Descanse en paz 'Sálvame', un circo en el que han cabido todos
No creo que merezca la pena hacer el enésimo recordatorio de lo que ha sido Sálvame. Ha sido muchas cosas y no todas buenas. No ha sido La Clave. Entre otras cosas, porque no lo pretendía
Se ha abierto la puerta de una ambulancia y de ella han bajado una serie de personas sanísimas de cuerpo y cabeza. Estaba Jimmy Giménez-Arnau, que se hizo conocido por su boda con una nieta de Franco y que reniega del matrimonio, del régimen y de su familia política desde que se libró de ellos hace muchísimos años.
Estaba el doctor Jesús Sánchez-Martos, alias Doctorcito, que fue consejero de Sanidad en la Comunidad de Madrid y, convertido ahora en colaborador televisivo, se pasó la pandemia intentando calmar nuestros miedos y achaques a través de la pantalla.
Asomaron también Manuel Zamorano y Nuria Marín. El primero es peluquero, que lo mismo te hace unas mechas balayage como te caracteriza como la Infanta Margarita en Las Meninas. Si quieren comprobarlo, ahí tienen a la inolvidable Mila Ximénez renegando de peluca con un cabreo de mil demonios. Marín es catalana, joven y feminista. Una presentadora fabulosa que saca petróleo hasta de lo más insulso.
Y estaba José Perea, diseñador de moda, que llevaba la tarde del viernes un vestido de plumas, brillos, volantes y un flequillo a lo Estrellita Castro. Aunque el día que lo conocí en la Gran Vía de Madrid iba vestido a lo Borja Sémper un día laborable de playa, pero con los zapatos puestos. Todo es posible en él. En los dos.
En esa ambulancia había rojos, azules, maricones y mujeres. Eso es Sálvame y eso es también España. Y a ese retrato se ha querido aferrar el último de los programas del formato que ha revolucionado la televisión durante 14 años.
Para hacer una despedida en condiciones han organizado una verbena de San Juan en la que iban todos vestidos de blanco, había banderines de colores y meriendas a base de colines y alioli. Frente al nuevo y revisitado Verano azul, la mejor España. Con una banda de música que ha cantado a Gloria Gaynor, Massiel y Fórmula Abierta, entre otros. Con una hoguera en la que han quemado lo malo, con un himno que repite eso de que "borrón y cuenta nueva".
Los titulares del equipo estaban con los nervios y las lágrimas a flor de piel. Y sin míster, al que se le ha echado de menos y sin el que todo esto sería impensable. Una intuye que Jorge Javier Vázquez es el primero que se ha alegrado de no asistir al entierro de su criatura, a la demolición de su cortijo, y habrá preferido pasar la tarde leyendo en compañía de sus perros y su burro Fortunato.
Ha sido una tarde desigual con momentos estelares, con guion disparatado, mil cambios de paso, micrófonos que funcionaban a su antojo. Como cualquier vida. Belén Esteban, princesa del pueblo y maestra de la vida, dominando el azúcar en una residencia de ancianos de Mataelpino. "No salgo de la cinco en la vida", le ha dicho una nonagenaria con los labios pintados de rojo.
Chelo García-Cortés, bisexual de España, conectó desde la casa del influencer Alex Sinos, que lleva la cara tapada como los componentes del grupo Daft Punk y cuyos amigos daban las gracias al programa por dar visibilidad "a todas, todos y todes". Mientras, Antonio Montero afeándole a Carlota Corredera haberle echado del plató mientras discutían sobre feminismo y diciendo de ella que es "ultrasensible con según qué determinados temas".
Kiko Hernández prometido con un señor. Kiko Matamoros recién casado con una mujer. María Patiño preguntándole a una espectadora de Guinea Ecuatorial si "entendía nuestro idioma" cuando la muchacha llevaba un rato diciendo en perfecto español que veía el programa al llegar del colegio. Minutos antes había dicho que la perspectiva de género es lo mejor que le había pasado en la vida.
Terelu y Carmen asumiendo a la vez un punto y aparte en sus carreras profesionales y el papel más difícil de sus vidas, que no es otro que ser madres de su conocidísima madre.
No creo que merezca la pena hacer el enésimo recordatorio de lo que ha sido Sálvame. Ha creado un lenguaje propio, en la barra de bar, el recreo del instituto y en TikTok. Ha destrozado algunas reputaciones y ha resucitado muchas vidas del letargo, de la soledad y del miedo. Ha sido mucho más gamberro y transgresor que los canallitas de tertulia y columna. Ha sido muchas cosas y no todas buenas. No ha sido La Clave. Entre otras cosas, porque no lo pretendía.
El programa ha pecado de exceso de nostalgia. De reunión con los compañeros de universidad a los que hace 25 años que no ves. Y sabes que durante ese rato juntos tirarás de sobras, de lo que funcionó hace un cuarto de siglo, porque no tienes mucho más que contar, salvo un escueto resumen de tu vida que cabría en un tuit.
Y ha faltado Jorge. The greatest showman. El domador de un circo en el que han cabido todos. Como en la mejor España.
Se ha abierto la puerta de una ambulancia y de ella han bajado una serie de personas sanísimas de cuerpo y cabeza. Estaba Jimmy Giménez-Arnau, que se hizo conocido por su boda con una nieta de Franco y que reniega del matrimonio, del régimen y de su familia política desde que se libró de ellos hace muchísimos años.
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