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Muere Ramón Lobo, el último gran reportero clásico
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Muere Ramón Lobo, el último gran reportero clásico

Falleció este miércoles en Madrid, a los 68 años, víctima de dos cánceres de los que habló con detalle en público y en privado

Foto: El corresponsal de guerra Ramón Lobo. (EFE/Archivo/Cabalar)
El corresponsal de guerra Ramón Lobo. (EFE/Archivo/Cabalar)

En su casa del barrio de Ópera se ha apagado la escritura y la voz de Ramón Lobo, quizás el último gran reportero clásico de España. No se puede extinguir el legado de Lobo, prototipo del mejor periodismo internacional, figura indiscutible del enviado especial y del corresponsal de guerra de las tres últimas décadas. Falleció este miércoles en Madrid, a los 68 años, víctima de dos cánceres de los que habló con detalle en público y en privado.

“La muerte no es contagiosa. Todos vamos a morir. Es cáncer. Espero que nadie diga: ‘Murió víctima de una larga enfermedad”, le dijo a Javier del Pino en la SER hace dos meses. En el diálogo de 41 minutos explicaba que no le quedaba mucho, que su oncólogo traía malas noticias. No quería exhibirse ante la muerte, pero sabía que podría ser útil a los enfermos si daba testimonio. Era muy consciente de que el final estaba cerca. Dio un enorme ejemplo de entereza ante la muerte. Se pudo despedir de todos los que le quisieron, los que le quisimos y le abrazamos; los que nos quedábamos entusiasmados escuchando sus peripecias, su compasión con los débiles, el amor a un oficio del que fue un auténtico maestro.

Foto: El corresponsal Ángel Sastre en Nicaragua (cedida) Opinión
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Sus amigos le escribieron artículos en vida, le enviaron wasaps y correos electrónicos de aliento. Las llamadas y las visitas personales fueron constantes en los últimos meses, las últimas semanas. Estaba en proceso de culminar una novela. Deja una legión de Lobos, de adictos a su prosa, a su corazón siempre abierto a los demás, a empatizar con el otro, a enfrentarse a los poderosos, a no arrugarse. Fue un reportero excepcional y un ser humano único, sentimental, tierno y contundente según la ocasión, y que había aprendido desde chico a controlar las emociones.

Su blog personal En la boca del lobo y luego Twitter se convirtieron en una suerte de salvavidas personal, refugio de sus opiniones y altavoz de buenos trabajos periodísticos ajenos. También en un diario donde lo mismo opinaba sobre las últimas elecciones, compartía una canción de Bruce Springsteen, exhibía su plan para intentar adelgazar o admitía lo que le costaba acabar la escritura de un libro.

También en la red social, llamada ahora X, pero que siempre será la del pajarito azul, propició un contacto vivo con el público, con sus lectores, con sus admiradores que admiraban de él el factor humano de sus crónicas, la capacidad para lograr buenas historias y su valentía para enfrentarse a injusticias. Fue víctima de un ERE en El País en 2012. Regresó al diario de Prisa en 2018, cuando lo empezó a pilotar Soledad Gallego-Díaz, pero a la vuelta de Javier Moreno a la dirección decidió dejar la colaboración “antes de dar la oportunidad de que me despidieran dos veces”.

Foto: Antiguo quiosco de los años cincuenta en Madrid.

Lobo, que desde hace una década se parecía cada vez más a Ernest Hemingway en su aspecto físico, escribió siete libros. El primero, El héroe inexistente, que compré en el Vips de la plaza de los Cubos de Madrid una noche de invierno del recién estrenado tercer milenio, cuenta con un arranque extraordinario, de esos que jamás se olvidan: “Boy murió sin derecho a un nombre, con nueve meses de vida, agazapado en una cunita esquinada en el hospital de Conaught, en Freetown, cubierto por ropa de mujer y una toquilla estampada”.

Quizá la obra de la que estaba más orgulloso y en la que trabajó más tiempo fue Todos náufragos, un artefacto literario a medio camino entre la autobiografía y las memorias que arroja algunas claves vitales que explican su pasión por el periodismo, su formación británica y una ligazón especial con su madre, que murió hace apenas un par de años.

Nació al lado del lago Maracaibo. A los tres años sufrió asma. Vio a amigos morir. Se sentía un privilegiado por lo que le había dado el periodismo: viajar, conocer muchos mundos diferentes, otras culturas. Su primera entrevista fue a Antonio Gala. Lobo tenía 20 años. Y durante dos décadas reporteó en los Balcanes, Chechenia, África, Irak y Afganistán.

"Siempre creí que los reporteros éramos buscadores de contextos, de las causas que explican lo que sucede en nuestro mundo"

Ramón Lobo cumplía años el 23 de enero. Ese día de 2007 el reportero llegó a Mogadiscio. Esa misma jornada, murió el gran maestro del periodismo Ryszard Kapuściński. Escribió una novela titulada precisamente así: El día que murió Kapuściński. Cuando entrevistó al reportero polaco en su apartamento de Varsovia, le dejó una frase que resume toda una trayectoria: "Siempre creí que los reporteros éramos buscadores de contextos, de las causas verdaderas que explican lo que sucede en nuestro mundo".

En 2009, en unas jornadas por la Fundación Manuel Alcántara en Málaga, dijo: “Hay que hablar con la gente. Con la gente que padece. Ahora, cuando sucede algo, hay una tendencia a ir a la pantalla del ordenador, pero lo que hay es que ir a los sitios. La pantalla es estupenda, pero no huele”. Apunté muchas más frases en un curso de reporterismo de guerra: 15 horas con Lobo.

Foto: Periodista de televisión, en Reino Unido. (Reuters)

Tenía claro este reportero de penetrantes ojos azules y media sonrisa eterna trufada de elegante ironía hasta cómo habría que morirse: “Espero que haya quedado claro el plan del crematorio de la Almudena, cuando toque, y la procesión muy laica al mando de Nieves Concostrina al cementerio civil para llenarlo de flores. Hay que guardar algunas para Pérez Galdós y las Trece Rosas. Sobreviviremos al 23J. Gracias por estar ahí”.

A cumplir 65, se sentía entusiasmado por llegar vivo y tenía ganas de lucha. “El desafío no ha terminado. Hoy más que nunca, Nikos Kazantzakis: ‘No espero nada. No temo nada. Soy libre”.

Y lo fue.

En su casa del barrio de Ópera se ha apagado la escritura y la voz de Ramón Lobo, quizás el último gran reportero clásico de España. No se puede extinguir el legado de Lobo, prototipo del mejor periodismo internacional, figura indiscutible del enviado especial y del corresponsal de guerra de las tres últimas décadas. Falleció este miércoles en Madrid, a los 68 años, víctima de dos cánceres de los que habló con detalle en público y en privado.

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