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Una niña que no necesita voceros
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Una niña que no necesita voceros

Mientras nos echamos las manos a la cabeza indignados por esos niñatos maleducados que han llamado putas a las primeras universitarias, estamos dejando de ver lo que pasa abajo

Foto: Fútbol infantil (EFE Juan Ignacio Roncoroni)
Fútbol infantil (EFE Juan Ignacio Roncoroni)

Al menos las cosas van cambiando y no sólo a peor. Mi vástago se ha apuntado al equipo de fútbol de su colegio. Esquivando taras omitiré colores y calles. De los cuarenta y tantos que se apuntaron —también admitían guajes de otros centros—, han terminado solicitando un permiso a la Federación de Madrid para que diera dos licencias de equipo y no se quedaran fuera la mitad de los imberbes de tacos. Buena abundancia: dos equipos completos, plantillas de veintidós jugadores con sus porteros suplentes, defensas, centrocampistas, delanteros, cuatro entrenadores; dos días a la semana de hora y media de entrenamiento y partido de sueño en sábado empezando este domingo nueve de octubre. Uno tiene asumido que el tiempo es uno de los principales capitales de los que disponemos y al que más renunciamos cuando dejamos de dormir por otros, pero como envejecer no sólo consiste en idear cien malabares para seguir haciendo lo mismo, sino también en saber parar otras costumbres que resultan del todo incompatibles con nuestro ahora, trato de ver alguno de estos primeros entrenamientos convenciéndome de tanta renuncia romántica.

El chico es defensa porque es prudente. Le agobiaba poder fallar un gol clave, cantar que no quería quedarse fuera de su banda, o tan sólo el férreo deseo de seguir afianzando un arraigo con los suyos que silban en sueños de balón de cuero. Él se ha propuesto formar parte, venciendo, no sólo su poca habilidad para la pelota sino también esquivando una pila de contratiempos de neonato futbolero que resuelve concentrado y un poco patoso, pero lleno de fuerza y ganas de ser un poco menos malo. Entrenan los dos equipos a la vez, con lo que tengo a cuarenta y cuatro niñóvenes delante y donde conviven mejores y peores en una clásica y perfecta semejanza al campo que luego es la vida misma. Hay uno que se mueve como los ángeles, le llaman Mbappé y no sólo porque sea negro, también porque su pie y pelota parecen la misma cosa y seguimos en Madrid; el presi dijo que vendría, por eso en los patios parece como si se hubiera quedado desde el principio. Ante mi asombro, aparece un grupete de chicas que son un poco más mujeres que estos niños que siguen siendo más pequeños por mucha misma edad que tengan.

Conviven mejores y peores en una clásica y perfecta semejanza al campo que luego es la vida misma

Y de pronto aparece Benzemá. Tiene también doce años, el pelo un poco más largo, liso casi hasta sujetarse en los hombros pese a que nunca paren quietos; es como una cortina que no deja posar el telón ni un segundo en su sitio. No destaca por regatear el que más sino por estar en su sitio todo el rato; cada vez que hay una carrera mira un momento y toma referencias, volviendo a su línea de medio campo con la precisión y responsabilidad de un profesional y sin dejar de darlo todo en cada segundo sobre el campo. El mío para un poco, charla con otro igual y señala, pero Benzemá no se para a hablar con nadie salvo para pedir la bola cuando le dejan, pasa, mira, resuelve y enseguida de vuelta en su sitio. Sorprende lo eficiente que es su rosada cara que apenas distingo del todo porque cuando miro ya se ha marchado a otro sitio a pelear por el cuero.

La vida es un nft

Cada poco me giran los susurros a voz en grito que gastan las demás niñas de su clase, o curso, porque al final son cientos de niños por año y algunas parecen tener catorce cuando el mío sigue en once o doce recientes. Se hacen fotos y selfis porque ahora la vida es un nft y cualquier tropiezo puede convertir al infante en infame; lo mismo si marcan un gol, que aunque apenas les importa lo corean como si viera en ellas al Boca o la forza Juve de la "vieja señora”. Y vuelve Benzemá a llamar mi atención cuando sospecho que se trata de alguien distinto al resto. No son hormonas de aprobación lo que busca en cada remate, parece salirse de la cota que logran los otros cuarenta y tres: es distinto en actitud, parece un soldado, una racha de viento uniformado en blanco y con cinta para que el pelo no interfiera en su vista. Me fijo, miro, reposo los ojos en sus botas que son clavos en un césped y, flipo: es una niña.

Hace una semana el foro estuvo en llamas por los gritos de un colegio mayor

Hace una semana el foro estuvo en llamas por los gritos de un colegio mayor que batalla la libertad de expresión o simplemente el ser unos bravucones hormonales que gritan obscenidades a las chicas del Santa Mónica. Otrora, les vestían, depilaban, lanzaban, humillaban y rompían la tranquilidad de los que comenzaban en la universidad a base de novatadas y putadas de todos los colores. Hasta alguno saltó por el puente de Segovia cuando no pudo aguantar la broma y tradición anormal de aquellos colegios mayores que miraban a otro lado cuando se pelaba a los novatos. Añora, se utiliza cualquier desliz como brazo armado para seguir escupiéndonos a la cara para que se nos diga lo que se debe o no se debe decir. Ellas dicen que no se han sentido ofendidas, la prole entonces las llama pijas, imbéciles o cualquier insulto peor, sólo por no comprar el boleto de “ofendidos” que se les exige, en esta era en la que la basca lleva mandíbulas de porcelana repartiendo galletas de metal al resto.

Y ahí sigue Benzemá, peleando como si no hubiese un mañana, rodeada de cuarenta y tres niños que no terminan de entender por qué esa niña de pelo liso juega sin preocuparse ni un poco por el que dirán, o por ser sólo ella en un campo de nabos que no se explican por qué o cómo, esa pequeña Benzemá huye de tanta imposición y chorrada mientras no tarda un segundo en volver a por el balón. Puede que la vida se vaya ordenando con mucha más naturalidad de lo que pensamos. Quizás, mientras nos echamos las manos a la cabeza indignados por esos niñatos maleducados que han llamado putas a las primeras universitarias, estemos dejando de ver que por ahí abajo, los que nos siguen, llevan de una forma mucho más normal eso de las niñas y los niños. Al menos, aquí delante, la tarde me regala la suerte de ver a esa niña ser uno más en un campo de fútbol que no se cuestiona ni por un segundo que niños y niñas sean lo mismo mientras les dejemos seguir siendo iguales.

Al menos las cosas van cambiando y no sólo a peor. Mi vástago se ha apuntado al equipo de fútbol de su colegio. Esquivando taras omitiré colores y calles. De los cuarenta y tantos que se apuntaron —también admitían guajes de otros centros—, han terminado solicitando un permiso a la Federación de Madrid para que diera dos licencias de equipo y no se quedaran fuera la mitad de los imberbes de tacos. Buena abundancia: dos equipos completos, plantillas de veintidós jugadores con sus porteros suplentes, defensas, centrocampistas, delanteros, cuatro entrenadores; dos días a la semana de hora y media de entrenamiento y partido de sueño en sábado empezando este domingo nueve de octubre. Uno tiene asumido que el tiempo es uno de los principales capitales de los que disponemos y al que más renunciamos cuando dejamos de dormir por otros, pero como envejecer no sólo consiste en idear cien malabares para seguir haciendo lo mismo, sino también en saber parar otras costumbres que resultan del todo incompatibles con nuestro ahora, trato de ver alguno de estos primeros entrenamientos convenciéndome de tanta renuncia romántica.

Kylian Mbappé Colegios Karim Benzema
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