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Milena Jesenská, la mujer que fue mucho más que el gran amor de Kafka (y de otras mujeres)
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centenario de la muerte del escritor

Milena Jesenská, la mujer que fue mucho más que el gran amor de Kafka (y de otras mujeres)

La escritora checa Monika Zgustova publica 'Milena de Praga', la biografía novelada de la gran amiga del autor de 'La metamorfosis', pero también gran traductora, combatiente antifascista, feminista y bisexual

Foto: Milena Jesenská (a la izquierda) junto a una amiga en los años 30. (Galaxia Gutenberg)
Milena Jesenská (a la izquierda) junto a una amiga en los años 30. (Galaxia Gutenberg)
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Hay encuentros que cambian la vida y uno de ellos fue el que unió a Milena Jesenská y Franz Kafka. Fue en el otoño de 1919 en un café de Praga. Ciudad cosmopolita en la que se hablaban tres idiomas —checo, alemán y yidis—, no tan intelectual como la vecina Viena, pero con un poderío creciente tras haberse independizado del Imperio austrohúngaro en 1918 al acabar la I Guerra Mundial.

Allí estaban una Jesenská de 23 años con su entonces marido, Ernst Pollak, y un Kafka de 36 que ya había publicado libros como La metamorfosis, La condena y varios relatos, aunque seguía con su trabajo de funcionario. Ella pronto se sintió interesada intelectualmente por este autor y le pidió ser su traductora del alemán al checo. Y así fue como se empezaría a forjar una relación que pasó por el amor —Jesenská dejaría a su marido—, pero sobre todo fue muy llena en el ámbito de la amistad y lo intelectual.

De esta historia, lo que más se conoce es su aspecto apasionado por las Cartas a Milena que se conservan de Kafka —desgraciadamente, no han llegado las de ella a él—. No hay muchos más retazos de la figura de ella, que fue una gran traductora y periodista, más allá de la biografía que escribiría años después su amiga y amante Margarete Buber-Neumann (y que en español publicó Tusquets en 1987 y reeditó en 2017). Sin embargo, ahora sí existe la posibilidad de ahondar mucho más en su personalidad gracias a la biografía novelada Soy Milena de Praga que la escritora y traductora Monika Zgustova acaba de publicar en Galaxia Gutenberg coincidiendo con el 80 aniversario de la muerte de Milena y el centenario de Kafka.

placeholder Portada de 'Soy Milena de Praga', de Monika Zgustova (EC Diseño)
Portada de 'Soy Milena de Praga', de Monika Zgustova (EC Diseño)

“Milena fue la última centroeuropea. Ella representa a esa Europa de diferentes culturas e idiomas, y, con el nazismo y después el comunismo, dejó de existir. Ella defendía esta cultura hecha a base de cosmopolitismo y culturas compartidas, que podría haber sido el núcleo de la idea paneuropea… En vez de tener que reconstruirla de nuevo”, comenta Zgustova desde un café madrileño y con aire de esa vieja Europa.

La traductora había nacido en una familia muy acomodada de Praga y, tras un flechazo con el escritor y crítico austriaco Ernst Pollak, acabó en la espectacular Viena de Freud o Wittgenstein rodeada de escritores como Robert Musil, Franz Werfel o Karl Kraus. La frivolidad de la vida en los cafés vieneses. Sin embargo, la relación con su marido era lo que hoy llamaríamos tóxica. “Ella se veía humillada como mujer, como ser humano… Sobre todo allí donde no hablaba bien el idioma y se movía entre intelectuales de máximo nivel. Su marido la menospreciaba y humillaba teniendo otras mujeres y sin querer saber nada de su faceta intelectual”, comenta Zgustova.

Kafka, por el contrario, creyó en ella desde el primer momento. En realidad, creyeron el uno en el otro. “Cuando empezó a traducirlo, ella se encontró a sí misma. Se dio cuenta de que le llenaba muchísimo más sentarse y traducir una obra que estar de cháchara vacua en los cafés. Además, ella ya intuía que la obra de Kafka era una obra maestra”, sostiene la biógrafa. Milena fue la primera en darse cuenta de lo que tenía entre manos y, pocos años después, cuidó como si fuera un frágil pájaro los diarios que el escritor le entregó. Su esmero hizo que ese legado íntimo haya llegado hasta nosotros.

Pero, además, el apoyo de Kafka le dio fuerzas para, uno, separarse de su marido; dos, volver a Praga, y, tres, lanzarse a convertir un suplemento que no valía nada en la gran revista feminista de los años 20. “Dio muchísimas alas a las mujeres. Publicó muchos artículos sobre la mujer moderna, la soledad en la pareja. Le preocupaba el machismo y las mujeres que hoy llamaríamos machistas, que las había y las hay…”, manifiesta Zgustova.

placeholder Fotografía de Franz Kafka. (Biblioteca Nacional de Israel/Wikimedia Commons)
Fotografía de Franz Kafka. (Biblioteca Nacional de Israel/Wikimedia Commons)

En los años 30, el ascenso de los nazis al poder en Alemania también la politizó bastante y se afilió al Partido Comunista, si bien no mucho después lo abandonó. “Se dio cuenta de que las ideologías radicales se parecen todas y empezó a criticar tanto el comunismo como el nazismo, aunque más el nazismo porque era la amenaza real. Empezó a ayudar a los judíos, con reportajes, entrevistas que publicaba en la mejor revista del país. Y luego se la jugaba muchísimo porque estaba metida en la resistencia antinazi. Y activamente ayudaba a los judíos a marcharse del país”, comenta la biógrafa.

Con el autor de El Proceso, no obstante, no hablaba apenas de política porque durante su amistad todavía apenas los nazis habían aparecido. Kafka moriría en 1924 a los 40 años, y ella se encargaría de escribir un hermoso obituario. Habían forjado una bonita amistad y de lo que conversaban era, sobre todo, de literatura, de traducciones, pero también de intimidades como las relaciones lésbicas de ella —las había tenido antes y después de casarse y de estar con Kafka—. “Era un tema que a él le interesó, tiene escritos sobre ello, aunque no se sabe si tuvo alguna relación homosexual. Probablemente no. Pero sí eran dos personas abiertas para hablar de esas cosas”, señala Zgustova.

Milena pos-Kafka

Normalmente, todos los textos sobre Milena acaban aquí, con la vida de Kafka, pero en esta biografía Zgustova nos cuenta también qué ocurrió después. Y no es una historia feliz.

Jesenská se volvió a emparejar, esta vez con el arquitecto Jaromír Krejcar, tuvo una hija, Jana, y siguió trabajando para la resistencia contra los nazis en Checoslovaquia, aunque cada vez más alejada de los comunistas. “Se alejó del radicalismo y la tiranía del Partido, pero nunca abandonó las ideas de izquierdas, y se hizo políticamente muy antifascista. Y siempre estuvo muy al lado de los judíos, que eran los que sufrían en esa época. Ella no era judía, pero, desde los 18 años, estuvo muy implicada con ellos”, sostiene la biógrafa.

La invasión de los sudetes y la anexión de Austria en 1938 empeoró las cosas. “Ella pensaba que podía acabar detenida. Pero su trabajo como ayudante y protectora de los judíos la llenaba tanto que era más importante ese trabajo que el miedo que podía tener”, afirma la escritora. Finalmente, acabaría ocurriendo lo inevitable. En noviembre de 1939, sería detenida y llevada al campo de concentración de Ravensbrück, creado solo para mujeres y en el que la gran mayoría eran presas políticas (socialistas y comunistas) junto a prostitutas, ladronas y activistas proaborto. Lo que los nazis consideraban “la chusma” entre las mujeres. Fue un campo donde después se supo que, además de los asesinatos, hubo múltiples violaciones, experimentos ginecológicos y demás torturas.

Tras décadas de ostracismo en Checoslovaquia, hoy en Chequia Milena es una heroína, alguien con luz, un ejemplo a seguir

Allí, Jesenská conocería a Margarete Buber-Neumann, Greta, una activista comunista alemana que tenía ya dos hijas y con la que establecería una relación homosexual. Una faceta que no es menor, puesto que a ambas les ayudaría a sobrevivir entre tanto horror, según destaca Zgustova. De hecho, Milena moriría en mayo de 1944 de una infección renal y por una mala praxis médica, pero, si no, se podía haber salvado como Margarete, que fue liberada en abril de 1945 y que acabaría viviendo hasta los casi 90 años de edad y convertida en una política de la CDU (el partido conservador alemán). Lo que es la vida.

Durante décadas, la figura de Milena estuvo en el ostracismo en Checoslovaquia. Al haber renegado en vida del comunismo, su nombre se metió en un cajón, junto con el de Kafka, un autor que tampoco gustaba demasiado en el bloque soviético, ya que, entre otras cosas, eran escritores en lengua alemana. Sin embargo, tras la caída del muro, ambos recuperaron todo su esplendor. “Hoy en Chequia Milena es una heroína, alguien con luz, luminosa, un ejemplo a seguir, una mujer que conoció a algunos de los grandes de la época. Pero la época comunista no ayudó nada a que se conocieran todos estos intelectuales en lengua alemana. Ahora hay editores que están haciendo el trabajo de recuperación, pero no ha entrado en la conciencia de los checos toda la cultura checoalemana de Praga. No se ve como algo propio. Y además el alemán ya no se habla…”, asegura Zgustova.

Por eso esta biografía novelada no es solo la historia de Milena Jesenská, sino la de una Europa que una vez tuvimos, y que una guerra y una tiranía se llevaron por delante.

Hay encuentros que cambian la vida y uno de ellos fue el que unió a Milena Jesenská y Franz Kafka. Fue en el otoño de 1919 en un café de Praga. Ciudad cosmopolita en la que se hablaban tres idiomas —checo, alemán y yidis—, no tan intelectual como la vecina Viena, pero con un poderío creciente tras haberse independizado del Imperio austrohúngaro en 1918 al acabar la I Guerra Mundial.

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