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Cómo cambió el ascensor los barrios de Salamanca y del Eixample
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Fernando Caballero Mendizabal

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Cómo cambió el ascensor los barrios de Salamanca y del Eixample

Junto con los centros históricos, los ensanches desarrollados durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX son de las zonas más visitadas en las ciudades europeas. Los encontramos en prácticamente cualquier ciudad mediana y grande

Foto: Ilustración de los primeros ensanches en la segunda mitad del siglo XIX.
Ilustración de los primeros ensanches en la segunda mitad del siglo XIX.
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Chamberí y Salamanca en Madrid y el Eixample de Cerdá en Barcelona son los más importantes de España, quizá junto a los ensanches de Valencia, Bilbao y San Sebastián. Este tipo de urbanismo es un ejemplo poliédrico y refinado de inteligencia. Un sistema aparentemente sencillo a la vista que, sin embargo, dio respuesta a una gran complejidad de problemas y escenarios económicos, sociales, estéticos y políticos de su época. Hoy sigue considerado como uno de los modelos favoritos de ciudad. Su flexibilidad, como ha quedado recientemente claro con la polémica de las "superillas" de Barcelona, ha generado una modelo urbano resiliente y celebrado también por la academia. Un modelo que sobrevive al paso del tiempo. ¿Y por qué sobrevive tan bien después de casi dos siglos? Pues en buena medida, porque no deja de ser un ensanche burgués. Detrás de sus fachadas decoradas y sobre sus tiendas más o menos accesibles a todos los precios, encontramos pisos cada vez más caros. Aunque oigamos al vecino caminar por su casa, aunque haya que cambiar las cañerías de plomo y haya que reforzar toda la estructura del edificio, nos compensa. Tener un piso en la calle Ayala o en Consell de Cent es tener una mina. No siempre fue así.

Foto: Varias personas pasan ante anuncios de promociones de vivienda en Madrid. (EFE/Chema Moya) Opinión
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Entre 1830 y 1850, Europa se encontraba ante la mayor transformación desde la caída del Imperio Romano. El continente comenzaba a industrializarse y el liberalismo (en la vertiente capitalista y en su reacción comunista) terminaban de desmontar el feudalismo y el antiguo régimen. 1848 supuso la segunda gran revolución, esta vez sí, de los oprimidos, contra un sistema en el que las monarquías absolutistas restablecidas tras el Congreso de Viena se abrían tímidamente cuando la nobleza entendió la conveniencia de aliarse con las capas más moderadas del liberalismo burgués y construir así nuevas naciones que sustituían a los estamentos por las clases. Todo debía cambiar para que todo siguiese igual: se eliminaron las aduanas internas, se liberalizó el comercio interior y se desposeyó a los campesinos y a la Iglesia. Comenzó así el éxodo rural y la industrialización y el fantasma comunista recorrió por primera vez Europa. En España, el triunfo de los liberales burgueses sobre los campesinos reaccionarios supuso, tras dos terribles guerras carlistas y dos injustas desamortizaciones, la proletarización y el empobrecimiento masivo del campo. Miren un mapa de Madrid y Barcelona y fíjense en el tamaño de sus ensanches respecto a los cascos históricos para hacerse una idea de la magnitud de ese éxodo. Ambas ciudades multiplicaron cuatro veces su tamaño en menos de un siglo.

Volvamos al fantasma. La revuelta de 1848 puso contra las cuerdas a los nuevos gobiernos europeos. Sus ciudades medievales, hacinadas y proletarizadas se revolucionaban. Se quemaban palacios, fábricas, cuarteles. Las callejuelas estrechas y retorcidas eran ratoneras para las tropas que trataban de asaltar las barricadas.

placeholder Rue Saint-Antoine en las revueltas de 1848.
Rue Saint-Antoine en las revueltas de 1848.

La revolución no triunfó, pero el coste fue alto. Y del mismo modo que se había transformado el campo, ahora le tocó el turno a las ciudades. Había que rehacerlas y esta vez debían ser ciudades que anulasen las revoluciones. Por un lado, las calles tenían que ser rectas y anchas para que las batallas urbanas no se convirtiesen en avisperos para los soldados. Pero además las ciudades debían ser profilácticas. En París, el plan de Haussmann tiró abajo buena parte de la ciudad medieval, se abrieron los bulevares y se creó una ciudad saneada de nueva planta. Pero lo más importante ocurría en el interior de los nuevos edificios de apartamentos. Burgueses y obreros habitarían en los edificios y en las manzanas. Esto mismo ocurrió en los ensanches españoles. Cuando paseamos por el Eixample de Cerdá o por Chamberí o el barrio de Salamanca, encontraremos muchos edificios con balcones acristalados y bellamente decorados en el piso principal, el más cómodo de acceder y donde vivía la alta burguesía, muchas veces dueños del edificio. Si vamos subiendo la vista por las fachadas veremos como las ventanas empiezan a perder decoración, los balcones acristalados se convierten en balcones exteriores hasta que terminan por desaparecer. Es decir, conforme subimos planta a planta, bajamos en el escalafón social. De esta forma, los inquilinos del edificio solían ser desde profesionales de la pequeña burguesía hasta el proletariado en los pisos superiores.

placeholder Edificios con pisos interiores en una manzana en Príncipe de Vergara, Barrio de Salamanca. (Google Maps)
Edificios con pisos interiores en una manzana en Príncipe de Vergara, Barrio de Salamanca. (Google Maps)

Lo mismo ocurría hacia el interior de las manzanas, donde además abundaban las lecherías, las carboneras e incluso pequeñas industrias. Muchas manzanas de las ciudades europeas siguen incluyendo pisos interiores, más baratos que los que daban a la calle.

El resultado era una mezcla social repartida y homogénea por toda la ciudad. Como decía: ideológicamente profiláctica. La ciudad no estaba (en teoría) separada por barrios para ricos y para pobres, sino por capas. Surgió una ciudad amable, cómoda y políticamente moderada. Un modelo urbano en el que los hijos de los pisos altos compartían escalera con los hijos de los burgueses (y a veces colegio). Las familias se conocían y los favores se intercambiaban según el orden y la ley impuesta por los aristócratas, los tenderos y los abogados.

Pero la realidad es que el éxodo rural superó la capacidad de acogida de las ciudades europeas durante un siglo más

Pero la realidad es que el éxodo rural superó la capacidad de acogida de las ciudades europeas durante un siglo más. Y hasta la década de 1970, buena parte de las afueras de París, Milán, Madrid o Barcelona seguían rodeadas por inmensos poblados chabolistas, igual que hoy lo están muchas ciudades de países en vías de desarrollo.

Los ensanches burgueses tardaron un siglo en terminar de edificarse, pero sirvieron para ganar tiempo. Entre 1870 y 1910 crearon el suficiente orden y el suficiente progreso como para que las clases populares que los habitaban tuvieran una actitud aspiracional que les hiciera empatizar con sus vecinos ricos en vez de pensar en asaltarles la casa.

placeholder Sistema social en una vivienda del plan Haussmann.
Sistema social en una vivienda del plan Haussmann.

Todo cambió con la llegada de los ascensores. Poco a poco, a partir de la década de 1890, cuando estos fueron instalándose en los edificios de viviendas, las plantas superiores comenzaron a cotizarse al alza.

Los bohemios se fueron de las buhardillas en cuanto se instaló el ascensor. De hecho, las buhardillas, que solían utilizarse como secaderos y desvanes, se acondicionaron como nuevos pisos. Es la llamada Revolución de los sotabancos.

Pero se había ganado un tiempo precioso. Durante medio siglo, la Belle Epoqué, las ciudades burguesas fueron la materialización de una clase social, todavía minoritaria pero creciente y cada vez más poderosa. Creó las naciones modernas, con sus códigos civiles, sus unidades de medida, sus exposiciones universales y sus fábricas. Esas nuevas ciudades eran modelos de ordenación del territorio y de la vida creados para los intereses la nueva clase media. Solo la invasión prusiana de Francia puso a este nuevo sistema contra las cuerdas cuando, en pleno derrumbe del imperio de Napoleón III, los comunistas se hicieron con control de París. Pero ni los invasores de Bismark, ni los derrotados franceses estaban dispuestos a tolerar un levantamiento que pusiera en jaque el nuevo orden social. La respuesta liberal fue una masacre. Los bulevares de Haussmann habían funcionado y durante los siguientes cuarenta años, los proletarios de las chabolas tendrían que enfrentarse a la burguesía, pero también a muchas familias humildes que compartían edificios con ellos y aspiraban a ser como ellos.

A principios del siglo XX la llegada del ascensor atacó precisamente a quienes habían conseguido huir del barro, y cuando en la década de 1920 estos nuevos ascensores ya se habían generalizado, los pisos superiores valían mucho dinero. Los dueños rentistas del principal eran ahora más ricos y la servidumbre, que no pudo encontrar una vivienda en los pisos interiores, tuvo que buscarlo en las corralas o en los centros históricos hacinados. Cuando comiencen las crisis económicas, la rabia nutrirá a este sector social. Al verse desplazados, una parte de ellos recuperarán su conciencia de clase y abrazarán el movimiento obrero, mientras que buena parte de quienes consiguieron quedarse en los barrios burgueses se aliarán con vehemencia a sus caseros.

Foto: Foto: Reuters.

Es la época del derrumbe de los regímenes liberales, de la Semana Trágica, el pistolerismo y de la inestabilidad política que recorrió Europa hasta 1945. Mientras esto ocurría, las ciudades profilácticas diseñadas medio siglo antes, dejaban de serlo. Una máquina como el ascensor disparaba los precios de las viviendas y segregaba territorialmente los nuevos barrios. La disrupción tecnológica, unida a un modelo político que garantizó (gracias al urbanismo y al ejército) la concentración del capital durante tantas décadas, hizo colapsar el sistema. Ni las leyes de casas baratas, ni las paulatinas conquistas sociales frenaron la polarización creada. Solo tras nuevas guerras civiles y mundiales fue posible un compromiso estable entre el capital y el trabajo. Por fin se comenzó a sacar del barro europeo a millones de personas de forma industrializada. Esos bloques de hormigón y ladrillo, austeros y sin la bella estética de los ensanches del XIX, fueron las viviendas dignas y asequibles que han garantizado el mayor periodo de paz social en Europa occidental desde 1789.

El modelo de ensanche burgués es hoy el centro extendido de nuestras ciudades. Una zona cara que ya no cumple su función de mezclar y estratificar a la sociedad en vertical para la que fue pensada. Hoy las ciudades están divididas por barrios ricos y humildes. Y además, los sistemas profilácticos que garantizaban ciertos compromisos socioeconómicos y un buen funcionamiento del ascensor social se vician nuevamente gracias a tecnologías que vuelven a ser aprovechadas por las clases altas para aumentar su patrimonio.

Chamberí y Salamanca en Madrid y el Eixample de Cerdá en Barcelona son los más importantes de España, quizá junto a los ensanches de Valencia, Bilbao y San Sebastián. Este tipo de urbanismo es un ejemplo poliédrico y refinado de inteligencia. Un sistema aparentemente sencillo a la vista que, sin embargo, dio respuesta a una gran complejidad de problemas y escenarios económicos, sociales, estéticos y políticos de su época. Hoy sigue considerado como uno de los modelos favoritos de ciudad. Su flexibilidad, como ha quedado recientemente claro con la polémica de las "superillas" de Barcelona, ha generado una modelo urbano resiliente y celebrado también por la academia. Un modelo que sobrevive al paso del tiempo. ¿Y por qué sobrevive tan bien después de casi dos siglos? Pues en buena medida, porque no deja de ser un ensanche burgués. Detrás de sus fachadas decoradas y sobre sus tiendas más o menos accesibles a todos los precios, encontramos pisos cada vez más caros. Aunque oigamos al vecino caminar por su casa, aunque haya que cambiar las cañerías de plomo y haya que reforzar toda la estructura del edificio, nos compensa. Tener un piso en la calle Ayala o en Consell de Cent es tener una mina. No siempre fue así.

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