Es noticia
'Sobre el caparazón de las tortugas': un batiburrillo de culpa, pareja e infancia
  1. Cultura
TEATRO

'Sobre el caparazón de las tortugas': un batiburrillo de culpa, pareja e infancia

Susana Hornos dirige este texto de Ignasi Vidal sobre una expareja que ajusta cuentas a ritmo de procesión de Semana Santa

Foto: Raquel Pérez y Nacho Guerreros, en 'Sobre el caparazón de las tortugas', de Ignasi Vidal, dirigida por Susana Hornos. (Teatro Fernán Gómez)
Raquel Pérez y Nacho Guerreros, en 'Sobre el caparazón de las tortugas', de Ignasi Vidal, dirigida por Susana Hornos. (Teatro Fernán Gómez)

Con sus paredes blancas y sus platos de cerámica y sus azulejos y sus geranios, con su altarcito y su imagen de Cristo en la cruz, también de azulejo, y con sus rejas en las ventanas, por las que se cuela el fervor y la música de los pasos de Semana Santa. En un típico patio andaluz de una típica casa andaluza, una mujer vestida de negro y tendida en uno de esos sofás de jardín se despierta de pronto y tose, como si volviera a la vida, se incorpora de manera trabajosa y se sitúa en el borde del escenario para hablarle al público de tortugas marinas, de ese extraordinario caparazón que “las protege de los depredadores y de los cambios de temperatura”. Tortugas, prosigue la mujer, que viven entre ciento cincuenta y doscientos años, algo que le hace pensar que “solo deshaciéndote de los recuerdos se puede vivir tantos años. Yo quiero ser una tortuga marina. Quiero vivir en paz”, dice. Después le hablará a alguien que aún no está en ese mismo espacio, un hombre de éxito, un actor siempre rodeado de fans, un tipo que fue su pareja y que, como si hubiera sido invocado, aparece y dice: “Qué preciosidad cuando la luz del atardecer cae sobre Sevilla, adoro la Semana Santa”.

placeholder Raquel Pérez, en 'Sobre el caparazón de las tortugas'. (Antonio Castro)
Raquel Pérez, en 'Sobre el caparazón de las tortugas'. (Antonio Castro)

Unos minutos antes de que pase todo eso, una mujer del público le ha dicho a su compañero de butaca: “Hay tradiciones que se están perdiendo, los jóvenes no entienden esto de las procesiones, pero también te digo que yo no tengo paciencia, van muy despacio, yo las llevaría a toda leche, rapidito”. Sobre el caparazón de las tortugas, una obra en la que todo va tan rapidito —dura una hora y 10 minutos— como la fantasía de procesión de esa espectadora, es un texto de Ignasi Vidal, dirigido por Susana Hornos e interpretado por Raquel Pérez y Nacho Guerreros, que acoge el Teatro Fernán Gómez de Madrid y que gira, dice su autor, en torno a todas esas miserias e incoherencias que nos configuran y con las que convivimos.

Carrusel de trapos sucios y clichés

"Un día decidí escribir sobre las contradicciones del ser humano, esas que nos llevan a decir una cosa y hacer la contraria, esa necesidad imperiosa que tenemos de aparentar justamente lo contrario de lo que somos", explica Ignasi Vidal en el programa de mano de esta obra en la que despliega la historia de una pareja, ya separada, que se reencuentra un Jueves Santo en una casa de Sevilla para tirarse los trastos a la cabeza y ajustar cuentas. Ambos son actores y tienen una hija, una adolescente de 15 años y 80 kilos de peso, que suspende hasta el recreo y eso, dice su madre, “nos guste o no, es la evidencia de un problema generado por un desequilibrio emocional”. Y esto no lo dicen, pero de lo que se trata a partir de aquí es de comprobar cuál de los dos es más responsable de ese desequilibrio o, más bien, de quién tiene más culpa, que estamos en Semana Santa.

Es entonces cuando comienza el intercambio de trapos sucios y el carrusel de clichés en torno al universo de las relaciones y la pareja, sobre todo si esa pareja es de actores. Él, guapo, intelectual y canalla. Ella, colgada hasta las trancas, pero fingiendo orgasmos mientras él se la pegaba con la regidora. Él, con deudas de Hacienda que pagaba ella, y los dos manteniendo una vida social 24 horas non stop, por eso de exhibir una imagen de triunfadores. Ella, una de esas actrices que dice que no soporta su profesión, pero que, dice también, solo se siente viva en un escenario. Ella, educada en el ideal de amor romántico (“a pesar de que tenía admiradores y muchos hombres pendientes de mí, solo tuve ojos para ti, pero no era yo, era la mierda de educación que recibimos”) y él, sorpresa, un progre de manual y uno de esos tipos que no se comprometen. Ella, alcohólica y con el bote de pastillas a mano en la mesilla de noche. Él, hijo de un padre maltratador. Ella, que le dice primero que le da asco y después que echen un polvo. Él, venga, vale, por qué no. Ambos, padres de una hija que, después de adoptar, supieron que no querían demasiado. Y, por si aún faltara algo, abusos en la infancia como guinda del pastel.

Batiburrillo de temas

“Como a veces pasa en la vida, cuando vas a hablar de una cosa se destapa la caja de Pandora y aparecen todos los monstruos de la relación”, dice la actriz Raquel Pérez sobre esta obra, “pero creo que la función habla de un tema del que es muy, muy, muy necesario hablar y sobre el que es muy necesario que la gente se conciencie porque a veces miramos para otro lado con respecto a asuntos graves que pasan en la infancia, a los niños. Y eso da lugar a generaciones y generaciones de gente enferma. Una de las cosas por las que acepté y quise hacer esta función es porque creo que no se puede mirar hacia otro lado respecto a los derechos de la infancia o cuando a un niño le pasa algo. Y creo que esta función es importante porque habla de todo esto”.

placeholder Raquel Pérez y Nacho Guerreros, protagonistas de 'Sobre el caparazón de las tortugas'.
Raquel Pérez y Nacho Guerreros, protagonistas de 'Sobre el caparazón de las tortugas'.

Lo cierto es que quien escribe no ha sabido captar que la obra hable precisamente de este asunto, pero también es posible que estemos ante uno de esos ejemplos sobre la distancia que existe entre la realidad y el deseo, entre aquello que quiso contar el autor y lo que creemos que cuenta, que son muchas cosas y nada al mismo tiempo. Porque Ignasi Vidal, que tiene mucho teatro a sus espaldas como actor, autor y director, habla de la educación recibida, de las miserias de una profesión que conoce, de los problemas de hijos de padres separados, de lo que decimos versus lo que hacemos y del ni contigo ni sin ti en cuestiones de pareja, pero arma tal batiburrillo que no profundiza en nada y su gran tema, el más importante, la infancia y la capacidad de los adultos para ensuciarla y destrozarla, se desvanece y se pierde entre tanto lugar común y tanto diálogo facilón entre dos personas que se quieren y detestan al mismo tiempo, pero esto ya nos lo contó Bergman hace muchos años.

Susana Hornos mueve a sus actores de la silla al centro del escenario y viceversa, usando la música de procesión como si fuera la directora de una película de terror en momentos de tensión. La directora también resuelve de manera confusa una de las escenas finales, una muerte que solo se entiende porque la explican después esos dos actores que interpretan, dicen en escena, a “gente que detesta el anonimato, que quiere estar expuesta, ser vista en el escaparate, durante la función y después de la función: nos soportamos ni la más mínima crítica, solo aceptamos, y con la más falsa modestia, el elogio, y si alguien osa criticar lo que creemos que hacemos tan bien, porque nadie en esta profesión cree que pueda estar haciéndolo mal en el escenario, es por pura ineptitud e ignorancia del crítico”.

Sobre el caparazón de las tortugas. Autor: Ignasi Vidal. Dirección: Susana Hornos. Intérpretes: Raquel Pérez y Nacho Guerreros. En el Teatro Fernán Gómez de Madrid hasta el 23 de abril.

Con sus paredes blancas y sus platos de cerámica y sus azulejos y sus geranios, con su altarcito y su imagen de Cristo en la cruz, también de azulejo, y con sus rejas en las ventanas, por las que se cuela el fervor y la música de los pasos de Semana Santa. En un típico patio andaluz de una típica casa andaluza, una mujer vestida de negro y tendida en uno de esos sofás de jardín se despierta de pronto y tose, como si volviera a la vida, se incorpora de manera trabajosa y se sitúa en el borde del escenario para hablarle al público de tortugas marinas, de ese extraordinario caparazón que “las protege de los depredadores y de los cambios de temperatura”. Tortugas, prosigue la mujer, que viven entre ciento cincuenta y doscientos años, algo que le hace pensar que “solo deshaciéndote de los recuerdos se puede vivir tantos años. Yo quiero ser una tortuga marina. Quiero vivir en paz”, dice. Después le hablará a alguien que aún no está en ese mismo espacio, un hombre de éxito, un actor siempre rodeado de fans, un tipo que fue su pareja y que, como si hubiera sido invocado, aparece y dice: “Qué preciosidad cuando la luz del atardecer cae sobre Sevilla, adoro la Semana Santa”.

Teatro
El redactor recomienda