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Para callarse no hace falta pasar por caja
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Paula Corroto

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Para callarse no hace falta pasar por caja

Amazon tiene un programa de mindfulness que se llama Amazen. La imagen perfecta del sistema actual: la empresa primero te mata (salarios precarios, horarios infames) y luego te reconecta otra vez un poquito

Foto: Un grupo de personas hace yoga en la playa. (Reuters/Pilar Olivares)
Un grupo de personas hace yoga en la playa. (Reuters/Pilar Olivares)
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Esta no es una columna sobre Zorra ni sobre el Benidorm Fest ni sobre la polémica, que no me interesa lo más mínimo porque creo que es inexistente. Otro Barbie, segunda parte, con mucha reacción y contrarreacción y ruido y estertores de las redes sociales y hasta el presidente Pedro Sánchez echando leña al fuego de la estupidez. La tontería, que a todos nos gusta mucho y ahora llega hasta a las tertulias que llaman serias. Apunte: me he reído mucho con mis amigas escuchando la canción. Mierda buena.

Pero la historia sí me sirve para hablar de un pequeño librito que acaba de publicar la editorial Debate en su nueva colección Endebate que son como manifiestos cortos sobre un tema de actualidad. Una idea que, por cierto, ya lleva un tiempo ensayando Anagrama aunque para mí todavía con un resultado irregular por lo que he podido ver.

En esta nueva colección se ha lanzado ¡Silencio! Manifiesto contra el ruido, la inquietud y la prisa, y está escrito por Pedro Bravo, un ensayista al que sigo desde hace tiempo porque fue uno de los primeros en hablar sobre la bicicleta en las ciudades ya en 2014, cuando todavía no se había hecho ni medio carril bici en Madrid. El libro se llamaba Biciosos e iba sobre la movilidad sostenible, algo que ahora es un topicazo, pero que hace una década sonaba a novedoso en una capital bastante retrasada en este tema (y ahí sigue).

Su nuevo ensayo no recoge nada que no sepamos ni que otros hayan dicho antes. De hecho, por aquí pasa desde Thoreau hasta John Cage y su famosa composición 4'33'', Josep María Esquirol con su libro La resistencia íntima, el psicoanalista Carl Jung, el sacerdote Pablo D'Ors con su Biografía del silencio o las ensayistas Jenny Odell con Cómo no hacer nada y Sherry Turkle con En defensa de la conversación. Solo por citar a algunos, ya que el libro está plagado de referencias. Y sí, todos ellos disertando acerca de la necesidad de parar, bajarse del carro y abonarse más al silencio y menos a la cháchara. Es decir, el libro es un compendio de lo publicado en los últimos años. Un reflejo de que el tema "está de moda" y que eso no se le escapa nunca a las editoriales, feroces perrillos de caza en cuanto a asuntos "candentes" (cursiva irónica).

La gran paradoja: ir a mindfulness/yoga me genera estrés y cuesta una pasta

Pero sí me ha gustado que el ensayo se dedique a destrozar a todo tipo de gurús y vendedores de motos del mindfulness, del irse al campo —con la pandemia nos íbamos a ir todos. Hoy sabemos que casi nadie lo hizo— y de regodearse día sí y día también en terapias de autoayuda que, según indica, lo único que hacen es reforzar los trastornos del yo. Técnicas que, en definitiva, lo que consiguen es que pasemos por caja. Como si hubiéramos entrado en una pescadilla infinita por la cual unos se están haciendo ricos generando ruido, excitación e inquietud —como tener una opinión sobre la última bobada del día—, y otros con los ejercicios de relajación. Del X.com a la clase de mindfulness y vuelta a empezar. ¿Y qué es todo al final? La gran paradoja: ir a mindfulness/yoga me genera estrés y cuesta una pasta (y no todo el mundo se lo puede permitir, que esa sería otra: otro gasto).

Amazon tiene un programa de mindfulness que se llama Amazen, escribe Bravo. La imagen perfecta del sistema actual: la empresa primero te mata (salarios precarios, horarios infames) y luego te reconecta otra vez un poquito. Google también lo tiene. Hay un montón de empresas que se dedican a crear aplicaciones para relajarte, que mucha relajación no les habrá costado a sus creadores.

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Vivimos en un mundo —y por ahí también va Bravo— en el que, aún más después de la pandemia, no salimos mejores, salimos disparados; todo esto hay que contarlo. Otra vez la paradoja: hablar de nuestro silencio para generar todavía más ruido y más ansiedades. La rueda del hámster del narcisismo exacerbado en el que no dejamos de hablar de lo mal que estamos (y por eso hacemos meditación). Tampoco dejamos de hablar de los viajes que hacemos para relajarnos y divertirnos. En definitiva, no dejamos de hablar. Y si nos salimos de nuestro yo petardo y egoísta y lo vemos con distancia es como si cada día tuviéramos que ver las fotos del viaje de unos colegas o del día de su boda. O somos nosotros los que se las enseñamos a los demás. Suena bastante cansino, aburrido, pesado, ensordecedor.

Tengo amigos que hacen meditación. Algunos incluso han probado los retiros. Todos me hablan de sus bondades y de lo bien que les sientan. Yo también creo que descansar y estar en silencio, aunque sea unos minutos al día, ayuda. A mí de un tiempo a esta parte lo hace leer poesía —lean Asesinatos rituales, de Bohumil Hrabal— y escuchar de fondo música clásica (qué maravilloso es el pianito de Mendelsohn). Soy tan humana como cualquiera, ya que por aquí ya han pasado millones de personas.

Lo que no creo es en todo el negocio creado alrededor del descanso y relajación. Preferiría ser capaz de seguir los dictados de Pablo D'Ors, abandonarse y apagar los pensamientos. Preferiría seguir a Amador Fernández-Savater, que dice que "solo fuera del jaleo podemos ser capaces de experimentar la vida de otra manera y orientarnos para descubrir lo que es verdaderamente relevante". Preferiría cortar todos los estímulos que recibo a lo largo del día y empezar la distracción, porque como dice Simone Weil: "Donde hay algo más, ahí uno puede ver lo otro, sentir lo otro, saborear lo otro, decir lo otro, imaginar lo otro, conocer lo otro, tocar lo otro, conocer lo otro".

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Todo esto son subrayados que he hecho del libro de Bravo. Justo esta semana también se ha conocido el premio Biblioteca Breve, otorgado a Jesús Carrasco por la novela Elogio de las manos, que transcurre en un entorno rural y que su autor definió más o menos así: "Cuando todo está fragmentado y va a una velocidad extraordinaria y todo lo importante parece suceder en otro lugar, de lo que hablo es de lo que está a mano. Y que se reconsidere que en ese espacio cercano suceden las cosas más importantes de la vida. Es una experiencia emocional que he intentado narrar sin sensiblería".

A mí me dieron ganas de leerla. Y de no hablar ni de Zorra ni del Benidorm Fest ni de ninguna polémica por el estilo. Apagar, de una vez, el interruptor. Sinceramente, creo que el mejor estado del ser humano es no gastar energía ni en trabajar ni en parlotear. Lástima que, sobre todo lo primero, solo sea para unos pocos.

Esta no es una columna sobre Zorra ni sobre el Benidorm Fest ni sobre la polémica, que no me interesa lo más mínimo porque creo que es inexistente. Otro Barbie, segunda parte, con mucha reacción y contrarreacción y ruido y estertores de las redes sociales y hasta el presidente Pedro Sánchez echando leña al fuego de la estupidez. La tontería, que a todos nos gusta mucho y ahora llega hasta a las tertulias que llaman serias. Apunte: me he reído mucho con mis amigas escuchando la canción. Mierda buena.

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