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Guerras de religión: si Dios existe, ¿qué es lo que está permitido?
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María Gelpí

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Guerras de religión: si Dios existe, ¿qué es lo que está permitido?

A lo largo de la Historia, en el nombre de alguna divinidad se ha hecho lo mejor y lo peor. Pero si se supone que esta solo quiere el bien, ¿por qué se utiliza para justificar la barbarie?

Foto: Musulmanes en el rezo del Aíd al Fitr, en Gaza. (EFE/Mohammed Sab)
Musulmanes en el rezo del Aíd al Fitr, en Gaza. (EFE/Mohammed Sab)
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Desde que estalló el conflicto entre Israel y Palestina, algunos se preguntan si han vuelto las guerras de religión o si quizá nunca desaparecieron. Sabemos que, en ocasiones, las razones religiosas tan solo disfrazan intereses políticos y geoestratégicos, al tiempo que justifican odios sociales y culturales. Sin embargo, cuando Benjamin Netanyahu hizo referencia a "la hora más oscura", citando el Tanaj, o cuando el líder de Hamás, Jaled Meshal, hizo un llamamiento al "día de la ira", ambos se decantaron por el impulso de la fe, alimento del devoto guerrero, antes que por otras razones más profanas.

A lo largo de la Historia, en nombre de Dios se ha hecho lo mejor y lo peor. Por un lado, Dios es el fundamento de las mayores abnegaciones personales, junto con la motivación para el surgimiento de las más antiguas instituciones de caridad y enseñanza, sin desdeñar el respaldo efectivo y argumentativo que algunas religiones han dado a la conquista de derechos civiles. Sin embargo, también los conflictos más sangrientos han sido fomentados por el odium theologicum y la superioridad de la fe propia frente al infiel: desde las Cruzadas hasta las actuales guerras en Armenia o Myanmar, sin olvidar la justificación del absolutismo fundamentado en el poder divino de los reyes o las censuras morales y culturales más atroces. Las devastadoras repercusiones pueden medirse en términos de pérdida de vidas humanas, destrucción de patrimonio cultural y desplazamiento de comunidades enteras, dejando un legado duradero de divisiones sociales y políticas, como vemos estos días.

Foto: Peregrina cristiano-ortodoxa en un bautismo en el río Jordán en 2019. (EFE)

Sin embargo, salvo excepciones harto conocidas de inmolación de terroristas, las religiones funcionan —señala Max Weber en su obra Sociología de la religión— como una justificación de nuestras preferencias. Explica que el comportamiento humano motivado por factores religiosos se orienta antes hacia este mundo que al sobrenatural. Así, un agricultor tenderá hacia la superstición, la magia y el panteísmo, por su relación con la naturaleza, mientras que un comerciante se justificará por la economía de la salvación, y a su vez un propietario de clase alta enfatizará la jerarquía de virtudes y pecados que se encaminen a la obediencia y al "no robarás", para la conservación de su estatus y patrimonio. La religión entonces se convierte en una organización de creyentes más que una organización de creencias, dentro de los modos diversos de constituir colectivos humanos.

Ese papel instrumental de validación de nuestros actos no es ajeno a cualquier acto político. Sirva de ejemplo actual la foto en la que aparecía Donald Trump junto a unos líderes evangélicos, imponiéndoles sus manos al poco del asalto al Capitolio; la bendición que Vladímir Putin consiguió de la Iglesia Ortodoxa estatal rusa para la invasión de Ucrania; o las implicaciones del gobierno de la India en el asesinato en Canadá, hace tan solo un mes, del líder político y religioso sij Hardeep Singh Nijjar.

La religión no es el único absolutismo que ha llevado al ser humano a cometer barbaridades

Sin embargo, no es el único absolutismo que ha llevado al ser humano a tales atrocidades y actos de crueldad, si pensamos en los totalitarismos del siglo XX o las matanzas raciales entre hutus y tutsis en Ruanda. Émile Durkheim, padre de la sociología, ya apuntaba que la religión suponía una división del mundo entre lo sagrado y lo profano, entre lo indisponible y lo contingente, dicho de otra manera, lo que se puede cambiar y lo que no. De esta manera, también existen conceptos teológicos secularizados que suponen una absolutización de valores, en lo que Carl Schmitt llamó "teología política". Baste pensar en la utilización de símbolos, tanto religiosos como civiles, y en su destrucción por odio, en la historia de la iconoclasia, una cuestión bien estudiada por David Freedberg como síntoma de la relación entre los absolutismos religiosos y políticos.

De Nietzsche a Sartre

Pero ¿por qué si Dios tan solo puede querer el bien, puede ser utilizado para la justificación de la barbarie? Nietzsche, en La genealogía de la moral, haciendo gala de sus dotes de provocador, explicaba que "la invencible Orden de los Asesinos" cometía actos de extrema brutalidad bajo la premisa de que si "nada es verdadero, todo está permitido", en el contexto de la muerte de Dios y la autonomía moral. De la misma manera, la famosa cita de Los hermanos Karamazov de Dostoyevski —"si Dios no existe, todo está permitido"—, apuntaba al relativismo moral que supone la falta de un principio absoluto. La cita, cabe aclarar, fue traída por Jean-Paul Sartre en su conferencia El existencialismo es un humanismo (1945), como punto de partida de la condena a la supuesta libertad del existencialismo y, si bien no es literal, da buena cuenta del pensamiento general de Iván, el mediano de los Karamazov.

Sin embargo, el filósofo esloveno Slavoj Žižek le da la vuelta al argumento, afirmando que solo puede justificarse el horror de la aniquilación de los semejantes si lo ordena un valor superior al de la vida y la dignidad humanas. Y, ¿qué mejor que un mandato divino para producir esa alienación? Entonces, "si Dios existe, todo está permitido", en lo que supone la suspensión teológica de la ética, cuyo paradigma es la fe de Abraham.

placeholder El filósofo esloveno Slavoj Žižek.
El filósofo esloveno Slavoj Žižek.

Lo lógico entonces sería pensar que estamos mejor sin Dios y sin religiones, por su carácter ilusorio y pernicioso. Y, sin embargo, cualquier intento histórico de prohibición o suplantación de la religión, ha llevado a desastres aún mayores si cabe. Freud, en El Porvenir de una Ilusión, en 1927, se pregunta por qué es necesario el desvío a través de las ilusiones y percibe la religión como un modo de salvarse del abismo de la realidad. De algún modo, es inevitable tener una cosmovisión y dotar a la realidad de un cierto sentido. Incluso la afirmación de que todo es azar y contingente, es ya una cosmovisión.

En una vuelta de tuerca más, Žižek advierte que, en nuestras sociedades de ateos liberales y laicos, es pertinente la interpretación de Lacan, según la cual "si Dios no existe, todo está prohibido", puesto que no hay nada más opresivo que la ética del escandalizado hedonista de izquierdas o de derechas que compite, desde su cerrado paquete ideológico, por alejarse de aquella deshumanizante frase atribuida a Stalin de que "un muerto es una tragedia, mil muertos es una estadística", tras las insoportables cifras de víctimas civiles que nos llegan.

No todas las religiones son iguales. No todas parten de los mismos valores ni han tenido el mismo desarrollo

Tras lo dicho, hay que tener en cuenta que la religión no es tan solo una fuerza externa o una máscara o disfraz que encubre las motivaciones políticas más descarnadas. El mismo Marx reconocía que la religión es un síntoma de malestar social, un grito de auxilio que hay que superar en el ámbito de la política. Por eso, tan solo desde la Teología pueden entenderse algunas distorsiones de la Política y la Filosofía. En palabras de Georges Livet, en su libro Las guerras de religión (1559-1598), la guerra santa es una suerte de "lucha de clases disfrazada de religión". La religión, como decía Zubiri, otorga ese arraigo y pertenencia comunitaria, por encima de la naturalización que reconoce el Estado, especialmente cuando esta falla.

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Pero no todas las religiones son iguales. No todas parten de los mismos valores ni han tenido el mismo desarrollo. Las religiones son construcciones ideológicas y existen tan solo en el ámbito de recepción, fruto de negociaciones colectivas, por muy jerarquizadas que estén, y se muestran excluyentes o inclusivas a la luz de la propia hermenéutica o interpretación. Que todos los seres humanos sean hermanos no es garantía de igualdad, si se entiende en el sentido de que quien no acepta esa hermandad no puede llamarse ser humano, como cuando el Ayatolá Jomeini afirmaba que ellos solo mataban perros criminales, recuerda Žižek. De ahí, la crucial importancia que la disidencia interna, la herejía, la apostasía y las posturas contrarias al fanatismo tienen dentro de las religiones, puesto que son la única cura para lograr cambios internos que eviten los extremismos y que sirvan de fundamento para la convivencia política.

En momentos como estos, a Dios, tanto si existe como si no, lo echamos mucho de menos.

Desde que estalló el conflicto entre Israel y Palestina, algunos se preguntan si han vuelto las guerras de religión o si quizá nunca desaparecieron. Sabemos que, en ocasiones, las razones religiosas tan solo disfrazan intereses políticos y geoestratégicos, al tiempo que justifican odios sociales y culturales. Sin embargo, cuando Benjamin Netanyahu hizo referencia a "la hora más oscura", citando el Tanaj, o cuando el líder de Hamás, Jaled Meshal, hizo un llamamiento al "día de la ira", ambos se decantaron por el impulso de la fe, alimento del devoto guerrero, antes que por otras razones más profanas.

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