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El arqueólogo judío que halló el brazo perdido de Laocoonte (y murió en Auschwitz olvidado)
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El arqueólogo judío que halló el brazo perdido de Laocoonte (y murió en Auschwitz olvidado)

El escritor alemán Hans von Trotha reconstruye en ‘El brazo de Pollak’ la vida de Ludwig Pollak, el judío que halló el brazo perdido de 'Laocoonte y sus hijos', que fue condecorado por el Papa y que rechazó ocultarse de los nazis en el Vaticano

Foto: La escultura 'Laocoonte y sus hijos', con el brazo original de la misma encontrado por Pollak. (Alamy)
La escultura 'Laocoonte y sus hijos', con el brazo original de la misma encontrado por Pollak. (Alamy)

En enero de 1506, en unos viñedos próximos al Coliseo de Roma, se encontró una impresionante escultura en mármol que representaba a un hombre adulto y a dos jóvenes en plena lucha contra unas gigantescas serpientes. Enseguida se tuvo conciencia de que aquel era un descubrimiento importante, de que era muy probable que se tratase de la obra maestra tan elogiada por Plinio el Viejo y realizada por los escultores griegos Agesandro, Polidoro y Atenodoro de Rodas.

El papa Julio II fue informado inmediatamente del hallazgo y no dudó en enviar a Miguel Ángel a ver con sus propios ojos la escultura. El artista informó al pontífice de que no tenía ninguna duda de que se trataba de la más famosa de todas las esculturas de la antigüedad, de aquella que mostraba de manera tan despiadada como voluptuosa el momento en el que el sacerdote Laocoonte y sus dos hijos son cruelmente asesinados por unas serpientes.

Según el relato de Virgilio en La Eneida, cuando los griegos consiguieron introducir en Troya el famoso caballo de madera, Laocoonte sospechó algo y arrojó su lanza contra aquel artefacto, fue el único en hacerlo. Estuvo a punto de desbaratar el plan que había urdido Atenea y esta, colérica, envió a las serpientes a acabar con él y con su prole.

Pero la escultura no estaba completa: faltaban los brazos derechos de los tres hombres y las cabezas de las serpientes. El papa encargó a grandes artistas de la época que cincelaran esos miembros perdidos. Los tres brazos fueron esculpidos extendidos, en una actitud claramente heroica y valiente, sobre todo en el caso de Laocoonte. La escultura se estuvo exhibiendo así durante años.

placeholder Copia de la escultura 'Laocoonte y sus hijos' tras la restauración del siglo XVI. (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando)
Copia de la escultura 'Laocoonte y sus hijos' tras la restauración del siglo XVI. (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando)

Casi 400 años después, en 1905, Ludwig Pollak, un importante experto en arqueología y marchante de antigüedades nacido en Praga en 1868, pero afincado desde hacía años en Roma, encontró en un establecimiento en la Via Labicana un musculoso brazo derecho masculino esculpido en mármol y con una protuberancia sobre el bíceps. Al instante, y gracias a su infalible ojo clínico, tuvo claro que se trataba del brazo perdido de Laocoonte. Un brazo que no estaba extendido, que no se alzaba hacia el cielo en gesto sublime, sino que se presentaba doblado, casi retorcido. No era el brazo de un héroe, sino el de un hombre que se sabía derrotado.

Aquel descubrimiento cambió de manera radical la concepción de la escultura antigua en general y del Laocoonte y sus hijos en particular, que partir de ese momento pasó a exhibirse con el brazo retorcido original del sacerdote y sin las restauraciones que le se habían añadido en el siglo XVI. Pollack podría haber pedido lo que hubiera querido por aquel trozo de mármol, pero decidió regalárselo al Vaticano. “¿Qué habría podido hacer si no? ¿Regatear un precio por una pieza que con tanta claridad está donde tiene que estar? Eso no sería comercio: sería extorsión por dinero”, aseguró a los periodistas que se interesaron por su gesto, que le valió convertirse en 1905 en el primer judío en recibir un mención honorífica por parte de un papa. Ya antes, Pollak había encontrado un cáliz funerario paleocristiano en oro que había sido robado de la Biblioteca Vaticana y se lo devolvió al papa Pío X sin pedir ninguna compensación a cambio.

"Mientras sigamos leyendo a Goethe estaremos a salvo", decía Pollak. No fue así: acabó en un horno crematorio en Auschwitz

Ludwig Pollak (1868-1943) fue un grandísimo especialista en arte antiguo, uno de los mayores expertos en arqueología de todos los tiempos y un respetado marchante. Embajadores, aristócratas, empresarios y directores de museos hacían cola ante su despacho en Roma; el millonario financiero J.P. Morgan, el banquero Edmond de Rothschild o el mismísimo emperador austrohúngaro no dudaron en recurrir a sus servicios para que les asesorara sobre sus colecciones de arte. Pero casi seguro que usted jamás ha oído hablar de él. “Hoy nadie sabe quién fue Ludwig Pollak”, se lamenta el escritor alemán Hans von Trotha.

Fascinado por ese personaje de carne y hueso que era judío, que nació en Praga, pero vivió casi medio siglo en Roma, que rechazó el ofrecimiento de refugiarse en el Vaticano para escapar de los nazis y que acabó siendo asesinado junto con su mujer y sus dos hijos en Auschwitz, Hans von Trotha ha dedicado años a investigar y reconstruir su vida. Ha analizado sus archivos, ha estudiado sus diarios y se ha entrevistado con numerosas personas que podían arrojar luz sobre su figura.

placeholder Portada de 'El brazo de Pollak', de Hans von Trotha.
Portada de 'El brazo de Pollak', de Hans von Trotha.

El resultado de todo eso es El brazo de Pollak, una fascinante novela recién publicada en español por la editorial Periférica que recrea la última noche de Pollak, cuando el marchante, de 75 años, habría recibido en su vivienda en el Palazzo Odescalchi de Roma la visita de un enviado de la Santa Sede advirtiéndole de la redada que las SS se proponían llevar a cabo al día siguiente contra los judíos y ofreciéndole a él y a su familia cobijo en el Vaticano. Sin embargo, Pollak rechaza el ofrecimiento, decide quedarse y aprovecha para hacer repaso de su vida.

La novela es ficción, pero solo en parte. Todo lo que se cuenta en ella ocurrió en realidad, todas las palabras que von Trotha pone en boca de Pollak o bien proceden directamente de sus diarios o bien están en línea con su forma de pensar. “Y es cierto que tuvo la posibilidad de salvarse de las SS y de refugiarse en el Vaticano”, nos revela el escritor. Rechazó el ofrecimiento porque no creía que los nazis pudieran estar interesados en dos personas ancianas y enfermas como él y su esposa y, sobre todo, porque estaba convencido de que la cultura nunca sucumbiría a la barbarie. “Mientras sigamos leyendo a Goethe estaremos a salvo”, dice Pollak en un pasaje del libro.

placeholder Ludwig Pollak retratado por Werner F. Fritz. (Museo Barracco)
Ludwig Pollak retratado por Werner F. Fritz. (Museo Barracco)

Se equivocó. El lunes 18 de octubre de 1943 él, su mujer y sus dos hijos fueron obligados por las SS a subirse a un tren de mercancías estacionado en la estación Tiburtina de Roma. Ese tren, en el que se hacinaban en total unos mil judíos con edades comprendidas entre un día y 90 años, puso rumbo al campo de concentración de Auschwitz. Solo 16 personas sobrevivieron, y entre ellos no estaba ni Pollak ni nadie de su familia.

¿Cómo es posible que Pollak cayera en el olvido, que el hombre que encontró el brazo del Laocoonte haya sido arrinconado por la historia? “He pensado mucho en ello”, confiesa von Trotha. “Yo creo que ha sido olvidado por ser judío, estoy convencido de que si Pollak hubiera sido un profesor católico su historia habría sido muy diferente”.

A la entrada del Palazzo Odescalchi en Roma hay colocados solo desde 2022 cuatro placas de latón en el suelo (las famosas Stolpersteine) con los nombres de Ludwig Pollak, su mujer, su hija y su hijo, para que no se olvide que vivían allí y fueron deportados y asesinados por los nazis. En varias universidades se está empezando a estudiar su figura y el Museo Barracco de Escultura Antigua de Roma, del que Pollak fue director, está tratando de reconstruir su colección de arte y de analizar sus cartas y diarios. Se lo merece.

En enero de 1506, en unos viñedos próximos al Coliseo de Roma, se encontró una impresionante escultura en mármol que representaba a un hombre adulto y a dos jóvenes en plena lucha contra unas gigantescas serpientes. Enseguida se tuvo conciencia de que aquel era un descubrimiento importante, de que era muy probable que se tratase de la obra maestra tan elogiada por Plinio el Viejo y realizada por los escultores griegos Agesandro, Polidoro y Atenodoro de Rodas.

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