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En contra de saber marcharse de los sitios con elegancia: es peor ser un bienqueda
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Héctor G. Barnés

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En contra de saber marcharse de los sitios con elegancia: es peor ser un bienqueda

La idea de que hay que despedirse con elegancia solo beneficia a los mismos de siempre: los abusones que quieren que nada cambie

Foto: Foto: EFE/Juan Carlos Hidalgo.
Foto: EFE/Juan Carlos Hidalgo.
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Mi subgénero literario preferido son los mails de despedida del trabajo. Pocas expresiones escritas modernas reflejan mejor las abundantes miserias y escasas victorias del ser humano. No hay correo de "hasta pronto" que no contenga su poquito de renuncia, su poquito de frustración, su poquito de rencor y su poquito de compasión. Lo malo es que nadie podría publicar una recopilación de estas despedidas: hay que conocer el contexto para entender los silencios y las ausencias, comprender los dobles sentidos que laten debajo de esa fórmula de gracias noñas, buenos sentimientos y "os emplazo a unas cañas".

Si las despedidas suelen expresar de manera implícita grandes miserias es porque a menudo esos correos contienen elogios a esas personas que el que se marcha lleva años poniendo a parir a sus espaldas, o agradecimientos a esa empresa que lleva años intentando boicotear por activa y por pasiva, o palmaditas en la espalda de los compañeros a los que día tras día ha clavado puñales. He visto correos de despedida que eran el colmo de la hipocresía si uno conocía la realidad detrás de los corazoncitos. Es mejor, llegado el caso, no decir nada o soltar un "hasta luego", pero hay gente que parece que no puede dejar pasar una oportunidad para quedar bien.

Si se producen estas manifestaciones de bienquedismo extremo es por la extendida y discutible idea de que "hay que saber marcharse de los sitios con elegancia", uno de esos axiomas en los que todos parecemos estar de acuerdo. Ha vuelto a repetirse esta semana, después de que Irene Montero atizase a diestro y siniestro a sus antiguos compañeros en el traspaso de carteras ministeriales. Ya lo habrán leído, pero repito el comentado derechazo dirigido a Ana Redondo: "Te deseo que tengas la valentía para incomodar a los hombres amigos de 40 y 50 años del presidente del Gobierno".

De acuerdo que quizá no sea el mejor ejemplo por otras razones (la paja y la viga), pero simpatizo con ella y su voluntad de ajustar cuentas: ¿de verdad es tan importante saber marcharse de los sitios con elegancia? ¿A quién beneficia que esto sea así? La elegancia siempre ha sido una virtud muy burguesa y, como tal, inmovilista. El Tratado de la vida elegante de Balzac describía la vida de esos parisinos ociosos "elegantes". Paul Valéry decía que la elegancia era "el arte de no hacerse notar, junto con el cuidado sutil de dejarse distinguir".

A veces se confunde la elegancia con hacer la pelota a diestro y siniestro

A los desgraciaditos de la empresa se les suele recomendar que sean agradables al marcharse por una cuestión de interés propio: no te cierres puertas, la vida da muchas vueltas, arrieros somos. Hay siempre un punto de amenaza velada hacia el trabajador en estas recomendaciones: si la lías, todo el mundo lo sabrá y no volverás a trabajar en el sector; a lo mejor mañana tienes que volver a llamar a esta puerta; las consecuencias pueden ser incalculables. Esto parte siempre de la idea de que el empleado es el eslabón débil en la relación con su trabajo y, por lo tanto, debe guardarse las espaldas.

Por eso le tengo cariño a la gente que hace volar todo por los aires cuando no tiene nada que perder, como Michael Stuba, el trabajador de una empresa de peajes al que su compañía le pidió que se despidiese con total sinceridad después de 35 años. Cinco minutos antes de jubilarse, envió un correo bomba a sus 2.000 compañeros en el que arrancaba con un "los primeros 30 años fueron maravillosos, los últimos cinco han sido terribles" e iba a más hasta terminar de sacarle los colores a sus superiores, de los que decía que solo miraban por sí mismos. ¿Qué mejor favor puedes hacerle a tus compañeros que incomodar a quien se lo merece, con la voluntad de que cambien las cosas?

placeholder Cinco minutos antes de jubilarte.
Cinco minutos antes de jubilarte.

A veces se confunde esa supuesta "elegancia" con hacer la pelota a diestro y siniestro. Pero creo que hay un aristotétlico punto intermedio en el que aquel que se marcha (de una empresa, pero también de una relación o de una amistad) puede tener una conversación constructiva con el que se queda para beneficio de los que vendrán en el futuro (los próximos trabajadores, los próximos novios, los próximos amigos), pues pocas veces tiene uno la posibilidad de hablar sin medias tintas. No entiendo por qué debería callarse alguien que ha sido maltratado, humillado o ridiculizado durante años, sobre todo si pretende que nadie más sea maltratado, humillado o ridiculizado.

La idea de identificar la elegancia con el silencio se ha extendido porque les viene bien al statu quo y a los maltratadores, que pueden dormir en paz, sabiendo que nunca tendrán que rendir cuentas. Si alguien la lía, todos lo acusarán de bocazas y su queja parecerá producto de la impotencia: ¿por qué no ha hablado hasta ahora, si tan mal lo estaba pasando? No, hombre, eso se trata de puertas para adentro, no te preocupes, tomo nota para la próxima, pero, hombre, cómo vas a quedar en evidencia liándola tu último día, después de tanto tiempo portándote bien vas a dejar un mal recuerdo. Digo yo: a veces, más que portándote bien, es tragando.

El problema es que, de puertas para adentro, la mayoría de ocasiones no se puede tratar nada, especialmente si uno tiene la sospecha de que puede desencadenar un posible despido, un probable desencuentro, una indeseada ruptura. No veo tan mal que alguien que durante años no ha tenido ni voz ni voto, por una vez, haga oír su voz cuando todo el mundo le está escuchando.

La hipocresía del bienqueda perpetúa la sensación de que todo va bien

Intentar quedar bien en una despedida le beneficia a uno y perjudica a los que se quedan, porque la hipocresía del bienqueda perpetúa la sensación de que todo va bien y que no hay que cambiar nada. El mejor regalo que puedes dar a un compañero es exponer en voz alta, sin histrionismos, pero sin paños calientes, las razones por las que te marchas. No hay nada más triste que adular a quien no merece adulación, por una especie de miedo cristiano al día del juicio final cuando nos encontremos con Dios, el mayor jefe de Recursos Humanos. Callarse es individualista; rajar, solidario.

Últimos días en el convento

De repente, llega la rayomcqueer, popular tiktoker antitrabajo que se hizo viral por un vídeo sobre la cafetería en la que trabajaba, y cuenta que ha sido despedida (por fin). "Me voy a otro sitio para que me exploten de la misma manera", bromeaba. "Si alguien me quiere contratar para que posteriormente le haga un videíto en TikTok poniendo a parir a su empresa, estoy disponible".

Hasta hace no mucho tiempo, era impensable que alguien presumiese de poner a caldo a su compañía en redes sociales. No hay manual de buenos usos en internet que no recuerde que lo que no se puede hacer, bajo ningún concepto, es hablar abiertamente mal de nuestros antiguos contratadores, so pena de que no nos vuelva a fichar nadie y tengamos que vivir de subsidios del Estado hasta el final de nuestros días. Es la némesis de la actitud timorata del "irse bien de los sitios" y que, una vez más, muestra cómo la relación de los jóvenes con el trabajo ha cambiado. Quien está en el último escalafón laboral tampoco tiene nada que perder.

Si yo tuviese que marcharme de algún sitio donde me han tratado mal, dudo que la liase. Yo soy otro cobarde que ha interiorizado eso de que hay que bajar la cabeza y dar siempre las gracias, porque son pocos los llamados a agitar el avispero y a contar las verdades del barquero. Eso sí, sonreiré cuando alguien lo haga y pase a formar parte de la mitología privada de las empresas cuyas demoledoras frases se reciten como versos de la Ilíada, excepciones en esa regla de no levantar la voz ni siquiera en las peores circunstancias. Desde luego, lo que tengo claro es que la elegancia no se encuentra en callarse, sino en encontrar las palabras justas. Frente al "saber marcharse de los sitios", el refranero español nos sugiere una buena alternativa: "Para lo que me queda en el convento...".

Mi subgénero literario preferido son los mails de despedida del trabajo. Pocas expresiones escritas modernas reflejan mejor las abundantes miserias y escasas victorias del ser humano. No hay correo de "hasta pronto" que no contenga su poquito de renuncia, su poquito de frustración, su poquito de rencor y su poquito de compasión. Lo malo es que nadie podría publicar una recopilación de estas despedidas: hay que conocer el contexto para entender los silencios y las ausencias, comprender los dobles sentidos que laten debajo de esa fórmula de gracias noñas, buenos sentimientos y "os emplazo a unas cañas".

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