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La importancia de Madrid como ciudad global
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Fernando Caballero Mendizabal

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La importancia de Madrid como ciudad global

Nuestra realidad geográfica, la de una península que de facto es un continente en miniatura, hace que tengamos en España un grave problema de coordinación territorial que se arrastra desde hace casi dos siglos

Foto: Calle Preciados de Madrid. (EP/Alejandro Martínez Vélez)
Calle Preciados de Madrid. (EP/Alejandro Martínez Vélez)
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Durante los últimos treinta años, la población de la Comunidad de Madrid ha aumentado anualmente en el orden de 75.000 personas al año. Pero desde 2020 esta cifra ha aumentado hasta los 100.000. Hoy la región tiene más de seis millones y medio de habitantes, cifra que sube hasta casi siete si englobamos aquellos municipios de su área. De mantenerse esta cifra (y esa es la tendencia) a mediados de siglo, el área metropolitana de Madrid tendrá alrededor de diez millones de habitantes y esa misma tendencia hará que, conforme aumente la población en el centro, aumente también la tensión política con la periferia. Si durante esta legislatura no se corrigen ciertas actitudes, ni se plantean formas de cohesionar el territorio, ese nivel de tensión puede hacer que salten muchas más costuras en España de aquí a veinte años, conforme desaparezca la generación del baby boom y se produzca un gran desacople demográfico entre las zonas urbanas y las rurales.

Nuestra realidad geográfica, la de una península que de facto es un continente en miniatura, hace que tengamos en España un grave problema de coordinación territorial que se arrastra desde hace casi dos siglos. A lo largo de los 600 kilómetros que separan en coche Barcelona y Bilbao cruzamos cadenas montañosas, vegas de ríos, desiertos, bosques, distintas arquitecturas y gastronomías, tres idiomas, dos climas y otros dos microclimas… Solo algunas de esas diferencias las podríamos encontrar en un viaje entre París y Varsovia. Nuestra diversidad es apabullante y fabulosa, pero vivir en un continente en miniatura acentúa también los conflictos de intereses.

Que en 1924 la carretera general o la línea de tren se construyese en un valle y no en el de al lado condenaba a la población de uno de los dos valles a seguir otra generación más con las estructuras sociales y económicas del siglo XIX. Esto no ocurre en las llanuras centroeuropeas. Una parte importante de nuestro ensimismamiento frente al resto del mundo proviene de esta realidad y de la necesidad de articular un territorio muy complejo atendiendo a intereses a veces contrapuestos.

Pero entre París y Varsovia también hay lugares muy poderosos con sus propias agendas e intereses. Ciudades y regiones que buscan aunar estrategias y crear sinergias para seguir compitiendo a nivel global y seguir atrayendo flujos de capitales y personas.

Foto: Un manifestante de CCOO protesta por las pensiones dignas. (Europa Press)

Por ejemplo, en pleno centro de la Blue Banana, Holanda, Bélgica y la cuenca del Ruhr en Alemania están creando la que puede ser la mayor región metropolitana del mundo, con cuarenta y cinco millones de habitantes: la Tristate City. Con Ámsterdam, Bruselas y Colonia como vértices, el proyecto busca que dentro de este territorio se funcione de forma coordinada y se generen sinergias, eliminando los conflictos de intereses y las trabas burocráticas. Sus universidades, industria, infraestructuras, y hasta sus gobiernos —es decir la financiación y la toma de decisiones— trabajarán al unísono.

Por tanto, en 2050, París, Londres, Milán y Madrid tendrán frente a sí a un monstruo económico y demográfico que dejará de estar tan descoordinado como puede estar ahora. Eso significa que España tendrá que competir por atraer capital económico y humano contra un nuevo sistema urbano mucho más rico y con casi su misma población. Sin embargo desde la periferia peninsular y desde el propio Gobierno va extendiéndose la idea de que "hay que frenar a Madrid" porque su pujanza está afectando negativamente a otras partes del país.

En 2023, el índice anual del Kearney Global Cities colocaba a la capital española en la posición número 12 del índice de ciudades globales, aumentando siete puestos en un solo año. Solo tres ciudades europeas, Londres (segunda posición), París (tercera) y Bruselas (sexta posición debido a las instituciones europeas y la OTAN) están por delante. Por eso Madrid es nuestra mejor baza económica y nuestra mejor defensa para no descapitalizarnos frente a otros lugares del mundo que no dejan de competir con nosotros. Por eso no deben ponerse demasiados palos en las ruedas.

Es cierto que hoy muchas las pequeñas ciudades del interior pierden su capacidad de retención de población joven y de inversiones en favor de las zonas con mayor concentración demográfica: la costa y sobre todo Madrid. También que otras ciudades más grandes, como Valencia o Barcelona, comienzan a sentir el mismo problema y señalan a Madrid como una enorme aspiradora que les impide entrar en el juego. Hace pocas semanas Jesús Fernández-Villaverde explicaba que en y entre las ciudades se generaban dinámicas de suma positiva que hacían aumentar la riqueza de todos. Valencia, por ejemplo, mantiene una relación comercial histórica con Barcelona, pero compite con ella en muchos sectores: industria, turismo, banca y la logística del puerto. Precisamente su puerto, es el mayor activo de la ciudad y si es más grande que el de Barcelona se debe, en buena medida, a su proximidad con Madrid. Valencia no va a ser más rica porque Puertos del Estado traslade su sede a la ciudad. Valencia, como Bilbao serán más ricas en tanto que desarrollen sectores complementarios a la capital. Una prueba de ello es Málaga que, con un tamaño similar demuestra cómo le beneficia el impulso que le proporciona Madrid trabajando de forma coordinada.

El mismo informe avisa de que se prevén descensos acumulados del valor del capital humano per cápita cercanos al 20% hasta 2050

Hemos cambiado de escala. Y la mejor prueba de ello es que en la segunda mitad del siglo veremos en Europa ciudades de 45 millones de habitantes. En Asia y en África serán todavía mayores. La economía global tiende a la concentración de bienes, servicios y capitales. Y este último incluye, por supuesto, al capital humano. Madrid y Málaga lo han entendido y están aplicando las estrategias económicas y sociales que utiliza el mundo anglosajón para competir contra nosotros. Por eso si se frena el desarrollo de Madrid, los jóvenes de la España que decrece solo podrán emigrar al extranjero. Esto ya lo hemos vivido recientemente. Entre 2008 y 2014 la crisis se cebó con las grandes ciudades y estas no pudieron ofrecer las oportunidades laborales a la población en paro de todo el país. Muchos tuvimos que emigrar al extranjero. De hecho el año pasado el BBVA publicó un informe alertando de que la enorme fuga de talento joven tras el covid superaba las 400.000 personas, la mayor desde 2012. En total, se estima que el valor del capital humano perdido en 2022 es de 154.800 millones de euros. El mismo informe avisa de que se prevén descensos acumulados del valor del capital humano per cápita cercanos al 20% hasta 2050.

Cabe esperar que una parte importante de ese capital humano se marche —al igual que empresas como Ferrovial— precisamente en los Países Bajos, Bélgica y el Land alemán de Renania del Norte-Westfalia, es decir en la futura Tristate City. Pagarán allí sus impuestos, enriquecerán su economía, y harán más sostenibles las pensiones de los holandeses. También contribuirán a mejorar sus infraestructuras y sus programas de vivienda pública —los de ellos, no los nuestros—. Por eso, para que en Gijón los futuros pensionistas sigan cobrando pensiones tan generosas como las de ahora, o para sigan existiendo ciudades prósperas con estándares de vida envidiables como Vitoria, Pamplona o Gerona, también debe existir un Madrid fuerte y dinámico. Solo así seremos capaces de superar nuestra difícil geografía cuasi continental.

La vertebración territorial

Solo con una metrópoli global que atraiga y genere suficiente riqueza podremos invertir en los sistemas que realmente vertebran y cohesionan un territorio tan diverso. En pocas décadas hemos superado a la geografía. Hemos horadado las cordilleras que incomunicaban regiones enteras en invierno mediante túneles y viaductos. Los principales centros urbanos están comunicados, pero aún faltan las redes ferroviarias de media distancia necesarias para conectar las ciudades pequeñas de la meseta que hoy no consiguen aprovechar la fortaleza de Madrid. Como ocurre con el entramado de ciudades del interior catalán y su relación simbiótica con Barcelona, lugares como Talavera, Ávila, Segovia o Sigüenza podrían fijar población o incluso crecer dentro del área metropolitana de Madrid y ofrecer a poca distancia de la capital una vida tranquila y a menor coste. No se trata de que lleguen unas pocas y caras frecuencias de AVE diarias. Sino de invertir en trenes lanzadera a precios económicos como pasa con Toledo. Si existiesen estas comunicaciones, los trayectos hasta Atocha y Chamartín durarían lo mismo que muchos movimientos dentro del área metropolitana.

Mientras no exista una verdadera vertebración del territorio en distintos niveles: mejores carreteras, cercanías, trenes regionales y media distancia, nos encontraremos de forma recurrente con el pensamiento de suma cero explicado por Fernández-Villaverde: Madrid le roba talento y oportunidades de crecimiento a otras ciudades. Un pensamiento que cuaja y avanza peligrosamente. Pero es más fácil ganar votos buscando enemigos antagónicos que coordinarse entre las distintas administraciones. También lo es lamentarse y señalar enemigos en vez de preguntarse si tus políticas son las correctas.

Foto: Un bidé en un baño de estilo moderno.
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Desde la izquierda —la cantonalista Sumar y la jacobina de reciente creación— se critica el supuesto dumping fiscal madrileño aunque, como puntualizó Carlos Sánchez, nuestro modelo autonómico haya generado mucha más prosperidad que durante décadas de centralismo. Y para desmontar esa falacia jacobina, ponía como ejemplo al federalismo alemán donde las regiones y las ciudades administran sus propias haciendas compitiendo entre ellas. Mucho más cerca tenemos el ejemplo de competencia virtuosa que se hacen entre sí las Haciendas de las tres diputaciones vascas y que defienden tanto el PSOE como Sumar. A más a más, habría que preguntarse si la Zona Franca de Barcelona, operando durante casi un siglo, ha beneficiado a toda España o se trata de un modelo de manual de dumping fiscal legislado ad hoc. Madrid, reduciendo sus tramos fiscales autonómicos, no ha hecho más que cumplir la legalidad exigida por el gobierno de Jordi Pujol para dar su apoyo al gobierno de Aznar y puesta a disposición de todas las comunidades autónomas.

Volviendo a Alemania, la competencia fiscal es su día a día, en el que el IRPF, el IVA y el Impuesto de Sociedades son compartidos entre las tres administraciones del Estado: la Federación, los estados federados (Länder) y los municipios. Sin embargo, tanto en Holanda como en Alemania las protestas del campo también aumentan. Ahora mismo en Berlín los tractores colapsan el centro de la ciudad. El trasfondo es bien conocido en España: unas ciudades (grandes) bien conectadas entre ellas y un campo con sus pequeñas ciudades que van quedándose atrás y cuyos problemas, forma de vida y necesidades se ignoran cada vez más.

Hoy, tanto la capital como Málaga demuestran que España no tiene por qué resignarse a decrecer económica y demográficamente

Pero el problema añadido en nuestro país es que, como vemos en el Congreso, las críticas contra el crecimiento de Madrid desde la izquierda y desde el mundo rural convergen por necesidad con las de un aliado coyuntural pero no estratégico. La nueva Liga Norte sobre la "línea del Ebro". La izquierda consigue hoy sus mejores resultados precisamente donde compite contra los nacionalistas, que entienden que su decadencia tiene que ver con un crecimiento intolerable de Madrid. Un crecimiento que debe ser parado y revertido. Esta situación provoca que la política y las ideas se territorialicen. Como en otras épocas, en nuestro continente en miniatura corremos el riesgo de tener al mismo tiempo una frontera física e ideológica, donde la sensación generalizada sea que el Gobierno gobierna solo para los ciudadanos e intereses de aquellos lugares donde consigue armar mayorías y en contra de los demás.

Madrid no es el problema en España. El problema es dedicar una enorme cantidad de energía y tiempo a disgregarnos en lugar de coordinarnos mientras nuestros rivales económicos dedican ese mismo tiempo y energía en fortalecerse para competir, entre otros contra nosotros. Y el peligro de entrar en esa espiral es que entre todos acabemos con nuestra prosperidad. Pero no se engañen; si apostamos por acrecentar la bronca, Madrid, que es el mayor de nuestros activos, el lugar que más recursos redistribuye al resto de España y el mejor instrumento para retener talento y población, será también el último lugar en dejar de ser próspero. Antes perderán todos los demás y quienes se marchen de las cabezas de comarca y de las capitales de provincia, no se irán a una ciudad a dos horas de distancia. Se irán a Londres, a Ámsterdam o a Singapur.

Hoy, tanto la capital como Málaga demuestran que España no tiene porqué resignarse a decrecer económica y demográficamente. Incluso ciudades pequeñas como Toledo o Guadalajara, con menos de 85.000 habitantes y muy bien conectadas con Madrid han visto aumentada considerablemente su población y su renta en lo que va de siglo. Nuestros socios —y al mismo tiempo competidores— no cejan en su empeño de seguir creciendo. Y si nosotros decidimos ir en la dirección opuesta y ser todavía más insignificantes, la bronca política y territorial aumentará todavía más que con un Madrid de diez millones de habitantes.

Durante los últimos treinta años, la población de la Comunidad de Madrid ha aumentado anualmente en el orden de 75.000 personas al año. Pero desde 2020 esta cifra ha aumentado hasta los 100.000. Hoy la región tiene más de seis millones y medio de habitantes, cifra que sube hasta casi siete si englobamos aquellos municipios de su área. De mantenerse esta cifra (y esa es la tendencia) a mediados de siglo, el área metropolitana de Madrid tendrá alrededor de diez millones de habitantes y esa misma tendencia hará que, conforme aumente la población en el centro, aumente también la tensión política con la periferia. Si durante esta legislatura no se corrigen ciertas actitudes, ni se plantean formas de cohesionar el territorio, ese nivel de tensión puede hacer que salten muchas más costuras en España de aquí a veinte años, conforme desaparezca la generación del baby boom y se produzca un gran desacople demográfico entre las zonas urbanas y las rurales.

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