano. "La democracia es buena para los negocios", sentencia Carlos en un momento de la película. Algo que no suena muy a antiguo cooperante.

En 'Black Beach' es una película confusa en la que es difícil saber quién está dónde, en qué trabaja y para qué. Los personajes transitan por localizaciones fastuosas y opulentas en las que la cocaína, el dinero, las mujeres y el alcohol son una comparsa para adornar los negocios de los hombres. Pero al menos sabemos que el objetivo de Carlos es llegar a Black Beach, una zona convulsa en la que los pijos blancos no son bienvenidos, donde el Ejército ha encerrado a Ada (Aída Wellgaye), su antigua novia de sus tiempos de cooperante, que ahora es la pareja de Calixto (Jimmy Castro), antiguo amigo de Carlos y principal sospechoso del secuestro. En fin, un culebrón.

placeholder Raúl Arévalo en 'Black Beach'. (eOne)
Raúl Arévalo en 'Black Beach'. (eOne)

Crespo no se decide entre el drama y el 'thriller' político, y provoca una disonancia entre ambas partes que resulta difícil de obviar. Además, las casualidades son demasiadas y los hilos que seguir imbricados y desconcertantes como para dejarse arrastrar por la historia. Hay algo demasiado artificioso tanto en la narración como en la puesta en escena, que impide que la historia fluya con naturalidad. Da igual que Crespo haya rodado en localizaciones naturales en la otra punta del mundo. La limpieza de la imagen y del sonido, de los movimientos, la insistencia por subrayar el objetivo del protagonista, la intención de cada frase, de cada secuencia, resultan demasiado estudiadas como para destilar verdad. Candela Peña, sin embargo, consigue insuflar a Ale, un personaje secundario, de simpatía y profundidad en apenas un par de escenas.

placeholder Cartel de 'Black Beach'
Cartel de 'Black Beach'

A cada paso que da en busca del paradero del ingeniero, Carlos descubre una intriga en la que las grandes corporaciones y los poderes políticos occidentales juegan un papel oscuro en las dictaduras de países africanos ricos en materias primas, pero cuyos recursos explotan las grandes multinacionales, impidiendo el desarrollo de la población local. Crítica social unida a un melodrama sobre el pasado, que siempre vuelve, en un film con muchas posibilidades y poca sinceridad.

Existe un género de películas españolas de indudable vocación internacional –que lleguen a ello ya es otra cosa– en las que la cámara se mueve incesante y a ritmo de una música electrónica machacona por fiestas en palacios rococós o en oficinas maximalistas minimalistas y donde el español se mezcla lo justo con el inglés como para no ahuyentar al espectador nacional. A este tipo pertenece 'Black Beach', el segundo largometraje del director madrileño Esteban Crespo, que después de haber competido en los Oscar con el cortometraje 'Aquel no era yo', se estrenó en el largo en 2017 con 'Amar', una historia sobre el amor tóxico adolescente mucho más humilde y menos ambiciosa que su sucesora.

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