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No hay nada como quejarse de la precariedad para dejar de ser precario (y hacer dinero)
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'TRINCHERA CULTURAL'

No hay nada como quejarse de la precariedad para dejar de ser precario (y hacer dinero)

Parte de mi generación se ha labrado su identidad quejándose de lo mal que vivía hasta que ha empezado a vivir demasiado bien como para poder mantener ese discurso

Foto: El programa de televisión 'Gen PlayZ'. (Sergio Beleña)
El programa de televisión 'Gen PlayZ'. (Sergio Beleña)
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Al principio lo intenté con la música, que no interesa a nadie. No digo la música, sino el periodismo musical. Más tarde, el cine, con el que ocurría algo parecido, con la diferencia de que el cine en sí no interesa. Me fue algo mejor cuando empecé a escribir sobre empleo, sociedad, sexo, virales, alimentación, el chico para todo. Esos asuntos humanos transversales que no interesan mucho a nadie, pero un poco a todos. Cuando uno escribe, y sobre todo, tiene que sobrevivir escribiendo, aprende a detectar qué no le interesa a nadie (respuesta: muchas cosas).

Dejaba atrás los 30 y no terminaba de cuajar. No fue hasta que alguien (es de bien nacidos ser agradecidos: Esteban Hernández) me dio la oportunidad de contar en una columna mis experiencias como precario que comencé a detectar cierto interés por mi trabajo. De repente, me di cuenta de que había una serie de temas más o menos autobiográficos, relacionados con el impacto de la crisis de 2008 en la vida de los entonces jóvenes que interesaban mucho más que cualquier cosa que hubiese escrito.

Una generación que hemos terminado vivido bien hablando de lo mal que vivíamos

Precariedad económica, acceso a la vivienda, trampa de la vocación en las profesiones creativas, ser de Móstoles, mudarse a Lavapiés, irse de Lavapiés, antitrabajismo y autoexplotación son los temas que, irónicamente, me hicieron salir de esa precariedad en la que me veía atrapado para siempre.

Es un proceso que ha ocurrido de manera aún más acentuada con otros iconos de mi generación, que salieron de su propia precariedad (aunque muchos de ellos ni siquiera llegaron a entrar en ella a pesar de que no se les cayese la palabra en la boca) escribiendo sobre ella. Una generación que ha terminado viviendo más o menos bien hablando de lo mal que vivía, tal vez sin darse cuenta de que era cuestión de tiempo que su suerte cambiase. Que siempre fueron (fuimos) privilegiados.

Los medios, que heredaban estructuras envejecidas, no tenían quien cantase las miserias de esa juventud a la que aspiraban a llegar, por lo que recurrieron a sus propios precarios para hacerlo. Se generó una industria de artículos, libros, pódcast, programas de televisión que conquistaron al público joven (y no tan joven) a través de una experiencia común que, en un momento en el que ya no existían tantos ítems culturales compartidos, era lo que todos, incluso los que no podían considerarse precarios, compartían. A quién no le gusta que le digan que es un desgraciado.

placeholder Auténtico perro de Pavlov (no es un cuchillo, es un recogebabas). (CC/Rklawton)
Auténtico perro de Pavlov (no es un cuchillo, es un recogebabas). (CC/Rklawton)

Los periodistas somos como perros de Pavlov que reaccionamos ante los refuerzos positivos, así que nos dimos cuenta muy pronto de que hay una serie de temas (a menudo reducido a meros eslóganes) que se viralizaban rápidamente y nos daban una identidad periodística y un cierto reconocimiento. No es que todas esas quejas no fuesen sinceras, claro, pero lo importante es que eran rentables, y nos permitía que alguien nos hiciese por fin el caso que merecíamos. La vieja paradoja del artista de clase obrera que canta sobre el barrio para poder salir del barrio.

Hoy la gente se siente algo decepcionada cuando se da cuenta de que me va algo mejor (económicamente) que en 2017, pero es que seis años de artículos sobre precariedad son muchos años. Anda, pero no vives en Móstoles; anda, tienes casa; anda, pues ni tan mal, ¿no? Es verdad que no tan bien como a otros (inserte sus propios nombres), pero he superado mis propias expectativas, que nunca fueron demasiado elevadas. Creo que vivo mejor que mis padres a mi edad. Uno termina convirtiéndose en aquello con lo que venía a acabar.

El problema no es ir al trantrán a los 25, sino ser pobre a los 35, 45, 55 o 65

Quizá lo más honesto será contarle a esa misma gente todo eso que uno aprende a medida que se hace mayor. Como, por ejemplo, que si eres universitario y tienes algún que otro máster, tu principal problema no es que seas precario, es que eres joven y eso terminará pasando. Que, de hecho, aunque seas camarero con máster, lo más probable es que en cuestión de años termines dándole órdenes a gente que no ha tenido las mismas oportunidades que tú. Que el problema no es ir al trantrán a los 25, sino ser pobre a los 35, 45, 55 o 65. Que es más rentable identificar problemas concretos, como el acceso a la vivienda, para poder actuar sobre ellos, que enmendar la plana al "no nos dieron lo que nos prometieron".

La excusa que suelto cuando me reprochan que en realidad no vivo la vida que parezco vivir a través de estas columnas es reconocer mi privilegio, ese comodín que hemos aprendido a sacarnos de la manga para ocultar nuestras propias contradicciones y tirar adelante con lo nuestro. El problema es que olvidamos intencionadamente que todos tenemos contradicciones que no estábamos dispuestos a tolerar a los demás, que exigíamos una pureza (moral, vital, ideológica) que nosotros no íbamos a poder cumplir porque solo pueden hacerlo los locos.

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De ahí que comenzásemos a virar nuestro relato como nos interesaba. De quejarnos del "qué poco nos pagan por lo que hacemos" de la precariedad al "trabajamos demasiado, abajo el trabajo" de la autoexplotación. Siempre hay un relato que vender que encaje con nuestras circunstancias vitales.

Hay otros mundos

Se criticaba estos días a la presentadora Inés Hernand por haberse quejado en redes de cobrar solo 15.000 euros en comparación con sus compañeros del Benidorm Fest, Mónica Naranjo (50.000) y Rodrigo Vázquez (50.000). Su dedo apuntaba a la luna de la brecha salarial, pero sus seguidores se fijaron en el Saturno de que con lo que había cobrado por su paso por el programa ellos podrían haber sobrevivido un año entero.

Es posible que no le faltase razón, en lo que se equivocó (o lo que no tuvo en cuenta) es que su perspectiva ya no es la misma que la de las personas que la han convertido en lo que es. Como se dice ahora, alienó a sus seguidores al exhibir, aun sin pretenderlo, que su realidad económica y laboral está mucho más cerca a la del 1% que la del 99%. También estos días Quique Peinado se quejaba de que ser de izquierdas le había cerrado muchas puertas, pero de lo que no se daba cuenta es de que le había abierto otras, porque aquí el que pasa desapercibido es el que no se posiciona.

No es que hayan perdido la conexión con el mundo, sino que su mundo es, irremediablemente, otro. Un mundo de cachés y espectáculos y televisión mainstream y cenas con otra gente como ellos que retroalimentan sus opiniones en el que no tiene cabida la precariedad de un trabajador sin estudios que observa sus intervenciones de TikTok desde un pueblo manchego. Un mundo desde el cual las diferencias sociales dejan de percibirse, en el que uno justifica su éxito pensando que se lo merecía, porque siempre merecemos todo lo que nos ocurre, pero en el cual no se puede renunciar a esos discursos que los han convertido en quienes son.

Quizás el problema es que tengamos que escribir desde nuestra propia experiencia

Quizá la respuesta sea revisar tu propia narrativa y cambiar de discurso antes de que se te rompan las costuras que ya se empiezan a ver. O tal vez el problema sea la noción aceptada en la cultura de la celebridad de que todos debemos escribir desde nuestra propia experiencia, desde nuestro yo (y esta columna no es otra cosa), cuando quizá la escritura debería tratar de acercarse con tiempo, respeto y ternura a lo que es opuesto a nosotros. De lo contrario, estamos obligados a caer en un ciclo sin fin en el cual cantamos la canción de la precariedad de jóvenes antes de convertirnos en los mismos villanos que aspirábamos a derrocar. Matadme, por favor.

Al principio lo intenté con la música, que no interesa a nadie. No digo la música, sino el periodismo musical. Más tarde, el cine, con el que ocurría algo parecido, con la diferencia de que el cine en sí no interesa. Me fue algo mejor cuando empecé a escribir sobre empleo, sociedad, sexo, virales, alimentación, el chico para todo. Esos asuntos humanos transversales que no interesan mucho a nadie, pero un poco a todos. Cuando uno escribe, y sobre todo, tiene que sobrevivir escribiendo, aprende a detectar qué no le interesa a nadie (respuesta: muchas cosas).

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