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Oscar 2016: 'Brooklyn', el melodrama romántico que encantará a tu abuela
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estreno de 'Brooklyn'

Oscar 2016: 'Brooklyn', el melodrama romántico que encantará a tu abuela

Nominada a la mejor película en los Oscar y escrita por Nick Hornby, 'Brooklyn' es una evocadora mezcla de drama, romance y nostalgia

Foto: Fotograma de la película 'Brooklyn'.
Fotograma de la película 'Brooklyn'.

Para empezar, una advertencia para aquellos que se hayan hecho ilusiones: pese a lo que su título pueda sugerir, en esta película no hay panaderías creativas ni cafeterías artesanas ni barberías vintage; y los hombres que la habitan no tienen barbaza ni un avioncito de papel tatuado en el cuello. No es, para entendernos, una película de hipsters, sino una reflexión sobre la experiencia emigrante de mediados del siglo pasado y sobre la lucha de una mujer por entender quién es y a qué lugar quiere pertenecer. Y además es el tipo de mezcla de retrato histórico y melodrama empedernidamente romántico que podemos recomendar sin pensárnoslo dos veces a nuestras madres y abuelas.

['Spotlight', Oscar a la mejor película, Leonardo Di Caprio, Oscar por su papel 'El renacido' y Alejandro González Iñárritu, mejor director]

Se entendería que tras leer estas dos últimas frases más de uno sufra un repentino ataque de bostezos, y por eso ahí va otra advertencia: hay algo irresistiblemente seductor en 'Brooklyn', nominada al Oscar a la mejor película, algo que empujará incluso a los más alérgicos a lo sentimental a utilizar palabras como “encantadora” y “conmovedora” para describirla en buena medida gracias al magnífico trabajo de Saoirse Ronan. Ronan es una actriz de enorme talento aunque a veces tan técnicamente precisa que parece fabricada por unos señores japoneses con bata blanca, pero aquí es toda calidez en la piel de una chica irlandesa que huye de la pobreza y el provincianismo de la Irlanda rural para, igual que millones de otros inmigrantes, buscarse la vida en Nueva York.

Tráiler de 'Brooklyn'

'Brooklyn' es nostálgica en el sentido más amplio del término. Con el paso del tiempo la palabra nostalgia ha llegado a significar algo así como el recuerdo difuso y empalagoso del pasado, o la añoranza idealizada de un tiempo y un lugar. En ese sentido, 'Brooklyn' convierte tanto Irlanda como Nueva York en representaciones casi oníricas de la realidad y, en particular en el caso de la urbe, en una amalgama de colores pastel y exteriores soleados que nos hacen sentir morriña por algo que nunca vivimos. Nada que ver, para entendernos, con el Brooklyn de Spike Lee.

Pero, en su origen, la palabra nostalgia describía algo más parecido a una enfermedad: un anhelo patológico que provocaba fiebres y dolores de barriga y hasta la muerte. Y, precisamente, Eilis Lacey (Ronan) siente que se está consumiendo. Para una muchacha algo paleta como ella, la transición está llena de dolor. Pero el tiempo, claro, lo cura todo. Poco a poco empieza a gozar de su independencia, hace amistades, se sofistica, incluso se echa un novio ridículamente majo. Cuando se ve obligada a volver a Irlanda a una causa de una muerte inesperada, es una mujer literalmente distinta. Sin embargo, de regreso a casa su confianza en sí misma se verá cuestionada por la cómoda familiaridad con la que el entorno trata de seducirla. Y entonces deberá enfrentarse a una pregunta que no tiene respuesta fácil: ¿qué define -¿y cómo se define?- el hogar?

Hay algo irresistiblemente seductor aquí, algo que empujará incluso a los más alérgicos a lo sentimental a utilizar palabras como 'conmovedora'

Afortunadamente, el director John Crowley nunca coloca a su protagonista en ese típico rincón desde el que solo una opción tiene sentido. En realidad, Eilis está dividida entre dos posibilidades de buena vida, en tanto que ambas encarnan la promesa de amor, y seguridad, y felicidad. Se trata, pues, de elegir entre el confort de lo conocido y el frenesí que provoca lo nuevo. Su dilema, pues, no es muy distinto de los que la gente normal afronta a diario, lo que significa que en realidad en 'Brooklyn' no hay gran cosa en juego. Y las reglas del juego, eso también es indudable, no son particularmente novedosas.

En todo caso, resulta extrañamente refrescante contemplar una película que capta la intensidad de las decisiones cotidianas sin echar mano de grandes gestos ni revelaciones inesperadas ni histerismos: dónde vivir y con quién hacerlo, en qué trabajar, cómo seguir adelante cuando posible camino significa que algo se gana y algo se pierde para siempre; cómo aceptar que en última instancia todo el mundo actúa por interés propio y que eso no necesariamente nos convierte en mala gente. Y, gracias sobre todo a Ronan, 'Brooklyn' logra que todas esas dudas queden perfectamente reflejadas en una colección de miradas.

Cierto que, al margen de Eilis, casi ninguno de los personajes del guión de Nick Hornby son gente real sino más bien bosquejos, y que por momentos a Crawley se le va la mano subrayando el despertar de su protagonista –el chorro de luz blanca que recibe al abrir la puerta del muelle de Nueva York parece sacada de un anuncio de cremas antiarrugas--, pero no importa porque 'Brooklyn' en ningún caso sucumbe a la sensiblería. Y porque, a pesar de no hacerlo –o, mejor, precisamente porque no lo hace-, logra que salgamos del cine con el tontorrón subido, y hasta con ganas –discúlpese la cursilada— de hacer saber a quienes queremos que los queremos.

Para empezar, una advertencia para aquellos que se hayan hecho ilusiones: pese a lo que su título pueda sugerir, en esta película no hay panaderías creativas ni cafeterías artesanas ni barberías vintage; y los hombres que la habitan no tienen barbaza ni un avioncito de papel tatuado en el cuello. No es, para entendernos, una película de hipsters, sino una reflexión sobre la experiencia emigrante de mediados del siglo pasado y sobre la lucha de una mujer por entender quién es y a qué lugar quiere pertenecer. Y además es el tipo de mezcla de retrato histórico y melodrama empedernidamente romántico que podemos recomendar sin pensárnoslo dos veces a nuestras madres y abuelas.

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