Stalin y los "ingenieros del alma" y del horror
El esfuerzo histórico de Manuel Florentín en 'Escritores y artistas bajo el comunismo' resulta oportuno porque desafía la detestable cancelación y lo hace con una redacción serena, corta de adjetivos, bien hilvanada y descriptiva
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En 1932, Stalin pronunció una alocución en la que imprimió un sello de identidad a la intelectualidad soviética: “Los escritores sois los ingenieros de las almas… más que tanques, necesitamos almas humanas”. El recuerdo de estas palabras del sangriento dictador de la URSS lo reverdece el historiador Antonio Elorza en su extraordinario prólogo al magno ensayo del periodista y editor Manuel Florentín titulado
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Antonio Elorza, más que un prólogo, elabora un auténtico ensayo que titula La creación en el Gulag y logra encuadrar el extenuante trabajo de Manuel Florentín, que regresa, sin hemiplejias ideológicas, a examinar las escoltas intelectuales del comunismo soviético como lo hizo hace casi 30 años con las del radicalismo —en tantas ocasiones criminal— de la derecha (
El objetivo del libro lo resume Elorza con exactitud: “Es contar la historia del comunismo a través de las vidas y las obras de novelistas, dramaturgos, periodistas, pensadores, pintores, músicos, cineastas… escritores y artistas en general que defendieron su derecho a escribir, a informar y a crear sus obras de arte libremente”. Se trata, en definitiva, de situarse con aquellos creadores que no tuvieron reparo en estar con Camus y no con Sartre como solución a un dilema moral exigible y anterior a la gregaria defensa del régimen soviético, aunque inicialmente se militase en ese sistema fallido. El largo paseo de Florentín por la represión en la URSS, que no empieza ni termina con Stalin, como nos advierte el autor, recorre las peores prácticas de la delación, las torturas, los farsantes procesos judiciales, los campos de concentración soviéticos dentro y fuera de la URSS y la reutilización de los escenarios horrendos de los nazis por las autoridades de Moscú.
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Y luego los más penosos escenarios: el original en Rusia, las ex repúblicas soviéticas, Hungría (El comunismo real contra el socialismo de rostro humano), Albania (Las águilas y los búnkeres), Polonia (Obreros e intelectuales), Checoslovaquia (El sueño reprimido), República Democrática Alemana (El Muro), Yugoslavia (Unida por Tito), Rumanía (Marcando distancias), Bulgaria (El paraguas de Jivkov), Cuba (La gran ilusión, el gran desencanto), Nicaragua y Venezuela (Otras desilusiones), China (Bajo la sombra de Mao), Vietnam (La guerra que movilizó a la izquierda), Camboya (La demencia genocida de los jemeres rojos), Corea del Norte (La monarquía comunista), Afganistán (Del comunismo a los talibanes). Después, para terminar de componer el cuadro, los comportamientos de los intelectuales comunistas en el Occidente libre posbélico: Francia, Italia, Alemania, Estados Unidos.
El comunismo patrio no ha depurado aún el ataque crudelísimo a Solzhenitsyn, autor de 'Archipiélago Gulag'
Y un imprescindible, breve y conciso, capítulo sobre la España bajo la dictadura franquista. Apenas ocho páginas (761-768) que recogen un episodio que el comunismo patrio no ha depurado aún: el ataque crudelísimo a Solzhenitsyn, autor de Archipiélago Gulag, que visitó España en 1976 y al que, por comparación con la URSS, le pareció la de Franco una dictadura que no era tal. Juan Benet llegó a escribir en Cuadernos para el diálogo con una desproporción sobrecogedora en un intelectual —y así lo recoge Florentín— que “mientras existan personas como Aleksander Solzhenitsyn, los campos de concentración subsistirán y deben subsistir. Tal vez deberían estar un poco mejor guardados, a fin de que personas como Solzhenitsyn no puedan salir de ellos (...) Nada más higiénico que el hecho de que las autoridades soviéticas —cuyos gustos y criterios sobre los escritos rusos subversivos comparto a menudo— busquen la manera de librarse de semejante peste”.
Unas notas y una bibliografía completa —mejor, exhaustiva— cierran este libro que merece una repercusión que, lamentablemente, es posible no tenga porque determinados ámbitos de la intelectualidad siguen entrampados en sus propios errores de percepción de la realidad histórica reciente y, atacados por la soberbia, o callan o desprecian. La mirada que nos propone Florentín, con el texto lazarillo de Antonio Elorza y el arrojo editorial de Ricardo Artola, merece la pena.
En 1932, Stalin pronunció una alocución en la que imprimió un sello de identidad a la intelectualidad soviética: “Los escritores sois los ingenieros de las almas… más que tanques, necesitamos almas humanas”. El recuerdo de estas palabras del sangriento dictador de la URSS lo reverdece el historiador Antonio Elorza en su extraordinario prólogo al magno ensayo del periodista y editor Manuel Florentín titulado