La secuestradora de niños, el poeta y los monos azules del psiquiátrico de Basurto
Panero y la secuestradora de neonatos de Bilbao no se conocían ni compartieron el mismo tiempo; sí el mismo aire, los ladrillos rojos de aquel hospital donde los locos se encierran tras portarse como locos
"Cuca está hueca. Sí, ¿no sabías? Le quitaron la matriz, los ovarios, todo. Quizá por eso él la llama Hiroshima Mon Amour. Su mujer, y ella se cree que no se ha enterado nadie. Y en realidad todo el mundo finge ignorarlo, no sólo, naturalmente, ante ella. Sí, sí, yo creo que lo saben, que sí mujer, cómo no lo van a saber. Fíjate que importancia le da a la cosa. No, no, a mí la matriz no me la quitaron, pero sin embargo yo misma le conté a todo el mundo como la cosa más natural. No, cómo iba a llevar un vestido malva. Y qué obsesión que si la miran, que si la tocan. Y nadie la mira, ¡cómo la van a mirar! Y nadie la toca. Qué cosas tienes. Sí, sí, pues dice fíjate que si por un momento se olvida de correr bien los visillos, y se ha quitado las medias, ¿qué otra cosa iba a decir, la pobre? En seguida, ¡plaf!, los curiosos, como les llama ella, se asoman a la ventana de enfrente, del patio. Los curiosos. Algo así como los ovnis, los curiosos".
Leopoldo María Panero y la secuestradora de neonatos de Bilbao no se conocían ni mucho menos compartieron el mismo tiempo; sí el mismo aire, los ladrillos rojos, el patio, la venta de enfrente. Los curiosos, como dijo el poeta, de aquel hospital de Basurto donde los locos se encierran después de portarse como locos.
Leopoldo María Panero y la secuestradora de neonatos de Bilbao no se conocían ni mucho menos compartieron el mismo tiempo; sí el mismo aire
Así ocurrió el pasado lunes, tras una semana infernal, y muy en especial para los padres del pequeño Aimar. Su secuestradora, a la que llamaremos Cuca, se entregaba en el mismo hospital de Basurto donde robó a un neonato para, supuestamente, practicarle las últimas pruebas del protocolo. Pero esta vez lo hacía voluntariamente, en el temido pabellón Escuza, el edifico de psiquiatría del complejo de Basurto, aludiendo que padecía un brote psicótico, razón por la que días atrás secuestró a Aimar de su habitación del hospital a la hora de la cena.
Esa noche salió de Basurto con el bebé en una bolsa de cartón y se refugió en casa de una amiga, o conocida (nadie quiere ser amiga de una loca), para completar la ardua tarea de hacerse un montón de fotos que debía mandar a todos aquellos que no la creyeron cuando dijo estar esperando un bebé. Era el momento de acallarles, de demostrarles que los locos fueron ellos y no Cuca.
Durante esos meses, aquellos destinatarios debieron pensar lo loca que estaba Cuca de creerse embarazada. Quizá lo había hecho más veces; lo de fingir, lo de decir, y ya nadie la creía de su círculo de tanto que había dicho y no era. Probablemente al marcharse otras veces dijeran, esta Cuca anda mal de la cabeza o no hagas ni caso que está pa´allá, y no se la tomaron en serio porque estaba un poco loquita. Tampoco consideraron oportuno llamar al centro de psiquiatría para decir que su amiga Cuca se creía preñada, ni se pararon a explicarle a ella misma: chica, necesitas ayuda porque lo que tú crees que es, no es, mira, tu tripa no tiene a nadie dentro, o como dijo el poeta, "Cuca está hueca. Sí, ¿no sabías? Le quitaron la matriz, los ovarios, todo". Pero lo sabían todos menos ella. O fingían que todo iba fenomenal mientras ella se creía llena cuando en realidad estaba hueca.
Aquella maldita noche, la madre del pequeño Aimar no recordó o apenas supo, que cualquier contacto con el bebé se hacía en el cuarto tal y como dictan las normas de la Osakidetza, pero en un hospital y después de dar a luz, una se fía de todo el que entra vestido de blanco porque la lógica funciona al servicio de la normalidad. Nadie se piensa que una enfermera va a secuestrar a un recién nacido. Eso es cosa de locos. O de locas, por ser justo con el género.
Nadie se piensa que una enfermera va a secuestrar a un recién nacido. Eso es cosa de locos. O de locas
Mientras, sus padres bajaban al infierno. Una hora después de la visita de Cuca, el padre comenzó a moverse como un perro de presa, sabiendo que su todo estaba en peligro y movilizó con la fuerza de un león, a taxistas, policías, vecinos; a una ciudad entera que se echó a la calle en busca de un niño secuestrado de su cuna del hospital por una mujer vestida de enfermera. La noche seguía y Cuca continuaba demostrando que estaba cuerda mientras los padres de Aimar rozaban la locura porque nadie se piensa capaz de semejante barbarie. Ella mandaba fotos con el bebé. Ellos debían flipar porque supieron que todo era mentira, pero ya lo sabían, ya se pensaban. Pero nadie dijo nada.
Once horas después, un ertzaina pronunció al otro lado del teléfono: "Lo tenemos sano y salvo y ahora mismo vamos para allá". Entonces, los padres que supieron a qué sabía el miedo, la desesperación y hasta la locura, volvían de aquel oscuro mundo provocado por un cortocircuito prolongado al que nadie presto atención.
Una sociedad indigna
Durante el año 1968, Leopoldo María Panero escribió el texto que abre este artículo, mientras permanecía ingresado en el hospital psiquiátrico de Basurto. La razón por la que Felicidad Blanc, su madre, decidió internarle no fue por un intento de suicido por parte del poeta, sino porque llamó a su tío para pedirle un poco de costo con el que aliviar el jaleo que había supuesto aquella llamada de atención frustrada.
El sistema comenzó entonces a practicar sobre Leopoldo todo tipo de tretas y técnicas que terminaron por dejarle hecho unos zorros. ¿Sabían que le llegaron a practicar lobotomías sólo porque había fumado hachís? Ahora se las gastan así en los centros privados para quitarse adicciones, mejorar la concentración o incluso quemar ciertos impulsos que pudieran ser ofensivos en una sociedad que ni siquiera tuvo la dignidad de decirle a Cuca que no estaba bien de la cabeza. No digo que no se hubiera evitado, pero quizá sea hora de dejar de mirar a otro lado con todo lo relacionado con las enfermedades mentales. Es muy probable que alguno de esos destinatarios de las fotos de Aimar, antes de que fuera devuelto sobre un felpudo de un piso de Santutxu, hubiera podido decirle a Cuca, ven, necesitas ayuda.
No sabemos qué estará pasando ahora Cuca, mientras observa las paredes de ladrillo que hace cincuenta años refugiaba en su encierro a Leopoldo María Panero. En esos primeros textos del poeta, en aquellos daños con olor a bruma de mar, dejó escrito: “Mientras se cortaba las uñas descubrió, en un ángulo de la habitación, que los monos azules le sonreían, le hacían guiños”. Y la cuenta pendiente que tiene la sociedad con las enfermedades mentales que llevan los mismos cincuenta años esperando sobre esas paredes que se vayan de una vez los monos azules.
"Cuca está hueca. Sí, ¿no sabías? Le quitaron la matriz, los ovarios, todo. Quizá por eso él la llama Hiroshima Mon Amour. Su mujer, y ella se cree que no se ha enterado nadie. Y en realidad todo el mundo finge ignorarlo, no sólo, naturalmente, ante ella. Sí, sí, yo creo que lo saben, que sí mujer, cómo no lo van a saber. Fíjate que importancia le da a la cosa. No, no, a mí la matriz no me la quitaron, pero sin embargo yo misma le conté a todo el mundo como la cosa más natural. No, cómo iba a llevar un vestido malva. Y qué obsesión que si la miran, que si la tocan. Y nadie la mira, ¡cómo la van a mirar! Y nadie la toca. Qué cosas tienes. Sí, sí, pues dice fíjate que si por un momento se olvida de correr bien los visillos, y se ha quitado las medias, ¿qué otra cosa iba a decir, la pobre? En seguida, ¡plaf!, los curiosos, como les llama ella, se asoman a la ventana de enfrente, del patio. Los curiosos. Algo así como los ovnis, los curiosos".