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La joven que perdió en un naufragio a toda su familia... y a la burocracia europea le dio igual
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La joven que perdió en un naufragio a toda su familia... y a la burocracia europea le dio igual

Rezwana tenía 13 años cuando su padre, su madre y sus tres hermanos murieron al tratar de llegar a la isla griega de Lesbos. Ahora, con 22, cuenta en un libro su historia, aun sin final feliz

Foto: Rezwana, junto a la periodista Mariangela Paone, la semana pasada en Madrid. (I. H. V.)
Rezwana, junto a la periodista Mariangela Paone, la semana pasada en Madrid. (I. H. V.)

Rezwana Sekandari tiene la lengua griega absolutamente atravesada, la entiende bastante bien, pero le cuesta horrores hablarla, como si dentro de ella hubiera un mecanismo que le generara un rechazo absoluto hacia ese idioma. A sus 22 años, esta joven de origen afgano habla con fluidez el inglés, el sueco y el persa, pero el griego se le atraganta. Sin embargo, necesita desesperadamente aprenderlo para poder reunirse en Suecia con lo que queda de su familia y volver a retomar su vida, en suspenso desde hace un par de años por culpa de la rígida burocracia europea. “Me he prometido a mí misma que voy a aprender bien el griego, y lo voy a conseguir”, nos cuenta mientras le da vueltas y más vueltas al té de su taza.

La aversión que Rezwana siente hacia la lengua griega se explica fácilmente. El 28 de octubre de 2015, cuando tenía 13 años, la barcaza de madera en la que viajaba desde Turquía hasta la isla griega de Lesbos naufragó con más de 300 personas a bordo. A su madre, a su padre, a sus dos hermanas y a su hermano se los tragó el mar, como a otros muchos migrantes. A ella la salvaron unos pescadores que lograron rescatarla del agua con la ayuda de un arpón y llevarla a Lesbos. Allí oyó por primera vez el griego, y esa lengua quedó para siempre indisolublemente unida a su terrible tragedia personal.

La de Rezwana es una historia absolutamente atroz. Tras irse a pique el barco en el que trataba de llegar a Europa y perder a toda su familia en el naufragio, estuvo primero en un campo de refugiados en Lesbos y luego pasó por tres familias de acogida en Atenas. Fue un periodo muy duro para ella, se sentía profundamente sola y se encerró en sí misma. Durante meses, apenas comió y luego se atiborró a chucherías, llegando a engordar 25 kilos en un par de años.

placeholder Unos pescadores griegos ayudan en noviembre de 2015 a un grupo de refugiados a su llegada a la isla de Lesbos. (EFE/Orestis Panagiotou)
Unos pescadores griegos ayudan en noviembre de 2015 a un grupo de refugiados a su llegada a la isla de Lesbos. (EFE/Orestis Panagiotou)

Tenía parientes en Suecia, pero, como no eran familiares en primer grado, las autoridades europeas no autorizaron la reagrupación. Pero, finalmente, Rezwana logró viajar a Suecia y reunirse allí con su tía abuela y unos tíos y primos. Revivió: aprendió el sueco, rehizo su vida y poco a poco empezó a ser feliz. En tres meses perdió los 25 kilos que se había echado encima en Atenas a causa de la depresión y la ansiedad. “En Suecia me sentía segura, arropada por mi familia, por unos tíos y unos primos a los que conocía desde niña cuando viajaban en vacaciones a Afganistán”.

Pero, al cumplir los 18 años, las autoridades de Suecia decidieron devolverla a Grecia, el primer país de acogida, en rigurosa aplicación de la legislación europea. Al fin y al cabo, para la burocracia de la UE, Rezwana solo es un expediente más.

placeholder Portada del libro 'Rezwana, un expediente europeo'.
Portada del libro 'Rezwana, un expediente europeo'.

Rezwana: un expediente europeo es precisamente el título del libro que cuenta su historia, un libro escrito a cuatro manos por la propia Rezwana y por la periodista Mariangela Paone. Fue publicado por la editorial Libros del K.O. en noviembre pasado, pero solo ahora Rezwana ha podido viajar a España para presentarlo. “He estado 14 meses esperando la renovación en Grecia de mi documento de identidad, sin él no puedo abandonar Grecia”, explica. “El caso de Rezwana es realmente trágico y merecería un tratamiento distinto. Supone añadir sufrimiento a una persona que ya ha sufrido mucho, es un sinsentido que la mantiene atrapada en un limbo absurdo”, se lamenta Mariangela Paone.

Rezwana está ahora viviendo en Atenas con su tercera familia de acogida griega, a la que quiere mucho. Pero sueña con volver a Suecia. Su objetivo ahora es aprender el griego, vencer el rechazo inconsciente que le genera esa lengua y conseguir hablarla con fluidez. “Si consigo hablar bien el griego, lograré obtener la residencia permanente en Grecia y así podré regresar a Suecia. Pero para eso necesito pasar un examen que acredite que hablo bien el griego, y lo conseguiré”, asegura con determinación. Aunque admite que hay días en los que las fuerzas le flaquean y se plantea tirar la toalla. “Ser inmigrante es muy duro. En ocasiones me entra el bajón y siento ganas de tirarlo todo por la borda, siento que no puedo seguir adelante”, admite. “Pero voy a seguir luchando, además ahora tengo la sensación de que voy a remontar”.

La historia de Rezwana agarró por el cuello a la periodista Mariangela Paone, quien llevaba tiempo cubriendo la tragedia de los inmigrantes que trataban de llegar a Grecia desde la costa de Turquía cuando tuvo lugar el espantoso naufragio del 28 de octubre de 2015. Paone supo entonces de la tragedia de Rezwana y la contó, interesándose por la joven cada vez que viajaba a Grecia.

placeholder Una fotografía de Rezwana junto a sus padres, Fátima y Naseer. (Cedida por Rezwana Sekandari)
Una fotografía de Rezwana junto a sus padres, Fátima y Naseer. (Cedida por Rezwana Sekandari)

“La suya es una historia tan terrible que no podía desprenderme de ella”, admite Paone, quien en abril de 2021 por fin logró contactar con Rezwana. “Era como si ya nos conociéramos”, admite. Rezwana le pidió a la periodista que le ayudara a averiguar si los cuerpos sin identificar de algunas personas enterradas en Lesbos eran los de sus padres y hermanos, como los análisis de ADN acabaron revelando. “Fue muy duro, para ella supuso reabrir las heridas y pasar un segundo duelo”. Pero de aquel encuentro surgió una amistad y el firme propósito de contar el drama de Rezwana, de no permitir que la historia de su familia cayera en el olvido. Y con ese fin escribieron Rezwana: un expediente europeo, que en breve será traducido al italiano.

Rezwana y su familia llevaban una vida bastante acomodada en Afganistán. Naseer, su padre, trabajaba como cámara de televisión, pero cada vez con más fuerza sentía que Kabul no era una ciudad segura para él y su familia. No dormía por las noches pensando en eso, iba a diario a recoger a sus hijos al colegio con el miedo metido en el cuerpo. Decidió que tenían que abandonar el país.

El viaje interminable

La familia trató primero de ir a Estados Unidos, donde le daban visado a Fátima (la madre de Rezwana) y a sus cuatro hijos, pero no al padre. Y la familia no quería separarse, así que descartaron Estados Unidos y decidieron tratar de llegar a Suecia, donde ya vivían algunos parientes. Vendieron su casa en Kabul y viajaron en avión a Teherán ―un trayecto por el que el padre de Rezwana pagó 15.000 dólares―. Desde Teherán fueron hacia la ciudad iraní de Tabriz, donde cogieron un autobús hasta un pueblo cercano a la frontera con Turquía. Desde allí viajaron en una furgoneta repleta de gente a territorio turco. Posteriormente, se dirigieron a una playa cercana a Esmirna, desde donde saldrían rumbo a la isla griega de Lesbos. “En lugar de embarcar en lanchas neumáticas, el padre de Rewana pagó más dinero para hacer el trayecto a bordo de un barco de madera, le pareció que eso era más seguro”, explica Mariangela Paone. Pero la barcaza, abarrotada con unas 300 personas, naufragó. Tanto el padre como la madre de Rezwana fallecieron, así como su hermana Negin, de 11 años; su hermano Hadith, de cinco, y su hermana Mehrumah, de poco más de un año.

“Europa tiene que dejar de pensar que se pueden poner puertas al mar y debe habilitar vías de entrada más accesibles. Nadie se hace a la mar para llegar a Europa si puede evitarlo, si hay otros modos. Y hay otros modos, lo hemos visto con los ucranianos que han salido de su país al estallar la guerra con Rusia”, sentencia Mariangela Paone.

Rezwana Sekandari tiene la lengua griega absolutamente atravesada, la entiende bastante bien, pero le cuesta horrores hablarla, como si dentro de ella hubiera un mecanismo que le generara un rechazo absoluto hacia ese idioma. A sus 22 años, esta joven de origen afgano habla con fluidez el inglés, el sueco y el persa, pero el griego se le atraganta. Sin embargo, necesita desesperadamente aprenderlo para poder reunirse en Suecia con lo que queda de su familia y volver a retomar su vida, en suspenso desde hace un par de años por culpa de la rígida burocracia europea. “Me he prometido a mí misma que voy a aprender bien el griego, y lo voy a conseguir”, nos cuenta mientras le da vueltas y más vueltas al té de su taza.

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