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Cuando decenas de mujeres menonitas se unieron contra sus violadores: la historia real tras 'Ellas hablan'
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Cuando decenas de mujeres menonitas se unieron contra sus violadores: la historia real tras 'Ellas hablan'

Estamos en 2009, en una comunidad menonita ubicada en Bolivia, cuando una mujer se despierta y en la penumbra de la noche se da cuenta de que dos hombres han entrado a su casa y en su cuerpo

Foto: Mujeres menonitas con vestimenta tradicional en Bolivia. (Bojan Brecelj / Getty Images)
Mujeres menonitas con vestimenta tradicional en Bolivia. (Bojan Brecelj / Getty Images)

Dos días. Cuarenta y ocho horas. Ese es el tiempo exacto que tienen las mujeres de Molotschka para reaccionar. Todas ellas han sido drogadas y violadas simultáneamente mientras dormían por los hombres de su comunidad. Todas ellas, todos ellos, son menonitas, una identidad como punto de partida para una obra de ficción como la de la película Ellas hablan, basada en el libro de la escritora Miriam Toews; un estigma desgarrador para unos hechos que sucedieron en la realidad.

Molotschka no existe, pero es el reflejo de muchos lugares tan recónditos y aislados entre sí y con el resto de la sociedad como similares en su distancia misma. Con su nombre, y sus habitantes, y su perímetro y su clima, todas las colonias menonitas que no son Molotschka podrían serlo a ojos externos: aquí todos siguen un ciclo de tareas que se repiten una y otra vez. Los hombres trabajan el campo, las mujeres trabajan las casas. Los hombres visten camisas de cuadros y petos vaqueros; las mujeres, vestidos que tapan sus rodillas y pañuelos sobre el pelo. Viven de sus cosechas, y de sus animales, y rezan, sobre todo, rezan.

Foto: Foto: EFE/EPA/Caroline Brehman.
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Esta rama pacifista y trinitaria del movimiento cristiano anabaptista, originado en el siglo XVI en Europa central durante la Reforma protestante, más concretamente dentro de lo que se denominó la Reforma radical, llegaron hace más de 100 años al continente americano buscando espacios donde cultivar su aislamiento de la vida moderna. Sucedió a finales del siglo XIX, llegando desde Canadá y Estados Unidos hasta México, Bolivia y otros países del sur. Fueron asentándose, algunos grupos con más suerte que otros. Se levantaban, recogían y se ponían en marcha hacia un nuevo rincón del mundo donde la tecnología no les molestase.

Las sábanas manchadas de sangre

Así surgieron muchas de las colonias menonitas que existen a día de hoy, como Monitoba. "Entre 1874 y 1880, aproximadamente siete mil menonitas migraron a Manitoba. En vista de que no se requería mucho capital para establecerse en Canadá, fueron en general los menonitas más conservadores y pobres los que se aprovecharon de la oportunidad para migrar", explica Albert Koop en su artículo 'Some Economic Aspects of Mennonite Migration: with Special Emphasis on the 1870s Migration from Russia to North America' publicado en la revista Mennonite Quarterly Review en 1981.

placeholder Mujeres menonitas. (iStock)
Mujeres menonitas. (iStock)

Si Monitoba podría ser cualquier otra colonia, y cualquier colonia menonita podría ser Molotschka, no es solo por la estética de quienes las habitan. Todos sus habitantes, en la realidad y en la ficción, hablan el mismo idioma. Da igual que se ubiquen en Canadá o en México, su seña de identidad no es solo una ropa sencilla, también un idioma que, de no ser por ellos, habría desaparecido: el alemán bajo, conocido como 'plautdietsch'. Y con todas sus similitudes, y sus particularidades, Molotschka es Monitoba y viceversa por algo más.

"Lo siguiente que supo fue que era por la mañana, estaba sin pijama sobre las sábanas manchadas de sangre. Al lado, su marido permanecía dormido"

Estamos en 2009, en esta comunidad ubicada en Bolivia, cuando una mujer se despierta y en la penumbra se da cuenta de que dos hombres han entrado a su casa. "Katarina Wall recuerda poco sobre la peor noche de su vida. Recuerda despertarse en su cama, ver a un hombre encima de ella y sentir sus brazos demasiado pesados como para poner resistencia", narraba en 2011 la revista TIME. "Lo siguiente que supo fue que era por la mañana, estaba sin pijama sobre las sábanas manchadas de sangre. Al lado, su marido permanecía dormido". Wall había sido violada por dos vecinos de su comunidad, al lado del hombre con el que se había casado, que no parecía haberse inmutado lo más mínimo. "Fue como un sueño terrible", llegó a decir la mujer a TIME cuando le tocó salir de aquellas tierras para acudir a un juzgado en la ciudad de Santa Cruz, Bolivia. Contra todo pronóstico para lo que se espera de las mujeres como ella, había denunciado los hechos.

Violaciones constantes

Los menonitas tienen creencias cristianas estrictas y ultraconservadoras. Esto conlleva, por ejemplo, no poder bailar o beber alcohol, permanecer segregados por sexo y, por lo general, evitar todo contacto con la modernidad. Por supuesto, no emplean electrodomésticos, salvo que sean de uso estricto para el trabajo agrícola. No obstante, y aquí una de sus diferencias, no todas guardan el mismo nivel de "restricciones". Así, especialmente en México, existen colonias menonitas integradas socialmente con el entorno que las rodea, permitiendo incluso la escolarización de sus niños y niñas en escuelas públicas o, también, manteniendo negocios, amistades y hasta dando lugar a parejas entre unos y otros sin importar la religión. En Bolivia, sin embargo, esto no es lo común, y siguen generando su árbol genealógico como un asunto interno.

placeholder Niñas menonitas de una colonia de Estados Unidos. (Jim Griffin/Flickr)
Niñas menonitas de una colonia de Estados Unidos. (Jim Griffin/Flickr)

También el abuso a las mujeres parecía que debía ser un asunto interno más. Hasta que Wall denunció, las violaciones eran constantes cada noche. Mujeres de cualquier edad, también niñas, callaban cuando se despertaban ensangrentadas y atadas sin recordar nada. Es por ello que Wall abrió un precedente único: no hacer nada no podía ser una opción.

Durante años, muchos hombres de la colonia de Manitoba utilizaron un anestésico fabricado para el ganado para dejar inconscientes a niñas y mujeres y violarlas. No había ni siquiera excusa porque no existía el relato. La violencia sucedía en silencio y a oscuras. El daño, una vez despiertas, parecía disolverse en otros temores que no eran el del propio dolor corporal: "Por sus creencias religiosas solo pensaban que algo malo estaba pasando en aquella colonia", explicó en su momento a la BBC Fredy Pérez, el fiscal del distrito de Santa Cruz que investigó el crimen de Wall y los que tras el suyo fueron apareciendo como un torrente imparable.

Unidas contra el silencio

"Por la mañana, tenían dolores de cabeza... Se despertaban con semen por el cuerpo y se preguntaban por qué estaban sin ropa interior. Pero no lo discutieron con nadie, por el miedo a que cualquier respuesta señalara que tenían al diablo dentro". Esta fue la coartada perfecta para que decenas de violadores actuasen libremente. Además de Wall, otras 130 mujeres y niñas de dicha colonia acabaron afirmando que desde 2005 hasta 2009 vivieron experiencias similares.

placeholder Fotograma de 'Ellas hablan' (Sarah Polley, 2022)
Fotograma de 'Ellas hablan' (Sarah Polley, 2022)

Al inicio de la novela que recoge el testimonio de todas aquellas mujeres menonitas (publicada en español por la editorial Sexto Piso, 2020), una nota lo señala: "Ciertos miembros de la comunidad eran de la opinión de que o dios o satán estaban castigando a las mujeres por sus pecados; un grupo muy numeroso las acusaron de mentir para llamar la atención o encubrir adulterios: hubo incluso quienes creyeron que era todo fruto de la viva imaginación femenina".

Entonces, empezaron a reunirse. Había madres, abuelas, hijas, hermanas… Sabían que lo que les estaba ocurriendo no podía ser fruto del más allá, y juntas lo hicieron saber. Pidieron ayuda a un joven que había salido fuera de las colonias y, por tanto, conocía el idioma de ese otro más allá no tan lejano. Trenzando palabras, consiguieron que su valentía se impusiera a los códigos de una sociedad machista dentro y fuera de sus formas de vivir.

placeholder Fotograma de 'Ellas hablan' (Sarah Polley, 2022)
Fotograma de 'Ellas hablan' (Sarah Polley, 2022)

No, claro que no era el demonio

Era un mensaje angustioso desde un enclave más allá del entendimiento de la mayor parte de la sociedad occidental que habitan, un grito profundo de aquellas a las que se las había enmarcado calladas por convicción, culpables de sus creencias y ahora también de sus desgracias. En el libro de Toews (quien también creció en una colonia menonita), sus protagonistas solo se plantean tres opciones: no hacer nada, quedarse y luchar o irse y dejarlo todo. En la realidad, con los focos de medio mundo sobre ellas, las tres opciones se volvieron una sola.

Siete de los ocho acusados fueron declarados culpables y condenados a 25 años de prisión en Palmasola, un complejo penitenciario de Bolivia

En un principio, tras reunirse varias de ellas, los hombres acusados habían sido castigados por sus propios vecinos y vecinas, pero nada hacía que no violasen. Finalmente, fueron entregados a la policía boliviana. Dos años después, cuando el caso llegó a juicio, siete de los ocho acusados fueron declarados culpables y condenados a 25 años de prisión en Palmasola, un complejo penitenciario de Bolivia. Además, un octavo acusado fue condenado a 12 años por suministrar el medicamento anestésico.

Ahora, un elenco formado por Claire Foy, Jessie Buckley, Rooney Mara, Frances McDormand, Ben Whishaw, Michelle McLeod, Judith Ivey han llevado a la pantalla el transcurso del libro inspirado en el caso, un trabajo de adaptación por el que su directora Sarah Polley ha conseguido el Oscar.

Dos días. Cuarenta y ocho horas. Ese es el tiempo exacto que tienen las mujeres de Molotschka para reaccionar. Todas ellas han sido drogadas y violadas simultáneamente mientras dormían por los hombres de su comunidad. Todas ellas, todos ellos, son menonitas, una identidad como punto de partida para una obra de ficción como la de la película Ellas hablan, basada en el libro de la escritora Miriam Toews; un estigma desgarrador para unos hechos que sucedieron en la realidad.

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