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Los 'ojos de gato' conocen a los 'sangleyes': el alucinante encuentro entre España y China
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Los 'ojos de gato' conocen a los 'sangleyes': el alucinante encuentro entre España y China

El Celeste Imperio fue para Occidente hasta finales del siglo XVI el último confín del mundo, un reino de ensueño entre tinieblas, del que solo llegaban noticias parcas y retales de seda

Foto: Generales del ejército chino, en el 'Códice Boxer'.
Generales del ejército chino, en el 'Códice Boxer'.

La cuestión desasosegaba a aquella primera embajada española enviada a China en 1575 y conformada por padres agustinos y soldados. ¿Era lícito para un buen cristiano arrodillarse ante alguien que no fuera Dios? En Oriente la etiqueta obligaba al vasallo a habar al superior puesto de rodillas y con las manos pegadas al suelo, esa reverencia que los griegos despreciaron como proskýnesis, al considerarla una muestra de despotismo bárbaro. El soldado ovetense Miguel de Luarca, recordaba la diversidad de pareceres entre los militares y los frailes de Martín de Rada ante aquel duro trance en la crónica que redactó tras aquel viaje, la primera escrita en español sobre aquel país: "Hubo diferentes pareceres entre nosotros, aunque el de los religiosos, cuyo parecer seguimos, decían que sí, porque así convenía para hacer el negocio a que íbamos. Nosotros decíamos que, pues íbamos con el título de embajadores, no se sufría ni convenía a la majestad de España".

China fue para Occidente hasta finales del siglo XVI el último confín del mundo, un reino de ensueño entre tinieblas, del que solo llegaban noticias parcas —y retales de seda— de contornos indecisos y que fue bautizado como Catay por los misioneros medievales. La explosión de interés por el Celeste Imperio llegó en 1298 con la publicación de Il Milione, más conocido en español como El libro de las maravillas o Los viajes de Marco Polo, escrito en realidad por Rustichelo de Pisa y que pobló la imaginación europea durante dos siglos con las fantasías sobre el Gran Kan Kubilai. Pero el primer contacto real entre dos mundos tuvo como protagonistas de los portugueses y los españoles y ahora la Biblioteca Castro publica en nuestro idioma en una reedición majestuosa prologada por el filólogo Juan Gil el resultado de aquellas tentativas y frustradas relaciones iniciales. Se trata de un clásico que cosechó un enorme éxito en 1585, Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reino de la China, del escritor, prelado agustino español y obispo de Chiapas, Juan González de Mendoza.

placeholder 'Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reino de China'. (Castro)
'Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reino de China'. (Castro)

El riojano Mendoza nunca holló el Extremo Oriente, pero desde su enclave privilegiado en el convento de Michoacán, punto de encuentro para misioneros y exploradores que iban hacia allí o volvían gracias al tan productivo como peligroso tornaviaje, pudo cotejar los documentos y relaciones e incluso escuchar de viva voz y recopilar por escrito las vicisitudes de muchos religiosos que habían pasado por China. Años después visitó Roma y fue allí donde el curioso Papa Gregorio XIII lo animó a dar a conocer en un libro todo aquel caudal de conocimientos, tarea a la que se encomendó rápidamente. Su Historia ofrece por ello datos ciertos, pero no deja de ser una recreación casi tan idealizada y fantástica como la de Marco Polo.

Foto: Mapa 'Maris Pacifici', de Abraham Ortelius, 1589 (Museo Naval de Madrid)

"Nuestro fraile", explica Juan Gil, "no solo devolvió a los chinos la primacía de dos grandes descubrimientos que dieron la puntilla al mundo medieval (la pólvora y la imprenta), sino también reconoció que, en la prudencia de su gobierno, habían aventajado a griegos, cartagineses y romanos, esto es, a los tres grandes imperios universales que había conocido la historia mundial hasta su tiempo. No solo la justicia funcionaba a la perfección en aquel gran reino; asimismo, la educación se extendía a todos los niveles de la sociedad, de manera que había muy pocos analfabetos, "porque el no saberlo se tiene entre ellos por infamia" La fertilidad y abundancia de la tierra no tenían parangón: era "el reino más fértil, rico y barato de todo el mundo", y "el más bien proveído y regalado de pescado de cuantos se saben" estaba poblado de grandes ciudades y villas, llenas de suntuosos edificios, y su red viaria era una maravilla. A su vez, había en él "gran infinidad... de gente, así para los oficios como para cultivar la tierra", a la que ningún pueblo igualaba en "trabajo e industria": como que en su suelo no estaban permitidos los vagabundos".

En las filas del diablo

Los españoles presentes entonces en su avanzadilla filipina llamaban a los chinos sangleyes, tal vez por la palabra usada en mandarín para los comerciantes. Los chinos a su vez bautizaron a los europeos como ojos de gato. Pero el hecho de que el libro de González de Mendoza los presentara en muchos aspectos como superiores a la propia España, como tierra de maravillas, populosa y ahíta de riquezas, no obstaba para que prevaleciera al fin y al cabo la perspectiva religiosa de aquel fraile para quien, al igual que para la mayoría de los católicos de aquel tiempo, todo aquel que no creyera en Cristo, militaba aunque fuera inconscientemente en las filas del diablo.

Había dos opciones: la conquista por las armas o la conversión de los mandarines

"En suma, mediaba un abismo ideológico entre la mentalidad cristiana y la china. Para salvarlo, se proponían entonces a Felipe II dos soluciones: la conquista del país por medio de las armas o la conversión de los mandarines o del propio emperador a la fe católica, la nueva vía de conquista espiritual ensayada por la Compañía de Jesús, en la que los jesuitas siguieron depositando grandes esperanzas hasta la misión del padre Johannes Adam Schall. Fray Juan abogó por un camino intermedio: la misión pacífica. En realidad, no podía decir otra cosa el portador de una embajada a la China. Más es seguro que el fraile, en su fuero interno, no descartó del todo la otra opción, la intervención militar, a la que habría de instar acuciantemente durante su estancia en la corte madrileña el padre Alonso Sánchez".

La Historia del gran reino de China es un catálogo alucinante de mitos, hechos y prejuicios donde prima el asombro por "una tierra tan llena de muchachos, que parece que las mujeres paren cada mes", de tierra tremendamente fértil cultivada por gentes de lengua incomprensible e industriosas "que ni perdonan a valles, ni a sierras, ni a riveras" que provee dulcísimas naranjas, sabrosas ciruelas y una inmensa cosecha de azúcar, de selvas pobladas por jabalíes y martas cibelinas, un reino, por cierto, tan antiguo "que hay opinión que los primeros que lo poblaron fueron los hijos de Noé". ¿Y su talante? "Danse mucho a la música, conque se entretienen; y como no entienden sino en regalarse, son comúnmente gordos, bien acondicionados y apacibles, cariciosos y liberales con los extranjeros".

La cuestión desasosegaba a aquella primera embajada española enviada a China en 1575 y conformada por padres agustinos y soldados. ¿Era lícito para un buen cristiano arrodillarse ante alguien que no fuera Dios? En Oriente la etiqueta obligaba al vasallo a habar al superior puesto de rodillas y con las manos pegadas al suelo, esa reverencia que los griegos despreciaron como proskýnesis, al considerarla una muestra de despotismo bárbaro. El soldado ovetense Miguel de Luarca, recordaba la diversidad de pareceres entre los militares y los frailes de Martín de Rada ante aquel duro trance en la crónica que redactó tras aquel viaje, la primera escrita en español sobre aquel país: "Hubo diferentes pareceres entre nosotros, aunque el de los religiosos, cuyo parecer seguimos, decían que sí, porque así convenía para hacer el negocio a que íbamos. Nosotros decíamos que, pues íbamos con el título de embajadores, no se sufría ni convenía a la majestad de España".

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