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'Hemingway': las mentiras y verdades sobre las que el escritor construyó su propio mito
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'Hemingway': las mentiras y verdades sobre las que el escritor construyó su propio mito

Los documentalistas Ken Burns y Lynn Novick han dirigido esta serie de tres capítulos y un total de seis horas de duración que disecciona al hombre y al mito y que ha estrenado Filmin

Foto: Hemingway vivió durante años en Cuba, donde conoció a Castro. (Filmin)
Hemingway vivió durante años en Cuba, donde conoció a Castro. (Filmin)

El hombre definitivo. Rudo en los modos y sensible en la mirada. Hemingway es la gran superestrella estadounidense de las letras del siglo XX. Una superestrella es aquella a la que todo el mundo ha leído aunque no le haya leído. Y para ser una superestrella uno tiene que estar lejos, inalcanzable, inatisbable como la quimera de un bestiario. De Hemingway, incluso quien conozca poco más allá que el apellido, es de saber universal que le gustaban los toros, la bebida y las mujeres. "Hedonista y seductor", puede ser una descripción. O "alcohólico y mujeriego", otra. Según se quiera construir el relato. Habitualmente, es el tiempo quien construye el mito, pero, en el caso del escritor, fue él mismo quien autografió su propia leyenda, quien diseñó su propio avatar, el que quedaría para los restos. Así lo descubren muchas de las voces que participan en 'Hemingway', la serie documental de tres capítulos de dos horas cada uno que acaba de estrenar Filmin, un trabajo de recolección de imágenes y testimonios que permiten acercarse un poco más al hombre debajo de la coraza.

Los toros, la caza, la pesca de profundidad. Hemingway explotó su faceta más primitiva, más telúrica, la de macho alfa en contacto con la naturaleza y la muerte. Fotos y vídeos en las que sale junto a algún animal cobrado con sus propias manos. A veces con la camisa arremangada. A veces sin camisa. Como un Putin con la testosterona a reventar. Su escritura, directa y sin adjetivos, seca pero sensible, otra muestra de su masculinidad forjada en el campo y en la guerra. Virginia Woolf lo describió como un hombre de "virilidad autoconsciente" y Zelda Fitzgerald afirmó que nadie podía ser más masculino que Hemingway. El crítico Max Eastman dijo de su novela 'Fiesta' (1926) que no era más que "crueldad ritualizada" y sugirió que Hemingway tenía "inseguridades respecto a su propia masculinidad y que llevaba falso pelo en el pecho". Hemingway se encontró a Eastman cuatro años después, lo acorraló, se abrió la camisa y le enseñó el pelo del pecho, gritando: "¿A qué te refieres con que soy impotente?", para acabar abofeteándolo con un libro.

placeholder Hemingway también practicaba la pesca de profundidad. (Filmin)
Hemingway también practicaba la pesca de profundidad. (Filmin)

Sin embargo, en sus primeros años de vida, su madre, Grace, una cantante de ópera que dejó su carrera por su familia —un sacrificio que se encargó de recordar y hacer valer frente a sus hijos toda la vida—, lo vestía y lo trataba habitualmente como una niña en un juego en el que lo hacía pasar a ratos por gemela de su hermana mayor, Marcelline, con quien se llevaba un año, y a ratos a Marcelline por su gemelo. Como se destila del documental, la relación de Hemingway con su madre nunca fue buena; la acusaba de haber empujado a su padre, el médico Clarence Hemingway, al alcoholismo y, como consecuencia, a los abusos físicos y las palizas que marcaron la infancia del autor.

Quienes conocieron a Hemingway antes de la fama lo recuerdan con un tipo grandote, tímido y apocado, que apenas sabía tratar con el sexo opuesto. También como un escritor constante, que buscaba todos los vericuetos posibles para publicar donde le dejasen, como el 'Kansas City Star', en el que comenzó a escribir sucesos y demás a los 17 años. Tampoco pega con la imagen del hombre a un fusil pegado el hecho de que Hemingway intentase alistarse en el Ejército para luchar en Europa durante la Primera Guerra Mundial y que lo rechazasen una decena de veces. Aunque su insistencia y una especie de pulsión de muerte —o el deseo de exprimir la vida al máximo— que lo acompañó toda la vida le llevaron a enrolarse en la Cruz Roja, donde trabajó transportando suministros y heridos en el frente italiano. Contaba en alguna carta enviada al periódico que después de una explosión le había tocado recoger los pedazos de algunos cuerpos, entre ellos el de una mujer decapitada, y que le había costado aguantarse el vómito.

placeholder Una imagen de Hemingway en su juventud. (Filmin)
Una imagen de Hemingway en su juventud. (Filmin)

En una de estas misiones de transporte de cigarrillos y chocolate a los combatientes del frente, un mortero estalló cerca de Hemingway y lo llenó de metralla. Y en el hospital conoció a Agnes von Kurowsky, una enfermera estadounidense de ascendencia polaca, de quien se prendó con un amor doloroso y adolescente. Ella era siete años mayor que él y estaba prometida. Él le pidió que se casasen al final de la guerra, pero ella acabó dejándole con unas palabras tan lacerantes como "después de unos meses alejada de ti, siento que todavía te quiero, pero más como una madre que como una enamorada". Más tarde Hemingway se confesó por carta a un amigo: "Yo la quise y ella me timó. No la culpo. Pero he cauterizado su recuerdo y lo he quemado a base de bebida y de otras mujeres y ahora ya no queda nada". Decir que este primer abandono marcó su forma de relacionarse con el resto de las mujeres es, quizá, rudimentario. Pero es innegable que tanto la figura materna como la del primer amor influyeron en los múltiples matrimonios, abandonos e infidelidades que protagonizó el escritor.

Volvió de la guerra en 1919 condecorado y convertido en héroe. Y no solo escribió artículos sobre aquella guerra que había cambiado el mapa geopolítico mundial y que había puesto a Estados Unidos en la vanguardia, sino que contaba su historia a cambio de dinero a quien quisiese escucharla. Y empezó a agrandarla, a revestirla, a decorarla. A fabular, en definitiva, que no es sino la obligación de un escritor. E hizo de sí mismo su gran obra maestra. Durante años no concedió entrevistas —sorprende su voz y su forma de leer un pequeño discurso que ofrece en 1954, cuando le conceden el Nobel viviendo en la Cuba revolucionaria—, pero se encargó de expandir rumores y definir el personaje como quería que lo recordasen.

placeholder Mary Welsh Hemingway, escritora y cuarta mujer de Hemingway. (Filmin)
Mary Welsh Hemingway, escritora y cuarta mujer de Hemingway. (Filmin)

Después de un tiempo sin saber muy bien en qué ocupar su tiempo y después de que su madre prácticamente lo echara de casa por falta de espíritu —es decir, por vago—, empieza a soslayarse el Hemingway adulto. Después de contraer matrimonio con Hadley, una joven delicada que había vivido encerrada cuidando a su madre y que se había liberado con la muerte de esta, se marchó a París para convertirse en escritor. Allí conoció a escritores como Gertrude Stein, James Joyce y Scott Fitzgerald, que lo ayudaron a iniciar su carrera. En el segundo capítulo, 'El avatar', el documental se centra en los años entre 1929 y 1944, los años de la construcción y el apuntalamiento del mito. El documental hace una analogía entre los claroscuros de la figura del escritor y la tauromaquia. A medida que Hemingway envejece y su fama aumenta, su carácter se volvió más caprichoso y explosivo. La tauromaquia descrita como algo bruto, pero grandioso, en el que la vida y la muerte, la moral y el arte se difuminan y solo queda el sentimiento sentido frente al que, en teoría, debería sentirse racionalmente. Podría ser una descripción de su propio personaje.

La relación con su última mujer, Mary Welsh, fue agresiva y marcada por el alcohol, la infidelidad y el maltrato. "Ambos se pegaban", remarca el documental, consciente también de la envergadura de él y de la de ella. A través de las cartas que escribió el propio autor, de escritos que dejaron en vida sus amantes, sus mujeres, sus amigos —leídas con voces de actores como Jeff Daniels, Meryl Streep y Patricia Clarkson, además de la narración de Peter Coyote— y las entrevistas con su hijo Patrick —quien no guarda especial buen recuerdo de su padre— y con escritores contemporáneos que reflexionan sobre la influencia de la obra de Hemingway —como Vargas Llosa, Mary Karr o Edna O'Brien— y sobre las aristas de un hombre que, al fin y al cabo, era solo un hombre, con sus miedos y contradicciones. 'Hemingway' repasa paralelamente su obra y su vida, sin desmerecer la una por los errores de la otra y sin embellecer los desperfectos de la convivencia con un carácter como el del escritor. "Siempre he tenido la impresión de que era más importante, o igual de importante, ser un buen hombre como ser un buen escritor. Probablemente, no acabe siendo ninguna de las dos cosas, pero me gustaría ser las dos", resumió la superestrella, consciente de que, cuando falla el hombre, solo queda encomendarse al mito.

El hombre definitivo. Rudo en los modos y sensible en la mirada. Hemingway es la gran superestrella estadounidense de las letras del siglo XX. Una superestrella es aquella a la que todo el mundo ha leído aunque no le haya leído. Y para ser una superestrella uno tiene que estar lejos, inalcanzable, inatisbable como la quimera de un bestiario. De Hemingway, incluso quien conozca poco más allá que el apellido, es de saber universal que le gustaban los toros, la bebida y las mujeres. "Hedonista y seductor", puede ser una descripción. O "alcohólico y mujeriego", otra. Según se quiera construir el relato. Habitualmente, es el tiempo quien construye el mito, pero, en el caso del escritor, fue él mismo quien autografió su propia leyenda, quien diseñó su propio avatar, el que quedaría para los restos. Así lo descubren muchas de las voces que participan en 'Hemingway', la serie documental de tres capítulos de dos horas cada uno que acaba de estrenar Filmin, un trabajo de recolección de imágenes y testimonios que permiten acercarse un poco más al hombre debajo de la coraza.

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