Sergi Bellver, un escritor sin habitación propia
Sin casa y sin trabajo estable, este escritor catalán acaba de publicar una novela escrita con mimo durante todos estos años en tantas habitaciones ajenas como las que aparecen en el libro
En fin, yo podría disfrazarme de crítico ingenioso y soltar que la gran novela húngara del año la ha escrito un español; podría calzarme gafas de académico y hacer una lista detallada de los aciertos de esta obra y de la humanidad sensible con la que está construido el edificio narrativo; colgarme una toga de juez imparcial y destacar la profundidad psicológica de János, el protagonista, o incidir en la riqueza metafórica. También podría buscar mi propia repercusión con frases pomposas para alcanzar la gloria estúpida del crítico literario, que es aparecer con mi nombre en la faja de la segunda edición de
Hacia 2011, en lo más oscuro de la crisis económica, mientras las familias se iban en bloque a la calle por los desahucios, el destino de Sergi tomó un cauce peligroso, unido a la marcha del país, y se quedó sin casa. Hasta entonces había vivido este catalán en Madrid y Barcelona, y al final resistía en una habitación diminuta, bohemia para los ojos del indocumentado, miserable para todos los demás, con 400 libros tirados por el suelo, un diminuto escritorio con un ordenador carraspeante y un puñado de ropa. Era una habitación interior de cinco metros cuadrados en un piso feo de Barcelona que Sergi pagaba a duras penas con el dinero que le proporcionaban algunas críticas literarias y las horas sueltas de clase que impartía en el Ateneu. Pero de la noche a la mañana se cerraron todos los grifos y Sergi Bellver, hombre de 40 años y sin familia que lo apoyase en los malos momentos, se quedó en la calle.
Hacia 2011, en lo más oscuro de la crisis económica, Sergi Bellver se quedó sin casa
Creyó en un primer momento que era una mala racha, pidió dinero prestado y buscó acomodo en cualquier sofá. Va a ser un poco de tiempo, se decía, a las puertas de un laberinto interminable del que todavía hoy no ha podido salir. Con el paso de los meses y los sofás, de casa en casa, siempre de prestado y con una mochila peregrinal con todas sus pertenencias, Sergi acabó sugestionándose. Vino la literatura a traicionarlo, como a un Quijote de la precariedad inmobiliaria, y nos contó que ya no quería dedicarse a nada que no fuera la literatura, es decir, que renunciaba a buscar casa y trabajo. Nosotros pensamos que intentaba justificar una vida incompleta con las mismas herramientas con las que se construye una novela, y que esto era algo terrible, pues Sergi no se convertiría en el escritor que aspiraba a ser, sino en un personaje de ficción. Desde entonces han pasado 10 años. Sergi sigue sin trabajo estable y sin casa, un Quijote de los sofás, y acaba de cumplir los 50 años.
Algo muy misterioso ha mantenido a Sergi Bellver al margen de la mendicidad durante la última década. Sus amigos no hemos llegado a descubrir lo que es. Sergi pasa tres meses en Sevilla, en la segunda residencia vacía de una señora que lo sigue en Facebook, y cuando la mujer se harta de tenerlo por ahí encuentra otra casa en París, en la que permanece dos semanas a cambio de alimentar a un gato. Cuando vuelve el dueño de esa casa, Sergi pasa tres meses en una pequeña aldea de Galicia, donde le han pedido que esté para que no entren okupas, y de allí marcha dos días al sofá de un piso de Madrid, donde logra que le dejen las llaves de una caseta de herramientas de una casa solariega de Burgos. Sin tener un duro y, lo que es peor, sin buscarlo apenas, no ha dormido en un cajero, ni en un banco de estación, ni en el suelo durante los últimos 10 años. Unos cuantos trabajillos, correcciones de libros ajenos, artículos en 'National Geographic', la feria del libro de Madrid o unos diarios por suscripción le permiten alimentarse.
Desde entonces han pasado 10 años. Sergi sigue sin trabajo estable y sin casa, un Quijote de los sofás, y acaba de cumplir los 50 años
Alguien podría creer que el secreto de la supervivencia de Sergi es ser un Adonis al que todo el mundo quiere tener cerca para alegrarse la vista, o que su conversación es tan entretenida como ver una película de Coppola, o que canta como David Bowie, pero no es así. Sergi es un hombre amable, leal y dotado de un extraño encanto, pero tiene un carácter que tira para las sombras y una auténtica obsesión literaria que lleva su conversación a derroteros que no son para todos los públicos. Se encierra a escribir en cualquier parte, se sumerge en su móvil, se encapsula en un libro prestado y no hace caso de nadie. Lo que ofrece a las personas a cambio de alojamiento no son labores del hogar, ni trabajos de reparación, ni arar la tierra, sino la oportunidad de ayudar a un escritor a trabajar en su obsesión, es decir, nada. Y, sin embargo, como digo, lleva 10 años sin tocar el suelo, volando a ras.
Bien: ninguno de sus mejores amigos nos terminábamos de creer que Sergi estuviera escribiendo una novela. Temíamos que hubiera enloquecido y que la supuesta novela fuera en realidad un molino de viento. Yo me lo imaginaba en todas esas habitaciones, en todas esas ciudades, en todos esos países frente a un documento de texto en blanco, vagueando, consumido por el agobio de encontrar la siguiente casa al término de la presente. Decía Virginia Woolf que todo autor necesita una habitación propia, pero Sergi Bellver acaba de demostrarle al mundo que no.
Decía Virginia Woolf que todo autor necesita una habitación propia, pero Sergi Bellver acaba de demostrarle al mundo que no
'Del silencio', una novela de casi 400 páginas, ha sido escrita con mimo durante todos estos años, en tantas habitaciones ajenas como las que aparecen en el libro. Sergi rechaza la literatura autobiográfica, pero nos ha entregado un libro que gira con intensidad sobre la idea del desarraigo. Un protagonista en permanente exilio, en continuo movimiento, atraviesa el núcleo del siglo XX europeo, desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta Mayo del 68.
Los hechos y las aventuras del libro, la política destructora que atropella la vida de János y otros desarraigados, el ruido agobiante de su actualidad, que es historia para nosotros, no dejan en él más que un desapacible estupor mientras busca una autenticidad que tal vez no exista y que, en todo caso, habita en el silencio del que le hablaba su tío Gabor. Es el de este libro un personaje que no busca una casa para sus pertenencias materiales, sino un hogar para su espíritu. En este sentido, Sergi Bellver y János son la misma cosa. Y tengo la impresión de que ambos han encontrado en esta novela monumental un lugar donde quedarse.
En fin, yo podría disfrazarme de crítico ingenioso y soltar que la gran novela húngara del año la ha escrito un español; podría calzarme gafas de académico y hacer una lista detallada de los aciertos de esta obra y de la humanidad sensible con la que está construido el edificio narrativo; colgarme una toga de juez imparcial y destacar la profundidad psicológica de János, el protagonista, o incidir en la riqueza metafórica. También podría buscar mi propia repercusión con frases pomposas para alcanzar la gloria estúpida del crítico literario, que es aparecer con mi nombre en la faja de la segunda edición de