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Tesis universitarias, autoayuda y feminismo (valga la redundancia)
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Tesis universitarias, autoayuda y feminismo (valga la redundancia)

Belén Gopegui y otros escritores realizan doctorados pasados los 50 años que luego transforman en libro

Foto: La escritora Belén Gopegui. (EFE/Nacho Gallego)
La escritora Belén Gopegui. (EFE/Nacho Gallego)

Entre las muchas cosas que me negaría a hacer, la primera de todas la tengo clara: volver a las aulas. Nunca regresaría al gris del pasillo universitario, a la tristeza de una mañana perdida en un establo juvenil, a la pizarra con cosas borradas que ayer tampoco se entendían, al sonido de la lluvia tras los cristales, que diría Machado.

No siento admiración por esos viejecitos que de pronto se matriculan y estudian, y salen en los periódicos. Algo han hecho muy mal si, con 70 años, creen que es en una facultad donde se aprende la vida. Es en los libros leídos a solas donde se aprende la vida.

placeholder 'El murmullo', de Belén Gopegui.
'El murmullo', de Belén Gopegui.

Coinciden en un breve lapso dos libros de escritores maduros que han vuelto a las aulas. Juan Manuel de Prada publicó El derecho a soñar (Espasa), 2.000 páginas sobre la escritora olvidada Ana María Martínez Sagi, que él no para de recordar viciosamente, primero desde una novela, luego con una tesis y finalmente con esta biografía monumental. Belén Gopegui, por su parte, se doctoró para estudiar los libros de autoayuda, y ahora presenta El murmullo (Espasa), decantación para librerías de ese trabajo universitario.

El libro empieza con la transcripción de la defensa que hizo de su tesis. Esto me ha recordado que yo no hice una tesis, no soy doctor, y que solo una vez asistí a una de estas defensas en directo. Fue delirante.

Una tesis consiste en un texto de cierta extensión que se interpone entre tú y el mercado laboral. Para hacer una tesis puedes estar años. Esos años de tesinando se caracterizan por ir dejando la tesis para mañana. Mientras, te diviertes y pasas el rato y alargas, como decimos, la juventud y el recreo. Las tesis como dios manda se hacen al final, en dos meses, deprisa y corriendo, porque ya lo de no trabajar va sonando sospechoso. Es lo que yo he visto.

Las tesis como dios manda se hacen al final, en dos meses, deprisa y corriendo, porque ya lo de no trabajar va sonando sospechoso

Las tesis, en principio, se plantean como aportaciones intelectuales. El sentido de una tesis, que sea aceptada por un director de tesis, tiene que ver con la novedad del planteamiento, del tema y con la celebración del saber. Esto es una tontería porque se hacen tantas tesis que resulta increíble que alguna de entre 5.000 nos aporte algo. Las tesis son, por lo general (miren la de Pedro Sánchez), cadáveres especulativos, que nadie visita nunca ni desentierra nunca, salvo que contengan lo único interesante que puede contener una tesis: un plagio. Las tesis con más futuro son las tesis plagiadas.

Luego pasa que todas las tesis sacan sobresaliente o sobresaliente cum laude, lo que se nos antoja a su vez inquietante. Por supuesto, una tesis suspensa te hace pensar bien de su autor, debe de ser la tesis que en efecto aportaba algo, o lo quebraba; la que honró el sentido mismo de hacer una tesis.

Por si fuera poco, el tesinando o ya doctor, en la tradición miserable española, debe invitar al jurado que evalúa su trabajo a comer el mismo día en que le ponen sobresaliente cum laude. Cuando supe que era obligatorio invitar a comer —y no en cualquier sitio— a la gente que te juzga la tesis, entendí por qué la universidad española es lo que es, y por qué se hacen tantas tesis.

Autoayuda

El caso es que la escritora Belén Gopegui (Madrid, 1963) volvió hace tres o cuatro años a las aulas, para estudiar un subgénero editorial fascinante: la autoayuda. Los libros de autoayuda son ese tipo de producto cuya supervivencia depende de que no sirven para nada, como las cremas antiacné o los bidés. En la medida en que los manuales de autoayuda no funcionen, los seguiremos comprando.

La autora aborda esta marginalidad intelectual con los patrones teóricos que reservamos a la literatura seria. Así, se pregunta quién cuenta, a quién se cuenta y qué se cuenta en estos libros, echando mano de los conceptos narratológicos disponibles. Esto, que no tiene tanto sentido, sirve al menos para legitimar esa prevención expresada en las primeras páginas, según la cual la autora no va a hacer burlas de estos estúpidos libros ni a situarse en un plano de onerosa superioridad moral en relación con sus no tan inteligentes lectores.

El murmullo avanza entregado a un auténtico torbellino de citas (Eva Illouz, Enzensberger, Guillermo Rendueles…, cientos), casi todas fascinantes, pero sin duda excesivas, para acotar el propósito de libros como Tus zonas erróneas o Cómo ganar amigos e influir en las personas. La conclusión fundamental a la que se llega es que estos libros subrayan el individualismo propio de nuestra sociedad (malvadamente capitalista, etc.), pues se dirigen uno a uno a sus lectores, y además interpretan su tristeza, su depresión o su malestar como culpa suya, y no del entorno (malvadamente capitalista, etc.).

placeholder La escritora Belén Gopegui. (EFE)
La escritora Belén Gopegui. (EFE)

Gopegui viene a defender una sanación colectiva, grupal, acompañada, frente a este autoayudarse cada uno en su casa. También, claro, denuncia que lo mal que lo pasa la gente que acaba acudiendo a uno de estos libros no puede desligarse de la explotación laboral, de las exigencias de la vida moderna o de situaciones miserables, fruto de orígenes humildes, casi siempre imposibles de desactivar. Según la autora, la autoayuda "saca el conflicto del exterior y lo lleva al interior".

Más adelante citará, refrendándola, esta idea de Paul D´Alton: "La igualdad es la mejor terapia".

Si las inseguridades y pesadumbres de un ciudadano se entienden aparejadas a problemas colectivos como el paro o la marginación o la pobreza de cuna, es lógico pensar que una sociedad más igualitaria reduciría este tipo de aflicciones. O sea, la gente se deprimiría menos en una sociedad ideal, perfecta, con —digamos— exactamente el mismo salario para todos y una delincuencia cercana a cero.

Obviamente, yo no lo creo. De hecho, yo me deprimiría mucho más en una sociedad perfecta que en una sociedad como la que ahora transitamos (malvadamente capitalista, etc.), simplemente porque los motivos para deprimirte son los mismos que para estar alegre: que pasen cosas. Si no pasa nada, es el infierno de lo igual, la vida amortiguada; la vida boba.

Ser pobre en Cuba es irrelevante, pero ser pobre en Nueva York es intolerable. Debemos entender que hay pobrezas buenas

También parece confusa la tesis de la autora si pensamos en el mantra "el dinero no da la felicidad" o en las diversas defensas que se hacen de la Cuba castrista. En estos mantras y revoluciones, no tener no es un problema; en nuestra sociedad, ya saben, malvadamente capitalista, los que no tienen sí sufren muchísimo por no tener. O sea, ser pobre en Cuba es irrelevante, pero ser pobre en Nueva York es intolerable. Debemos entender que hay pobrezas buenas.

Como era previsible, Gopegui tampoco se cree lo del mérito, y señala que los libros de autoayuda (y ya que estamos, el mindfulness y el coaching) te piden "superar el obstáculo a través del mérito". Frente a la ideología hegemónica, la autora nos propone "la economía feminista y la filosofía social del buen vivir". Y luego hay una cita, metidos ya en feminismos, que les invito a pensar en casa: "Para Butler, como para Foucault, todo poder exige resistencia, y la resistencia exige alguna forma de protoconciencia de sí que no puede ser construida por el acto de interpelación" (son palabras de Fernando Broncano, a la sazón, director de la tesis de Gopegui).

Les pido que la piensen en casa porque yo ya estoy mayor (y de vuelta) para tomarme en serio estas prosas.

Curiosamente, según iba viendo aparecer la palabra feminismo en las páginas de El murmullo, se me ocurrió que había pocas cosas en nuestros días más parecidas a la autoayuda que el propio feminismo. Seguí con el libro a la espera de encontrar esta misma idea en las reflexiones de la autora, pero no, lo de llamar autoayuda al feminismo no se le había ocurrido.

Entre las muchas cosas que me negaría a hacer, la primera de todas la tengo clara: volver a las aulas. Nunca regresaría al gris del pasillo universitario, a la tristeza de una mañana perdida en un establo juvenil, a la pizarra con cosas borradas que ayer tampoco se entendían, al sonido de la lluvia tras los cristales, que diría Machado.

Ensayo
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