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'Tradwives', las esposas trofeo que también facturan
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María Díaz

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'Tradwives', las esposas trofeo que también facturan

El movimiento conservador 'tradwife' en redes sociales lleva un año en marcha y ha resultado ser una forma más de ordeñar la lucrativa vaca de la nostalgia, aderezada con un poco de erotismo y venta de imagen

Foto: Mujeres que de manera individual deciden quedarse en casa para ejecutar un rol de género ultraconservador. (Pexels)
Mujeres que de manera individual deciden quedarse en casa para ejecutar un rol de género ultraconservador. (Pexels)
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Al otro lado de la pantalla del teléfono, un rostro maquillado de muñeca me devuelve la mirada con ojos tiernos y dulcísima sonrisa, como una promesa de felicidad cándida, sin dobleces. El abultado y sugerente busto — resaltado por el plano algo picado y un mandil muy coqueto e inútil que se ajusta bien a la cintura — se suspende perfecto sobre la tarea de la mujer. No es más que una sartén; el maniquí pintado está preparando el desayuno a su marido.

Este breve retrato corresponde a un ejemplo, tomado al azar, pero representativo, del tipo de videos que publica Estee C. Williams, ama de casa norteamericana de 25 años que se define como tradwife, un término que significa esposa tradicional y que, de un tiempo a esta parte, ha llamado la atención de algoritmos, usuarios de redes y medios de comunicación. Williams lleva poco más de un año llevando este, como ella misma lo llama, estilo de vida junto a su marido en la intimidad de su hogar, que abre casi a diario a una audiencia total en redes de 325.000 personas, especialmente en TikTok, donde algunos de sus videos superan el millón y medio de reproducciones.

En las propias palabras de Williams, el movimiento tradwife consiste en un conjunto de mujeres que, de manera individual, deciden quedarse en casa para ejecutar un rol de género ultraconservador y llevar una vida más tradicional, en la que ellas se someten y sirven a sus maridos, que son los que trabajan fuera de casa y proveen a la familia. A pesar de que la elección de ciertos adjetivos y verbos por parte de Williams pueda resultar escandaloso para algunos, lo que personalmente me llama la atención de esta definición es cómo la influencer deja fuera la parte de compartir esta forma de vida, casera y privada, con el público en redes sociales. Porque, curiosamente, siempre ha habido amas de casa, pero las tradwives solo existen tras el alzamiento de TikTok.

Pero ¿desde el cuando el trabajo doméstico realizado por mujeres — o mejor dicho, su escenificación — es una idea novedosa, atractiva y monetizable para redes? La viralización de este fenómeno comenzó a finales de 2022, cuando Kendel Kay, influencer a tiempo completo desde hace años, compartió un video en el que relataba un día cualquiera en su vida como novia que se queda en casa, es decir, como mujer sin ingresos propios supuestamente mantenida por su pareja. En el perfil de Kay, sin embargo, salta a la vista que la joven monetiza el contenido vagamente erótico y de estilo de vida que comparte, desde el cual su público accede a sus enlaces afilizados de Amazon y acuerdos comerciales con diferentes marcas, que patrocinan sus post. Además de todo eso, sus servicios pueden ser contratados a través de la empresa de representación y marketing online, Influential, y, si eso fuese poco, vende su ropa de lujo a precios de segunda mano, incluido el tanga de un bikini por 20 dólares — por si hay algún interesado —. Y sí, si a alguien le quedaba duda, también tiene un OnlyFans.

Repiten las mismas rutinas, estéticas y marcas, los motivos que manejan y dan a su público para respaldar su estilo de vida

Aún con todo esto, la polémica sobre la independencia económica de las mujeres y su posición respecto a los movimientos feministas estaba ya servida y a partir de ese momento, con la controversia ya formada, no pararon de surgir cuentas con contenido muy similar. El objetivo de las publicaciones es representar una supuesta rutina de amas de casa que dependen económica y socialmente de sus parejas masculinas. El patrón es siempre el mismo: levantarse, arreglarse, preparar cafés cuquísimos, ordenar muy someramente la casa, algo de ejercicio ligero (habitualmente el ubicuo pilates), preparar la cena, retocarse el maquillaje y esperar el regreso al hogar de la media naranja. No esperen escobillas del water, lejía, gestión económica de un núcleo familiar o frotar manchas de babis escolares porque no lo verán.

Aunque estas mujeres — que efectivamente están muy ocupadas, pero no llevando una casa — repiten las mismas rutinas, estéticas y marcas, los motivos que manejan y dan a su público para respaldar su estilo de vida — una conversación que tarde o temprano llega a sus comentarios — son más variados: desde el fundamentalismo religioso, cristiano por supuesto, a la sencilla vocación familiar o el mero hartazgo de la cultura empresarial y los ambientes laborales. Todas coinciden en que el motivo último es porque quieren y ninguna señala lo evidente, que es porque pueden pero, sobre todo, porque les beneficia.

El origen de estas tendencias es altamente complejo y es evidente que se trata de movimientos postfeministas

Las tradwives y las novias que se quedan en casa no son tendencias aisladas, están vinculadas por ejemplo con las influencers de energía femenina y el high value dating — un intento de darle prestigio a los matrimonios por dinero —, pero sobre todo se trata de movimientos contrarios a la #girlboss de la década pasada, cuando lo deseable era que las muchachas pusieran su vida personal en suspensión durante quince años para alcanzar el éxito profesional. De manera consecuente al fracaso de dicho modelo, era de esperar esta respuesta aspiracional a la ruptura del ascensor social y a la aún persistente desigualdad en el reparto del trabajo doméstico y de cuidados. A todo esto se suma un retorno a cierto tipo muy concreto de esencialismo de género, derivado por una parte del rechazado conservado a los movimientos LGTBIQ+ y por otra a la vindicación desde los feminismos de las expresiones de género más femeninas como válidas dentro del movimiento, un ejercicio reactivo y necesario a algunos gestos de misoginia interiorizada normalizados en la cultura popular y política hasta hace bien poco.

El origen de estas tendencias es, por lo tanto, altamente complejo y, más allá del debate estéril pro o antifeminista, es evidente que se trata de movimientos postfeministas, es decir, son estructuras sociales que distan mucho de reconocerse o adscribirse al feminismo pero no se alzarían tal como se conciben sin la existencia del mismo. Un ejemplo perfecto de esto lo da Katixa Agirre en el libro Vírgenes catódicas, putas recalcitrantes al colocar series como Ally McBeal, Mujeres desesperadas o Sexo en Nueva York como ficciones postfeministas, siendo a la vez políticamente inanes pero cuyas escrituras serían inconcebibles en un mundo sin feminismos. Y es precisamente en este grupo de ficción postfeminista donde se puede catalogar el tipo de videos en redes porque, seamos francos, poco tienen que decir sobre el matrimonio, pero aún menos sobre la tradición.

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Para comenzar, todos los preceptos sobre los que se basa el contenido tradwife son erróneos. En primer lugar, el trabajo doméstico es trabajo, y bastante duro. No las tareas simplonas que escenifican en pantalla, por supuesto, sino la gestión total de un hogar con higiene, dieta, horarios, ciclos, reglas, economía y logística. Cuantas más personas conforman el hogar más se complica el trabajo, pues hay que contar con las necesidades individuales y ajustarlas a las generales. Esta faena, tan invisible como conocida por cualquier adulto funcional, es la función principal de las amas de casa que, además, tradicionalmente, sí han trabajo fuera de casa, salvo en los hogares más pudientes. Solo una generación nos separa de una economía que dependía del trabajo duro de todos los miembros de la familia (también mujeres y niños) pero en la que solo uno de ellos se consideraba con carrera profesional.

Pero es que además de ser erróneo lo que se promueve — algo que se puede achacar con inocencia a la ignorancia o incluso a la más básica estupidez — es que no cumplen lo que anuncian. Porque estas mujeres están trabajando. Y, es verdad, no trabajan fuera de casa, pero sí desde casa: manejan, de una diligente manera muy alineada con la cultura empresarial a la que dicen dar la espalda, sus activos y marcas personales con constantes actualizaciones y escenificaciones de un modo de vida que, por su inconsistencia económica, su estética producida y su vacua irreflexión, no puede ser más que aspiracional. Es decir, puro entretenimiento escapista para el público y una fuente de ingresos para las creadoras, que abogan por el clásico "haz lo que yo diga, pero no lo que yo haga".

Al otro lado de la pantalla del teléfono, un rostro maquillado de muñeca me devuelve la mirada con ojos tiernos y dulcísima sonrisa, como una promesa de felicidad cándida, sin dobleces. El abultado y sugerente busto — resaltado por el plano algo picado y un mandil muy coqueto e inútil que se ajusta bien a la cintura — se suspende perfecto sobre la tarea de la mujer. No es más que una sartén; el maniquí pintado está preparando el desayuno a su marido.

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