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¡Qué vergüenza! Campaña electoral y técnicas de bochorno masivo
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María Díaz

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¡Qué vergüenza! Campaña electoral y técnicas de bochorno masivo

La comunicación en campaña pone a prueba los límites de la vergüenza ajena de los electores y esto tiene consecuencias reales y perjudiciales en el voto

Foto: Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo en el cara a cara. (Reuters/Juan Medina)
Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo en el cara a cara. (Reuters/Juan Medina)
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Las campañas electorales son épocas extrañas de derroche económico y emocional. El miedo y la esperanza se mezclan con el cansancio y la indiferencia. Es justo el momento en el que, mientras se requiere de la ciudadanía sentido y sensatez, se azuzan con ardides publicitarios nuestras sensibilidades y sentimientos. Con frecuencia y por desgracia, la vergüenza forma parte del sentir colectivo durante las semanas previas a unas elecciones.

La vergüenza, como el resto de las emociones humanas, tiene una función concreta. Incluso aquellas sensaciones tan desagradables como la ira, la tristeza o la culpa existen para hacernos mejores con los otros y con nosotros mismos y nos mantienen seguros de peligros, personales y sociales. La vergüenza propia sirve para no repetir errores; es un refuerzo emocional a una decisión racional. La vergüenza ajena, por su parte, cumple una función preventiva. A través de un retorcido mecanismo empático, sentimos el bochorno de terceros como propio para evitar comportamientos socialmente inaceptables, al mismo tiempo que reforzamos nuestra pertenencia al grupo. Tanto si la aproximación a este sentimiento es maliciosa como si es compasiva, la vergüenza ajena tiene un mensaje claro: ¡no seas como esa persona!

Foto: Una oficina de Correos de Madrid abierta con motivo de las votaciones postales. (EFE/Mariscal)

Además de estos dos tipos de vergüenza, que todos podemos reconocer, la hegemonía cultural anglosajona en internet nos ha regalado un término, bastante común online, cercano a lo indicado, pero con ciertas sutilezas: se trata del cringe. El cringe es similar a la vergüenza ajena con un matiz añadido: el bochorno —y en cierta medida, el placer— se ve incrementado por la disonancia entre la percepción interna y la percepción externa del sujeto que nos lo provoca. Lo que hace que alguien de cringe ya no es solo su propio comportamiento, sino la idea que tiene sobre sus propios actos.

En esta campaña electoral que estamos ahora sufriendo, el término "vergüenza" tuvo un repunte espectacular —y rápida caída posterior— en la actividad online en España entre los días 27 y 29 de junio, coincidiendo con el marco de fechas en el que el electorado vio a los principales candidatos a la presidencia hacerse colega de dos marionetas de trapo. Algo similar ocurrió —en otra escala— con el término cringe en Estados Unidos, que alcanzó su pico en la segunda mitad de 2016 y se ha mantenido estable desde entonces. Conviene quizá recordar que las convenciones republicanas y demócratas estadounidenses fueron en junio de 2016, el primer debate electoral se celebró ese mismo septiembre, dos meses después se realizaron las elecciones y, finalmente, el 20 de enero de 2017, Donald Trump tomó posesión como el 45 presidente de los Estados Unidos.

Aunque hay una relación evidente entre los términos usados, la principal diferencia efectiva en el comportamiento del votante es su reacción visceral ante la incomodidad que provoca la vergüenza ajena en comparación con el cringe. Por las características antes indicadas, el cringe puede ser —y lo es de facto en muchos casos— un pudor festivo que invita a reírse del otro, a no tomárselo en serio. Lo primero que desencadena es la carcajada defensiva, una herramienta que te separa del sonrojo y que te devuelve tu dignidad. Es posible que no seas una persona perfecta, pero al menos conservas una perspectiva ajustada de la realidad y de cómo te perciben tus iguales. La risa es la forma de expresar el mensaje del decoro propio.

Todo esto hace que la comunicación basada en el cringe sea pura gasolina para ciertas ideas en un formato que pide a gritos ser compartido. En otras palabras, el cringe convierte todo lo que toca en material viralizable. Vergüenza ajena es lo que pudo sentir el telespectador medio en el cara a cara electoral, pero cringe es lo que sentían los votantes moderados cuando compartían memes de Abascal a caballo en la campaña electoral andaluza de 2018. El primer caso lleva a la inacción, al absentismo como forma de protegerse y distanciarse del espectáculo de ver a dos ratas pelearse por un trozo de basura. El segundo ejemplo lleva, sin embargo, al comentario jocoso que, de manera aparentemente inofensiva, extiende el mensaje a una ciudadanía sin sentido de la autopercepción como una incontrolable mancha de aceite, manchándolo todo y a todos. Conocidos los resultados de 2016 y 2018 de este tipo de campaña, quizá convenga prevenir a los electores de la manipulación emocional y primitiva de la que se les hace partícipes para que puedan actuar racionalmente y en consecuencia, mientras esperan —esperamos— que esta vergüenza, al menos, pase pronto.

Las campañas electorales son épocas extrañas de derroche económico y emocional. El miedo y la esperanza se mezclan con el cansancio y la indiferencia. Es justo el momento en el que, mientras se requiere de la ciudadanía sentido y sensatez, se azuzan con ardides publicitarios nuestras sensibilidades y sentimientos. Con frecuencia y por desgracia, la vergüenza forma parte del sentir colectivo durante las semanas previas a unas elecciones.

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